miércoles, 31 de octubre de 2012

31. Pulau Kri. (Raja Ampat. Papúa)



Después de la quemada del día anterior hoy no podíamos hacer snorquel, así que nos tomamos el día con tranquilidad. Aunque el entorno era paradisiaco, lo cierto es que los amaneceres y atardeceres no estaban a la altura. Las nubes bajas y la bruma que había cada mañana y cada tarde entorpecían al sol en su labor de saludarnos o despedirnos el día. En esos momentos tornábase el cielo de color rojizo, y las nubes de algodón pasaban a colores más agresivos pero poco más.
Tras desperezarnos en el embarcadero volvimos a la veranda de la cabaña a desayunar, unos bollos dulces con mermelada de naranja. El agua seguía teniendo ese horrible sabor a madera quemada que teníamos que disimular con el café o con el té. Recogimos un poco la cabaña, y es que las buenas costumbres no se pierden ni en vacaciones, y leímos un rato mientras el sol conseguía desembarazarse de las nubes y comenzaba a dominar el cielo.
Sobre las once de la mañana nos embadurnamos bien de crema, yo me puse pantalones largos y por la orilla del acantilado pasamos una vez más a la otra playa, que esta vez nos recibía con un poco más de arena por estar la marea más baja. Con el arenal virgen e inmaculado, tras la marea alta, tomamos unas fotos y nos sentamos en la sombra a disfrutar del paraje, la soledad y el silencio, y no necesariamente en este orden. El calor aumentaba así que nos sumergimos en el agua. Un par de diminutos peces de coral, apenas tres centímetros de longitud,  tomaron nuestras piernas como su refugio. Era gracioso verles salir para explorar el entrono y rápidamente volver al abrigo de nuestras peludas piernas. Pasamos la mañana holgazaneando y tomando el sol bajo estricto control de tiempo pues no queríamos quemarnos de nuevo.
Volvimos a la cabaña para comer. Lamentablemente un grupo de excursionistas había pedido el favor a Raymond de ocupar el embarcadero para comer, mientras hacían una parada en su excursión de un día. Eso nos privó a nosotros de las hamacas para descansar después de comer. Intentamos leer y descansar en la veranda de la cabaña pero no era lo mismo. Así que viendo que su estancia se iba a largar más de lo deseable decidimos dar un paseo por el lado derecho de la isla. Intentamos buscar un camino hacia el interior de la misma pero no lo había, o no lo encontramos, así que aprovechando que la marea estaba baja paseamos por la playa de entremareas hasta un acantilado que nos impedía el paso. Justo al lado había un pequeño cementerio cristiano local. Las tumbas eran muy sencillas, en general unos troncos en el suelo formando un rectángulo marcaban el sitio del enterramiento, algunas pocas tumbas estaban hechas de cemento y solo una tenía propiamente una lápida. No era un paseo agradable pues abundaban las pequeñas tumbas de bebés y niños, algunas acompañadas de sus desgraciadas madres.



Para cuando volvimos los excursionistas habíanse marchado y volvimos a ser dueños y señores del embarcadero. Leímos durante un rato, nos bañamos al atardecer y casi con la puesta del sol nos pusimos a estudiar inglés. Las clases, como no podían ser de otra manera, eran de lo más divertidas. Mientras estudiábamos vimos a la madre de Raymond arreglar una de las cabañas; venían nuevos huéspedes. Nos alegrábamos porque eso podía suponer abaratar los costes de una excursión, pero también nos entristecía pensar que ya no tendríamos un paraíso exclusivo. Al rato oímos el motor de la lancha acercarse. Desembarcaron dos mujeres indonesias lesbianas. Al cruzarse con nosotros a una de ellas le costó hasta saludar. ¡Qué mala suerte habíamos tenido!. Incluso Raymond antes de cenar nos confesó que no le gustaban nada los nuevos huéspedes. Que eran secas y bordes. ¡Ja! Si el supiera.....
Cenamos en la misma mesa pero hubiera dado igual que lo hubiésemos hecho en mesas separadas, el intercambio de palabras fue nulo.
Después de cenar se fueron al embarcadero y allí junto al acompañamiento de la música del móvil comenzaron a hablar y reír escandalosamente, mientras bebían el alcohol que habían traido en sus mochilas. Tendríamos que dormir en el paraíso....con tapones. 

