El viaje
hasta Papúa Occidental se espera duro. Despegamos de Singapur, adiós al mejor
aeropuerto del mundo, para plantarnos en Jakarta en poco más de tres horas.
Tenemos que cambiar de terminal para tomar el vuelo que nos conducirá a Papúa,
pero creemos que andamos justos de tiempo. Es ya noche cerrada y la actividad
de la terminal ha disminuido considerablemente. Mal acostumbrados por el
aeropuerto de Changi los carteles no nos orientan. Salimos corriendo al
exterior para buscar la forma de llegar a la otra terminal. Nada más poner el
pie en la calle un señor nos aborda y nos dice:
- “Lion Air
transfer?”
“Perfecto”
–pensamos. Andamos justo de tiempo y el personal de tierra nos ha venido a
buscar para no demorar la salida del vuelo. Nos sorprende la eficacia.
Le seguimos
y nos monta en un taxi. Comenzamos a sospechar. Antes de subir le preguntamos
si el traslado a la otra terminal es gratuito, pero el señor elude contestarnos
y nos apremia a que subamos al coche. Nos subimos no muy convencidos. De nuevo
dentro pregunto si el “transfer” es gratuito. El señor comienza a divagar. No
me fio. Quiero que me diga que la carrera es gratuita. Pero solo consigo que me
diga que nos pedirá 135 rupias como propina. Mentalmente hecho cálculos. 135
rupias son menos de 0.01 céntimo de euro. Por esa cantidad en Indonesia no te
dan ni los buenos días. Ya lo veo todo más claro. Todo es una trampa. Ni el
señor pertenece a LionAir ni la tarifa que nos va a cobrar son 135 rupias, sino
135.000, unos 10 euros. Supongo que mitad para él mitad para el taxista.
Inmediatamente pido que detenga el coche que nos bajamos. Hacen oídos sordos.
No me importa, aún estamos en el aparcamiento y el coche va despacio. Abro la
puerta, si la golpea con algún coche es su problema no el mío. Viendo que el
truco no ha colado finalmente para el coche y nos bajamos. Él se baja con
nosotros. Ni que decir tiene que le pongo a bajar de un burro, mitad en inglés,
pero más en castellano. No me entiende pero a mi cara de cabreo no le hacen
falta subtítulos. Se escabulle entre los coches.
De nuevo en
la terminal buscamos desesperadamente la forma de llegar a la terminal
doméstica. Finalmente encontramos la parada del “shuttle bus”. No sabemos la
frecuencia de paso, preguntamos a un matrimonio que está allí. Ellos tampoco lo
saben, aunque sí que el servicio es gratuito. Están esperando a un coche
privado para que los lleven al centro de la ciudad, donde viven, pero se
ofrecen a llevarnos a la Terminal doméstica. Les agradecemos el gesto, pero
justo en ese momento llega el autobús. Nos despedimos de ellos y les damos las
gracias una vez más.
Ya en el
autobús estamos más relajados. El comienzo ha sido un poco difícil. Y la
tranquilidad aumenta al fijarnos en el reloj digital que preside el frontal del
autobús. No nos hemos dado cuenta de que hemos cambiado de uso horario y
disponemos de una hora más de lo que creíamos. Tenemos tiempo más que de sobra.
En menos de
20 minutos estamos en la vieja Terminal doméstica. Nos espera un largo vuelo nocturno
así que comemos algo antes de embarcar.