sábado, 10 de diciembre de 2011
viernes, 9 de diciembre de 2011
jueves, 8 de diciembre de 2011
miércoles, 7 de diciembre de 2011
martes, 6 de diciembre de 2011
lunes, 5 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
viernes, 2 de diciembre de 2011
jueves, 1 de diciembre de 2011
domingo, 30 de octubre de 2011
30. Camino a Tailandia
Una moto-remolque nos viene a buscar al hotel media hora antes de lo previsto. Nosotros aún desayunando engullimos a toda velocidad pensando que el autobús estará esperándonos. Nada más lejos de la realidad, la moto nos lleva al restaurante de otro albergue cercano a que sigamos esperando mientras recoge al resto de viajeros. Una hora más tarde llega el autobús.
La carretera que une Siem Reap con Poipet es nueva. No así
nuestro autobús que parece de los picapiedra. El viaje transcurre sin
incidentes pero poco a poco notamos que la potencia del aire acondicionado cada
vez es menor y mayor el olor a goma quemada. Paramos en mitad de la carretera.
El conductor llama por teléfono y caja de herramientas en mano baja del
autobús. Le oímos trastear aquí y allá. A los pocos minutos vuelve. Arranca el
autobús, deja abierta la puerta, apaga el aire acondicionado y emprende la
marcha. Bueno, mientras siga andando el calor lo podemos mitigar abriendo las
ventanas. A los pocos kilómetros el olor a goma quemada vuelve. De nuevo para
el autobús. Esta vez accede al motor en marcha desde el interior. Al
desatornillar la trampilla los gases de combustión llenan el interior del autobús.
Ni tan siquiera las ventanas abiertas logran hacer más respirable el aire. La
mayoría nos bajamos mientras esperamos a que arregle lo que sea que está
estropeado. Al cabo de unos minutos nos manda volver al autobús y seguimos
camino. Pero bien podíamos habernos quedado fuera y seguir al autobús andando
pues éste no va a más de 10 kilómetros hora. Vuelve a llamar por teléfono
buscando una respuesta y nosotros rezamos buscando la intervención divina. No
sabemos cuál de las dos cosas da resultado pero al cabo de quince minutos el
olor a quemado desaparece y el conductor acelera. Al menos parece que no nos
vamos a quedar tirados.
Una vez en la frontera nos colocan una pegatina en función
del destino en Tailandia y nos mandan cruzar la frontera sin más explicaciones.
Poipet se ha hecho famoso por albergar un montón de casinos
en tierra de nadie, al que acuden los tailandeses en masa para apostar, ya que
en su país está prohibido. No deja de ser curioso que un país comunista como
Camboya sea la meca del juego y el dinero para los tailandeses.
El control fronterizo del lado camboyano es muy lento. Lo
que más nos sorprende es no tener que sobornar a ningún funcionario.
Andamos los 300 metros que nos separan del lado tailandés
mientras vemos las ostentosas entradas de los casinos y cómo los autobuses
directos de Bangkok desembuchan a decenas de ávidos jugadores con los bolsillos
llenos de baths.
Como no puede ser de otra forma el control fronterizo
tailandés es más ordenado y eficiente. El problema viene después. No sabemos
dónde esperar. Las distintas agencias de transporte están repartidas en varias
pequeñas paradas de bus pero no sabemos cuál es la nuestra. Un supuesto enlace
nos indica una pequeña tienda de refrescos para después desaparecer. Sentados a
la sombra esperamos durante casi dos horas a que alguien nos indique algo.
Justo cuando nuestra paciencia está a punto de terminarse llega una minivan.
Tras descargar a los pasajeros que van hacia Camboya nos suben a nosotros.