martes, 30 de octubre de 2012

30. Pulau Kri. (Raja Ampat. Papúa)



Nos levantamos al amanecer bajo el murmullo de las olas. Cuando llegamos ayer era noche cerrada. La oscuridad y cansancio nos impidieron investigar nuestro pequeño trozo de paraíso. Nos encontrábamos en el extremo noreste de la isla. El alojamiento constaba de 4 cabañas grandes alineadas en una pequeña playa cuya media luna de arena blanca prácticamente desaparecía con la pleamar. La pequeña isla está sólo ocupada por alojamientos turísticos de mayor o menor calidad. Justo en el extremo opuesto a nosotros se encontraba el lujoso “resort” Kri, cuyas tarifas rondaban los 1000€ a la semana con buceo incluido. En la costa sur de la isla se situaban otros tres alojamientos mucho más económicos, que abarcaban desde el más básico con diminutas y precarias cabañas, hasta otro muy atractivo con nuevas y amplias cabañas y opción de buceo. Todas ellas, sin embargo, pecaban del mismo fallo: sus playas desaparecían con la marea alta. 
El Mangkur Kodor por contra no solo disponía de una de las pocas playas de la isla, sino que además su ubicación hacía que la sensación de paradisíaco aislamiento aumentara. Con la marea alta no había forma de acceder al “homestay” salvo, si acaso, atravesando la frondosa selva que ocupa el centro de la isla, algo que ni tan siquiera los lugareños hacen. Las zonas comunes del alojamiento eran básicas. Una pequeña cocina donde preparaba la comida la mujer y la madre de Raymond, unos baños con pozo séptico y duchas de agua dulce, y un comedor de una única y alargada mesa con bancos corridos. La familia la constituía la madre de Raymond, mujer de pocas palabras, sus tres hijos, el hermano y su madre. Todos compartían una cabaña sita en el extremo opuesto de la playa. Eran diligentes pero posiblemente su mayor fallo era que eran muy cayados e interactuaban poco con el huésped. Además Raymond pecaba de liante y poco claro, aún así el paisaje era tan bonito y la comida, aunque repetitiva, lo suficientemente buena como para olvidar todos estos inconvenientes. Desayunamos en el porche de la cabaña mientras mirábamos el mar y las islas que se recortaban en el horizonte. Descansamos un rato leyendo en el embarcadero cubierto tumbados en unas hamacas mientras la brisa secaba el sudor de nuestra piel. A las 10 de la mañana la marea había bajado lo suficiente como para explorar la costa. Poco a poco, entre las rocas y evitando que las olas nos mojaran más allá de los muslos, fuimos al lado norte. Allí nos esperaba una alargada y enorme playa de fina arena blanca totalmente desierta. Aquello estaba muy bien. La playa tenía más de un kilómetro de largo y estaba delimitada por un lado por las transparentes aguas del océano y por otro por la frondosa y verde selva. 



Dejamos las toallas y máscaras en mano nos sumergimos en las aguas. El snorquel que nos esperaba fue sublime. A lo largo de toda la costa, a unos 100m de distancia, tras la pradera submarina se encontraba un arrecife lleno de vida y sobretodo de variedad y color. Nunca antes habíamos visto tanta variedad de coral distinto en tan poco espacio: corales de trébol, cuerno de alce, coral cerebro, coral de dedo, gorgonias, esponjas barril…No en vano en Raja Ampat pueden verse el 75% de todas las especies de coral del mundo. Un espectáculo increíble.
50m más hacia el interior el coral caía por una pronunciada pared hasta perderse en las profundidades del océano a más de 40m. Todo el coral rebosaba de vida y pudimos ver aquella mañana más variedad de peces que muchas otras inmersiones que habíamos realizado por el sudeste asiático. Tortugas, tiburones de punta negra, morenas, sepias, barracudas, peces payaso, meros gigantes de  Queensland, pargos, napoleones, atunes diente de perro, jureles……y un sin fin de animales más. La claridad del agua era excelente y hacía que los colores resaltaran aún más. Flotábamos a escasos 20 centímetros del arrecife en un agua en calma, era lo más parecido a volar.
Tan espectacular era el arrecife que se nos fue por completo el tiempo. Habíamos sido precavidos y nos sumergimos con camiseta pero no nos dimos protección solar así que al salir del agua nos dimos cuenta de que nos habíamos quemado las piernas, la frente y los brazos. Eso iba a ser doloroso.



