A las siete de
la mañana estábamos en la recepción preguntando por los autobuses a Barisal. El
recepcionista fue claro, a las 7:30 un autobús medianamente bueno salía desde
el Mercado Nuevo, si no podíamos coger ese tendríamos que ir a la estación de
autobuses y coger cualquier otro...malo.
Afortunadamente
pudimos comprar billetes (170Tk/p) para el de las siete y media aunque cuando
lo vimos llegar nos preguntamos que si ese era el “bueno” como serían el resto.
Desde nuestros
ojos seguía siendo el típico autobús destartalado de Bangladesh, sucio, roñoso
y desvencijado. Nos habían asegurado que el viaje duraría cuatro horas, pero
con el día tan despejado que hacía nos temíamos que se nos hiciesen como 24. El
autobús no salió hasta las ocho de la mañana pero en realidad no tomó carretera
hasta las nueve pues primeramente hizo un par de paradas en la ciudad. Una para
recoger a más pasajeros y otra para cargar el techo de mercancías.
Afortunadamente
la distancia entre los asientos era mucho mayor que lo habitual y lo suficiente
como para que nos entraran las piernas sin problemas. Lo peor es que el autobús
no tenía cortinas y nos había tocado el lado del sol.
El paisaje era
eminentemente plano y verde. Los campos de arroz, los ríos y la vegetación
salvaje se sucedían a lo largo de todo el camino. El autobús circulaba por
aquellas carreteras malditas como si de una autopista alemana se tratara,
apartando o más bien echando de la carretera a los vehículos más pequeños y
hablando de tú a tú con los más grandes de forma temeraria.
Bangladesh es
un país predominantemente fluvial por lo que no son extraños los ferris de
vehículos para atravesar grandes ríos. En nuestro viaje también atravesamos un
río de esta forma.
A las 12:30
estábamos en la caótica y polvorienta estación de autobuses de Barisal.
Desorientados no sabíamos qué dirección tomar para huir de los rickshaw y
motorickshaw que en la estación esperaban como alimañas a los pasajeros. Nos
sabíamos dónde estábamos pero sí que los 100tk que nos pedían por ir al centro
de la ciudad era un precio abusivo, así que nos quitábamos de encima a esos
carroñeros sobre ruedas.
Un adolescente
nos ayudó desinteresadamente a hacer de traductor y negociador. Finalmente por
60tk logramos que un motorickshaw eléctrico nos llevara hasta el hotel Ali
Internacional en el centro de la ciudad. Sabíamos que estábamos pagando un
sobreprecio pero hacía calor y deseábamos llegar cuanto antes al hotel. El Ali
Internacional se sitúa en la calle principal de la ciudad lo que significa tráfico,
ruido y contaminación, aunque sus habitaciones alargadas dan a la parte trasera
del edificio por lo que el ruido se mitiga algo. Nos enseñaron una habitación
cuyos anteriores huéspedes acababan de irse, por mucho que nos asegurasen que las
sábanas estaban limpias. ¡Por Dios! Si aún estaban calientes. El precio además
desorbitado 1500tk por la doble con AC. El dueño, un barbudo resabido no se
apeó del burro y nos aseguraba que el precio de esa habitación era 2500Tk. ¡Ja!
No le sentó muy bien que le dijéramos que nos parecía cara y que nos íbamos a
mirar otras opciones. Muy cerca se encontraba el hotel Athenea. El precio
1100Tk por una doble con AC que si bien era bastante más pequeña estaba mucho
más limpia....al estilo bengalí, claro.
Tomamos un
respiro en la habitación. Nos dimos una ducha y nos sentamos a pensar cómo
continuar el viaje. La idea inicial era llegar a Chittatong y desde allí tomar
un tren a Dhaka, pero la idea de tener que hacer al día siguiente 4horas en
barco más cuatro de autobús para llegar a la segunda ciudad más grande del
país, con lo que eso supone de ruido y contaminación, nos echaba para atrás.
Además la principal razón para llegar a Chittatong era ver los astilleros de
desguaces de barcos, pero desde una denuncia de Greenpeace, la entrada a ellos
para los extranjeros estaba prohibida, y la verdad es que no creíamos que
fuéramos capaces de lograr saltarnos la prohibición.
Así que nos
decidimos por subir desde aquí en barco Dhaka en el Rocket Steam.
Lo primero que
debíamos hacer era ir a la oficina a reservar los billetes, pues solía estar
muy solicitado. Mapa en mano nos sumergimos en las caóticas callejuelas del
centro de la ciudad y en poco más de cinco minutos estábamos....perdidos.
