La
intención es ir hasta Jiwika para ver una momia de 200 años y unas salinas
cercanas. Las etnias del Valle de Baliem incineran a los muertos para que sus
espíritus abandonen el mundo de los vivos, mientras que a los grandes jefes y
guerreros muertos, llamados Kain, se les momifican y conservan con el humo.
Tras la segunda guerra mundial cuando los misioneros se dedicaron a extender la
palabra de Dios no les tembló el pulsó en eliminar parte de la cultura
autóctona. Así los misioneros intentaban cambiar la cosmovisión Dani, y en un
intento claro de eliminar sus creencias introdujeron el concepto de alcanzar la
vida eterna como recompensa por la quema de las posesiones “tradicionales”. Con
ello provocaron la destrucción masiva de los denominados “fetiches” o kukuwak
en prácticamente todo el territorio. Junto con los fetiches también fueron
destruidas la gran mayoría de las momias, pero todavía quedan algunas
repartidas por los pueblos del valle, algunas en mejor estado que otras. A día
de hoy las utilizan como oráculo para consultarle si deben o no pelear cuando
tienen guerra con algún poblado vecino; y como resultado de cada pelea le
cuelgan unos tallos a modo de collar.
Nos
habíamos levantado tarde así que para cuando llegamos a la estación de autobuses
el mayor movimiento de personas entre las distintas áreas del valle se había
producido ya. Tras tres horas de espera el “taksi” no se llenaba lo suficiente
como para salir. Apenas entra una mosca pero el conductor considera que aún hay
sitio para más. Nosotros que llevamos dentro sufriendo el intenso calor durante
más de una hora porque pensábamos que la salida era inminente nos hartamos y
nos bajamos.. Las tres horas de espera al sol se nos han secado las ganas de
ver momias. Con bastante frustración y mayor cabreo abandonamos la estación de
autobuses y retornamos a Wamena andando.
A la altura
del aeropuerto volvemos a ver a Mikel y Andrea en una moto. Su anfitriona de
couchsurfing se la ha dejado para que vayan a dar una vuelta mientras ella hace
la comida. Hablamos un rato sobre lo divino y lo humano. Nos contagian algo de
su vitalidad lo que nos ayuda a pasar el mal trago.
Seguimos
por la carretera paralela al aeropuerto. Nos internamos de vez en cuando por
pequeños senderos que nos llevan a cabañas Dani. Nos llama la atención lo
cuidado y coloridos que tienen los jardines entrono a las casas.
Los papúes
de las Tierras Altas son agricultores que cultivan la batata, el taro, la caña
de azúcar, el banano y el pandano rojo en auténticos huertos limitados por
postes de madera inclinados, con anchos fosos de drenaje ahondados con un
pesado palo excavador, sólidos muros de piedra seca o resistentes vallas de
tablones verticales ensamblados para evitar los ataques cometidos por parte de
los cerdos domésticos o salvajes. El paisaje queda, por tanto, dividido en
parcelas donde alternan la selva secundaria, las plantaciones arbóreas, los
baldíos herbosos y los cultivos maduros o a punto de ser abandonados; el color
de los huertos recién abiertos, donde los plantones se combinan en función de
las variaciones locales de suelo, humedad y luz, contrasta con este mosaico en
el que se pierde la mirada. Unas técnicas de horticultura complejas, a veces
con campos delimitados por caballones con empleo del abono acumulado en los
canales de drenaje de los pantanos, permiten sustentar fuertes densidades de población.
Llegamos hasta Wesaput y cruzamos el puente colgante de 90m que salva un pequeño afluente de río Baliem. Lamentablemente al lado han construido uno de hormigón y metal en previsión de ampliar y asfaltar la carretera. Para ellos un ventaja pero para nosotros una muesca más en el paraíso.
El camino
que une Wasept con el valle de Pugima es agradablemente llano y aunque no hay
sombra pues los lugareños han talado todo el bosque para conseguir tierras de
cultivo, la luz del atardecer y la impresionante cordillera al fondo hacen que
el paisaje no desmerezca. Se nos acercan unos chavales que nos acompañan un
trecho en el camino. Nos enseñan una cueva y como ya se está poniendo el sol
regresamos a Wamena pues aun nos queda un buen paseo.
Para que no se nos haga tan pesado a mitad del camino nos paramos a ver un partido de futbol, animado por todo el pueblo. Con música por los altavoces la contienda es todo un acontecimiento para los lugareños que ríen, gritan y aplauden a ambos equipos indistintamente en cuanto hay una ocasión de gol. Pero en el Valle de Baliem en cuanto el sol se mete la temperatura baja drásticamente así que al poco rato nos marchamos ateridos por el frío. Cenamos cerca del hotel, estamos muy cansados. Una vez más la lluvia comienza a caer torrencialmente en el valle. No hay más que hacer. Nos vamos a dormir.
Para que no se nos haga tan pesado a mitad del camino nos paramos a ver un partido de futbol, animado por todo el pueblo. Con música por los altavoces la contienda es todo un acontecimiento para los lugareños que ríen, gritan y aplauden a ambos equipos indistintamente en cuanto hay una ocasión de gol. Pero en el Valle de Baliem en cuanto el sol se mete la temperatura baja drásticamente así que al poco rato nos marchamos ateridos por el frío. Cenamos cerca del hotel, estamos muy cansados. Una vez más la lluvia comienza a caer torrencialmente en el valle. No hay más que hacer. Nos vamos a dormir.