Nos tumbamos en la arena a la sombra de una palmera mientras descansábamos. Disfrutábamos no solo del paisaje sino también de la calma y la soledad. Llegar hasta aquí no era fácil ni barato y eso era algo de lo que teníamos que aprovecharnos.
Antes de que la marea subiese y nos impidiese volver a nuestra cabaña retornamos. La piel había ido poco a poco a lo largo del día tomando un doloroso color rojizo. Tendríamos que aguantarnos pues no disponíamos de ninguna crema para aliviarnos.
Lo que quedaba del día lo pasamos sentados en el embarcadero, a ratos leyendo, a ratos estudiando inglés y la mayor parte del tiempo disfrutando de las vistas y la tranquilidad.
Cenamos tranquila y abundantemente y nos fuimos a la cama cansados pero felices.

lunes, 29 de octubre de 2012

29. Raja Ampat. (Papúa)




Un país isleño como Indonesia y donde además las infraestructuras en muchas zonas no están plenamente desarrolladas, los aviones funcionas casi como autobuses de línea, uniendo diferentes ciudades entre sí. No es de extrañar pues que antes de aterrizar en Sorong lo hubiéramos hecho antes en otras dos ciudades, ni que después el vuelo siguiera hasta Jakarta pasando por Makassar.
Nuestra intención es ir directamente al archipiélago de Raja Ampat sin pasar por la ciudad. Para ello nos acercamos a la oficina de turismo que se encuentra en el Hotel Meriedien justo en frente del aeropuerto. La oficina es pequeña pero bastante útil y permite hacer reservas en cualquier alojamiento de las islas. Para acceder a la Reserva Marítima de Raja Ampat se debe abonar 40 euros en concepto de tasa de conservación (la mitad para los ciudadanos indonesios), pero uncartel anunciaba que la tasa se iba a duplicar en e próximo mes de Enero. Si ya nos parecía una burrada de impuesto, la nueva tasa de 80 euros era algo más que una clara extorsión, y más cuando la tasa para los nacionales se iba a mantener en los 20€. La trabajadora de la oficina nos vendía las bondades de la tasa y como esta repercutía directamente en la población local y en la perservación del medio ambiente. Bien sabíamos que era todo pura fachada pero aguantamos la chapa estoicamente.  Sabíamos que ese dinero sería empleado para sufragar al gobierno indonesio y para continuar la colonización de la isla.  Aunque nuestra primera intención era permanecer en la isla de Waigeo como campo base para explorar el archipiélago, finalmente decidimos ir a una pequeña isla paradisiaca: Kri
Ranja Ampat se ha convertido en una exclusiva zona de buceo, principalmente de barcos de buceo en modo “vida a bordo”, por lo que encontrar alojamiento barato es difícil. La gran mayoría de hoteles son “resort” de lujo cuyo precios por habitación sube hasta a los 100€ como mínimo. De entre todas las opciones baratas optamos por Mangkur Kodon guiados por las críticas de internet y las fotos. Tras quedar con Raymond, su propietario, para que nos fuera a buscar al puerto de Waigeo nos desplazamos en “ojek” hasta el puerto de Sorong. La mujer de la oficina nos recomendó no pagar más de 20.000rupias por moto. Nos acercamos a las “ojek” que se encontraban en la puerta del hotel. Al ser de lujo, nos pedían el doble. Y como contra el vicio de pedir la virtud de no dar le dijimos que no más de 15.000....¡y coló!
Dos barcos conectan diariamente la isla de Waigeo con Sorong. Tomamos el de las 14h y en apenas tres horas llegamos al puerto de Waigeo. Allí se encontraba Raimond y su hermano esperándonos en su lancha. Ya al atardecer enfilamos hacia la isla de Kri. El paisaje era precioso y el anochecer rojizo aún lo embellecía más. Con noche cerrada atracamos en el modesto “resort”. Estábamos cansados así que apenas cenamos y nos fuimos a dormir deseosos de que llegara el nuevo día para disfrutar de Raja Ampat.

