A pesar del
colchón y del calor hemos sobrellevado bastante bien la noche. Hace tiempo que
nos hemos despertado pero como no hay mucho que hacer, y aún nos quedan
bastantes horas de barco, ganduleamos en nuestros catres. Nos sirven un
desayuno inglés. Decidimos dar una vuelta por las dos cubiertas que componen el
barco. El suelo está lleno de pasajeros que han pasado la noche allí. En la
zona central de la cubierta inferior está el enorme motor diesel que mueve las
palas. Nos fascina y permanecemos largo rato observando cada detalle del motor
y de las palas que giran incesantemente bajo un ruido atronador. Constantemente
se nos acerca gente para interesarse por nosotros. La gran mayoría son
estudiantes que quieren practicar inglés y saciar su curiosidad. Si hubiéramos
aceptado cada ofrecimiento de té probablemente hubiéramos muerto intoxicados
por teína. Hace tiempo que perdimos la cuenta de las invitaciones. Tememos
parecer desagradables pero es que nos abruman con su amabilidad y hospitalidad.
Volvemos a nuestro camarote y disfrutamos del paisaje desde nuestra balconada.
Bangladesh es un país eminentemente llano así que la orografía es algo aburrida
pero la travesía se hace agradable. Cada vez que el barco atraca en el puerto
de algún pueblo el barco parece revivir. Los pasajeros se agolpan en las
pasarelas y luchan contra los porteadores. Todos quieren entrar y salir a la
vez. Nos ponemos sobre la estructura que
cubre las palas, un lugar privilegiado para ver toda esta actividad. Desde el
puente de mando el capitán nos invita a subir. Lleva 15 años haciendo este
trayecto y conoce el río como la palma de su mano. Nos habla del pasado del
barco y de los instrumentos de navegación, pero la conversación se interrumpe
cuando se inician las maniobras de desatraque. Nos retiramos para no
molestarle. Volvemos a cubierta seguidos por una”troupe” de curiosos bengalíes. Decidimos tomarnos un
té en la cafetería del bar. Nos cobra más que a los lugareños pero no decimos
nada, el abuso no fue escandaloso.
El crucero va
llegando a su fin. A pesar de la incomodidad, la suciedad de los baños y del
atosigamiento de los lugareños es una experiencia absolutamente recomendable y
fundamental en toda visita a Bangladesh.
Llegamos a las
tres de la tarde a Morelganj. Los camareros nos piden propina a pesar de que no
lo han hecho con el resto del pasaje bengalí. Una ayuda no les viene mal. Allí
mismo nos está esperando otro barco que no llevará a Bagerghat. El trayecto
dura tres horas y nos cuesta 120 tk a cada uno. Nada más entrar en el barco
somos la atención del lugar. Los más osados y con un mínimo conocimiento de
inglés entablan conversación. Es difícil entenderles con su pronunciación un
tanto particular y el ruido de motor de fondo pero hacemos lo que podemos. La
primera hora es divertida pero luego comienza a ser cansino contestar una y
otra vez a las mismas preguntas. Pero no queremos ser desconsiderados. El barco
es bastante pequeño, apenas 10 de eslora por 5 de manga. No hay mucha escapatoria
posible. Salimos a proa para disfrutar del paisaje. Allí está un orondo chico
indio que va a visitar a unos familiares, su inglés es bastante bueno.
Disfrutamos de la brisa y de las vistas. La mayoría del pasaje permanece dentro
al resguardo del sol. Invitamos a un té a todos cuantos nos rodean, no son más
que 10 takas por cada té, diez céntimos de euro, creo que nos lo podemos
permitir.
Poco a poco el
sol se va poniendo y para cuando llegamos a nuestro destino la noche ya es
cerrada. Unos lugareños nos indican el mejor hotel de la ciudad, está a un
corto paseo en bicicleta (15tk) junto a la estación de autobuses, perfecto para
continuar viaje. No tienen aire
acondicionado y esta bastante sucio. Si este es el mejor hotel no queremos ni
ver el peor. Damos una vuelta por los alrededores pero de noche y sin mapa no
nos atrevemos a aventurarnos mucho. Cenamos en uno de los muchos restaurantes
que hay alrededor de la estación de autobuses y tomamos un té en un pequeño
puesto junto a la puerta del hotel.
Aunque no
hemos hecho mucho estamos cansados así que nos vamos a nuestra habitación.
Antes de dormir vemos un capítulo de Aida en el portátil. A mitad del mismo
llaman a la puerta. Es el recepcionista que nos trae papel del wáter. Da una
vuelta por la habitación y nos pregunta que hacemos. Le contestamos que viendo
una serie en el ordenador, así que se sienta en la cama junto a nosotros
dispuesto a ver la serie. Después de años viajando por Asia sabemos que el
concepto de espacio vital e intimidad es muy variable pero aún así no nos dejan
de sorprender. Durante unos diez minutos nos acompaña pero pronto se aburre y
nos deja solos. ¡Bendito país!.
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