Cinco horas después estamos en nuestra querida Bangkok, que
aún amenazada de inundación no pierde el pulso ni la actividad.
lunes, 24 de octubre de 2011
24. Angkor
Angkor es sin duda una de las maravillas arqueológicas más
importantes del mundo pero su masificación y explotación le resta encanto. La
arquitectura de los templos, y su ubicación en medio de una selva, lleva
implícito la necesidad de verlos en soledad y lentamente. Solo así es posible
apreciar la magnitud de la obra y sumergirse en la atmósfera que se creó al
conjurar la mano del hombre con la de la naturaleza. Desgraciadamente solo los
primeros visitantes de Angkor, allá por principios del siglo XX, pudieron
disfrutar de tales condiciones.
Hoy es totalmente imposible conseguir recrearse de esa
atmósfera en unos pasillos atestados de gente, o escuchar el sonido de la selva
ahogado por el ruido de los motores de los “tuk-tuk”. Es inevitable y no puede ser de otra manera pero
Angkor ha muerto de su propio éxito.
Parece convertido en un parque temático. Cada día centenares
de turistas recorren los templos de Angkor en una especie de éxtasis colectivo
que lleva a todos por los mismos sitios. La falta de infraestructura turística
de interés en Camboya ha convertido a Angkor en una excursión añadida al viaje
a Tailandia, su país vecino, turísticamente mucho más poderoso. Así que pocos
son los que emplean más de tres días en recorrer las ruinas. Con un tiempo tan
limitado y un enclave arqueológico tan vasto uno no puede evitar los circuitos
clásicos si no quiere perderse lo templos más impactantes de Angkor. La
decisión es muy difícil: realizar un recorrido por los templos menos
importantes e intentar empaparse del espíritu de Angkor, o claudicar y unirse a
la marabunta de turistas y “visitar”, más que disfrutar, de sus templos más
impactantes. Incluso nosotros que pudimos vivir ambas experiencias nos
mostramos reticentes a la hora de aconsejar. Pero una cosa tenemos clara: Angkor
se disfruta más, cuanto menos turistas haya y más tiempo le dediques. Y ni lo
uno ni lo otro es fácil de tener.
Junto con la masificación el transporte por el recinto es
otra de las cosas que más daño hace a Angkor. Basta con ponerse en la puerta
sur de Angkor Thorn para darse cuenta de la cantidad de vehículos que la
atraviesan cada día. Es espeluznante la presión automovilística que soporta
Angkor, y no parece que haya visos de solución. Una empresa coreana ha
introducido vehículos eléctricos pero dudamos mucho que se conviertan en norma,
al menos en los próximos años, pues la presión de todos los conductores de
“tuk-tuk” que sobreviven gracias a Angkor tiene que ser enorme. La bicicleta se
muestra como el medio de transporte más ecológico y sostenible de todos pero no
debemos olvidar que la extensión de Angkor es enorme y no todas las personas
que lo visitan tienen la capacidad física como para hacerlo. Se ha creado una
red de senderos que unen los distintos templos de Angkor pero aquí además de
fortaleza física se necesita tiempo algo de lo que carecen la mayoría de
turistas. Una vez más Angkor se encuentra en una encrucijada de difícil
solución a corto y medio plazo.
Antes de caer enfermos alquilamos unas bicicletas para
recorrer Angkor. La zona es arbolada y llana ideal para pedalear. Además las
señales son suficientes e incluso anuncian la distancia kilométrica. Si se
puede es la primera opción.
Después de varias semanas abriéndose paso entre la
impenetrable maleza de la selva camboyana, luchando contra plagas de mosquitos,
serpientes, tigres y otras adversidades inenarrables, el naturalista francés
Henri Mouhot, que andaba perdido en busca de nuevos insectos para clasificar,
levantó su vista ante lo que sería uno de los mayores descubrimientos de la arqueología,
se encontró con un espectáculo imponente y maravilloso, engullido literalmente
por la selva tropical permanecía oculto y olvidado de la memoria colectiva, el
mayor conjunto arquitectónico religioso del mundo, un lugar creado por el
hombre hacía más de 1000 años, Angkor, la “Ciudad Sagrada” de los khemeres, al
norte de la actual Camboya, era el año 1860.
