El vuelo
nocturno no ha sido descansado. Llegamos al aeropuerto de Sentani, principal
puerta de entrada en la isla de Papúa con mucho sueño y más desorientación.
Estamos tan cansados que nos conformamos con el primer alojamiento que
encontramos a unos metros del aeropuerto. Es bastante cochambroso, la
habitación está sucia y huele a humedad, pero nos da igual, solo queremos
dejarnos caer en el catre para estirar los músculos y dormir unas horas.
Nos
levantamos al mediodía. Tenemos que ir hasta Jayapura para conseguir los
permisos para poder circular por la isla de forma más o menos libre. Este
control sobre el movimiento de personas no es más que una de las muchas medidas
que adopta el gobierno de Indonesia para, por una parte controlar a los
extranjeros, principalmente periodistas, que puedan ser testigos del cruento
proceso de colonización de la isla, y por otra para controlar a la propia
población local y así ahogar al movimiento independentista representado por el
Movimiento de Papúa Libre.
El actual
problema se remonta a la época colonial holandesa, desde finales del siglo XIX
hasta mediados del XX. Como en muchos otros países la retirada de la antigua
colonia no se realizó de la mejor forma posible, ni preservando los intereses
de sus ciudadanos. Así, aunque Holanda consideró la posibilidad de crear un
país independiente, de la recién separada Indonesia, también ex-colonia
holandesa, los acuerdos de Nueva York dieron al traste con las aspiraciones
nacionales de la isla de Papúa. En 1962 Holanda cedió el control a la ONU, pero
una vez más éste organismo mostró su inoperancia y cediendo a las presiones,
permitió que la administración fuera cedida al gobierno Indonesio, anexionándose
de forma unilateral la isla de Papúa en 1963, eso sí maquillado bajo un
referéndum en el que participaron 1025 personas de una total de un millón de
habitantes….¡Bendita política!. Cuando en 1968 el general Suharto suplantó a
Sukarno, cuyo gobierno había derivado hacia el autoritarismo, muchos creyeron
ver la posibilidad de un nuevo diálogo con el gobierno de Jakarta, pero pronto
quedó claro que Indonesia no tenía, ni de lejos, pensado ceder autonomía a la
isla. Es más, comenzó una “invasión migratoria” que continúa hoy en día. Así
miles de personas son transportadas, principalmente desde la superpoblada isla
de Java, a la rica y próspera isla de Papúa, con la seguridad de un trabajo,
una casa y una subvención del gobierno central. Sólo estas tres cosas explica
el éxito de esta política, pues los ciudadanos indonesios de a pie no quieren
ir a Papúa ya que no les gusta y no están a gusto allí, pero la necesidad
obliga. Así, a pesar de que el índice de natalidad de los nativos es alta,
éstos están perdiendo la batalla demográfica y cada día son más desplazados en
su propia tierra.
Llegar a
Jayapura en bemo nos llevó dos horas, tres cambios de vehículo y casi dos
euros. Una vez en la ciudad fue fácil encontrar la comisaría. Escribimos en un
papel todas las aldeas que pensábamos visitar en el valle de Baliem, así como
la zona de Raja Ampat. En poco más de media hora teníamos el documento oficial
que nos permitía transitar por estas zonas. De forma más bien tímida nos
pidieron una “ayudita”, nosotros que ya íbamos prevenidos y con la clara
convicción de no favorecer la corrupción les dijimos que acabábamos de llegar y
no disponíamos de “small Money”, eso sí con una sonrisa de oreja a oreja y una
cara de desazón y pena que bien merecía un Óscar.
Hicimos un
alto en una especie de local que podíamos considerar cafetería. El local estaba
medio vacío. Tomamos un café con leche condensada y algo de dulce, a precio
exageradamente alto. Ahora entendíamos porque los clientes sólo eran personal
del gobierno. Revisando el “Surat Jalan” nos dimos cuenta de que se había
confundido en las fechas así que tuvimos que volver de nuevo a la comisaría
para que nos lo rellenaran correctamente.
La ciudad
de Jayapura, conocida como Hollandia durante la época colonial, es una ciudad portuaria
sin mucho interés, algo caótica y desordenada. Así que desestimamos la idea de
pasar la noche allí y volvimos a Sentani que era mucho más agradable y
tranquila.
Paseamos
por sus polvorientas y solitarias calles y admiramos la imponente cordillera que
recorre la isla de oeste a este con picos de casi 5.000 metros de altura y que
mantienen a gran parte de la isla fuera de la influencia humana.
De hecho,
cada cierto tiempo se publican en los periódicos noticias sobre madereros o
buscadores de oro que entran en contacto con tribus desconocidas. O se
organizan expediciones similares a las de principios del siglo XIX, como la que
en 2006 sobrevoló las montañas de Foja descubriendo decenas de nuevas especies
animales y de tribus nunca antes documentadas.
No en vano
el valle de Baliem no fue conocido por la cultura Occidental hasta 1938. Hasta
entonces la comunidad agrícola de la tribu de los Dani vivía en su amplio y
fértil valle anclada en la edad de piedra. Se dice que cuando los misioneros
entraron en el valle un Dani les dijo: "No habíamos visto ningún lugar
lejano. Solo conocíamos esta cara de las montañas. Y pensábamos que éramos el
único pueblo del mundo". Los Dani, más conocida y primera tribu
contactada, pasaban su vida en un radio de 15 kilómetros a partir del lugar de
nacimiento. No se habían formado idea alguna sobre el océano, situado a solo
150 kilómetros de sus aldeas. Cuando por fin conocieron a los hombres blancos,
intentaban explicarse por qué llevaban cinturones y pantalones. Una de las propuestas
fue que esas ropas les servían para esconder sus enormes penes, que se
enrollaban alrededor de la cintura. Los aterrorizados Danis tomaron a los
blancos por fantasmas que regresaban de otro mundo, hasta que desenterraron y
examinaron sus heces, y enviaron a empavorecidas jóvenes a mantener relaciones
sexuales con los invasores. De ese modo descubrieron que los blancos defecaban
y eran tan hombres como ellos. Todas estas historias nos rondaban la cabeza
cuando mirábamos a aquella barrera de roca que nos separaba del Valle Secreto.