A las seis
de la mañana estamos en el aeropuerto de Sentani. El caos y el desorden reina
por la terminal, pero todo fluye. El bihélice de Trigana despega con
puntualidad. Nos dan un tetrabrick de té para amenizarnos el vuelo que apenas
dura 45 minutos. Aunque las nubes limitan la visibilidad el paisaje es
impresionante. Selva virgen impenetrable y abruptas montañas.
Desde la
ventanilla no vemos ninguna carretera, ningún camino, ninguna construcción humana.
El acceso a esta cordillera sigue siendo hoy en día uno de los más difíciles
del mundo. Solo un serpenteante río de aguas oscuras rompe la uniformidad verde
del paisaje. Si en algún lugar la niebla se encuentra como en casa, es sin
lugar a dudas, las cumbres de la cordillera Jayawijaya. Las nieblas en sus
cumbres más altas, que llegan casi a los 5.000m, son semiperpétuas. La zona
central de Papúa es una de los pocos lugares del mundo donde el mapa sigue
mostrando zonas blancas pues nunca han sido cartografiadas.
Aterrizamos
en Wamena. Nos bajamos del avión como pudiéramos estar bajando de un autobús de
línea. No hay conos de seguridad, nos dejan andar por la pista a nuestro libre
albedrío, incluso algunos se acercan a la bodega de carga del avión y recogen
ellos mismos las maletas. Nosotros decidimos seguir los trámites normales y
esperamos en la terminal a que nos traigan el equipaje en un carro.
Allí mismo
nos saluda un lugareño vestido para la ocasión, si llevar una funda de pene y
una corona de plumas se puede llamar vestido. Es el gancho de uno de los guías
que se nos acercan para ofrecernos sus servicios, pero aún así nos llama
poderosamente la atención.
A todas
luces la población originaria de Papúa no tiene nada que ver con la del resto
de Indonesia. A grandes rasgos son muy parecidos a la población aborigen de
Australia. De talla corta y constitución fuerte el color de su piel es oscura y
muy curtida por apenas usar ropa que la proteja de las inclemencias del tiempo.
Su pelo es negro y tan rizado que ni el agua lo moja. Su cara tiene rasgos muy
agresivos, según nuestros cánones. Potente torus o arco supraciliar, nariz
ancha y chata, ojos oscuros y redondos, labios carnosos y boca grande, mentón
corto y robusto. Son paticortos y de pies pequeños y anchos. Hombros y torso
robusto, de brazos cortos pero manos grandes. Todo el conjunto recuerda a
antepasados del hombre pero todas esas medidas antropométricas que denotan
agresividad y dureza desaparecen en cuanto sonríen. Entonces sus ojos brillan, sus
rasgos se dulcifican e inevitablemente sientes empatía por él. Le damos largas
y salimos del aeropuerto que está en la misma ciudad.
Todo lo que
hay en Wamena ha sido traído por avión de ahí que el costo de la vida sea
considerablemente más alto que en el resto de Indonesia. Las opciones de
alojamiento no son muchas y nada baratas. Elegimos el
Baliem Pilamo Hotel pensando que es una de las mejores opciones y
ciertamente el comedor y los jardines comunes son muy bonitos, pero la
habitación deja mucho que desear. Además no tienen agua caliente y después de
desembolsar la desorbitante cantidad de 36€ por la habitación, como que te
sientes engañado.
Nos acercamos hasta la comisaría para que nos sellen el permiso y damos una vuelta por la ciudad.
La sensación
que tenemos es extraña. Sabemos que nos encontramos en un valle que hasta hace
unas décadas se encontraba anclado en la edad de piedra pero han bastado unos
años para que la cultura occidental lo haya colonizado y creado una extraña
mezcla entre pasado y presente que sólo puede verse en pocos lugares en el
mundo. En el valle y las montañas que lo rodean viven principalmente tres
tribus diferentes: los Dani, los Yal y los Kirikiri.
La tribu
Dani ocupa el valle desde tiempos inmemoriales. Son básicamente agricultores
pero también fieros guerreros defensores de su tierra. Son un grupo bastante
numeroso, unos 200.000 individuos que se dividen en unos 30 clanes. Cubren su
cuerpo con la grasa de una especie de jabalí y con hollín. Se adornan con
collares de conchas y se insertan colmillos de jabalí en la nariz. Para
proteger su pene de los espíritus malignos, lo cubren con un "holím o
koteka", prenda que elaboran a partir de un vegetal similar al ayote o
calabaza alargada y que sujetan de la cintura con una cuerda. Cuando los
primeros misioneros llegaron a estas tierras los Danis les contaron su
particular visión del mundo: "Al principio estaba el agujero. Del agujero
salieron los hombres Dani. Se asentaron en las tierras fértiles alrededor del
agujero. Entonces vinieron los cerdos. Los Dani cogieron los cerdos y los
domesticaron. Después vinieron las mujeres, y los Dani cogieron a las mujeres.
