A las nueve de
la mañana estamos en la estación de tren esperando nuestro “Expreso” mucho más
rápido que el tren ordinario. De hecho tarda 30´menos. Hemos pagado 450tk los
dos, menos de dos euros y medio por persona. Lo cierto es que Bangladesh es el
país más barato que hemos estado nunca. El viaje transcurre sin incidencias. A
pesar de ser más amables que los indios, los bengalíes son menos descarados y
atrevidos que éstos, así que es fácil hacer un viaje en tren sin que ningún
local venga a sentarse a tu lado y te de palique. Algo impensable en La India.
Intentamos que
un rickshaw nos lleve a la oficina del Rocket por un precio razonable, 30
takas, pero ninguno se baja de los 100, así que por orgullo más que por
necesidad decidimos ir andando. Sobre el mapa la oficina no está lejos, pero
con las mochilas, bajo el sol y con la caótica fisionomía de la ciudad el
trayecto se hace cansino. En el tumulto de edificios, cables, callejones y
callejuelas es fácil perderse así que nos vemos en la necesidad de recurrir a
un local para que nos ayude. Nos habíamos desviado un poco pero en menos de
diez minutos nuestro amable guía nos deja en las puertas de la oficina. Para
cuando vamos a agradecerle la ayuda y darle la mano hace tiempo que se había
marchado. No nos terminamos por habituar a no dar las gracias por las cosas,
pero la costumbre local así lo marca, incluso en el idioma bengalí no existe
ninguna palabra para dar las gracias.
Entramos en
las oficinas del Rocket. No hay ningún cartel que nos indique la venta de
billetes así que saltamos de mesa en mesa hasta dar con la correcta. La oficina
no tiene desperdicio…ni sus empleados tampoco. Entramos en la oficina de venta
anticipada y esperamos amablemente a que el trabajador despertase de su pequeña
siesta. Apenas fueron cinco minutos que aprovechamos para curiosear por la
oficina. Un amarillento calendario del año anterior decoraba una de sus
paredes. Paredes que no sabemos decir si eran amarillas en origen o ha sido una
evolución natural de la pintura al paso del tiempo. El escritorio era
descomunal y ocupaba más de la mitad del cubículo. Mucha mesa para tan poco contenido
pues encima de ella solo había un pequeño calendario, esta vez del año en
curso, una taza de té y un libro de registro. El resto era polvo y suciedad.
Finalmente el
empleado despierta. Nos ve sentados frente a él pero no se inmuta. Por un
momento pensamos que va a volver a cerrar los ojos pero se quita las gafas y
se los frota. Se toma su tiempo para despertarse. Nos mira sin decir palabra.
Le miramos. Nos miramos. Y entre tanta mirada no surge ni el amor ni a
complicidad. Simplemente se está despertando. Tras dos minutos de Tip y Coll
nos pregunta que deseamos. ¡Por fin comenzamos la transacción comercial!. Le
pedimos un billete con destino a Morelgonj para el día y cruzamos los dedos. No
suele ser fácil encontrar billete en el mismo día. Hace una llamada y nos
comenta que debemos esperar a que le contesten. Para pasar el tiempo nos
pregunta por nuestro nombre, edad, estado civil, religión, viaje, gustos
culinarios, número de pie….¡vamos! lo normal en una conversación bengalí.
Afortunadamente el timbre del teléfono interrumpe el tercer grado. Estamos de
suerte queda una cabina de segunda clase para esa misma noche. Pagamos 750 tk
cada uno y nos hace los billetes. Con los billetes en la mano pretende
continuar su tercer grado, sino va a volver a dormirse y luego le va a costar
dormir a la noche, pero nosotros no tenemos intención de deleitarle con nuestra
conversación así que con una sonrisa de oreja a oreja y tras agradecer sin
agradecer al estilo local nos marchamos a la calle.
