Pocas culturas en el mundo provocan tantas fantasías en el imaginario colectivo como la egipcia.
Sus milenarias arenas vivieron un esplendor nunca antes conocido para
posteriormente caer en el olvido. Pero esta caída de los Dioses, éste
enterramiento faraónico bajo las voraces arenas del desierto, no hizo
más que alimentar un mito, y cual ave Fénix resurgió de las arenas, para
en los últimos siglos cautivar las mentes más aventureras y volver a
deslumbrar con sus maravillas.
Este redescubrimiento de los siglos XVIII
y XIX se ha alargado hasta nuestros días, y aún el hombre se estremece
de emoción ante la construcción en piedra más grande jamás levantada por
el hombre. Las Pirámides de la explanada de Giza cautiva el alma,
examina el intelecto y sobretodo maravilla. A pesar de su forma
sencilla, las Pirámides resumen elocuentemente una historia prodigiosa y
una sociedad única en la historia de la humanidad. El silencio
imperturbable de la piedra, el estático movimiento de sus pictogramas y
sus majestuosos monumentos han preservado la mitología de una de las más
grandiosas civilizaciones del mundo.
Quizás Terenci Moix en su obra “El sueño
de Alejandría” describió de forma acertada lo que se siente ante las
majestuosas pirámides de Giza:
“Yo se que el hombre no morirá en el
recuerdo de los hombres mientras el sol alumbre a las pirámides. Yo se
que ante ellas se detiene la catástrofe, sus tropas se declaran
impotentes, la derrota y hasta el tiempo muere de cansancio. Porque está
escrito desde el siglo más remoto que el Tiempo es el gran temor del
hombre. Pero el Tiempo sólo teme a las pirámides.”
PRIMERA TOMA DE CONTACTO
Sobrevolábamos
la capital de Egipto. Bajo nuestros ojos la ciudad parecía una vieja
maqueta abandonada en el desván llena de polvo. Sus edificios
rectangulares se sucedían en una encrucijada de carreteras sobre un
marco desértico, excepto al vergel que delimitaba el valle del Nilo.
Al salir de la climatizada cabina del
avión entramos en contacto con la crudeza de la climatología del
desierto. El calor seco iba a ser nuestro compañero de viaje.
Debíamos hacer los trámites del visado y
declarar el material videográfico. Pronto nos dimos cuenta de que el
país estaba volcado en el turista, pero que agonizaba bajo el cáncer de
la burocracia anarquista. Tras la obtención del visado era momento de
cambiar lago de dinero para iniciar la aventura. En el camino un agente
de la oficina oficial de turismo nos ayudó a elegir un hotel, hacer la
reserva telefónica y nos comunicó cuanto nos debía cobrar el taxi y
cuanto el hotel. Esto olía a que el país estaba lleno de picaresca.
Tendríamos que mantenernos atentos. Aunque realmente de poco nos sirvió.
Egipto lleva miles de años siendo un país de negociantes y mercaderes,
no íbamos a ser nosotros, dos ingenuos occidentales urbanitas, la horma
de su zapato.
El Cairo, fundada en el sitio de
Babilonia, cerca de las ruinas del antiguo Memfis, ha sido por siglos,
la ciudad más grande en África. El Cairo moderno comprende muchas
ciudades y monumentos antiguos: las pirámides de los faraones;
monasterios e iglesias cristianas; la Citadela de Saladino; Mezquitas de
Sultanes, Mamelucos y Otomanes. Es el Cairo; centro entre tres
Continentes, más de cinco mil años de cultura se han concentrado aquí.
Cuando
se conoce El Cairo se vuelve real la frase “atracción fatal”, y es que
esta megaurbe de más de 18 millones de personas, con un caos
circulatorio constante, con una contaminación polución-arena única en el
mundo, con su insalubridad y su anarquía endógena terminan por fascinar
e hipnotizar al viajero, cayendo en las garras de esta ciudad
milenaria. Y una vez en sus brazos, todo lo negativo se hace menos y
comenzamos a disfrutar de una ciudad singular.
El Cairo representa a un país en plena
efervescencia, que no duerme, que mira un orgulloso pasado y
esperanzador futuro. Tierra de faraones, de comercio y vergel del norte
de África. Su columna vertebral, y la de todo el país, El Nilo, vertebra
esta caótica ciudad de forma integradora. Su particular “skyline” de
minaretes y alminares, bajo una constante nube de arena y polución,
dibujan en el horizonte un perfil fácilmente reconocible y que la
diferencia del resto de ciudades.
Sólo esta ciudad es capaz de crear esa
particular relación amor-odio pues a pesar de todos sus defectos, ¿quién
no cae rendido ante los encantos y experiencia milenaria de una sabia
cortesana como El Cairo?
Sin duda la pasión que sientes por El
Cairo viene dada también por sus gentes, que aunque eminentemente
mercaderes, también lo es acogedora y sorprendentemente abierta.
Llegamos al New Palace Hotel tras un
viaje suicida por las calles de El Cairo. El hotel se ubicaba en un
viejo edificio de 7 alturas algo decrépito y decadente pero con una
terraza muy acogedora en el ático, donde pudimos disfrutar de un
refrigerio mientras no adaptábamos a la nueva situación. El regente del
hotel se nos acercó y es 5 segundos nos planificó los 9 días del viaje
por 270 euros todo incluido. La oferta era tentadora pues el precio era
muy ajustado y nos hubiésemos olvidado de tener que ingeniárnoslas para
viajar por el país. Sin embargo desoímos estos cantos de sirena, pues
aunque muy cautivadores, aniquilaban de cuajo la esencia de un viaje: la
emoción, la improvisación, las dificultades…en definitiva la aventura.
Tras rechazar la oferta bajamos para
tomar posesión de nuestros aposentos: una habitación doble con ruidoso
aire acondicionado pero sin baño, todo por el módico precio de 18 euros
la noche.
Tras apartar las cucarachas que andaban
como Pedro por su casa, deshicimos parcialmente las maletas y nos
dispusimos, mapa en mano, a conocer la ciudad.
La primera excursión era tan sólo una
toma de contacto y ya nos sorprendió. Las calles atestadas de ruidoso
tráfico eran un infierno y sólo se podía huir de él internándose en uno
de los múltiples bazares que salpican toda la ciudad. Para un occidental
resulta muy llamativo la ingente cantidad de objetos que se ponen a la
venta, así como el modo, ya que literalmente te sumerges en el bazar,
pues en todo momento te encuentras rodeado por mercancías tanto a ambos
lados, como por encima e incluso a veces por debajo.