Entonces del agujero salieron otros hombres. No había espacio para ellos
alrededor del agujero, así que se esparcieron por todo el globo. En busca de
tierras tan buenas como las de los Dani, pero nunca las encontraron. Ahora
regresan de nuevo".
Son de
tradición muy belicosa, tanto que resuelven sus diferencias de criterio con
lanzas, arcos y flechas. Sin embargo, no es muy frecuente que estos encuentros
terminen con muertos, ya que, a pesar de su salvajismo, procuran no enfrascarse
en luchas por cadenas de venganza.
Ya en las
montañas se asienta una tribu mucho más agresiva, los Yali, a menudo
confundidos con los Dani. Pero para llegar hasta su territorio además de
permisos especiales se requiere una expedición agotadora de al menos 5 días por
las montañas.
Cuando la
tribu de los Yali fue "avistada" por primera vez, en 1960, todo
terminó en tragedia: el avión de reconocimiento cayó en el valle de Jaxolé, los
Yali lo interpretaron como el quebrantamiento del orden cósmico y el equilibrio
entre el mundo de los vivos y los muertos. El resultado fue terrible: fue tal
su desconcierto al verse invadidos, que los hombres de la tribu violaron sus
propios tabúes premenstruales, de embarazo y de posparto, sacrificaron decenas
de jabalíes y huyeron hacia los bosques dejando esparcidas tras de sí las
carnes de los exploradores.
Poco tiempo
después de ese incidente, el misionero y etnólogo Siegfred Zoöllet creó allí
una misión e inauguró una pista de aterrizaje. Cuando los misioneros intentaron
explicar qué era la Eucaristía y usaron las palabras de Cristo: "este es
mi Cuerpo y esta es mi Sangre", los Yali respondieron de inmediato
asimilando literalmente sus palabras. Ante los ojos incrédulos de los
predicadores, eligieron a uno de ellos, lo asesinaron y repartieron su carne y
su sangre. Seguidamente, se la comieron tranquilamente frente al resto de la
expedición de aterrorizados misioneros. Los misioneros comprendieron que
estaban con una tribu que vivía siempre en guerra y que practicaba el
canibalismo como un acto de venganza extrema contra los desconocidos.
Igual
suerte han corrido misiones posteriores. Es bien conocido el caso de un misionero
norteamericano de nombre Gerrit Kruit quien, por estar bromeando junto con un
compañero con una mujer del lugar, fue matado, en venganza, junto a 12 de sus
asistentes. Antes de acabar con sus vidas y comérselos, los caníbales quemaron
la sede de la misión. Todo esto no hizo más que aumentar la leyenda del Valle
Secreto.
La tercera
y última tribu de la zona son los Kirikiri, relativamente "nuevos para el
mundo" porque fueron descubiertos en 1984 y son uno de los grupos menos
conocidos de Irian Jaya. Llegar a ellos es casi imposible puesto que se
encuentran en las zonas más abruptas de las montañas y los contactos se cuentan
con los dedos de una mano.
Se adornan
con pequeños palitos insertados en la nariz, y dedican incontables horas a sus
múltiples ceremonias religiosas. Entre sus ritos destaca el de la iniciación,
que tiene lugar cuando los hombres se reúnen en lugares alejados para tocar
largas flautas sagradas hechas de caña, que son tabú para las mujeres y deben
despedazarse al finalizar el ritual. Al igual que otras culturas de la región,
evocan la leyenda de Ciáme, terrible mujer caníbal que vive errante en el
bosque. También hablan de hombres con cola, que se comen y agreden a quienes se
"topan" vagando por el bosque. Ignorantes y aferrados a sus propias
costumbres, sin interés alguno en lo que ocurre fuera de "su mundo",
estos pueblos salvajes siguen resistiendo: deben lidiar con una serie de
enfermedades propias de su forma de vida y también con los embates de las
industrias madereras japonesas que pretenden arrasar con el 50 por ciento del
bosque. Cuando se haya apagado este resabio forestal posiblemente desaparecerá
también el último rescoldo de vida salvaje, invaluable patrimonio histórico y
cultural de la humanidad.
Hace tiempo
que por Wamena se dejaron de ver lugareños con aros en la nariz, plumas en la
cabeza y una funda de pene por toda vestimenta, ahora usan pantalones y
camisetas. Los más jóvenes gorras y vaqueros pero curiosamente el calzado no
termina por imponerse, y son mayoría los que siguen andando descalzos por las
calles. Aun así vemos escenas del todo surrealistas, como bajarse de un coche
de importación a una señora con una falda de paja y cuerpo cubierto de collares
hasta tal punto que no se le ven los senos a pesar de no llevar camiseta, o
señores con vaqueros y camisas con el lema “I love NY” y coronas de flores.