Según nos relata una leyenda, el reino de los khemeres tiene
un origen divino, pues fue la unión conyugal entre un sadhu y una apsara lo que
propicio el nacimiento de este linaje; el dios Shiva entregó al sabio asceta
Khambu la ninfa llamada Mera con la condición de crear una civilización a
partir de un linaje real que otorgara grandeza para aquellas tierras, lo que
dió fruto a varios descendientes, estos últimos fueron conocidos como los
“Khambuya”, literalmente “los hijos de Khambu”, el primer linaje sagrado de
Camboya conocido como “la dinastía del Sol”, que con el tiempo originó la
estirpe de reyes de Angkor, posteriormente llamados Khmer.
El primogénito de Khambu y Mera, Sreshthavarman, fundó la
mítica capital llamada Sresthapura cerca del sagrado rió Mekong, creando lo que
sería el primer estado Hindú del Extremo Oriente conocido como "Chenla”.
Como era tradición en el reino de Chenla, los soberanos de
este nuevo estado eran elegidos por su capacidad de protección y de poder, por
eso todos los reyes de esta cultura incluían un sufijo a su nombre –varman,
cuyo significado es “el protector”. Los primeros monarcas tuvieron la capital
de este nuevo reino en Sambor Prey Kuk, pero no sería hasta la llegada del
monarca Jayavarman I (657-681) que el núcleo de la civilización se concentraría
en Angkor, antigua palabra sánscrita que significa “ciudad”.
Jayavarman II fue el primer soberano Khemer que empezó a
darle forma al complejo sagrado de Angkor, realizó los primeros trazados y
construyó la primera pirámide escalonada del complejo como un reflejo del orden
del universo y de la nueva sociedad que estaba floreciendo, la sabiduría de su
civilización fue esculpida en Angkor siguiendo los preceptos del “Sthapatya
Veda”, la Ciencia Védica para la construcción de arquitectura sagrada de
acuerdo con las leyes del universo. Concebido desde el primer momento para
albergar la esencia de lo divino, Angkor se fue convirtiendo en la mayor
ciudad-templo del mundo, el complejo religioso más grande creado por el hombre.
Encontramos en el antiguo idioma khemer una frase
significativa sobre la organización y esencia del reino, “Kamraten jagat ta
rajya”, el termino “jagat” se traduce como “flujo del universo” y “rajva” como
“estabilidad u orden en la tierra”, el concepto de esta frase a nuestro idioma
sería la idea de la aplicación de las leyes universales en la tierra, un
reflejo de lo divino en lo terreste, donde el soberano (Devaraja) es el garante
del orden del universo aplicado en la tierra. La esencia de estas ideas y
representaciones arquetípicas, encuentran el equivalente de la figura de un
Rey-Dios en otras culturas como la babilónica, la egipcia o la maya, donde tenemos
grandes estructuras sociales y complejos sagrados con las mismas
características y finalidades, la voluntad del ser humano en pos de armonizarse
con el universo y la divinidad.
A lo largo de más de setecientos años los monarcas Khemeres
consiguieron mantener esa esencia y fueron ampliando la idea de Jayavarman II,
la expresión de su filosofía la plasmaron en imponentes templos de piedra,
enormes complejos sagrados dotados de bibliotecas de estudio donde se
almacenaban los textos de Sabiduría, tratados de astronomía, de matemáticas, de
ciencia y de religión, los artesanos esculpían magistralmente a los dioses,
asuras y devas; siglo tras siglo los ciudadanos del Angkor se convirtieron en
fuertes guerreros, en campesinos, en hábiles artesanos y comerciantes y a la
vez en sacerdotes, historiadores, escritores y escultores que en lugar de
escribir a pluma lo hacían a cincel en las paredes de los templos, trabajando
hasta el último centímetro de piedra con algún motivo, ya sea histórico,
mitológico o puramente religioso.
El complejo de Angkor tiene dos zonas destacadas, una se
conoce como Angkor Thom, palabra actual del idioma khemer que quiere decir
“gran”, así pues significa “La gran ciudad” y el otro lugar es Angkor Wat, “La
ciudad del Templo”. Actualmente en Angkor sobreviven cerca de 400 templos y
templetes en comparación de los más de 1000 que albergaba esculpidos en piedra
arenisca rosada.