Al anochecer, y antes de volver al hotel,
nos sentamos en un local para cenar. El local, totalmente orientado a
la población residente, ofertaba múltiples platos todos ellos
desconocidos para nosotros. No muy higiénico a ojos occidentales fue lo
más limpio que vimos en toda la tarde. En las mesas nos podíamos servir
de una botella de zumo de limón notoriamente reposado, o de pasta de
pimiento altamente picante, aunque era necesario hurgar un poco para
saltarse la primera capa reseca. Además de una hermosa jarra de acero
con agua, y un “único” vaso que iba pasando de mano en mano entre los
diversos comensales. Esto último, ya nos pareció excesivamente peligroso
así que optamos por la siempre segura agua embotellada. Por 75 pesetas
nos sirvieron un hermoso plato con múltiples ingredientes entre los que
sólo identificamos el arroz, la cebolla frita y una especie de legumbre.
Aunque no pasaría a la posteridad como el mejor plato sirvió para
aplacar nuestra hambre. De camino al hotel nos tomamos un riquísimo zumo
de mango, y con el estómago lleno y después de asustar a las cucarachas
nos acostamos en nuestro “cómodos” catres.
EL CAIRO
A
la mañana siguiente nos dirigimos hacia el museo a primera hora. Por el
camino se nos antojó una hogaza de pan para desayunar, así que nos
disponíamos a comprar a uno de los muchos vendedores que recorren las
calles con enormes bandejas de pan sobre la cabeza, cuando otro egipcio
nos sugirió que le acompañásemos a su tienda pues el podía darnos una
hogaza recién salida del horno. Y a nosotros que enseguida se nos caza
por el estómago le creímos y nos fuimos con él. Aunque él aseguró que la
tienda estaba al lado tuvimos que andar cerca de medio kilómetro
para entrar en su tienda de . . . perfumes!.
Al ver nuestra cara contrariada nos aseguró que su panadería estaba al lado, pero que mientras esperábamos a que saliese del horno podíamos descansar en su tienda de perfumes tomando un té. Por supuesto nos aseguró que no era necesario comprar. Sabiendo que nos habían timado y teniendo la sensación de estar perdiendo el tiempo aguantamos estoicamente las agresivas tácticas comerciales del vendedor. Finalmente viendo que tenía la batalla perdida, pues no estábamos dispuestos a comprar nada, el gancho entró en la tienda y de malos modos nos entregó una hogaza de pan frío que tuvimos que abonar lógicamente. Esta fue una de las muchas veces que pudimos comprobar que frecuentemente la desinteresada ayuda egipcia solía guardar un interés comercial. Amabilidad que desaparecía fulminantemente si veían que no se iba a producir ninguna transacción comercial.
Al ver nuestra cara contrariada nos aseguró que su panadería estaba al lado, pero que mientras esperábamos a que saliese del horno podíamos descansar en su tienda de perfumes tomando un té. Por supuesto nos aseguró que no era necesario comprar. Sabiendo que nos habían timado y teniendo la sensación de estar perdiendo el tiempo aguantamos estoicamente las agresivas tácticas comerciales del vendedor. Finalmente viendo que tenía la batalla perdida, pues no estábamos dispuestos a comprar nada, el gancho entró en la tienda y de malos modos nos entregó una hogaza de pan frío que tuvimos que abonar lógicamente. Esta fue una de las muchas veces que pudimos comprobar que frecuentemente la desinteresada ayuda egipcia solía guardar un interés comercial. Amabilidad que desaparecía fulminantemente si veían que no se iba a producir ninguna transacción comercial.
El
museo se encuentra actualmente en la plaza El Tahrir a orillas del
Nilo. Su origen se remonta al siglo XIX cuando la egiptología invadió el
mundo, y se produjo un brutal y sistemático expolio de antigüedades,
del que el país aún no se ha recuperado. Así en 1850 llegó al país el
que sería una de las máximas figuras del conservacionismo egipcio.
Auguste Eduardo Mariette, era un amante de la cultura egipcia pero a la
vez ferviente defensor de la recuperación y preservación de las
antigüedades dentro del país. Siete años después de su llegada, y viendo
como el país era irremisiblemente expoliado, solicitó al virrey Jedive
Said Bajá la creación de un organismo que se ocupara de recuperar,
conservar y preservar los monumentos egipcios y al mismo tiempo fundar
un museo para salvaguardar los objetos que corrían serio riesgo de
desaparecer del país en manos de coleccionistas privados.
Tras varios cambios de emplazamiento el museo abrió sus puertas en la plaza El Tahrir en 1902.
Evidentemente,
contiene la mayor cantidad de objetos egipcios del mundo, aunque
lamentablemente la mayor parte de sus fondos se hallan en los sótanos
del edificio, muchos de ellos sin catalogar. A ello hay que unir la
caótica distribución de las piezas, la nula iluminación y el escaso
aprovechamiento de las piezas más singulares. En sí el conjunto da un
aspecto bastante descuidado. Y sin embargo en su interior se encuentran
alguna de las piezas arqueológicas más importantes del mundo.
Es preciso abonar una entrada para la
exposición principal y otra supletoria si se desea visitar la zona
dedicada a las momias. Además será preciso pagar por el uso de la cámara
de fotos, aunque no está permitido el uso ni del flash ni del trípode
por lo que las fotos suelen salir oscuras o movidas. Si es nuestra
intención introducir la cámara de vídeo el precio se dispara.
El
museo se distribuye en dos plantas. La inferior dedicada a las piezas
de gran tonelaje y la superior a piezas de menor tamaño y a la tumba de
Tutankhamon, que es espectacular.
La distribución de las piezas es tan
caótica que intentar seguir un recorrido es casi imposible, además las
figuras suelen ser movidas sin previo aviso.
La cantidad de material es ingente, y si
la intención es ver concienzudamente el museo puede ser necesario dos
visitas para evitarse una embolia de cultura. Sin embargo para una
visita completa la mañana es más que suficiente.
Cinco
horas después, y tras andar 7 km por los pasillos del Museo Nacional,
nos encontrábamos de nuevo en la calle bajo el ardiente sol del
mediodía. La visita había sido muy interesante aunque salimos algo
desilusionados por el estado de conservación del museo. La entrada
costaba 6 euros, el pase por la cámara de fotos 3 y la de vídeo 30
euros. Como el precio se disparaba tuvimos que prescindir de esta
última, de todas formas la pobre iluminación y la imposibilidad de usar
trípode hubiera deslucido las imágenes. Las colecciones Egipcias del
Museo Vaticano o del Museo Británico, muchísimo más pobres pero mucho
mejor presentadas, ofrecen una visita más agradable que la que se
pudiera tener en el Museo Egipcio. Suponemos que tal ingente cantidad de
material arqueológico hace muy difícil su clasificación, conservación y
exposición, pero siendo la principal fuente de ingresos del país
creíamos que deberían esforzarse más.
Era hora de visitar el Barrio islámico y
para ello tomamos el metro. El metro del Cairo supone entrar en otro
mundo. Una vez dentro de sus túneles atrás se deja el calor, la
suciedad, el ruido y la polución. El billete cuesta 25pts y como en
muchos países árabes los primeros vagones del metro son de uso exclusivo
femenino. El metro es muy seguro pues está lleno de policía turística.
