Madrugamos
para estar temprano en la Terminal Misi y tomar allí un “bekmo” que nos
condujese hasta Sugokmo donde empezaría nuestra ruta de tres días. Acababa de
marchar uno cuando llegamos pero al ser primera hora de la mañana no tuvimos
que esperar mucho a que se llenara el siguiente. Conseguimos los asientos
delanteros que eso siempre es una garantía de menos incomodidad, porque
comodidad nunca la hay. En apenas 30 minutos nos dejan en un cruce de caminos
donde hay un pequeño mercado local. Comenzamos a andar hacia Yetni.
La
carretera en otro tiempo continuaba pero un enorme desprendimiento de tierras
hace un tiempo arrasó la carretera y ahora solo hay un páramo de lodo gris seco
de la anchura de un campo de futbol. El riachuelo que provocó tal
desprendimiento sigue reclamando su espacio y fluye a través de este barrizal
creando una pequeña garganta que debemos atravesar.
De nuevo en
la carretera asfaltada el camino ondula sobre las colinas. Es primera hora de
la mañana y el sol aún es agradable. Nos cruzamos con muchos lugareños que
cargados con sus verduras a la espalda se acercan al mercado donde la furgoneta
nos dejó. La gran mayoría visten ropas occidentales, aunque todos van descalzos
y las mujeres portan sus “noken” sujetadas por su frente y apolladas en la
espalda. Estas bolsas de tejido vegetal y tinte natural desprenden un fuerte
olor y es una posesión muy preciada entre las mujeres Dani ya que les sirven
tanto para portar cargas, como para llevar a sus bebés.
El rio
Baliem discurre a nuestra izquierda. Sus aguas bravas descienden con fuerza por
el valle que poco a poco se va haciendo más estrecho. Nos acercamos hasta uno
de los puentes colgantes que lo atraviesan. Es muy fotogénico. Al otro lado del
río sobre una escapada ladera pelada se encuentra el pueblo de Senma. Es uno de
los pueblos que pertenecen al típico circuito de 5 días que se hace por la zona.
Nosotros no tenemos intención de hacerlo así que tras disfrutar de las vistas
desde el puente nos damos media vuelta y continuamos por el camino por el que
vinimos.
Sin darnos
cuenta llegamos a Kurima. La mayoría de estos pueblos están construidos con sólidas
casas de ladrillo y cemento. Parece increíble que todo este material haya sido
transportado hasta allí por vía aérea. Muchos tejados se ven provistos de
pequeñas placas solares que aprovisionan de iluminación básica a los edificios.
La gran mayoría de estos son gubernamentales: colegios, puestos militares….
Sobre los edificios de hormigón no llaman la atención pero cuando vemos las
placas fotovoltaicas sobre los tejados de paja de las cabañas Dani somos
conscientes de lo que han tenido que cambiar la vida de las tribus del valle en
tan solo medio siglo. Hace 50 años sus herramientas de labranza se forjaban
como en la edad de piedra europea y ahora se iluminaban con la última
tecnología creada por el hombre. Definitivamente tan brutal y veloz cambio no puede
ser bueno para una sociedad.
Comenzamos
a ascender hacia Kilise. Nos acompañan unos colegiales que suben y bajan por la
montaña sin ningún esfuerzo mientras nosotros estamos sin aliento. Se ríen con
nosotros o de nosotros, no estamos seguros, pero sus sempiternos mocos verdes
asoman y se ocultan tras las narinas con cada respiración. Viéndoles correr por
los caminos y saltar por los precipicios me viene a la mente la idea de que son
los humanos más primates que he visto
jamás. Inmediatamente me surge un sentimiento de culpabilidad y de
remordimiento pero lo cierto es que viendo sus cuerpos, sus gestos, sus sonidos
no puedo quitarme de la cabeza la idea de que están más cerca de nuestros
ancestros que nosotros. Lástima no tener un antropólogo a mano. Pero en este
Valle perdido solo tenemos a mano naturaleza y belleza.
El paisaje
cada vez es más bonito. A medida que el valle se estrecha las montañas van
ganando altura. Aunque deforestado y a veces quemado el monte es muy verde.