Cuando centramos la atención en “La gran ciudad” (Angkor
Thom) esta nos abruma con sus dimensiones, cubre un área de tres kilómetros
cuadrados protegida por un muro de ocho metros de altura y un espectacular foso
que rodea todo la muralla, dentro se ubican algunos de los monumentos más
impresionantes de todo el recinto arqueológico. Para acceder a esta maravilla
de la antigüedad hay que atravesar una de las cinco puertas de acceso de 25
metros de altura, estas llevan esculpidos los colosales rostros del Bodhisattva
Lokesvara, que a la vez tienen los rasgos del monarca Jayavarman VII , en la
parte inferior de las puertas cabalga el dios Indra a lomos del elefante
tricéfalo
Airavana, vehículo celestial del dios, las trompas de los elefantes arrancan flores de loto del lecho del río, sirviendo los tallos arrancados como soporte al conjunto. Según palabras de Zhou Da-Guan, que fue funcionario de la corte imperial china a finales del s. XIII y pudo conocer al imperio khemer en todo su esplendor y que además, nos consta como el único testigo presencial de aquella época de esplendor, escribió sobre los ciclópeos muros de Angkor Thom:
Airavana, vehículo celestial del dios, las trompas de los elefantes arrancan flores de loto del lecho del río, sirviendo los tallos arrancados como soporte al conjunto. Según palabras de Zhou Da-Guan, que fue funcionario de la corte imperial china a finales del s. XIII y pudo conocer al imperio khemer en todo su esplendor y que además, nos consta como el único testigo presencial de aquella época de esplendor, escribió sobre los ciclópeos muros de Angkor Thom:
"Las
murallas de la ciudad miden unas cinco millas de circunferencia. Cuentan con
cinco puertas, cada una con pórticos dobles... Extramuros se extiende un gran
foso, sobre el cual acceden a la ciudad cinco enormes pasarelas. Jalonando
estos caminos, cincuenta y cuatro divinidades que semejan pétreos señores de la
guerra, enormes e imponentes…"
Zhou Da-Guan, nos
contaba que “…frente a las puertas surgen pasarelas adornadas por cincuenta y
cuatro dioses de dulces ojos almendrados y demonios con ojos esféricos y
malévolos que sostienen poderosas serpientes nagas de múltiples cabezas…”.
Angkor Thom como
morada simbólica de los dioses es conocido por sus “templo-montaña” pues son
una representación en piedra del monte Meru, lugar donde residen los dioses
hindúes. El primero en establecer esta tradición sería Suryavarman II
(1113-1150) aunque el mayor de los templos de estas características sería
Angkor Wat que no se terminaría hasta la llegada de Jayavarman VII (1181-1218)
que hizo posible la finalización de este inmenso templo logrando que el imperio
khemer alcanzara su época dorada. Dentro de Angkor Thom encontramos uno de los
templos más bellos de todo Angkor, El Bayon, el templo oficial de Jayavarman
VII, según se cree, el monarca quería consagrarlo a todas las religiones de su
reino: hinduismo, budismo e islamismo, religión que profesaba el recién
conquistado reino de Cham, este templo es particularmente conocido porque esta
coronado con cincuenta y cuatro torres y 216 rostros del Bodhisattva Lokesvara.
Angkor Wat resulta algo excepcional para cualquier
construcción de cualquier época, el complejo en sí mismo es un mándala de
proporciones perfectas y extremadamente hermoso, se ideó puramente como morada
de los dioses, un macro calendario cósmico habilitado para que residan los
millones de divinidades hindúes, ni los reyes ni los habitantes del reino
vivían en aquellos complejos sagrados, estos templos no eran un lugar de
reunión u oración para fieles, el acceso al interior del recinto estaba
prohibido a todo el mundo, únicamente los monjes encargados de los menesteres
del dios, que se cuidaban de vestirlo y ungirlo cada día podían atravesar los
sagrados umbrales.