El
Barrio Islámico abarca un gran área de la ciudad, y en él se pueden
encontrar algunos de los monumentos más importantes de la urbe, erigidos
durante la dominación islámica. Pero si interesantes son las abundantes
mezquitas, mausoleos, madrasas, palacios y minarestes, no lo es menos
las angostas y tortuosas calles que sumergen al viajero en una ciudad
desconocida por la gran mayoría de los turistas.
Andar por sus calles es como retraerse a
siglos pasados, impregnarse de un estilo de vida que poco ha variado
desde la época colonial y las grandes rutas comerciales. En sus calles
llenas de historia se respira un ambiente difícil de encontrar en otras
ciudades del mundo, pues pocas ciudades que tuvieron tanta importancia
en el mundo antiguo se ha mantenido tan inalterada como esta.
Si bien el intrincado de calles anima a
la exploración no debemos olvidar que gran parte de esta ciudad aún no
está cartografiada, por lo que es muy fácil perderse. Por eso,
aconsejamos o ir acompañado de un egipcio de confianza o no adentrarse
mucho para no perder la referencia de los altos edificios del centro.
La zona más interesante de este laberíntico nudo de calles es sin duda la ciudad de los muertos. Así se denomina a dos vastas necrópolis, lugar de enterramiento de califas, emires y mamelucos. Su gran particularidad, sin parangón, es que gran parte de estos mausoleos están habitados. Efectivamente, durante la guerra árabe-israelí de 1967 una gran parte de la población del Canal de Suez se vio obligada a huir de la refriega produciendo una gran migración hacia la capital. Ante la falta de alojamiento se vieron abocados a ocupar las tumbas como lugar de descanso. Además durante esta ocupación también se dio la circunstancia que familias adineradas “contrataron” a personas de confianza para que ocuparan los panteones familiares y así protegerlos de la ocupación incontrolada. Para poder visitarla es imprescindible un guía, sino, es imposible orientarse entre las tumbas, además hay que tener en cuenta que a menudo las condiciones de vida son paupérrimas por lo que los turistas no son bien recibidos.
Si bien nos atrevimos a curiosear por el
barrio, no nos atrevimos a entrar en la ciudad de los muertos pues no es
del todo seguro. Sin embargo por el barrio solo tuvimos que soportar a
los chavales que correteaban a nuestro alrededor pidiéndonos dinero,
bolígrafos o cualquier cosa que lleváramos encima.
El
barrio islámico es enorme y se precisa de un día entero si lo quieres
recorrer en profundidad. Tal es su extensión que aquel día cuando
llegamos al hotel y miramos el podómetro habíamos andado ¡ 23 km ¡. Sin
embargo tal caminata merece la pena. Desde sus grandes mezquitas, a sus
fabulosos templos; desde sus laberínticas calles hasta el antiguo barrio
Copto, todo resuma historia y te traslada a lejanas épocas cuando los
europeos se aventuraban en busca de preciados tesoros y especias. Quizás
fuera algo arriesgado, sin embargo, en ningún momento sentimos miedo al
callejear por desconocidos y desolados callejones. Las calles eran de
tierra y muy estrechas pues las casas se agolpaban unas con otras, todo
tipo de animales, domésticos y no domésticos, correteaban entre montones
de basura que gracias al clima no desprendían mucho hedor.
A
cada paso una chavalería variopinta te seguía riendo, gritando y
pidiéndote que le dieras cualquier cosa. A veces directamente dinero,
otros más sutiles bolígrafos o colgantes. En cualquier caso siempre con
una sonrisa y denegando con la cabeza no tenías mayores problemas.
Andando y andando por callejas no cartografiadas llegamos a lo alto del
barrio desde donde se divisa la ciudad de los muertos. Ver anochecer
desde aquí es una espectáculo bellísimo pues desde las alturas se tiene
una impresionante vista de toda la ciudad del el Cairo mientras el sol
se oculta en la lejanía.
Ya de noche, camino a casa, pudimos
disfrutar del cierre del mercado Khan El Kalili. Miles de personas y
centenares de coches huyen camino a sus hogares para cenar y descansar.
Una auténtica estampida urbana, caótica y bestial que sólo puede darse
en ciudades del tamaño del Cairo o Delhi.
Tras la “cena” decidimos tomar un zumo de
mango, En el frontal del establecimiento estaban indicados los precios
en números egipcios, afortunadamente habíamos aprendido a leerlos
gracias a que en los autobuses aparecen los números tanto en árabe como
en caracteres occidentales, a la hora de ir a pagar de nuevo nos
intentaron timar cobrándonos el doble, nosotros con una sonrisa en la
boca le señalamos el precio real que marcaba el tablón, y él nos volvió a
coger las vueltas y nos las devolvió en forma de un montón de billetes
de 1 piastra, al contarlas nos dimos cuenta que de nuevo nos había
cobrado el doble, y que nos había dado el cambio en billetes pequeños
para despistarnos. Gortxu con semblante serio negó con la cabeza y le
puso el dinero en la mesa, el dependiente se hacia el sueco y hablaba en
árabe muy rápido, alto y ofendido, pero viendo que no estábamos
dispuestos a ser engañados y que empezábamos a buscar con la mirada a la
policía turística, muy enfadado nos devolvió bien el cambió y con
gestos airados nos indicó que nos largáramos. Comenzamos a comprender
que la picaresca iba a ser un continuo en este viaje.
LAS PIRAMIDES DE GIZA
Un nuevo día, pero un día con D mayúscula, iba a ser el Gran Día. Íbamos a visitar las Grandes Pirámides de Giza.
En época del Imperio Antiguo, Egipto se
convirtió en un gran estado y así su civilización pasó a ocupar un lugar
predominante en el mundo. Consolidada definitivamente la unión del Alto
y Bajo Egipto, el estado quedaba organizado en una monarquía de derecho
divino, en la que el faraón poseía todos los poderes. Fue en esta
situación de estabilidad política y bonanza económica cuando Egipto
desarrolló una de las civilizaciones más grandiosas de la historia.
Ejemplo de ello es la pirámide escalonada
de Djeser de la III Dinastía. Ésta y todas las demás grandes obras son
el resultado del perfeccionamiento de los instrumentos de metal, que
facilitan la extracción de grandes bloques de piedra. Se tiene por
seguro que estas innovaciones son debidas al mejor arquitecto de la
historia de Egipto, Imhotep, que fue incluso divinizado. Este auge
tendría su culminación en la siguiente Dinastía, cuyos reyes, Snefru,
Keops, Kefren y Micerinos pasaron a la historia como los constructores
de las grandes pirámides.
Sólo entendiendo la compleja sociedad y
mitología egipcia puede llegar a comprenderse la construcción de las
pirámides, pues tal esfuerzo sobrehumano solo puede ser alimentado por
la fe.