Allí nos
espera una compañía aún más insufrible; el sol. Buscamos con desesperación un
local con aire acondicionado donde tomar algo. Nos metemos en la pastelería del
Hotel Pacific, uno de los más caros de la ciudad. Pedimos unos dulces y nos la
clavan hasta la garganta. ¡Pagamos los pasteles a precio europeo! Y para más
inri no podemos comérnoslos en unos sofás que tienen, al fin y al cabo habíamos
entrado en la pastelería para estar un rato a una temperatura soportable, así
que salimos con nuestra supercara caja de pasteles de nuevo a las calles de
Dhaka. Justo en frente hay una hamburguesería llena de ejecutivos, no en vano
nos encontramos en el distrito financiero. Aquí todo lo que suene a occidental
es moderno y chic. Nos tomamos un par de hamburguesas bajo el chorro del aire
acondicionado. Esperamos a que nuestras camisetas mojadas del sudor se sequen y
partimos hacia el muelle.
Intentamos que
un rickshaw nos lleve a Sadarghat por un justiprecio, 50tk, pero todos nos
piden 150tk o más. Esta vez no podemos ir andando así que seguimos durante un
rato intentando encontrar un rickshaw honesto. Finalmente accedimos a uno que
nos pidió 70tk. Estaba un poco loco y no dejaba de gritar a quién quisiera
escucharle que llevaba a un par de “güiris” al embarcadero. Bromeaba con todo
el que se ponía a su alcance y condujo la bicicleta como si de una competición
se tratase. Al principio pasamos un poco de miedo pero luego nos
autosugestionamos para hacernos creer que estábamos en PortAventura y lo
llevamos mucho mejor. Una vez en las instalaciones del puerto nos pide 150tk.
Ni por el forro. Le decimos que 70 que era lo pactado. Rápidamente se forma una
aglomeración a nuestro alrededor, una cosa nada fuera de lo común en un país
superpoblado como Bangladesh. Todos quieren enterarse de lo que pasa y muchos
se ofrecen como interpretes. Tanto alboroto nos agobia así que para solventarlo
rápidamente le damos 100 y nos marchamos. Al fin y al cabo el chaval había
sudado lo suyo.
No habíamos
dejado atrás el rickshaw cuando ya se no acercó otro buscavidas. Nos condujo
hasta la entrada del puerto donde pagaos los 2tk de acceso y nos indicó en que
muelle concretamente atracaba el Rocket. Aún quedaba una hora así que nos
amenizó la espera con preguntas y respuestas. Mientras, un grupo de unas 15
personas ya nos habían rodeado y observaban todo lo que hacíamos y decíamos sin
perder detalle. Nos habló de su familia, del país y sus costumbres, de sus
proyectos de futuro….Cuando vió acercarse al Rocket nos pidió una ayuda. Le
dimos 20 tk por la clase de costumbrismo bengalí que nos había dado.
El puerto de Sadarghat está ubicado
en la parte sur de Dhaka, en el río Buriganga, y es uno de los lugares más dinámicos en
Dhaka. No en vano es uno de los puertos fluviales más grandes del mundo. Más de
200 grandes barcos salen cada día de sus muelles y el número de pequeños botes
es incalculable. Una media de 30.000 personas usan cada día sus instalaciones.
Uno puede quedarse durante horas hipnotizado por el ir y venir de barcos y
pasajeros. La actividad es constante y frenética. El río Buriganga, aunque maloliente y fagoso,
es el alma de la vieja Dhaka. Es fascinante ver los ferris sobrecargados de
gente y carga a partes iguales Los ferris de triple cubierta atracan pegados
unos a otros a los largo de los pantalanes oxidados en una sucesión
interminable a la espera de partir. Entre ellos los pequeños botes de madera
ayudan a los lugareños a cruzar de orilla a orillas. El ruido del tráfico se
traslada aquí con las sirenas y los motores de pistón, el griterío de los barqueros
y los estibadores que como un ejército de hormigas vacían uno tras otro los
barcos de carga que atracan constantemente. Los alrededores de la terminal son
caóticos. Las sirenas de buques, los
gritos de los porteros, vendedores y mendigos, los muecines anunciando oración
de la tarde…es la hipérbole del ruido. Puede no sonar muy atractivo pero es la
esencia de Dhaka, el corazón de la ciudad, y una visita obligada si uno quiere
conocer la realidad bengalí.
Cada día son más frecuentes la presencia de grandes
barcos de pasajeros de cuádruple cubierta, blancos inmaculados y recién salidos
de los astilleros parecen más fuera de lugar que Lomana en un baratillo. Pero
entre estos nuevos gigantes hay un superviviente de otros tiempos. Un barco que
resume el pasado fluvial de Bangladesh: el Rocket Steam.
