Preguntamos
por el autobús a Khulna. Nos señalan uno que no tiene mala pinta para los
estándares bengalíes. Además un cartel en su parabrisas anuncia que es Express
Direct…..con un poco de suerte quizás vaya a más de 30km/h. Mientras esperamos
a que llegue la hora de partir desayunamos en uno de los puestos de comida de
la estación de autobuses. Si no hubiera sido por los aperitivos fritos estilo
samosas y parathas hace tiempo que hubiéramos muerto de inanición. Nos tomamos
dos tés cada uno porque el té bengalí es un poco pequeño para nosotros. Bueno
en realidad tomamos dos tés porque el camarero está de muy buen ver.
Subimos al
autobús e iniciamos el camino a 10kn por hora y con un extraño ruido en el
motor. Al principio pensamos que quizás quiere coger más pasajeros por el
camino pero lo cierto es que el autobús discurre por una carretera donde,
curiosamente, no hay nadie. Todos los coches nos adelantan e incluso algún
rickshaw vacío también. El traqueteo del motor no hace más que aumentar, parece
que en cualquier momento vaya a morir. La velocidad punta no supera los 10km/h,
comienzo a hacer cálculos de los kilómetros que nos separan de Khulna, me da un
mal de solo pensarlo. Lo bueno es que si nos entran ganas de mear nos podremos
bajar, evacuar y corriendo un poco volver a subir al autobús. Después de 5km de
camino llegamos a un mercado local. El autobús hace una parada para recoger
pasajeros ¿Para qué si pueden subir en marcha? El autobús se abarrota con
lugareños, animales y mercancías a partes iguales. Ya no vamos holgados. El
autobús arranca y enfila hacia la carretera principal. La velocidad comienza a
aumentar….hasta tal punto que añoramos aquellos 10km/h. Y ya lo dice el saber
popular: “por detrás vendrán que bueno te harán”. Quién haya estado en
Bangladesh sabe cómo son sus carreteras…y para quien no haya estado les diré
que su anchura es poco más que un camión y que los baches son más numerosos que
las estrellas en el cielo, y que al igual que éstas, algunos baches son
agujeros negros, y que en cualquier momento te puedes encontrar en medio de la
carretera un niño, una gallina, un perro o una vaca y a veces todos juntos a la
vez. Por no hablar que la densidad de motos y rickshaw por centímetro cuadrado
de carretera que es mayor que la densidad del pelo de Bono (el de ahora, no el
de antes). Y a pesar de todos estos peligros, el conductor del autobús decide,
a modo de batmóvil, convertir su autobús en nave espacial, y cual Enterprise
surca las carreteras a la velocidad de la luz. Nosotros nos miramos, sacamos
nuestros cascos y nos ponemos a leer. Si la muerte está ahí fuera, no vamos a
poder hacer nada.
Algo
despeinados, y mira que en Gortxu es difícil, llegamos a la estación de
Khulna.Uno de los principales problemas de viajar por Bangladesh es la falta de
mapas y los poco que hay son demasiados generales, así que al bajar del autobús
estábamos desorientados y no sabíamos por donde quedaba la ciudad. La estación
de autobuses era un caos y una marabunta humana se movía entre los vehículos
que llegaban y abandonaban la estación. Casi sin quererlo fuimos engullidos por
una de estas corrientes y arrastrados hasta la orilla de un río. Al otro lado
divisamos la ciudad de Khulna. Ahora sí sabíamos dónde nos encontrábamos.
Subimos a la barca pagando 2tk cada uno. El viaje apenas duró un minuto,
suficiente para que un joven iniciara conversación con nosotros. Él también se
dirigía a Khulna y aunque no conocía el nombre del hotel que habíamos
seleccionado en la guía, le dejamos que negociara un precio con el rickshaw a
cambio de ir con nosotros gratis. Bueno dicho así parece que negociamos un
trato, y no es cierto, todo surgió sobre la marcha y de forma natural.
Una vez en el
centro de la ciudad miramos un par de hoteles y elegimos el Jalico (800tk/ac).
El hotel estaba bastante bien y su recepcionista era muy útil y servicial.
Queríamos
conectarnos a internet así que anduvimos un kilómetro hasta el edificio del
“New Market”. El edificio de dos plantas y forma cuadrada con un pequeño parque
central abierto al cielo, podía llamarse “new” pero tenía un aspecto sucio y
dejado. La mayoría de los ciber se encontraban en la segunda planta pero los
servidores se habían caído y no había conexión posible. Para hacer tiempo
tomamos un refresco y unos pasteles, en un local de la planta baja que miraba
al triste y abandonado jardín. Los dulces estaban bastante buenos. Las tiendas
que conforman el mercado eran poco interesantes y estaban llenos de mercancía
china. Solo las tiendas de telas se salvaban pero todas ofrecían las mismas
telas así que vista una vista todas. Al cabo de una hora volvemos al ciber y la
conexión aunque paupérrima es posible. Mandamos unos correos y decidimos
adelantar la salida del país para pasar unos días en Singapur retomar fuerzas y
comprar una cámara de fotos nueva ya que la Canon se había roto.
Para volver al
centro de la ciudad elegimos hacerlo atravesando el mercado de la ciudad. Está
atrapado y asfixiado entre la carretera y el muro que delimita el enorme puerto
de Khulna, así que los puestos se alinean a lo largo de un kilómetro. Los
pasillos que hay entre ellos son minúsculos y los toldos de plástico que
protegen de la lluvia y el sol no hacen más que acrecentar la sensación de
agobio. Las mercancías se apilan en columnas imposibles. Es asfixiante y
tremendamente exótico. Ni que decir tiene que somos la atracción del momento y
todos los dependientes, familiares y amigos salen a recibirnos allá por donde
pasamos. La variedad de mercancía es grande, no en vano se encuentra junto al
puerto y uno puede comprar un kilo de tomates a la derecha mientras que a la
izquierda compras una rueda de repuesto.
El mercado
termina junto a unos vagones de tren abandonados, parece que tenemos que
desandar parte del camino, pero nos
fijamos que la gente continúa camino así que les seguimos. Pasamos por entre
los vagones y vemos que el camino sigue por un agujero hecho en el muro. La
zona es más abierta, a la izquierda se sitúa el río, al que a veces se puede
acceder por terraplenes de tierra y otras no porque han levantado pequeñas
tiendas, y a la derecha se abre una zona arbolada salpicada de edificios la
gran mayoría en ruinas. Nos acercamos hasta el río y vemos las barcas cargadas
hasta los topes de material de construcción que remontan el río. El agua lame
la borda del río e incluso a veces se encuentran parcialmente sumergidos, pero
esto no parece importarles a sus capitanes que en la parte trasera de las barcas
afianzan el timón mientras el viento sacude sus ropas.
Poco a poco el
día pierde su batalla a la noche y la oscuridad nos envuelve cuando llegamos al
hotel. Mal comemos en un garito local, comenzamos a estar saturados de fritos,
y nos vamos al hotel a descansar.
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