lunes, 22 de octubre de 2012

22. Pugima (Papúa. Valle de Baliem)



Lo poco que vimos del valle de Pugima nos gusto así que continuamos aquella mañana nuestra excursión. El paisaje ofrece numerosos contrastes. Parte de la selva ha sido eliminada mediante la quema controlada a la espera de preparar la tierra para cultivar, otra parte directamente ha sido cortada para aprovisionarse de madera con la que construir los cercados. Solo pequeñas islas de vegetación sobreviven aisladamente en un paisaje ondulante, lleno de colinas, bajo la atenta mirada de montañas mucho más altas lejos en el horizonte. Nos encontramos por el camino con algunos lugareños. Nos saludamos tímidamente. Los niños mucho más osados por su curiosidad nos siguen. No tenemos un camino prefijado así que en un momento dado nos desviamos por un sendero que surge del camino principal hacia la izquierda, hacia las colinas que nos separan del valle de Pugima. Los chavales nos siguen a unos metros por delante de nosotros. 



Una vez en lo alto de la colina el estrecho y alargado valle se extiende a nuestros pies. Con poco bosque algunas pequeñas aldeas se dispersan por la zona. Nos sentamos a descansar un rato y a planificar el recorrido. Intentamos interactuar con nuestros pequeños compañeros. Nos indican uno por uno los nombres de los pequeños pueblos. Intentamos planificar una ruta con ellos pero no es fácil por la barrera lingüística. El sol aprieta ya a primera hora de la mañana. Finalmente decidimos dirigirnos hacia el norte, hacia un pueblo con una gran iglesia cuyo tejado de metal refleja el sol como un faro. Nuestros acompañantes se aburren y deciden marcharse. El valle es muy despejado y no hay sombra. De vez en cuando vemos alguna cabaña aislada y algún campesino a lo lejos. Llegamos al pueblo, cuyo nombre desconocemos, pero está vacío. No nos cruzamos con nadie. El pueblo es pequeño y está atravesado por el camino que seguimos. Lo dejamos atrás y subimos una empinada carretera, ahora asfaltada, hasta lo alto de una pequeña montaña. Al otro lado divisamos un nuevo valle, éste mucho más amplio, y la carretera que se dirige hacia Akima, Mulima, Jiwika…Decidimos darnos la vuelta pero antes descansamos durante un rato a la sombra de los árboles que coronan el monte  disfrutando de la brisa que se genera en el fondo del valle y que huye montaña arriba. 



Recorremos esta vez el valle de norte a sur, hacia la mayor concentración de casas que conforman el pueblo de Pugima. No hay muchas construcciones típicas Dani pero los niños que salen a nuestro encuentro justifican el paseo. A igual que los adultos no les gustan que le saquen fotos pero la curiosidad puede más. Llegamos hasta otra iglesia bastante grande para los cánones del valle. Junto a ella se asienta un típico poblado Dani cercado. Sabemos que sería una falta de respeto entrar en el interior así que nos conformamos con verlo desde fuera. En seguida nos asaltan los niños con sus mocos perpetuos. Al principio unos pocos luego más de dos decenas. Pululan a nuestro alrededor. Una música proviene de la iglesia. Es muy pegadiza así que comenzamos a bailar, a agitar nuestras caderas. Los niños se vuelven locos y comienzan a imitarnos mientras no paran de reír. El escándalo hace que algunos adultos salgan del poblado y nos miren con curiosidad. El valle se encuentra a los pies de un desfiladero que se pierde entre montañas cada vez más altas. El paisaje es muy bonito. Preguntamos a un anciano hacia donde se dirige el camino y nos comenta que hacia un pueblo a casi un día de marcha, o al menos eso entendemos.  Mientras yo intento hablar con el anciano diccionario en mano, los niños se acercan cada vez más a Gortxu y cuando éste saca la cámara de fotos todos comienzan a correr despavoridos con más teatro que realidad, tirándose por los acequias, ocultándose en los arbustos, gritando como locos. Para inmediatamente salir y acercarse de nuevo a Gortxu. Gortxu corre cámara en mano en busca de “presas débiles” que huyen despavoridas. 


Algunos incluso son “cazados” por Gortxu para mayor deleite del resto de niños que respiran con tranquilidad al verse librados de las “garras del hombre blanco”. Pero en cuanto Gortxu suelta a la presa y con fingido disimulo se pone a mirar el paisaje los niños vuelven a salir de sus escondite acercándose lo más posible. Gortxu comienza, de nuevo, a contar en alto señalando uno a uno a cada niño: “Una dole tele catole quile quilete estaba la reina en su gabinete. Vino Gil apagó el candil, candil, candilón, guardia, justicia y ladróoooon” y corre tras el último niño señalado. A alguno de los adultos que nos rodean les hace gracia, pero notamos que alguno que otro no le hace ninguna gracia nuestra presencia…Con este sencillo juego nos pasamos un buen rato agradable, hasta que las carreras nos dejan agotados.
Nos despedimos de la chavalería y decidimos volver a Wamena. No tenemos muy claro el camino pero nos cruzamos con una adolescente que en seguida “nos dice” que la acompañemos. Así poco a poco seguimos recorriendo el valle de Pugima, entre campos cultivados de batata y pequeños poblados Dani, hasta llegar de nuevo al puente colgante de Wesaput.

Después del cabreo monumental que nos pillamos ayer, esta excursión nos vuelve a unir al Valle de Baliem. Ha sido un recorrido muy agradable. Una vez en Wamena compramos algo de comer en un pequeño supermercado. Todos los negocios son regentados por Indonesios, los Papúes quedan fuera del control económico del pueblo, salvo en los mercados que se organizan a las afueras de Wamena. Al anochecer y como todos los días, las nubes empiezan a crecer anunciando el inicio de un nuevo diluvio.