domingo, 28 de octubre de 2012

28. Wamena-Sentani (Papúa)



Nos despedíamos del valle de Baliem con un excelente sabor de boca. El inicio había sido duro y la adaptación lenta pero finalmente habíamos disfrutado plenamente. Nos levantamos perezosos como no queriendo llegar al aeropuerto pero sabíamos que era inevitable. Tomamos el vuelo de regreso con puntualidad, aunque la facturación fuera un poco caótica y lenta. Una vez en Sentani nos acercamos hasta Jayapura para chequear los barcos con dirección Raja Ampat, pero no fue hasta llegar a la ciudad cuando nos dimos cuenta de que era domingo y las oficinas de PELNI permanecían cerradas. Nos aconsejaron acercarnos al puerto y esperar que allí alguien nos informase pero desistimos y regresamos a Sentani en busca de un vuelo. El billete resulto terriblemente caro, ya que  debíamos abonar prácticamente el 75% del total del precio del billete con destino a Jakarta aunque nosotros nos bajáramos en Raja Ampat. El resto de la tarde la dedicamos a ducharnos con agua caliente, una bendición, a afeitarnos y a descansar.

sábado, 27 de octubre de 2012

27. Wolo (Valle Baliem. Papúa)



Tras el desayuno tomamos el taxi público A2 para acercarnos a nuestra temida terminal Jibama  donde unos días antes habíamos estado esperando tres horas a que saliese un colectivo hacia Jiwika y tuvimos que desistir porque no se llenaba. Buscamos un transporte que nos llevara a Wolo pero no lo había aún. Como alternativa podíamos coger otro y pararnos en Manda y desde allí caminar hasta Wolo y volver en furgoneta.
A nuestros ojos occidentales la furgoneta estaba prácticamente llena, quizás entrasen dos personas más si nos apretábamos mucho, pero a los ojos locales la furgoneta estaba medio vacía. Así tras una hora de espera de los 16 que estábamos al principio, legalmente la furgoneta es para 11 personas, llegamos a los 29. Ahora el conductor indonesio sí creía que era hora de partir. El viaje fue de apenas una hora, aunque en las condiciones en las que íbamos a mí se me hizo un poco más largo. Mi culo se tenía que sentar en una tabla de apenas 15cm de anchura, debía procurar que mi espalda no se taladrara con un hierro del asiento del conductor, los pies los apoyaba sobre las punteras porque el suelo estaba lleno de verduras que no se podía pisar y entre mis piernas un niño de apenas seis años enroscado sobre sí mismo soportaba el viaje en un estado de seminconsciencia del que se recuperaba de vez en cuando para vomitar en una bolsa. Al cabo de una hora me bajé de la furgoneta sudado, con las piernas dormidas y el culo dolorido. La situación de Gortxu no era mucho mejor. Apretado contra la ventanilla tenía que soportar el calor infernal del sol. No podía moverse ni lo mas mínimo así que tuvo que colocar su gorra sobre las rodillas para evitar quemarse. Como si de una sesión de meditación se tratase repetíamos en nuestras cabezas un mantrar para intentar abstraernos de la situación y poder sobrellevarlo lo mejor posible, pero ya estábamos en Manda. Pagamos las 20.000 rupias cada uno y empezamos a caminar hacia Wolo. Al cabo de unos minutos un par de chavales de unos 10-13 años se unieron voluntariamente a nuestra excursión. Aquello se había convertido en todo una tradición local para nosotros. En un punto del camino uno de los chavales se adentró entre el bambú y salió con un artesanal juguete con el que amenizarse el camino. No era más que una vara de bambú de dos metros en cuyo uno de sus extremos tenía dos precarias ruedas de madera sobre un eje de hierro. El juguete aunque de apariencia lábil era resistente y muy efectivo para rodar por aquellos caminos empedrados. Nos acompañaron hasta Bugi donde se quedaron en compañía de una cuadrilla de niñas adolescentes que gritaban y sonreían ante nuestra masculina presencia. Nosotros continuamos camino en solitario aunque no por mucho rato porque antes de abandonar el pueblo ya estábamos en compañía de otro niño, éste de unos 15 años, que nos iba señalando las distintas cuevas que hay en el valle. 