Quizás en otro país del mundo esto pudiera ser un contratiempo pero aquí en
Bangladesh no, pues basta preguntar a cualquiera para que se desviva por
ayudarte. Con unas breves y concisas indicaciones nos pusieron en la calle
paralela al río así que encontrar la oficina de la BIWTC era pan comido....o
casi.
La calle
bullía de actividad debido al puerto. Las mercancías más variadas eran
transportadas en grandes camiones, furgonetas, carros, rickshaw o simplemente
sobre las cabezas de los estibadores.
Pasamos por el
puerto de pescado que prometía. En sus muelles estaban atracados decenas de
barcos pesqueros que parecían pequeños galeones del siglo XV. No nos podíamos
detener mucho porque teníamos prisa por llegar a la oficina del Rocket pero
prometimos volver al día siguiente.
No encontrábamos
ningún letrero que nos orientase así que una vez más tuvimos que recurrir a los
lugareños. Y afortunadamente nos ayudaron pues no había ningún cartel sobre el
edificio de oficinas de la BIWTC. Subimos al primer piso y rápidamente nos
indicaron un cuarto, Allí se encontraba un hombre tras un enorme escritorio
frente a un no menos grande libro de registro. Estaba a contraluz por lo que al
precipicio pensamos que estaba leyendo el libro pero en cuanto nuestros ojos se
acostumbraron pudimos comprobar que estaba durmiendo plácidamente. ¡Vaya! Otro
empleado del BIWTC dormido en su puesto de trabajo. ¿Los elegirían así “ex
proceso” o simplemente su trabajo era mortalmente aburrido?. Una vez más
decidimos no ser descorteses y no interrumpir la cabezadita. Quién sabe, quizás
tenían un bebé en casa y no le había dejado dormir. Allí estábamos plantados
frente a él esperando a que se despertara de su improvisada cabezada. Pasaron
los minutos y empezamos a sospechar que la cabezadita era más una pedazo siesta
en toda regla.....o que se había muerto en el tajo. Un oportuno estornudo en la
habitación contigua nos sacó de dudas. Simplemente dormía. Y casi que le
preferíamos así porque no tenía buen despertar. Apenas vocalizaba, hacía
paradas eternas y cada movimiento lo realizaba como si se tratara de un
perezoso de dos patas. Finalmente tras muchos esfuerzos y tragándonos más de
una carcajada pudimos sacar en claro que no había billetes para el día
siguiente y que debíamos esperar al miércoles. Pero que no podía hacernos ahora
los billetes sino que debíamos volver ese miércoles a las diez de la mañana
para formalizarlo.
Una vez de
nuevo en la calle sacamos una foto al edificio y a los carteles publicitarios
de alrededor para poder llegar de nuevo sin problemas.
Nos encaminamos
de nuevo al centro para buscar un cyber-cafe. Por el camino, como viene siendo
la tónica habitual desde que llegamos al país, contestamos decenas de veces de
dónde éramos, cómo nos llamábamos y demás cuestionarios. Un par de chavales
universitarios nos invitaron a tomar un té mientras hablábamos con ellos, no
teníamos mejor cosa que hacer así que aceptamos. Uno de ellos estudiaba
empresariales y el otro Derecho. Por el aspecto y su comportamiento se notaba
que eran de clase alta. Charlamos durante 15 minutos y en seguida nos dijeron
dónde encontrar un cyber y nos dejaron ir. La verdad es que los bengalíes eran
extremadamente amables. Nosotros siendo hombres sólo nos saludaban y hablaban
los hombres, que lo hiciese una mujer estaba mal visto, pero estamos seguros
que las mujeres eran igual o más amables que ellos.
Tras comprobar
el correo y hacer las pertinentes llamadas por el skype, nos fuimos a cenar a
un restaurante de comida china y tailandesa. Bastante más caro que la media
pero necesitábamos comer al menos por un día bien, ya que la comida bengalí no
nos gustaba mucho y se basaba sobretodo en fritos, curry de pollo y arroz
blanco.
Cuando salimos
del restaurante ya era noche cerrada. La cuidad se mostraba vibrante y llena de
vida. Los carteles luminosos daban color a las calles y los fogones de los
restaurantes el toque exótico. Durante un rato paseamos por sus calles
empapándonos de su ambiente. Nos sentamos sobre unas piedras junto a un puesto
de té. Pedimos dos con leche y mientras lo sorbíamos no perdíamos detalle de lo
que pasaba a nuestro alrededor. Al poco un par de lugareños se sentaron a
nuestro lado. Nos invadieron a preguntas, pero la verdad es que, en esta
ocasión, no nos apetecía contestarlas de nuevo. Queríamos simplemente estar
pero en Bangladesh siendo extranjero eso es casi imposible. Así que nos
despedimos amablemente y nos fuimos al hotel.
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