Su construcción no fue una tarea fácil, el monte Meru esta coronado por 5 picos y rodeado por un océano, la organización debió de ser muy compleja para poder realizar semejante proeza arquitectónica, se construyó un enorme foso-embalse de 150 metros de ancho y una muralla de más de 3,5 km de longitud, el acceso al centro del recinto se realiza a través de una calzada de piedra de 99 metros de longitud, que en si mismo ya es de extraordinaria dificultad y que nos conduce al interior donde se alzan 5 torres en forma de loto cerrado y más de 60 metros de altura, ocultando en el corazón del templo un Santo Santorum de apenas 12 m2. Tras investigaciones realizadas a principios de los años 70 se estableció que el templo, además de cumplir con su carácter espiritual, sirvió como observatorio astronómico donde el sol se alineó en sus solsticios con la entrada occidental del templo, todo el complejo está relacionado matemáticamente con observaciones astronómicas, se dice que las medidas exteriores e interiores están hechas a escala de estos parámetros y detallan de forma precisa distancias entre la tierra y algunos astros como el sol y la luna.
Su construcción no fue una tarea fácil, el monte Meru esta coronado por 5 picos y rodeado por un océano, la organización debió de ser muy compleja para poder realizar semejante proeza arquitectónica, se construyó un enorme foso-embalse de 150 metros de ancho y una muralla de más de 3,5 km de longitud, el acceso al centro del recinto se realiza a través de una calzada de piedra de 99 metros de longitud, que en si mismo ya es de extraordinaria dificultad y que nos conduce al interior donde se alzan 5 torres en forma de loto cerrado y más de 60 metros de altura, ocultando en el corazón del templo un Santo Santorum de apenas 12 m2. Tras investigaciones realizadas a principios de los años 70 se estableció que el templo, además de cumplir con su carácter espiritual, sirvió como observatorio astronómico donde el sol se alineó en sus solsticios con la entrada occidental del templo, todo el complejo está relacionado matemáticamente con observaciones astronómicas, se dice que las medidas exteriores e interiores están hechas a escala de estos parámetros y detallan de forma precisa distancias entre la tierra y algunos astros como el sol y la luna.
Nada conocemos de la desaparición del imperio Khemer y el
olvido su antigua sabiduría, los hombres que leían el universo y aquellos que
sabían interpretar los símbolos de las piedras se desvanecieron y la selva
reclamó su lugar engullendo literalmente a los templos que tras los años fueron
habitados por mojes budistas y que actualmente dan vida al lugar sagrado pero,
no sería hasta bien entrado el siglo XX que se realizarían las primeras tareas
de limpieza de modo sistemático, se habilitaron los enclaves más importantes
para visitas turísticas y se preservaron algunos templos tal cual fueron
encontrados para que ha día de hoy, podamos reflexionar sobre el gran poder de
la naturaleza y los misterios que esta ha podido engullir a lo largo de miles
de años.
domingo, 23 de octubre de 2011
23. Siam Reap
Desayunamos en un local de buffet. Nos damos más prisa de lo habitual pues quizás podamos coger el autobús de las siete y media pero cuando llegamos ya no hay plazas libres así que tenemos que esperar al de las ocho. Sólo quedan los últimos asientos y eso lo vamos a lamentar todo el viaje pues estos asientos se sitúan justo encima del motor. El calor está asegurado.
Estamos al final de la estación lluviosa. Un año
especialmente húmedo. Desde la carretera vemos grandes extensiones de tierra
anegada por el agua. El ganado desplazado por el agua se estabula ahora en los
arcenes de la carretera. Durante kilómetros no vemos más que vacas pastando en
sus pesebres a la sombra. Junto a las vacas; cerdos y pollos hacen compañía.
Los patos y los gansos están en su paraíso particular. La crecida de las aguas
no discrimina y anega tanto campos como pueblos.
Conforme va avanzando la mañana la temperatura de nuestros
asientos aumenta. El aire acondicionado es del todo insuficiente y pasamos
mucho calor. No queda más que sufrir durante las seis horas que dura el viaje.
