Llevábamos
más de mes y medio viajando y no había sido precisamente un viaje fácil,
especialmente al inicio, así que estábamos cansados. No nos apetecía seguir
levantándonos cada mañana y tener de tomar decisiones desde el principio, tener
que negociar cada paso, tener que estar planificando cada nuevo destino.
Necesitábamos días de relax, de viajar por zonas conocidas, que nos siguiera
permitiendo disfrutar del viajar pero sin que supusiera un gran esfuerzo, estando
cómodos por andar sobre sitios ya conocidos. Era momento de disfrutar de Bali.
Salir de
Munduk y llegar a Ubud iba a ser bastante complicado y para nada barato porque
íbamos a tener que hacer muchos transbordos, así que decidimos echarnos un
largo y alquilar un taxi.
En poco más
de dos horas estábamos en la Monkey forest. Chequeamos un par de alojamiento y
finalmente nos decantamos de nuevo por el mismo hotel de la última vez que
estuvimos en Ubud. Tenía una piscina maja, era ajustada de precio y las cabañas
estaban rodeadas de un jardín tranquilo.
Pronto nos
dimos cuenta de que Ubud había cambiado desde la última vez que la visitamos, o
quizás también nosotros. El caso es que nos pareció saturada, demasiado
turística y que soportaba un crecimiento desmedido. Los hoteles se ampliaban
sin respetar ni las distancias ni las alturas, de tal forma que se perdía esa
sensación de tranquilidad que se tenía en los alojamientos de Ubud. Ahora los
hoteles estaban pegados unos a otros, los campos de arroz cada vez eran más
pequeños y escasos…cada vez se parecía más a Kuta. El comercio también había
cambiado. Las tiendas de arte y artesanía perdía la batalla frente a restaurantes
y tiendas claramente dirigidas al turismo “banana pancake”. El tráfico había
aumentado considerablemente y las caravanas en las calles principales de la
ciudad eran una constante. El mercado local había sufrido una profunda
transformación y se había ampliado. Ahora los puestos más tradicionales se
habían perdido y el nuevo mercado no se diferenciaba de cualquier otro,
demasiado occidental.
Pero Ubud
seguía siendo un buen lugar para pasar unos días, y bastaba salir del centro,
centro que cada vez era más grande, para encontrar zonas con menor presión
turística.
Ya habíamos
visitado los principales puntos turísticos de la zona así que dedicamos los
días a pasear, ojear y visitar las tiendas de artesanos más alejados del
centro. Gran parte del día también lo pasábamos disfrutando de la piscina y
leyendo tumbados en las hamacas.
Nos
sentíamos cómodos casi como en nuestra segunda casa.