domingo, 21 de octubre de 2012

21. Wamena-Wesaput (Papúa. Valle de Baliem)



La intención es ir hasta Jiwika para ver una momia de 200 años y unas salinas cercanas. Las etnias del Valle de Baliem incineran a los muertos para que sus espíritus abandonen el mundo de los vivos, mientras que a los grandes jefes y guerreros muertos, llamados Kain, se les momifican y conservan con el humo. Tras la segunda guerra mundial cuando los misioneros se dedicaron a extender la palabra de Dios no les tembló el pulsó en eliminar parte de la cultura autóctona. Así los misioneros intentaban cambiar la cosmovisión Dani, y en un intento claro de eliminar sus creencias introdujeron el concepto de alcanzar la vida eterna como recompensa por la quema de las posesiones “tradicionales”. Con ello provocaron la destrucción masiva de los denominados “fetiches” o kukuwak en prácticamente todo el territorio. Junto con los fetiches también fueron destruidas la gran mayoría de las momias, pero todavía quedan algunas repartidas por los pueblos del valle, algunas en mejor estado que otras. A día de hoy las utilizan como oráculo para consultarle si deben o no pelear cuando tienen guerra con algún poblado vecino; y como resultado de cada pelea le cuelgan unos tallos a modo de collar.
Nos habíamos levantado tarde así que para cuando llegamos a la estación de autobuses el mayor movimiento de personas entre las distintas áreas del valle se había producido ya. Tras tres horas de espera el “taksi” no se llenaba lo suficiente como para salir. Apenas entra una mosca pero el conductor considera que aún hay sitio para más. Nosotros que llevamos dentro sufriendo el intenso calor durante más de una hora porque pensábamos que la salida era inminente nos hartamos y nos bajamos.. Las tres horas de espera al sol se nos han secado las ganas de ver momias. Con bastante frustración y mayor cabreo abandonamos la estación de autobuses y retornamos a Wamena andando.
A la altura del aeropuerto volvemos a ver a Mikel y Andrea en una moto. Su anfitriona de couchsurfing se la ha dejado para que vayan a dar una vuelta mientras ella hace la comida. Hablamos un rato sobre lo divino y lo humano. Nos contagian algo de su vitalidad lo que nos ayuda a pasar el mal trago.
Seguimos por la carretera paralela al aeropuerto. Nos internamos de vez en cuando por pequeños senderos que nos llevan a cabañas Dani. Nos llama la atención lo cuidado y coloridos que tienen los jardines entrono a las casas.
Los papúes de las Tierras Altas son agricultores que cultivan la batata, el taro, la caña de azúcar, el banano y el pandano rojo en auténticos huertos limitados por postes de madera inclinados, con anchos fosos de drenaje ahondados con un pesado palo excavador, sólidos muros de piedra seca o resistentes vallas de tablones verticales ensamblados para evitar los ataques cometidos por parte de los cerdos domésticos o salvajes. El paisaje queda, por tanto, dividido en parcelas donde alternan la selva secundaria, las plantaciones arbóreas, los baldíos herbosos y los cultivos maduros o a punto de ser abandonados; el color de los huertos recién abiertos, donde los plantones se combinan en función de las variaciones locales de suelo, humedad y luz, contrasta con este mosaico en el que se pierde la mirada. Unas técnicas de horticultura complejas, a veces con campos delimitados por caballones con empleo del abono acumulado en los canales de drenaje de los pantanos, permiten sustentar fuertes densidades de población. 


 

Llegamos hasta Wesaput y cruzamos el puente colgante de 90m que salva un pequeño afluente de río Baliem. Lamentablemente al lado han construido uno de hormigón y metal en previsión de ampliar y asfaltar la carretera. Para ellos un ventaja pero para nosotros una muesca más en el paraíso.
El camino que une Wasept con el valle de Pugima es agradablemente llano y aunque no hay sombra pues los lugareños han talado todo el bosque para conseguir tierras de cultivo, la luz del atardecer y la impresionante cordillera al fondo hacen que el paisaje no desmerezca. Se nos acercan unos chavales que nos acompañan un trecho en el camino. Nos enseñan una cueva y como ya se está poniendo el sol regresamos a Wamena pues aun nos queda un buen paseo. 







Para que no se nos haga tan pesado a mitad del camino nos paramos a ver un partido de futbol, animado por todo el pueblo. Con música por los altavoces la contienda es todo un acontecimiento para los lugareños que ríen, gritan y aplauden a ambos equipos indistintamente en cuanto hay una ocasión de gol. Pero en el Valle de Baliem en cuanto el sol se mete la temperatura baja drásticamente así que al poco rato nos marchamos ateridos por el frío. Cenamos cerca del hotel, estamos muy cansados. Una vez más la lluvia comienza a caer torrencialmente en el valle. No hay más que hacer. Nos vamos a dormir.