En apenas
tres horas llegamos a Kilise. Dejamos las mochilas en “Albert GH” Las cabañas
están muy bien y las vistas son espectaculares. Acordamos el precio 100.000rp
cada uno con las tres comidas. Nos parecía un precio más que razonable para el
servicio que nos daban en aquellas lejanas tierras. Las cabañas, aunque
imitaban la misma estructura que la cabaña tradicional Dani, eran mucho más
cómodas. Con casi tres metros de alto y un diámetro de 4 las cabañas eran lo
suficientemente amplias como para alojar a cinco personas. Además disponían de
mantas y unas colchonetas que nos harían más cómodo dormir en el suelo. El
suelo estaba aislado mediante una fina moqueta roja y la puerta poseía un
candado que aseguraba el contenido. Las zonas comunes se repartían por la
explanada, a saber: una cocina comedor con una larga mesa con bancadas a ambos
lados, un baño con pozo séptico y una ducha de agua helada traída directamente
desde las montañas. Estábamos contentos. Encontrar alojamiento en esta zona no
es fácil y dormir en una típica cabaña Dani no es precisamente lo más cómodo
del mundo. Puede ser toda una experiencia pero cómodo lo que se dice cómodo no
es. Y uno va teniendo una edad en la que el cuerpo protesta si no se le mima un
mínimo.
Nos
sentamos en sendas piedras que escoltan la puerta de la cabaña. Las vistas son
excelentes.
Disfrutamos del momento. Tomamos aire e intentamos asimilar donde estamos y lo que estamos viviendo. Al atardecer se nos acerca un lugareño vestido únicamente con la funda de pene y una corona de plumas. Nos es imposible determinar su edad, el dice tener 65 años, y nos parece estar muy bien conservado para haber tenido una vida tan dura. Su piel oscura está llena de arrugas y la pérdida de elasticidad hace que se formen colgajos en su pecho, en sus nalgas, en sus tríceps…. Pero no tienen ni un miligramo de grasa. De su bolsa noken saca todo su repertorio de suvenires para turistas: collares, pulseras, pendientes, pipas y como no unos cuantos horim, o koteka, de distintos tamaños y formas. Gortxu compra uno, espero que no tenga la ocurrencia de ponérselo a la noche. Negociamos el precio, no somos muy duros…no nos parece ético.
Disfrutamos del momento. Tomamos aire e intentamos asimilar donde estamos y lo que estamos viviendo. Al atardecer se nos acerca un lugareño vestido únicamente con la funda de pene y una corona de plumas. Nos es imposible determinar su edad, el dice tener 65 años, y nos parece estar muy bien conservado para haber tenido una vida tan dura. Su piel oscura está llena de arrugas y la pérdida de elasticidad hace que se formen colgajos en su pecho, en sus nalgas, en sus tríceps…. Pero no tienen ni un miligramo de grasa. De su bolsa noken saca todo su repertorio de suvenires para turistas: collares, pulseras, pendientes, pipas y como no unos cuantos horim, o koteka, de distintos tamaños y formas. Gortxu compra uno, espero que no tenga la ocurrencia de ponérselo a la noche. Negociamos el precio, no somos muy duros…no nos parece ético.
Es aún muy
pronto por lo que damos una vuelta por los alrededores pero tenemos que volver
antes de lo previsto a la cabaña porque comienza a llover.
Al
atardecer el tiempo nos da un respiro y salimos de la cabaña. A unos 100m y
sobre una de las colinas se levanta una pequeña aldea Dani presidida por una
modesta iglesia de estilo protestante. Un par de chavales revolotean por allí.
Junto a la iglesia hay un campo de balón volea.
Jugamos con los lugareños un partido. Hace años que no jugábamos así que
casi molestábamos más que ayudábamos.
Eso sí, no tenían ningún reparo en reírse de nuestros fallos. Tanta naturalizad nos agradaba aunque nuestro orgullo se resintiera.
Eso sí, no tenían ningún reparo en reírse de nuestros fallos. Tanta naturalizad nos agradaba aunque nuestro orgullo se resintiera.
Casi de
noche volvemos a las cabañas. Preparamos las colchonetas para dormir. La noche
se ha echado sobre ella y con ella la humedad. El frío se hace notar. Nos traen
a la cabaña la cena. Un tubérculo similar al boniato, que lo llaman uvi, y unos
“noodles” de sobre que nos hacen coger calor. No es una cena maravillosa pero
cuando hay hambre….Menos mal que sacamos nuestra arma secreta: ¡Chorizo de
Guijuelo! Los 20 días de viaje y los más 8000km de viaje le han pasado factura
pero nos sabe a gloria.
Dormimos
sin pasar frío porque en la cabaña hay mantas de sobra. Aunque no quitan la
humedad.
A las seis
de la tarde sin energía eléctrica no hay mucho más que hacer, tan solo
dormir...y no nos importa. Afortunadamente Gortxu no se pone el “horim”, será
noche tranquila.