Andamos los
tres kilómetros que separan Wamena de Sinatma. Es tarde así que su animado
mercado diario está casi cerrado.
Nos llama la atención que los puestos que quedan no estén especialmente surtidos. La mercancía es escasa y no muy variada ya que viven como cazadores recolectores o campesinos que practican una agricultura muy básica, basada en el cultivo de la batata, que todavía trabajan con utensilios de piedra fabricados por ellos mismos.
Nos llama la atención que los puestos que quedan no estén especialmente surtidos. La mercancía es escasa y no muy variada ya que viven como cazadores recolectores o campesinos que practican una agricultura muy básica, basada en el cultivo de la batata, que todavía trabajan con utensilios de piedra fabricados por ellos mismos.
Nos les
agrada que les saquen fotos, o si se dejan inmediatamente piden dinero así que
nos ahorramos trabajo.
Nos
acercamos hasta el Sungai Wamena, un pequeño afluente del río Baliem, y cuyo
cauce atraviesa un poblado Dani con sus
típicas casas circulares de paja.
La
organización social de los Danis tiene unas características muy especiales.
Viven en pequeñas comunidades cercadas por una valla de metro y medio que
impiden que los cerdos se escapen. Hay chozas redondas con techos de paja
diferenciadas para hombres por un lado y para mujeres y niños por otro. La
cocina es común así como el centro de reunión comunal.
Para un
hombre, la posición social la define el número de esposas y cerdos que posee,
siendo éstos parte importante de la dote que se debe pagar a la familia de la
novia previa al matrimonio. Sin embargo, el cerdo no forma parte de su dieta
habitual; el animal, sujeto por dos o más hombres, se sacrifica con una flecha
directa al corazón y se cocina de acuerdo también a un ritual definido, con
motivo de diferentes ceremonias como nacimientos, bodas o funerales. En lo que
respecta a la poligamia, a pesar de las muchas presiones por parte de los
grupos misioneros asentados en el valle y de que hoy en día consiguen llenar
muchas iglesias, sigue siendo una práctica habitual en el mismo. Del mismo
modo, el hombre también decide la amputación de alguna de las falanges de las
manos de sus esposas como señal de duelo ante la pérdida de un ser querido,
comenzando por la mano izquierda para pasar luego a la derecha, de modo que es
muy habitual en el valle ver ancianas con todos los dedos amputados; el dedo
pulgar no se amputaba en ningún caso. Actualmente dicho ritual está prohibido
por el gobierno indonesio.
Aunque
actualmente se consideran cristianos, la gran mayoría protestantes, siguen
teniendo muchas costumbres animistas, prohibidas por el gobierno Indonesio.
La caza es
la actividad reservada para el hombre desde la infancia; son adiestrados en la
misma, inicialmente cerca de sus aldeas y posteriormente formando parte de
partidas que les llevan varios días.
Mientras, las mujeres permanecen en el poblado, cuidando a los niños y a los
cerdos y trabajando los cultivos de batata; en el tiempo libre que les queda,
aprovechan para trenzar con ramas unas bolsas que cuelgan de sus cabezas y que
les sirven para cargar a sus bebés y a los cerdos más pequeños cuando cosechan
y en general para trasporte de alimentos básicos. Es increíble la habilidad que
tienen de andar por los difíciles senderos de la montaña a la vez que anudan
sus bolsas sin caerse.
El rio está
lleno de gente. Los pequeños jugando en sus revueltas aguas, los mayores o bien lavándose, o bien haciendo
la colada.
La llanura fluvial del rio es aprovechada para extraer los cantos rodados que son apilados y triturados manualmente mediante martillos. Los niños más inocentes se dejan sacar fotos sin problemas. Los adultos...ni lo intentamos.
Poco a poco
el cielo se va cubriendo de oscuros nubarrones, parece que se acerca tormenta.
A pesar de la indiferencia por parte de los lugareños hacia las nubes,
decidimos acercarnos al pueblo por si las moscas. Y una vez más erramos porque
no cayó ni una gota.
Nos tomamos
en el mercado un café soluble con posos y leche condensada acompañado de dulces
resecos, mientras vemos el ir y venir de
los lugareños en el mercado. Pero en cuanto cae el sol debemos regresar al
hotel a abrigarnos porque la temperatura cae considerablemente.
Nos topamos
con Mikel y Andrea un eibarrés y una barcelonesas que están alojados en casa de
una lugareña como couchsurfing. Charlamos un rato, todos estamos exultantes con
la experiencia que estamos viviendo, rodeados de una comunidad que hasta hace
50 años ni se sabía que existía, nos sabemos afortunados. Nos despedimos. Cenamos
chequemos internet y comienza a llover. Por la noche llueve mucho. Descubrimos
que será la tónica habitual del valle.