viernes, 12 de octubre de 2012

12. Dhaka (bangladesh)


Dhaka no es una ciudad fácil. Contaminación, sobrepoblación, suciedad y miseria pasean de la mano por sus calles. A esto hay que unirle la incomodidad de un clima extremo y un país deficitario en estructuras. Como un par de zapatos nuevos, nos tenemos que hacer a Dhaka para poder disfrutarla….o al menos soportarla. Habrá quién solo necesite un día pero otros puede que nunca se amolden a ella y cual zapato sea tirada a la basura. Dhaka ofrece experiencias excitantes y diferentes pero uno debe ser consciente de que se encuentra en un país musulmán y uno de los más pobres del mundo.
Cuando salimos del hotel para visitar Dhaka lo veíamos más como una obligación que como un placer. Y eso no era bueno, pero era lógico. Dhaka al igual que el resto de Bangladesh no es un destino turístico lleno de lugares interesantes que visitar y son pocos, por no decir ninguno, los monumentos que quedan marcados en la memoria. No menos cierto es, que llevar 10 años viajando por el sudeste asiático nos a arrebatado la ingenuidad y la capacidad de sorpresa, muy necesaria en ciudades tan agresivas con Dhaka. El caso es que no habíamos hecho más que desayunar y ya habíamos roto a sudar y sabíamos que no íbamos a dejar de hacerlo hasta la noche.
Una vez en la calle el caos te atrapaba y te zarandeaba una y otra vez. Y como un monigote te lanzaba en algún banco o en las escaleras de acceso a una mezquita donde se respiraba algo más de tranquilidad. Imposible andar por unas aceras que más bien parecían una carrera de obstáculos, temerario atravesar una calle donde no se respetaban ni las normas de circulación ni a los peatones, agotador andar y andar de monumento en monumento bajo una humedad del 90% y una temperatura de 36ºC.
Nos dirigimos hacia Old Dhaka en el centro de la ciudad, atravesando el Estadio Nacional y descansando en los Jardines del Palacio Presidencial, en cuyo estanque artificial un grupo de niños jugaba. Cruzamos el Gulistan Crossing, un cruce de caminos absolutamente loco. El tráfico en esta zona es infernal y al riesgo de morir atropellado se une la posibilidad de morir asfixiado por el humo de combustión de los motores. Creo que nunca antes nos habíamos sentidos tan agobiados en medio del tráfico de una ciudad. Había que tener mil ojos para no morir atropellado por un coche, una moto, un autobús, un rickshaw, una carretilla, una bici o por cualquier viandante que a la carreta se desplazaban por entre las dos estaciones de autobús que delimitan el cruce.
Una vez en North-South Road II ya sólo nos teníamos que preocupar de dónde poníamos el pie, pues las aceras eran trampas mortales llenas de agujeros, zanjas, cables, bordillos imposibles….y de alguna que otra moto que tomaba la acera como carretera.
Giramos a la derecha y nos sumergimos en el Nazira bazar a través de la Bycicle Street, famosa por alojar la mayoría de los talleres de reparación de rickshaw. Pero era Viernes y todos los establecimientos se encontraban cerrados, nos quedamos con las ganas de fotografiar los coloridos  rickshaws.
Legalmente en Dhaka solo existen 80.000 rickshaw pero si uno pasea por sus calles es evidente que la cifra es mucho mayor. Bastante mayor en realidad. Nadie sabe a ciencia cierta cuantos rickshaws hay en Dhaka pero se estima que entre 400.000 y 800.000 bicicletas circulan diariamente por esta megaciudad en continuo crecimiento y movimiento. La gran mayoría de los rickshaw wala, o personas que pedalean sobre las bicicletas, no son propietarios de los rickshaws sino que los arrendan por unos 300takas al día. Todos los conductores tienen una historia muy parecida. Huyen de las hambrunas de las zonas rurales atraídos por las luces de prosperidad de la ciudad. Necesitan encontrar un trabajo no solo para mantenerse a ellos mismos sino también a la familia que han dejado atrás. La oferta es menor que la demanda así que incluso para un trabajo tan duro como éste, pedalear entre 