En nuestro afán de experimentar la vida
egipcia, decidimos llegar a Giza a través de autobús urbano. Llegamos a
la plaza Midan El Tahrir, antes de llegar lo teníamos muy claro,
debíamos coger el autobús número 8 o 900, sin embargo al llegar a la
plaza comprendimos que la tarea no iba a ser tan fácil. Decenas y
decenas de autobuses, tanto por el norte como por el sur, este y oeste
llegaban a la vez, y casi sin parar decenas de pasajeros bajaban y
subían, para volver el autobús a salir sin apenas haber parado. Algunos
llevaban los números en caracteres occidentales, otros solo en árabe y
para cuando los descifrábamos ya había partido. Afortunadamente un
egipcio amablemente nos preguntó hacia dónde nos dirigíamos. Le
respondimos que a Giza. Casualmente él vivía en Giza así que nos
indicaría el autobús. Como perritos falderos le seguimos hasta montarnos
en el autobús. Insistimos en abonarle el billete y aunque nos costó que
aceptara logramos pagarle el billete como muestra de agradecimiento.
Rápidamente entablamos una conversación muy sucinta sobre su vida,
aficiones y opiniones del país. Nos dio un buen consejo que nos ayudó
muchísimo: “En Egipto sonreír abre más puertas que el dinero”. En muchas
ocasiones lo pusimos en práctica y ciertamente fue muy efectivo.
Nos acercábamos a Giza. Gortxu no quería
mirar por la ventanilla pues deseaba verlas de sopetón y en toda su
magnitud, yo sin embargo, miré por la ventana. Avanzábamos por una
avenida principal flanqueada por palmeras y grandes edificios que no
dejaban ver más allá. Pero de repente la vi. Los edificios que antes me
parecían altos quedaron ridiculizados por el tamaño de la Gran Pirámide.
Los pelos se me pusieron de punta y una emoción embriagó mi corazón.
Impertérritas, arrogantes y desafiantes al Tiempo se levantaban las
hermosas pirámides en la explanada del desierto. Partiendo de que me es
difícil explicar lo que sentí al verlas las palabras más cercanas son
emoción e insignificancia. Emoción al estar viendo la única maravilla
del mundo antiguo que ha llegado hasta nuestros días, e insignificancia
ante tan magna obra.
El primer pensamiento que se tiene al ver
las pirámides es que estás mirando directamente a la Historia. Y casi
inmediatamente notas como te vuelves insignificante y superfluo en esa
explanada. Nada hay que las haga sombra, nada que las destruya y mucho
menos nada que las haga caer en el olvido. 40 siglos de historia se
encuentran ante ti y apenas puedes respirar, nada dices y nada piensas,
sólo miras y te maravillas.
Varias son también las opciones para
visitarla. O bien madrugar para adquirir una entrada y contemplar el
interior de la Gran Pirámide o bien alquilar un camello y pasear por los
alrededores. Nosotros preferimos ésta, mucho menos usada, ya que te
permite entrar en comunión con estas magnificas obras y de alguna formar
poder admirarlas y maravillarte con su perfección.
Las bibliotecas están llenos de libros
que te hablarán de las diversas teorías de construcción, llenos de datos
de sus medidas exactas, de su tonelaje y de su estructura. Mil y una
historias pues pocas construcciones en el mundo han inspirado a tantos
autores como estas. Y es que, es la única maravilla del mundo antiguo
que aún sigue en pie.
Creemos que es poco práctico perderse
entre tantos datos, teorías, mitos y creencias pues sólo consiguen
desviar la atención del elemento a admirar. Detenerse a estudiar sus
medidas, ángulos y peso es absurdo ¿O acaso frente a la Gioconda nos
fijamos en las medidas del cuadro, el marco o el bastidor?. La obra es
sí es lo suficientemente fabulosa como para que tan solo su visión
produzca admiración e incredulidad. Disfruta pues de las pirámides, pero
disfrútalas en su esencia, en su intimidad.
Nuestro improvisado guía insistió para
que le acompañáramos a su casa, pues quería mostrarnos a su familia
mientras tomábamos un té. Así que allí nos vimos callejeando por Giza
hasta entrar en su humilde casa, compuestas de 2 habitaciones y una
cocina. Nos sentamos en le salón, una habitación de 6 metros cuadrados
con una alfombra, pequeña, mesa baja y un tresillo de escai. Nos
presentó orgulloso a sus tres hijos, pero no a sus dos hijas que al
vernos entrar se encerraron en la otra habitación. A su mujer solo la
vimos al dejarnos la bandeja de té sobre la mesa, en ningún momento
levanto la cabeza y ni siquiera dijo una palabra. Mientras tomábamos el
té tuvimos que simular que nos encantaba el fútbol, ya que nuestro
anfitrión era un forofo. Finalmente nos acompañó a la calle y nos
consiguió una excursión en camello supuestamente a precio egipcio. No lo
dudamos pues en todo momento se mostró muy cortés.
Así fue como comenzó nuestra excursión
alrededor de las pirámides, Gortxu montando en el camello con el guía y
yo en solitario sobre otro camello. La experiencia fue maravillosa. Era
temporada baja, así pues, apenas había otros turistas paseando en
camello. La gran mayoría se agolpaba en las puertas de la Gran Pirámide.
Sabíamos que el tiempo no daba para todo así que preferimos recorrer
los alrededores en solitario que en rebaño entrar al interior de las
pirámides. Y no nos arrepentimos. Aunque en la actualidad estaba
prohibido subir a las pirámides vimos a gente escalarlas, nuestro guía
nos comentó que era posible si se sobornaba a los guardias, no nos
pareció propio, bastante sufrían ya como para someterlas a más torturas.
En
estos momentos nos sentimos frustrados pues creemos innecesario
describirlas ya que son universalmente conocidas y hay millones de
libros que hablan de ellas, pero tampoco somos capaces de transmitiros
las emociones que te embargan cuando estás delante de ellas. Hasta hoy
no recordamos ningún monumento en el mundo que nos haya producido tales
sensaciones, tales inquietudes. Estas construcciones tienen algo que
empapa al ser humano y lo transforma momentáneamente. Quizás sea su
sencillez geométrica, quizás su entorno austero o quizás siglos de
veladas historias alojadas en el subconsciente colectivo, no sabemos que
es, pero sin lugar a dudas estas construcciones tienen un influjo
mágico sobre quién las mira.
Cuando te alejas, no puedes dejar de mirar atrás y no creo que nadie haya sido capaz de reprimir el pensamiento. “Volveré”.
Lamentablemente los alrededores se habían urbanizado mucho desvirtuando el entorno, hasta tal punto que se estaba construyendo un enorme campo de fútbol a escasa distancia de las pirámides. Mirar a las pirámides y ver tras ellas un estadio de fútbol no era precisamente lo más idílico, y no es que nos opusiéramos al desarrollo, pero ¿era necesario construirlo al lado con lo enorme que es la explanada?. Tras rodear las pirámides y visitar la necrópolis cercana nos adentramos más en le desierto hasta unos nuevos enterramientos que habían descubierto no hacía mucho. Ya sentados en la arena nuestro guía nos dio una escueta clase de historia para posteriormente retornar a la ciudad. El guía aseguraba que yo tenía cráneo y cara de egipcio, que estaba seguro que tenía ascendencia árabe. Aquello nos sirvió para hacer unas risas pues azotando al camello y al galope me dirigí hacia las pirámides al grito de “¡¡¡Padre he vuelto!!! “. Lo cierto es que al lo largo del viaje varias fueron las veces en que se me dirigieron en árabe pensado en que era egipcio.