Lo pasamos con humor. El humor es fundamental para viajar; ayuda a pasarlo
genial en lo buenos momentos y a que los malos parezcan menos malos.
Siem Reap muestra una gran actividad. Toda la maquinaria económica
de la ciudad se mueve con la gasolina del turismo. Parce que cada edificio de
la ciudad solo alberga algún negocio relacionado con el turismo.
Alquilamos unas bicicletas y nos dirigimos a las oficinas
del parque arqueológico de Angkor para comprar el pase de una semana. Queremos
ver Angkor con tranquilidad. Es una maravilla del pasado que no merece menos.
La noche cae sobre la ciudad pero eso no mitiga la
actividad. Hoy estamos cansados… quizás mañana si Angkor nos deja.
sábado, 22 de octubre de 2011
22. Phnom Penh
Debemos ascender hasta Siam Reap pero hacerlo de golpe supondría más de 12h de autobús así que vamos a hacer una parada técnica en la capital, una ciudad siempre agradable. Parte de la ciudad se encuentre anegada por la crecida del río Mekong. Pero es envidiable la absoluta naturalidad con que los lugareños viven estas inundaciones. Es como si no viesen el agua. Llevan una vida decididamente normal, no alteran en nada su vida cotidiana. Las tiendas siguen abiertas aunque el agua levante más de dos palmos. El mercado sigue lleno de mercancías. Los puestos que habitualmente se sitúan en el suelo lo hacen ahora en precarias e improvisadas plataformas. Algunos transeúntes calzan altas botas de goma pero la gran mayoría andan como si el agua no existiese. La vida sigue. La sociedad camboyana entiende perfectamente de vida dura.
viernes, 21 de octubre de 2011
21. Koh Kong
Solo son las 8 de la mañana y hace un calor insoportable. Mientras buscamos un sitio por la ciudad para desayunar nuestras zapatillas se funden con el asfalto. Ya estamos empapados en sudor. Para acrecentar nuestro calor tomamos un café bombón caliente, claro, porque como no hay electricidad no tienen hielo. Alquilamos unas bicicletas y nos dirigimos hacia el sur siguiendo el río. El calor se va mitigado por la brisa. Nos paramos de nuevo en el pequeño puerto del pueblo. No hay mucha actividad. Es un poco tarde para los horarios marineros. Atravesamos el puerto comercial. A lo lejos los grandes buques descargan su mercancía líquida en los silos. Llegamos hasta una pequeña villa marinera. No vemos ninguna mezquina pero los velos de las mujeres nos indican que su población es musulmana. No están acostumbrados a ver “falangs” así que nos miran con cara de asombro y curiosidad a partes iguales. Como todas las villas marineras de Asia, los cimientos de los palafitos se hunden en la basura. Un “totum-revolutum” de plásticos, fango, agua, desechos vegetales y animales que levanta varias pulgadas del nivel del suelo original. Los plásticos flotan cubriendo el río varios metros más allá de la orilla. Como una masa compacta y flexible se mueve con el vaivén de las olas que generan los barcos.
En hileras, las casas se adentran como dedos en el río. Cada
“dedo” está formado por una decena de casas, cada cual más precaria. Pero lo
que es verdaderamente precario, y a veces hasta peligroso, son las pasarelas de
madera que unen las casas. Su madera, podrida por el mar y la lluvia, se
bambolea y cruje peligrosamente bajo nuestros pies. En esta parte, el río no es
profundo pero tampoco agradable. Pero no nos da tiempo para fijarnos en esas
cosas. ¡Son tantas las imágenes costumbristas y de la vida diaria que nuestros
ojos ven! Sus moradores son en extremo amables. No nos miran con ojos recelosos
ni suspicaces sino con verdadera curiosidad y alegría. Nos abren paso, nos
dejan invadir ese espacio tan personal y privado como es el hogar. Tomamos
fotos sin que nadie nos amoneste. Es más, les encanta posar con sus hijos y
amigos. Unos nos enseñan a su bebe recién nacido, otros su pescado puesto a
secar al sol; y los niños....Los niños nos enseñan su risas y su alegría. Corren
con nosotros por las pasarelas con una destreza envidiable. Nosotros parecemos
jirafas andando sobre aceite. Nos conducen hasta la abuela que dormita a la
sombra en una hamaca, hasta el abuelo que sumergido intenta enderezar una
barca, hasta el hermano que con la cara y las manos llena de aceite arregla un
motor, hasta la madre que lava afanosamente la ropa en un barreño. Todos nos
sonríen y nosotros les devolvemos la sonrisa con creces. No dejamos de dar las
gracias y de observar lo que nos rodea. Ya no vemos la basura, ya no vemos la
miseria. Ahora vemos personas que intentan salir adelante en un entorno hostil.