El valle de Wolo era hermoso. Quizás no tan abrupto, ni tan profundo ni tan espectacular como el de al sur de Sugokmo, pero en cambio era más verde y accesible. El camino prácticamente llano discurría entre montes de no más de 500m pero de una fuerza visual considerable. El camino era sencillo y las pocas veces que se bifurcaba siempre había un lugareño cercano al que preguntar. Paralelo al mismo discurría un riachuelo de aguas mansas. Todo el valle rebosaba calma. Tras dos horas de camino y después de subir una empinada cuesta llegamos a la población de Wolo.
Una cuidada y bonita puerta tradicional daba acceso al pueblo, famoso por estar prohibido fumar en su interior. Los cuidados sederos que discurrían por el interior del poblado estaban flanqueados por flores y plantas de vivos colores. Las cercas también estaban en perfecto estado. Parecía que un jardinero se ocupara expresamente de todo. Pero no hacía falta, en realidad eran los propios habitantes los que se encargaban de mantener impoluto el pueblo. Wolo es famoso también por poseer una de las iglesias protestante más activas del valle, fundada hace muchos años por  un ciudadano suizo.
El camino se adentraba en las montañas hasta el poblado de Iluga, pero eran las dos de la tarde y no sabíamos la frecuencia del transporte en aquellas zonas remotas de caminos endiablados, así que decidimos no seguir más allá de Wolo  Preguntamos a una lugareña que nos dijo que nos sentáramos junto a ella a la sombra a esperar, que más tarde o temprano pasaría algún “mobil”. Yo así lo hice y diccionario en mano intenté mantener una conversación básica que matara el tiempo. Gortxu algo más curioso dió una vuelta por el pueblo sacando fotos. Fué así como se le acercó una misionera china que quiso enseñarle las instalaciones de la misión. Gortxu me llamó y acudí junto a ellos. Nos enseñó su cocina, su pequeño salón-comedor y nos regaló unas cajas con ostias sagradas. En cada una de ellas inscritas con un pasaje de la biblia. El ruido de un motor interrumpió la conversación. Un todo terreno “pickup” se acercaba por el camino.
El potente Mitsubishi estaba lleno de lugareños y de barro a partes iguales. La señora que nos acompañaba se metió en la cabina y a nosotros nos hicieron un hueco en la parte trasera. Ni que decir tiene que el viaje fue una odisea. Sentados con el culo entre boniatos y las piernas por fuera deshicimos el camino de montaña a una velocidad endiablada. En cada bache nuestros cuerpos se levantaban medio metro para volver a caer con fuerza en nuestra particular y dura cama de boniatos. Nos aferrábamos a la camioneta con tal fuerza que los nudillos se nos quedaban blancos.  Los charcos, que en nuestro país hubieran pasado por pantanos, se encargaban de empaparnos los pies y de llenarnos de barro hasta la cabeza. Pero a pesar de la incomodidad, el dolor, la humedad y porque no decirlo el miedo a salir despedidos, no dejábamos de reírnos junto a los lugareños. En cada bote éstos se desternillaban de risa y cada vez que nos miraban debían ver reflejado en nuestros ojos el miedo porque sus risas se acrecentaban aún más. Una vez en Manda el camino de tierra se transformaba en carretera y dejamos de temer por nuestras vidas. Como no podía ser menos, a mitad de camino hicimos un alto para cambiar una pastilla del freno del todoterreno. Sin comentarios. A mi me clavan en Bilbao 200€ porque dicen tardar dos horas en cambiarla y ellos lo hicieron en apenas 20 minutos. Eso sí la alineación de la rueda a ojo.
No teniendo bastante con el barro, los botes y demás sufrimientos a pocos kilómetros de Wamena el tiempo parece querer sumarse a la fiesta y nos regala una chaparrada de apenas 5 minutos, del todo gratuita e innecesaria, que nos deja calados hasta los huesos. Y así es como llegamos al mercado de Jibama en Wamena, con el culo dolorido, las manos engatilladas por el esfuerzo, las piernas llenas de barro y empapados hasta los huesos....¿Quién dice que viajar no es divertido?