viernes, 19 de octubre de 2012

19. Sentani (Papúa)



El vuelo nocturno no ha sido descansado. Llegamos al aeropuerto de Sentani, principal puerta de entrada en la isla de Papúa con mucho sueño y más desorientación. Estamos tan cansados que nos conformamos con el primer alojamiento que encontramos a unos metros del aeropuerto. Es bastante cochambroso, la habitación está sucia y huele a humedad, pero nos da igual, solo queremos dejarnos caer en el catre para estirar los músculos y dormir unas horas.
Nos levantamos al mediodía. Tenemos que ir hasta Jayapura para conseguir los permisos para poder circular por la isla de forma más o menos libre. Este control sobre el movimiento de personas no es más que una de las muchas medidas que adopta el gobierno de Indonesia para, por una parte controlar a los extranjeros, principalmente periodistas, que puedan ser testigos del cruento proceso de colonización de la isla, y por otra para controlar a la propia población local y así ahogar al movimiento independentista representado por el Movimiento de Papúa Libre.
El actual problema se remonta a la época colonial holandesa, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Como en muchos otros países la retirada de la antigua colonia no se realizó de la mejor forma posible, ni preservando los intereses de sus ciudadanos. Así, aunque Holanda consideró la posibilidad de crear un país independiente, de la recién separada Indonesia, también ex-colonia holandesa, los acuerdos de Nueva York dieron al traste con las aspiraciones nacionales de la isla de Papúa. En 1962 Holanda cedió el control a la ONU, pero una vez más éste organismo mostró su inoperancia y cediendo a las presiones, permitió que la administración fuera cedida al gobierno Indonesio, anexionándose de forma unilateral la isla de Papúa en 1963, eso sí maquillado bajo un referéndum en el que participaron 1025 personas de una total de un millón de habitantes….¡Bendita política!. Cuando en 1968 el general Suharto suplantó a Sukarno, cuyo gobierno había derivado hacia el autoritarismo, muchos creyeron ver la posibilidad de un nuevo diálogo con el gobierno de Jakarta, pero pronto quedó claro que Indonesia no tenía, ni de lejos, pensado ceder autonomía a la isla. Es más, comenzó una “invasión migratoria” que continúa hoy en día. Así miles de personas son transportadas, principalmente desde la superpoblada isla de Java, a la rica y próspera isla de Papúa, con la seguridad de un trabajo, una casa y una subvención del gobierno central. Sólo estas tres cosas explica el éxito de esta política, pues los ciudadanos indonesios de a pie no quieren ir a Papúa ya que no les gusta y no están a gusto allí, pero la necesidad obliga. Así, a pesar de que el índice de natalidad de los nativos es alta, éstos están perdiendo la batalla demográfica y cada día son más desplazados en su propia tierra.
Llegar a Jayapura en bemo nos llevó dos horas, tres cambios de vehículo y casi dos euros. Una vez en la ciudad fue fácil encontrar la comisaría. Escribimos en un papel todas las aldeas que pensábamos visitar en el valle de Baliem, así como la zona de Raja Ampat. En poco más de media hora teníamos el documento oficial que nos permitía transitar por estas zonas. De forma más bien tímida nos pidieron una “ayudita”, nosotros que ya íbamos prevenidos y con la clara convicción de no favorecer la corrupción les dijimos que acabábamos de llegar y no disponíamos de “small Money”, eso sí con una sonrisa de oreja a oreja y una cara de desazón y pena que bien merecía un Óscar.
Hicimos un alto en una especie de local que podíamos considerar cafetería. El local estaba medio vacío. Tomamos un café con leche condensada y algo de dulce, a precio exageradamente alto. Ahora entendíamos porque los clientes sólo eran personal del gobierno. Revisando el “Surat Jalan” nos dimos cuenta de que se había confundido en las fechas así que tuvimos que volver de nuevo a la comisaría para que nos lo rellenaran correctamente.
La ciudad de Jayapura, conocida como Hollandia durante la época colonial, es una ciudad portuaria sin mucho interés, algo caótica y desordenada. Así que desestimamos la idea de pasar la noche allí y volvimos a Sentani que era mucho más agradable y tranquila.
Paseamos por sus polvorientas y solitarias calles y admiramos la imponente cordillera que recorre la isla de oeste a este con picos de casi 5.000 metros de altura y que mantienen a gran parte de la isla fuera de la influencia humana.
De hecho, cada cierto tiempo se publican en los periódicos noticias sobre madereros o buscadores de oro que entran en contacto con tribus desconocidas. O se organizan expediciones similares a las de principios del siglo XIX, como la que en 2006 sobrevoló las montañas de Foja descubriendo decenas de nuevas especies animales y de tribus nunca antes documentadas.
No en vano el valle de Baliem no fue conocido por la cultura Occidental hasta 1938. Hasta entonces la comunidad agrícola de la tribu de los Dani vivía en su amplio y fértil valle anclada en la edad de piedra. Se dice que cuando los misioneros entraron en el valle un Dani les dijo: "No habíamos visto ningún lugar lejano. Solo conocíamos esta cara de las montañas. Y pensábamos que éramos el único pueblo del mundo". Los Dani, más conocida y primera tribu contactada, pasaban su vida en un radio de 15 kilómetros a partir del lugar de nacimiento. No se habían formado idea alguna sobre el océano, situado a solo 150 kilómetros de sus aldeas. Cuando por fin conocieron a los hombres blancos, intentaban explicarse por qué llevaban cinturones y pantalones. Una de las propuestas fue que esas ropas les servían para esconder sus enormes penes, que se enrollaban alrededor de la cintura. Los aterrorizados Danis tomaron a los blancos por fantasmas que regresaban de otro mundo, hasta que desenterraron y examinaron sus heces, y enviaron a empavorecidas jóvenes a mantener relaciones sexuales con los invasores. De ese modo descubrieron que los blancos defecaban y eran tan hombres como ellos. Todas estas historias nos rondaban la cabeza cuando mirábamos a aquella barrera de roca que nos separaba del Valle Secreto.


Solo las nubes se atreven a sobrepasar las cumbres de más de 4.000m que nos rodeaban. Y nuestros sueños van con ellas. Nos parece un sueño, y como toda ensoñación irreal, y de algún modo nos disociamos. Nuestro cuerpo está allí, sí, en Papúa pero nuestra mente no era capaz de asimilarlo. Simplemente no se lo cree. En apenas unas horas vamos a ir a unas tierras que han estado aisladas del mundo hasta hace 50 años. Por supuesto sabemos que 50 años es tiempo más que suficiente como para que la cultural tribal prácticamente desaparezca del valle, pero sentimos que allí en el valle vamos a poder tocar de refilón la edad de piedra, que andando por sus caminos y valles de reojo vamos a ver y sentir la historia. Estamos a las puertas de la última frontera.