Ya en la ciudad tuvimos un pequeño
percance con la tarjeta de crédito ya que el cajero automático se la
tragó y tuvimos que ir a una sucursal cercana para que un empleado fuera
al cajero y nos la recuperara.
Al atardecer nos acercamos al barrio
Copto, actualmente en pleno proceso de excavación y restauración sus
edificios nos hablan de la rica historia de esta zona de la ciudad ya
que pueden encontrarse restos cristianos, árabes y del Imperio
Bizantino.
El primer asentamiento de El Cairo
primitivo se encuentra en el Barrio Copto frente al extremo sur de la
isla de Roda. El área no es muy grande y se puede visitar en un par de
horas, la mejor forma de llegar es en metro bajándose en la parada Mar
Girgis de la Línea 1. Nada más salir de la estación nos encontraremos
con las antiguas murallas de la fortaleza de Babilonia en pleno proceso
de excavación. Sus dos torres nos dan la bienvenida y nos encaminan
hacia el recinto histórico. Cruzando entre ambas torres accedemos al
museo Copto y a la iglesia Abu Serga. Tras ellos se halla la antigua
muralla romana, la iglesia de San Elías y la Sinagoga de Ben Ezrah.
Caminando hacia el norte nos encontraremos con la iglesia EL Adra y la
iglesia Ortodoxa Griega. Girando hacia la izquierda toparemos con más
murallas romanas y el convento de San Jorge, volviendo de nuevo a las
torres.
El barrio, siempre muy populoso, estaba
lleno de niños que corretearan a vuestro lado pidiéndonos bolis,
colgantes o que les sacásemos una foto. El paseo es agradable y más si
se realiza al atardecer, pues la temperatura ya no será tan extrema y la
luz realza el color de las piedras de los monumentos. La zona está,
como es lógico, llena de cementerios de todas las profesiones
religiosas. Si estos están cerrados buscad al guarda y por un pequeño
soborno os dejará entrar.
Lamentablemente la noche se nos echó
encima por lo que apenas pudimos disfrutar del paseo. Los monumentos ya
estaban cerrados y sólo pudimos visitar uno de los cementerios tras
sobornar al guardia para que nos abriera la reja.
SAKARA
Debíamos acudir a Sakara y de nuevo decidimos tomar el autobús público para llegar. Sin embargo esta vez no tuvimos ningún ángel de la guarda, de tal forma que tras tomar el metro e ir a una estación de autobuses nos dicen que nos hemos confundido, y que debemos ir a otra estación. Tras retroceder de nuevo en metro llegamos a la susodicha estación y nos vuelven a informar de que tampoco es la indicada. Finalmente nos sugieren que la mejor opción es contratar un taxi para todo el día, tal y como aconsejaba la guía, visto el tiempo que llevábamos perdido accedimos. Así que el egipcio que nos había aconsejado sale a la carretera y para el primer taxi colectivo que pasa, manda bajar a las mujeres que iban montadas y nos indican que subamos. A nosotros nos da vergüenza, aunque rápidamente comprendimos que todos sacarían tajada de nuestra “especial tarifa turista”. Tras abonar 30 euros nos dirigimos a las ruinas de Sakara. El conductor y acompañante exclusivamente hablaban egipcio así que la comunicación tuvimos que hacerla mediante signos. Teniendo en cuenta que las ruinas distan 30km de El Cairo, que ellos te transportan por todo el recinto que es muy amplio, y te dejan a la puerta del hotel tras toda la mañana de excursión, tampoco era un precio desorbitado, para nosotros.
Así que tras un viaje suicida, realmente pasas miedo, llegamos a las ruinas.
Sakara, posiblemente sea la hermana fea
de las pirámides de Egipto quedando eclipsada por sus archifamosas
hermanas de Giza, y sin embargo su importancia histórica es tan
relevante como las otras. Aunque admitámoslo no tiene el encanto y
atractivo de las de Giza.
La entrada al recinto se realiza por la
columnata, una gran fachada restaurada de piedra que conduce a un
pasillo formado por columnas de 5m de alto, cruzando este pasillo
estaremos en el gran patio donde se encuentra el monumento más conocido:
la Pirámide escalonada de Zoser.
Frente a la pirámide de Zoser, fuera del
patio y tras subir las escaleras del Muro de las cobras nos toparemos
con la Pirámide de Unas. Es particular pues en ellas es donde se
encontraron los primeros “Textos de las Pirámides”. Más al norte del
recinto se haya la Pirámide se Sejem-jet.
Si de bazares hablamos en El Cairo, al
momento nos viene el nombre Jan El Jalily. Este fascinante bazar situado
frente a la mezquita El Azhar ocupa una gran extensión de calles y
callejuelas que se delimitan al sur con la calle Sharia Gawhar Al Qaid,
al oeste con Muizz Li Din Allah y al este con Midan Sayeda Hussein.
Además de poder sumergirnos en esta vorágine compradora podemos
aprovechar para ver los monumentos cercanos y así descansar del fatigoso
mundo de las relaciones comerciales. En los alrededores podremos
disfrutar además de la mezquita Al Azahar de las de El Ghuri, Sayeda
Hussein, Muhtahar y Barsbay.
Este mercado fundado en 1382 se ha
convertido en la actualidad en un reclamo turístico en sí, por lo que la
picaresca está muy extendida. Al igual que en el resto del país nunca
os deberéis fiar de “los guías samaritanos” que juran no tener intereses
porque será falso. Ojo a vuestras pertenencias, porque el carterista es
una especie en constante avance. El gentío en algunas callejuelas
estrechas puede ser agobiante, pero el ambiente que se respira, la gran
cantidad de mercancías, la variedad de objetos y la riqueza de
relaciones comerciales, hacen de la visita una experiencia que no debe
perderse. Aquí deberéis poner en práctica todas vuestras dotes de
regateo, halagos y perspicacia pues la transacción comercial puede
tornarse rápidamente de satisfactoria a un auténtico timo.
Fue una experiencia tremendamente
interesante pues el mercado, aunque un poco desvirtuado por la afluencia
del turismo, mantiene su esencia milenaria. Callejear entre miles y
miles de puestos permite disfrutar de un muestrario increíble de
objetos, alimentos y especias imposible de abarcar en su totalidad. Su
extensión es muy amplia y existe una importante diferencia entre las
calles principales más orientadas al turismo, y las más periféricas y
pequeñas donde la tradición se mantiene más arraigada e incluso es
posible disfrutar del trabajo en vivo de numerosos artesanos. El timo,
el regateo, la picaresca y el halago están a la orden del día y es
preciso andarse con mucho ojo para no caer en las garras del comercio
milenario. Como nos ocurrió a nosotros.