Vemos vínculos familiares perdidos en occidente. Vemos a niños felices de tener
lo que tienen. Pero también vemos los ojos del pescador que alzando su red la
ve vacía. Vemos el pie de una niña que una infección se lo está comiendo.
Pasamos de la risa al lloro en un solo parpadeo.
De nuevo en tierra firme nos sentamos a la sombra y pedimos
un refresco. Los niños nos rodean, quieren que les sigamos sacando fotos. Les
encanta verse. Ríen con locura con cada foto que les hacemos. No piden nada más
a cambio. Estamos tentados de comprarles un refresco pero no creemos que sea
bueno. Les damos lo único que creemos no le hace mal; sonrisas, juegos
y….fotos, sobretodo muchas fotos.
De nuevo en la bicicleta nos dirigimos hacia los manglares.
La reserva Natural de Peam Krasaop está anclada en un
sinnúmero de islas e islotes aluviales. Alardea de poseer una vasta extensión
de manglares que protegen la costa de la erosión y dan cobijo a infinidad de
pequeños animales aéreos, terrestres o acuáticos. Su conservación es tan importante
como la de la selva tropical pues no solo es el mejor sistema conocido para
defender la costa de un tsunami sino también porque es fundamental para gran
cantidad de vida animal y sobretodo porque es un ecosistema muy frágil que está
desapareciendo rápidamente en muchas zonas del sudeste asiático. La zona está
prácticamente deshabitada salvo pequeñas aldeas de pescadores que viven de la
pesca artesanal respetuosa con el medio ambiente, una vez desaparecida la pesca
con dinamita.
Pagamos rigurosamente la entrada, 5.000riel para “falangs”
3.000 para camboyanos, y nos adentramos en los manglares gracias a unas
pasarelas de hormigón. Se agradece la sombra. De la pasarela principal surgen
pasarelas más pequeñas que se adentran a un más en la intrincada red de raíces
que forman el manglar. Durante más de una hora recorremos el bosque. No hay
mucha vida animal en esa zona, la presencia humana no ayuda a ello. Pero
estamos seguros que en sus más de 260 kilómetros cuadrados de extensión hay
zonas con menos presencia humana y más de vida salvaje. No nos importa no
verlos nos basta con saber que está ahí. Al igual que los delfines del
Irrawaddy que sabemos se ocultan bajo la protección de la lámina de agua. La
hora más propicia para verlos es a primera de la mañana cuando entran al
estuario. No es nuestro caso pues casi son las dos de la tarde.
El cielo comienza a llenarse de nubes. Es posible que según
avance la tarde llueva así que cogemos las bicicletas y ponemos rumbo a Koh
Kong. Justo a tiempo pues en el momento de sentarnos en una heladería una nueva
tromba de agua descarga sobre la ciudad. Es el típico clima monzónico de la
zona.
jueves, 20 de octubre de 2011
20. Koh Kong
Está claro, la empleada de la agencia de viajes se equivocó. Según ella a las seis y media de la mañana vendrían a recogernos para partir a Koh Kong. Son las siete y no ha venido nadie. Pedimos el desayuno para hacer tiempo mientras nos acordamos de todos sus familiares y la mandamos al infierno budista que nos hemos enterado que también existe, porque una hora más de sueño es una hora más de sueño. Justo acabamos el desayuno y llegan a buscarnos. Son las siete y cuarto según ella la hora a la que salía el bus. Mandamos que nos pongan la ensalada de fruta para llevar. Nos la comeremos por el camino. Según la agencia el autobús tiene baño......¡como no sea sacando el culo por una ventanilla!. Pero eso es lo de menos pues el viaje no durará más de cinco horas.
