jueves, 11 de octubre de 2012

11. De nuevo en el Rocket Steam (Bangladesh)



La diferencia de precio entre la primera clase y la segunda clase en el Rocket Steam era grande, pero estaba justificado. El camarote de primera clase era el doble de grande, estaba cubierto de madera si repintar, los camastros eran infinitamente más cómodos, poseía televisión y lavabo dentro, además del bendito aire acondicionado. Todos los camarotes de primera clase se comunicaban con una sala común dónde se comía o simplemente se estaba. Lo cierto es que nosotros sólo hicimos uso del camarote pues ya era tarde y estábamos cansados.
A la mañana siguiente, después de un sueño reparador nos despertamos al alba. Aún quedaban unas cuantas horas para arribar al puerto de Dhaka. Lo que menos nos gustaba de la primera clase es que una puerta cerrada nos separaba del resto del barco. Teníamos, eso sí, acceso exclusivo a la parte alta de la proa pero hasta que no abrieran las puertas no podíamos bajar al resto del barco. Posiblemente cerraran la puerta por la noche por motivos de seguridad pero no nos gustaba. Nos sentamos en cubierta para disfrutar del paisaje. Una profunda niebla cubría el río. Era agradable estar en proa sintiendo el aire fresco en la cara. No estábamos solos en el agua. Una comitiva de barcos cargueros nos custodiaban. Cada cual más destartalado y sobretodo cada cual mas sobrecargado. Algunos de ellos incluso parcialmente hundidos, sus tripulantes debían achicar constantemente agua. La gran mayoría de ellos llevan lodo para abastecer a las miles de fábricas de ladrillos que se asientan en los suburbios de Dhaka.
La capital de Bangladesh está en pleno boom de la construcción, no en vano Dhaka es la capital de más rápido crecimiento del mundo. Cada día se necesitan millones de ladrillos, y para cubrir la demanda se han levantado miles de fábricas de ladrillos en los alrededores de Dhaka. Se calcula que 2.000 fábricas legales y otras 6.000 ilegales fabrican cada día millones de ladrillos, y aún más toneladas de polución, que agravan, la ya de por sí crítica, contaminación de la capital. Estas fábricas solo operan durante cinco meses al año, el resto del tiempo están cerradas debido al monzón, ya que al mojarse los hornos estos son muy ineficientes.
Durante estos meses en las fábricas se trabaja a destajo. Miles de familias dependen de éste sector y durante el corto periodo de funcionamiento las familias deben sacar el máximo partido económico para vivir el resto del año. Esto supone jornadas maratonianas y por supuesto que todos y cada uno de los miembros de las familias colaboran en la fábrica, niños incluidos. Comienzan a las 9 de la mañana y no paran hasta el anochecer a las 6 de la tarde. Cada uno recibe un salario de 8€ al mes. Las condiciones laborales son terribles y están expuestos a los accidentes, problemas respiratorios y otras enfermedades. Pero no hay opción ya que más del 45% de la población en Bangladesh se encuentra por debajo del umbral de la probreza.
Desde cubierta vemos infinidad de altas chimeneas que señalan con exactitud la ubicación de cada fábrica. Al principio intentamos contarles pero es sencillamente imposible pues se pierde en el horizonte.
Una vez en Dhaka nos dejamos arrastrar por la marabunta hacia el exterior del puerto. Tomamos un rickshaw, después de negociar duramente el precio, y nos dirigimos al mismo hotel del inicio del viaje. No es cómodo, ni limpio, ni sus empleados son amables pero su precio se ajusta a nuestro presupuesto y lo que es aún más triste; pagar más en los hoteles cercanos no significaría unas mejores condiciones.
Debido al retraso acumulado apenas nos quedan unas horas de luz, así que desistimos de visitar la ciudad y nos conformamos con los alrededores del hotel y dedicamos parte de la tarde a preparar las mochilas.

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