LUXOR
Descendimos hacia el sur acercándonos al Imperio Nuevo. Este gran periodo de la historia egipcia se caracteriza principalmente por su expansionismo, y por tanto, su constante estado de guerra y la acumulación de grandes riquezas.
Tal riqueza permitió al estado la
creación de numerosos y grandiosos templos en detrimento de las obras
funerarias pues se abandonó la pirámide y se inició un nuevo modelo de
enterramiento en el Valle de los Reyes. Aunque desgraciadamente
posteriormente fueron saqueadas.
En la capital de este grandioso imperio,
Tebas, se construyó dinastía tras dinastía un colosal Templo erigido al
dios Amón que resume todos los estilos arquitectónicos de aquella época.
El faraón por excelencia de esta época, y
posiblemente el más conocido de la historia, fue Ramsés II que
construyó en su nombre fabulosos templos por todo Egipto.
El viaje a Luxor en tren fue una
auténtica tortura. El viaje se prometía feliz pues tomamos un pasaje de
primera clase. Al entrar en el compartimiento éramos los únicos así que
podríamos estirarnos en los asientos de escai para pasar la noche.
Estaba atardeciendo y el aire acondicionado lo agradecimos enormemente
pues estábamos muy acalorados. Sin embargo nunca llegamos a pensar que
llegaríamos a lamentar tanto ese aire acondicionado. Y es que era
imposible regularlo así que tras 12 aquel compartimiento se había
transformado en una auténtica nevera. A mitad de la noche tuvimos que
ponernos camiseta tras camiseta y finalmente las toallas de playas, pero
aún así no logramos coger calor.
Por otra parte los asientos estaban
atravesados por insufribles barras de lado a lado con lo que a los
minutos de estar tumbado o cambiabas de postura o sufrías serio riesgo
gangrena. En definitiva al bajarnos del tren a las 7 de la mañana, más
bien parecía que le viaje lo habíamos hecho andando a través del
desierto.
Al descender del tren decenas de ganchos
se acercaron para ofertarnos sus hoteles. Era temporada baja así que la
oferta era muy amplia y variada. Tras tomar aposento en nuestros cuartos
decidimos contratar la excursión al Valle de los Reyes directamente en
el hotel, pues los precios eran muy parecidos a realizarlo por tu
cuenta.
Montamos en la furgoneta y mientras
hacíamos un par de paradas para recoger a más viajeros aprovechamos par
aponer a punto el equipo fotográfico. La carretera te deja a 2km de la
entrada principal para evitar dañar el entorno. Así que para subir
puedes optar por la opción barata, los pies, o por la cara, un tren
chu-chu.
La visita a las tumbas del Valle de los
Reyes es un viaje al pasado que permite al viajero reconstruir la vida
de los egipcios tal y como era hace 3.000 años. Estos monumentos
fúnebres dan una clara idea del simbolismo de la muerte en la cultura
egipcia. A pesar de ser expoliadas durante el reinado de Ramsés III las
tumbas logran transmitir esa solemnidad y majestuosidad dignas de un
faraón.
El acceso se realiza por el mismo camino
que milenios atrás recorrieron estos faraones camino de su descanso
eterno, solo que ahora está asfaltado y se realiza a motor. A dos
kilómetros de las tumbas se debe coger un tren chu-chu (que hay que
pagar) para que te suba hasta la entrada principal. Una vez allí se debe
dejar la cámara de vídeo y pagar la entrada por tres tumbas (van
rotando a lo largo del año para preservarlas) y por la cámara de fotos
si se quiere utilizar. Si se desea visitar más tumbas se pagará a la
entrada de estas.
Antes de entrar debes dejar la
videocámara en consigna pues está prohibido usarla en el interior de las
tumbas. Decidimos jugárnosla y escondí la cámara de video en el doble
fondo de la mochila, y así logré pasar el registro. Ya en el interior de
la tumba nos apartamos del grupo principal y poniéndome la mochila
colgada al revés escondí la videocámara entre la mochila y el pecho.
Debido a su pequeño tamaño quedaba lo suficientemente disimulada como
para no ser vista pero permitía grabar a ciegas. En un par de ocasiones
estuvieron a punto de pillarnos, en una porque casi se me cae y en otra
por un reflejo de la lente. En cualquier caso logramos grabar en el
interior. Una vez fuera nos dimos cuenta de la tontería que habíamos
hecho pues corrimos el riesgo de que nos confiscaran la cámara y nos
pusieran una multa.
El valle en forma de embudo fue elegido
con el beneplácito de los faraones pero a los turistas nos viene fatal
pues en las horas centrales del día se concentra el calor alcanzando
fácilmente los 40ºC. Y la cosa no mejora cuando uno se introduce en las
tumbas. El calor, la mala ventilación y el gentío convierten la
experiencia en algo pegajoso y cansino. Aunque sin lugar a dudas el
esfuerzo merece la pena.
Introducirse en una tumba faraónica es
toda una experiencia que comienza nada más cruzar el umbral. El calor en
el interior es agobiante, y los escasos ventiladores estratégicamente
dispuestos si apenas logran remover el tórrido ambiente. Pero
rápidamente esa sensación claustrofobica se olvida ante las maravillas
que se descubren. Metros y metros de paredes primorosamente dibujados
dan idea de la magnitud de las tumbas. Solo con los jeroglíficos te
maravillas así que imaginándote las cámaras con todos los tesoros el
alma se te encoge. El largo corredor que conduce a la cámara funeraria
suele poseer una pasarela y una barandilla que facilita el descenso y
preserva la tumba. Tras la larga bajada comienza a sucederse a ambos
lados cámaras y más cámaras, que en su día guardaron todos los objetos
que el faraón se llevaría al otro mundo, incluido algún sirviente y
jóvenes damiselas. Tras múltiples recovecos y falsas puertas, que de
poco sirvieron, se llega a la cámara principal donde se aloja el
sarcófago vacío del faraón. Todas las paredes de la tumba, techos
incluidos, están primorosamente dibujados y adornados con jeroglíficos
de una elaboración exquisita. La observación detallada de las tumbas
supondría un tiempo ingente así que en nuestra finitud no podemos más
que repasar superficialmente la tumba, pensando que si nos quedáramos
encerrados en ella no tendríamos años suficientes como para explorarla
concienzudamente y en su totalidad.
4000 años de antigüedad, miles de
expolios, centenares de agresiones, decenas de profanaciones y aún
consigue transmitir una fuerza y una grandiosidad que asombran. Creemos
que es el aire viciado de la tumba las que nos dificulta la respiración,
pero es todo el poder condensado en una tumba la que nos encoge el alma
y nos hace consciente de la temporalidad y finitud del hombre.