12 y 16h diarias por apenas unos 20€ semanales, es necesario tener contactos. Una vez en la ciudad algún conocido le pone en contacto con el propietario de un rickshaw, luego alrededor de una taza de “cha” se negocia el precio de alquiler y las condiciones de mantenimiento. Una vez arrendado el rickshaw debe encontrar un alojamiento. Lo más probable es que las primeras semanas duerma sobre la bicicleta o directamente en el suelo y acuda a los mal llamados “Hoteles” a comer por unos 60takas. Estos establecimientos sólo tienen unas cuantas sillas y mesas y cocinan curry principalmente para los conductores de rickshaw. Si la cosa va bien y puede ahorrar algo de dinero es posible que pueda abandonar la calle y dormir bajo techo. Pero la comodidad brillará por su ausencia.
Dormirá en un cuarto común, en apenas 60cm y por supuesto sin colchón sobre un suelo cubierto por un sari, cartones o una vieja tela. Y sin embargo es una ganga porque pagará 70tk por dormir, desayunar y cenar. Igual de básico que la cama es la comida; curry, arroz y dhal y quizás una vez a la semana algo de proteína animal en forma de pollo. Cada mañana se levantará y se sumergirá en la jungla de asfalto de Dhaka, donde no hay reglas ni normas y donde la polución irá oscureciendo cada día sus pulmones. Más del 50% de los conductores de rickshaw ganan entre 5000 y 9000 takas al mes. Comparado con otros trabajos en la industria textil o de fabricación de ladrillo, quienes ganan la mitad, son unos privilegiados. ¡No te jode!
Atravesamos el Viejo Dhaka entre callejones de apenas un metro de ancho atestados de rickshaw y motos. Hay muchos edificios en ruinas pero sus bajos sirven de improvisadas tiendas de todo tipo de mercancías. La única ventaja de estas calles tan estrechas es que hay sombra y eso nos alivia del fuerte calor.
Ascendemos hacia el norte y salimos a la altura de Banga Bazar un mercado especializado en ropa que a nosotros nos defraudó bastante.
Descansamos de la ciudad en los jardines de la universidad. Comienza a caer la tarde y cada vez son más los lugareños que se acercan a las campas para disfrutar del deporte nacional; el cricket. Nos hubiera gustado quedarnos y observar pero queríamos visitar el Museo Nacional.
La guía de viajes aconseja no acudir al museo los viernes pues se llena de lugareños. Y es cierto. Una gran cola en los accesos no pone en antecedentes. Durante toda la visita los pasillos se encuentran llenos de familias bengalíes que acuden al museo a reencontrarse con el orgullo nacional. El museo aún no siendo espectacular es una buena forma de acercarse a la historia del país. La entrada lo preside un gran mapa a relieve del país sobre el suelo. Las principales ciudades están señalizadas en el mapa mediante una bombilla. Basta que le digas el nombre de una ciudad al personal del museo para que este oprima el botón adecuado y se ilumine una bombilla en el lugar del mapa en el que se sitúa la ciudad. La planta baja está dedicada a los orígenes geológicos del país, así como a la flora y la fauna. Las vitrinas hacen siglos que no se limpian y el polvo acumulado crea una considerable capa sobre los animales disecados. La segunda planta está dedicada a la sociedad bengalí; sus oficios, sus costumbres, artesanía…. La tercera planta se dedica al arte pictórico y escultórico de Bagladesh. Lo dicho más entretenido que interesante.
Cuando salimos del museo la noche está cayendo sobre la ciudad. Tomamos un rickshaw hasta el hotel. Nos encanta que no tengamos que regatear así que le damos una propina. Subimos a nuestra habitación y preparamos las maletas para el día siguiente.

Bangladesh es el país menos turístico que hemos visitado, y no es para menos pues carece de monumentos históricos importantes. Sin embargo, visitarlo ha sido toda una auténtica experiencia viajera que nos ha enriquecido. Definitivamente, Bangladesh no es un país para visitar, es un país para vivirlo.

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