Partimos a las ocho y cuarto. El aire acondicionado está a
tope. No importa ahora hace frío porque es primera hora al mediodía pero en un
par de horas lo necesitaremos.
El viaje transcurre plácidamente. La carretera que conduce a
Phnom Penh está bien asfaltada. Sólo cuando nos desviamos hacia Koh Kong
empeora pero se compensa con el paisaje de los montes.
La selva Carcadomo ocupa el suroeste del país. Sus cumbres
no son muy altas, menos de 2000m, pero la densidad de montañas, profundos
valles y estrechas vías fluviales son el hogar de numerosas y a veces extrañas
especies animales como tigres, elefantes, osos, cocodrilos, pangolines tortugas
y gran cantidad de aves. A pesar de que la presión deforestadora ha hecho
mermar considerablemente la extensión de la selva sigue siendo la segunda selva
tropical más grande del sudeste asiático. Al amparo de la Unesco se han creado
algunas asociaciones que defienden la biodiversidad de la selva e intentan
mantenerla a salvo de la especulación urbanística y de la explotación minera y
maderera.
Llegamos a Koh Kong. Nos asaltan varios tuk-tuk. Compartimos
uno con una pareja de viajeros. Nos cobra tres dólares en total. Algo caro para
apenas un kilómetro pero no nos apetece regatear. Además no estamos solos. El
conductor nos lleva a un hotel concertado. Le decimos que nos deje en el centro
del pueblo y así lo hace.
Koh Kong es una ciudad fea con el típico aspecto de ciudad
camboyana sin interés. No hay ningún edificio que destaque y si lo hace es por
su fealdad, como esos hoteles nuevos estilo chino. ¡Dios con lo bella que es la
porcelana china!
Durante muchos años la ciudad ha vivido del comercio que transcurre
por la frontera con Tailandia y de su puerto mercante. Prostitución,
contrabando y alcohol era en lo que se basaba la economía de la ciudad.
Afortunadamente con la llegada del turismo todo empieza a cambiar lentamente. Y
aunque la ciudad no puede quitarse de un plumazo años de abandono y degradación
quizás esté construyendo un nuevo futuro.
No todos los hoteles están abiertos pues hace dos días que
se fue la luz y aún no saben cuándo van a arreglarla. Sólo los establecimientos
con generadores propios pueden mantener la actividad. Elegimos el hotel Apex
que por 10$ nos ofrece una cómoda habitación. Eso sí con ventilador. El hotel
tiene piscina y aunque no luce muy lustrosa nos puede sacar de un apuro.
Paseamos por la ciudad anodina. Solo el frente marítimo que
da al estuario agrada la vista un poco. El kilométrico puente que salva el río
lo preside. Nos paramos un rato viendo como desembarcan pescado de uno de los
barcos atracados. Un poco más allá otro barco descarga enormes bloques de hielo
que arrastran por el suelo. Las jaulas para la captura de marisco se amontonan
en el muelle. A su lado montañas de redes. Varias barcas surcan las aguas y se
ven pequeñas frente a las grandes dragas cuyas sombras las eclipsan. En este
frente marítimo de la ciudad se están construyendo o reformando nuevos hoteles
con cierta categoría y distinción. Como no, la gran mayoría regentados por
occidentales.
Un rayo surca el cielo. El olor a ozono es intenso. La línea
del horizonte se va difuminando hasta desaparecer. Sabemos que apenas tenemos
unos minutos. Dejamos atrás el puerto y nos dirigimos al hotel. Llegamos a
tiempo, una enorme tromba de agua descarga sobre la ciudad, que enlentece su
ritmo pero no se para.
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