Posteriormente nos dirigimos al Valle de
las Reinas. Este impresionante lugar de enterramiento fue construido
durante la XVIII Dinastía para enterrar a príncipes y princesas de
sangre real. Con la decadencia del imperio las tumbas fueron ocupadas
por personas que no eran de sangre real. Finalmente durante la
dominación romana en el lugar se realizaron enterramientos populares, y
fueron los coptos los artífices de su mayor destrucción ya que quemaron y
destruyeron numerosas tumbas. A excepción de la tumba de Nefertari (a
la que solo pueden acceder 150 personas al día tras pagar la astronómica
cifra de 100 libras egipcias) el resto de tumbas no tienen un interés
especial. Se acercaba el mediodía y el calor era asfixiante. Nos quedaba
por visitar la necrópolis de los príncipes dónde podían verse
sarcófagos construidos para príncipes no-natos. Sin embargo el calor era
tan agobiante que todos deseábamos que la excursión finalizase. De
vuelta a Luxor hicimos una parada en lo que supuestamente era una
fábrica de alabastro, dónde se esculpían artesanalmente las figuras. A
nuestra llegada cinco “artesanos” se encontraban a las puertas de la
fábrica “tallando” la piedra con muy poco arte. Tras la consabida charla
sobre la excepcional calidad de las tallas todos los excursionistas nos
dimos media vuelta y nos subimos a la furgoneta sin ninguna intención
de comprar. Allí seguían los “artesanos” trabajando. Pero hete aquí que
hubo un problema con la furgoneta, así que como vieron que tardábamos
mucho en salir, se cansaron de picar y uno a uno se fueron levantado y
se dedicaron a sus quehaceres reales: barrer, empaquetar, limpiar….La
función había terminado. ¡Qué país ¡
Ya en Luxor tuvimos que refugiarnos en un
restaurante pues el sol caía de pleno sobre la ciudad y era una locura
andar por sus calles. El aire era tan seco y cálido que parecía que
tenías un peso sobre el pecho que te impedía respirar. Por una vez
agradecimos que el servicio de los restaurantes en Egipto fuera tan
lento, pues eso nos permitió pasar bajo el aire acondicionado las peores
horas del día.
El
calor había remitido por lo que nos acercamos al paseo marítimo que se
encuentra a orillas del Nilo. En los amarres se alinean desde los
grandes barcos que realizan los cruceros a Asuán, hasta las pequeñas
falucas de uso privado o que realizan el trasbordo de orilla a orilla.
La falta de tiempo nos obligaba a desistir de un crucero por el Nilo de
varios días, sin embargo no estábamos dispuestos a prescindir de navegar
uno de los ríos más famosos del mundo así que alquilamos un faluca para
un breve paseo por el río, y fue una experiencia absolutamente
gratificante. Una vez pactado el precio capitán y grumete desplegaron
las velas para adentrarnos en las fuertes corrientes del Nilo. A pesar
de que le calor aún apretaba la refrescante brisa del río hacía muy
llevadera la travesía. Las limpias aguas del Nilo, invitan al
zambullirse en ellas, sin embargo este legendario río aunque ya
dominado, sigue poseyendo una fabulosa fuerza que puede terminar con
vuestras vidas. Tras dos horas navegando por el Nilo, el sol se ponía
tras el valle de los Reyes así que era momento de volver. La actividad
en los muelles era frenética pues todos los barcos y falucas se
disponían a atracar para pasar la noche. Los barcos plegaban sus velas y
echaban el ancla tras un duro día de trabajo. Los pescadores sacaban en
cajas lo capturado aquella tarde para ponerlo a la venta unas veces en
el muelle directamente, otras en los mercados nocturnos de la ciudad.
Sólo Luxor como antigua capital del
imperio puede contener en sus alrededores tal cantidad de majestuosos
templos. Su interés cultural se extiende a ambas orillas del Nilo. A un
lado el Valle de los Reyes, al otro el Templo de Karnac, el templo de
todos los templos de Egipto. Actualmente Lúxor ni tan siquiera es la
capital de su provincia, pero no le hace falta pues se sigue erigiendo
como principal destino turístico.
El templo se halla en el centro de la
ciudad. Construido por Amenofis III sus dimensiones son discretas ( 65m x
250m ) y desde él parte la avenida de las esfinges que lo une al templo
de Karnac situado a 3km. Lo más representativo del templo son dos
inmensas imágenes de Ramsés II (quien terminó el templo) y un magnífico
obelisco cuyo hermano gemelo se halla en la Plaza de la Concordia de
París.
Al anochecer el sol se oculta tras el
valle de los Reyes iluminando de una manera muy especial a toda la
ciudad. La luz cambia y con ella llega también el dios Seth en forma de
viento. Una vez que el Amón se retira Nut se hace dueña de la noche y
cubre la ciudad con su velo de estrellas. Es el momento de pasear a
orillas del río, de disfrutar de los puestos de comida y de la música
ambiental. Solo la noche permite al cuerpo retomar nuevas energías para
afrontar otro duro y caluroso día.
KARNAC
Aunque carezca de ese halo de misterio
que rodea a las grandes pirámides, el Templo de Karnac es la mayor
construcción de todo Egipto y el más importante del Imperio Nuevo de
Egipto. Pertenece al género de construcciones a las que Champollion
denominó arquitectura de gigantes, su tamaño es considerable, pues al
Templo primigenio se le fueron añadiendo más y más extensiones según se
iban sucediendo las Dinastías. Su construcción la inició Amenofis III en
el siglo XIV a. C. y fue finalizada por Ramsés II. Actualmente tiene
una longitud de 1`5km por medio km de ancho. De ahí que, para poder
disfrutar de él en su totalidad sea necesaria media jornada intensiva.
Sin embargo, es un lugar ineludible en toda visita a Egipto ya que andar
entre las columnas de su sala hipóstila te transporta literal y
virtualmente a la época faraónica.
La mejor forma de llegar al Templo es
mediante una calesa (carruaje tirado por caballos), ya que te acerca al
templo de una manera original y puedes quedar para que te recoja a la
hora convenida de nuevo en las puertas del Templo. La aproximación al
Templo se realiza a través de lo que queda de la avenida de las esfinges
que lo une al Templo de Luxor.
Esta avenida conduce al primer pilono o
pórtico del templo, de 65m de anchura, decorado con bajorrelieves que
representan las campañas militares de Ramsés II contra los hititas.
Pasando el pórtico nos encontramos en el primer patio en cuyo centro se
situaban dos filas de monumentales columnas que señalaban una calle en
medio del inmenso patio. En la actualidad solo hay una restaurada en
pié. En este patio también veremos un pequeño templo a la izquierda con
tres capillas dedicadas a diferentes deidades, el Templo de Ramsés III a
la derecha y una enorme estatua que representa a Ramsés II con una de
sus hijas. Estos patios a los que el pueblo tenía acceso, conducía a la
sala hipóstila, o antesala del santuario donde se conservaba y “atendía”
la estatua de la divinidad. Estas grandes “naves” tenía sus techos de
piedra, aunque en la actualidad estén derrumbados, y se iluminaban
gracias a que sucesivamente las naves iban disminuyendo en tamaño de tal
forma que al final de cada sala, como la siguiente era más baja, se
podía colocar unas ventanas en el peristilo. Este sistema hacía que las
últimas salas, las dedicadas a las deidades y los ritos, fueran muy
bajas por lo que la iluminación era menor, lo que las confería una
penumbra misteriosa haciendo más enigmática la morada del Dios.