Después de
casi 100 años de surcando los ríos de Bangladesh, los días de gloria de los
cuatro últimos románticos "Rocket" , barcos de palas, parecen
contados. Sus gastados motores y paletas están fallando, mientras que la
competencia de los medios de transporte más rápidos aleja a sus clientes.
Sin embargo
los "barcos de vapor", ahora con motor diesel, todavía tienen sus
partidarios que ve en estos barcos la mejor manera de viajar por los ríos del
país. Y la verdad es que están en lo cierto, son barcos espaciosos y fuertes,
sin apenas vibración y con escaso ruido y pueden navegar sin problema por aguas
poco profundas.
Pero estos
“fans” no son suficientes como para rentabilizar el coste de mantenimientos de
estos viejos barcos. Hoy en día el mantenimiento del servicio por parte de la
empresa estatal, Bangladesh Inland Water Transport Corporation, se debe casi
más a motivos sentimentales que a económicos. Cada día son más los lugareños
que recurren a otros medios de transporte y el turismo no es suficiente como
para compensarlo. Durante el último año fiscal el servicio de vapores lleva
alrededor de 4,5 millones de pasajeros, sin embargo, sufrió unas pérdidas de 13
millones de takas. Estas pérdidas son debidas sobre todo al coste de
mantenimiento y a la incesante escalada del precio del combustible.
Pero todos
estos problemas se olvidan cuando uno está dentro y se ve inundado por
sentimientos encontrados. El barco sufre de muchas carencias y el mantenimiento
es a todas luces insuficiente, pero a la vez se retrocede en el tiempo y se
experimenta la sensación de volver a la época del Raj británico, cuando se
utilizaban para ir y volver de Calcuta. Sus diminutas cabinas de madera con sus
camastros y sus sábanas blancas se abren a una balconada de madera, por la que
parece que en cualquier momento vas a ver pasar a una dama con su vestido de
época. Las tumbonas de madera que de seguro había entonces han sido sustituidas
por sillas de plástico más funcionales y duraderas, pero es fácil abstraerse y
dejarse llevar por la imaginación.
De aquella
época de esplendor tan solo quedan cuatro barcos en activo: el PS Ostrich, el PS
Mahsud, el PS Lepcha y el PS Tern que operan en las rutas Khulna, Barisal y
Morelganj. Dos de ellos fueron construidos en 1929, mientras que los otros dos
lo fueron en 1938 y en 1950. Pueden transportar entre 600 y 850 pasajeros, y
emplean más de 12h en recorrer los 350km que separan Dhaka de Khulna.
Estos
barcos sufrieron una profunda renovación en 1985, se cambiaron todas las
plancas de los barcos y se sustituyó el motor a vapor por otros diesel. En los
años 90 volvieron a sufrir una renovación menor que consistió básicamente en
una capa de pintura y poco más. Pero cada vez es más difícil y caro mantenerlos,
ya que, las piezas de repuesto o son muy caras o sencillamente no existen.
Es
probablemente el último vestigio de la herencia colonial y a pesar de que hayan
perdido su antigua gloria deberían revivir si no es con fines comerciales, si
al menos como turístico debido al enorme atractivo romántico que posee todavía.
Para cuando
abandonamos el puerto de Sadarghat
la noche ya ha caído. Cenamos los supercarísimos pasteles que encima no están
mejores que los de cualquier puesto callejero. El calor es intenso y el
ventilador de los camarotes apenas remueve el aire viciado, así que nos
sentamos en cubierta y vemos pasar los grandes barcos en construcción. Tan solo
son sombras que de vez en cuando reviven con las chispas de algún soldador.
Varados en las orillas del río parecen fantasmagóricos buques dejados de la
mano de Dios. Y sin embargo es todo lo contrario. Los fantasmagóricos buques
pueblan ahora las áreas desindustrializadas de Europa y reviven en estos
astilleros de Bangladesh, donde los costes de producción son más bajos. Eso sí
a costa de la vida de sus trabajadores y del medio ambiente. A lo largo de
kilómetros no hacemos más que ver la silueta oscura de los barcos en
construcción. Terminamos por aburrirnos y nos vamos a nuestros camarotes a
intentar dormir a pesar del calor.
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