Traspasando el segundo pilono nos
encontramos en la fascinante sala hipóstila. Su belleza y grandeza nos
dejará boquiabiertos: 152m de largo por 51 de ancho. El techo era
sostenido por 134 columnas distribuidas en 16 filas, las 12 centrales de
una altura de 21m por 10m de circunferencia, las laterales de 13m. Esta
sala era demasiado grande para iluminarla a través del peristilo por lo
que se construyó una claraboya. Pasear entre ellas, jugando con las
sombras es una experiencia fascinante. Toda la sala está delimitada por
altos muros profusamente labrados, e incluso en algunas zonas es posible
apreciar la policromía de los relieves.
Posteriormente iremos atravesando
sucesivos pilonos para ir llegando al centro del Templo donde se alojaba
la deidad. En el camino podremos disfrutar de obeliscos, estatuas,
columnas y relieves varios que hacen de la visita un deleite y sin duda
algo único en el mundo.
Siempre he pensado que tenemos cierta
vena masoquista. Si no, no se entendería porque elegimos los primeros
asientos del autobús que nos llevarían a Hurgada. ¿Acaso queríamos ver
la muerte de cerca?. Cinco horas de viaje mas tarde llegamos a la
estación de autobuses y como éramos los únicos turistas que se bajaban
del autobús decenas de ganchos se abalanzaron de forma muy desorganizada
sobre nosotros. Tal era su necesidad que nos empujaban y nos
arrinconaban contra el autobús. La situación era muy desagradable y muy
tensa, pero súbitamente un hombre vestido de calle pero pistola en mano
se interpuso entre ellos y nosotros y los ordenó que se apartaran y se
pusieran en fila para ofertarnos civilizadamente sus hoteles. Supusimos
era la policía turística. Tras valorar las posibilidades optamos por uno
barato ya que era el final del viaje y andábamos justos de dinero. La
ciudad no ofrece mucho, así que tras comprobar la imposibilidad de
alquilar un barco por varios días nos apuntamos a una excursión de
buceo. La salida se iniciaba a las 9 de la mañana y regresabas a puerto a
las 5 de la tarde, con material de snorkel, bebida y comida incluido
nos salía por 1800pts. Dentro del barco reinaba un ambiente muy
distendido y pasamos unas agradables jornadas de buceo. Un auténtico
placer que nos sirvió para relajarnos y retomar fuerzas tras los duros
días de turismo. Ya a la tarde subimos a la habitación para descansar
antes de ir a dar una vuelta por la ciudad. De repente llaman a la
puerta. Abrimos y es el joven recepcionista que nos pregunta si tenemos
gel de baño. Le respondemos afirmativamente y se lo ofrecemos. Tras
cogerlo entra en la habitación y ni corto ni perezoso se mete en el baño
y se da una placentera ducha. No creíamos lo que nos estaba pasando.
Tras la rápida ducha nos devuelve el champú y nos desea una feliz tarde.
¡Si no lo vemos no lo creemos!.
HURGADA
Hurgada es la mayor ciudad del Mar Rojo
pero está exclusivamente orientada al turismo así que si vais será sólo
por sus arrecifes coralinos ya que del pequeño pueblo de pescadores no
queda nada.
Las particulares características de sus
aguas hacen de sus fondos marinos uno de los principales destinos de
buceo del mundo, tanto del de superficie como del de profundidad. La
variedad de especies es muy grande y sin lugar a dudas disfrutaréis de
cada inmersión.
Sus playas están formadas de una finísima
arena mezclada con fina tierra por lo que mojada le da un aspecto algo
fangoso, sus aguas terriblemente calientes invitan al baño aunque no
alivien en demasía el sofocante calor de la zona.
Tras un paseo por la ciudad y una
suculenta cena retornamos al hotel, el recepcionista al vernos llegar
nos invitó a subir a la terraza. Allí estaban los tres jóvenes que
regentaban la pensión, plácidamente tumbados mirando las estrellas y con
unas cervezas bien frías. Nos invitaron a tomar una y a sentarnos junto
a ellos mientras disfrutábamos del maravilloso cielo nocturno de
Hurgada. Supongo que pensamos “lo comido por lo servido” así que allí
pasamos un par de horas la mar de relajados.
El desayuno iba incluido en el precio,
aunque lo que no sabíamos era que para que nos lo hicieran teníamos que
despertar al cocinero que dormía en un colchón tirado en el suelo del
comedor. Así que tras despertarle, y nos costó un rato, recogió su
colchón y se dispuso a hacernos el desayuno. Cada día estábamos más
alucinados. El autobús a El Cairo no salía hasta las 14 horas así que
disponíamos de toda la mañana para fisgonear por las tiendas de la
ciudad. Cometimos un error de principiantes al dejar a la improvisación
la compra de los billetes de vuelta de autobús ya que cuando a las 12h
el recepcionista nos acercó a la estación de autobuses los billetes se
habían agotado para los de las 13, 14 y 15h. Siempre y cuando no
sobornáramos al vendedor de billetes. No teníamos prisa, y como en el de
las 16h sí había plazas le dijimos que no, que nos vendiera dos
billetes para ese autobús. Teníamos tiempo así que nos dirigimos a una
taberna cercana. Allí bebimos unos refrescos Mientras esperábamos se nos
acercó un alemán y comenzamos a charlar. Nos invitó a unos cuantos
chupitos de Ron cubano, que él suministraba a ese bar y nos contó sus
años de experiencia en Egipto. Quiso la diosa fortuna que nos pidiera le
enseñáramos los billetes de autobús, porque así pudimos comprobar como
el cabrón del dependiente nos había vendido dos billetes de autobús pero
para horas distintas uno para las 16h y otro para las 18h!!.
Afortunadamente él llevaba años en Hurgada así que fue a la taquilla y
lo arregló.
El viaje de vuelta a El Cairo fue una
auténtica tortura. Tuvimos la mala suerte de que nos tocaran los
asientos que se hallaban encima del motor así que todo el calor se
transmita a nuestros cuerpos. Además el espacio entre asiento y asiento
era minúsculo y nos obligaba a ir de lado para poder meter las piernas.
Recordamos aquellas 6 horas de autobús como las peores de nuestras
vidas.
Nueve días para un país tan vasto e
interesante como Egipto es del todo insuficiente pero lo disfrutamos
como si la vida nos hubiera ido en ello, y a veces a buen seguro que así
fue.