Nos levantamos
temprano, casi al alba. Sabíamos de las consecuencias pero estábamos dispuestos
a correr ese riesgo. No nos importaba el peligro. Llevábamos ya una semana en
tierras bengalíes y lo necesitábamos. Sin armar mucho ruido descendimos las
oscuras y sucias escaleras del hotel hasta la calle. Nos acercamos a uno de los
restaurantes de la estación de autobuses y pedí cuatro chapatis mientras Gortxu
vigilaba que nadie nos hubiera seguido. Pagamos en metálico para no dejar
rastro y continuamos la carreta hacía las afueras unos metros, antes de
internarnos de nuevo en el bullicio de la estación de autobuses con el fin de
despistar a cualquiera que nos estuviese siguiendo. Fuimos por la parte trasera
de la estación y accedimos al hotel por un pequeño callejón. Una vez dentro,
Gortxu se adelantó para asegurarse de que el camino estaba libre. Afortunadamente
no había nadie en recepción. Subimos rápidamente las escaleras y nos encerramos
en la habitación. Corrimos las cortinas y bloqueamos la puerta con una silla.
Nuestros corazones latían a un ritmo frenético. Cogí la mochila de Gortxu y
abrí los candados con la llave que llevaba colgada al cuello. Saqué
cuidadosamente una bolsa. Un ruido en el exterior me sobresaltó. Mis manos se
quedaron paralizadas. Con los ojos indiqué a Gortxu que se acercase a la puerta
para investigar. Durante unos segundos no nos movimos. Eran nuestros vecinos
que abandonaban su habitación. Esperamos a que se hubieran ido y los vimos
salir del hotel a través de la ventana. De nuevo en la cama saqué mi navaja
suiza. Su filo brillaba bajo la amarilleta luz del amanecer.. Con sumo cuidado
procedí a abrir el paquete. Un silbido resonó en la habitación cuando el
paquete perdió el vacio. Durante unos segundos no sucedió nada pero luego poco
a poco toda ella se llenó de un reconocible olor. Confiábamos en que ese olor
se quedara en nuestra habitación y no alertara a la población bengalí. Con la
punta de los dedos para no tocar la mercancía abrí completamente el paquete de
plástico. Lo deposité con sumo cuidado sobre la cama. Allí estaba frente a
nosotros, 100 gramos de exquisito jamón ibérico de bellota de Guijuelo. En el mercado negro de Bangladesh su precio
posiblemente se hubiera triplicado pero no queríamos trapichear con él. Lo
queríamos para consumo propio. Una a una fuimos alineando las lonchas. No era
mucho pero lo suficiente como para quitarnos el mono. Enrollamos las lonchas en
el interior del chapati y dimos buena cuenta del jamón.
La ciudad
mezquita de Bagerhat está
situada en la confluencia del río Ganges y Brahmaputra. Khan Jahan Ali, un sufí
de origen turco, fue su fundador en el
siglo XV y originariamente fue conocida como Khalifatabad. Khan Jahan Ali es
venerado en la ciudad porque fue quien planificó las carreteras, puentes y
cisternas de agua, además de un gran número de mezquitas, tumbas y mausoleos.
Algunos de ellos olvidados hasta no hace mucho tiempo. Khan Jahan era un hombre
religioso y pío, esto explica la densidad de monumentos religiosos islámicos.
Bagerhat no es una ciudad fortificada posiblemente porque los manglares la
hacían impenetrable. Declarada
patrimonio de la humanidad por la Unesco, en sus alrededores se levantan más de
50 monumentos históricos aunque su dispersión, y a veces su abandono, no hacen
fácil su visita.
No teníamos
intención de visitar todos los monumentos de la ciudad, así que tomamos una
moto eléctrica que en pocos minutos nos dejó frente al monumento más importante
de la cuidad y del país: la mezquita Shat
Gombuj, más conocida como la mezquita de las 60 cúpulas, aunque en realidad
tiene 77. Fue construida en 1459, el mismo año de la muerte de su benefactor
Khan Jahan. La mezquita desde el exterior tiene aspecto de fortificación, con
gruesas paredes de ladrillo y cuatro torres en sus esquinas. Hay una ausencia
casi total de adornos en su exterior y su interior, al que se accede por alguna
de sus 11 puertas, está lleno de pilares y arcos. Es muy sencilla. Casi
extremadamente sencilla diría yo. Solo destacan los 11 mihrabs que están
decorados con piedra y terracota. No había mucha gente por los cuidados
jardines que la rodean. Antes de salir del recinto hicimos una corta visita al
museo que está a su lado. No era especialmente llamativo.
Cruzamos la carretera para visitar la
mezquita Singara. Tiene una sola cúpula fuerte y
amplia que se apoya en las gruesas paredes de ladrillo, rematado por una cornisa
arqueada. No preciamos más de diez minutos para verla. Estábamos un poco
desilusionados pues Bagerhat era uno de los centros arqueológico más
importantes del país y no había logrado encandilarnos. En un principio teníamos
intención de andar hasta la Mezquita Bigi Begni pero decidimos no hacerlo y
retornar al pueblo para tomar un autobús dirección a Mongla. Pero antes hicimos
una breve visita a la tumba de Ali.
El Mausoleo a
Khan Jahan Mausoleo se encuentra en la orilla norte de un depósito de agua (un
estanque infestado de cocodrilos) llamados thakur Dighi en lengua bengalí . El
estanque es de forma cuadrada y el material excavado en el tanque fue utilizado
para hacer un terraplén sobre el cual se construyó el mausoleo.
Al estanque se llega a través de unas escaleras anchas y empinadas construidas desde el terraplén a modo de ghat, en la que siempre hay fieles. El mausoleo tiene una única bóveda de 14m de diámetro construido. El edificio fue hecho de ladrillo y piedra tallada. En sus paredes están inscritos versículos del Corán y siempre está lleno de fieles que acuden a rendir honores al fundador de la ciudad.
Al estanque se llega a través de unas escaleras anchas y empinadas construidas desde el terraplén a modo de ghat, en la que siempre hay fieles. El mausoleo tiene una única bóveda de 14m de diámetro construido. El edificio fue hecho de ladrillo y piedra tallada. En sus paredes están inscritos versículos del Corán y siempre está lleno de fieles que acuden a rendir honores al fundador de la ciudad.
Después de
visitar el mausoleo dimos una vuelta por los alrededores del estanque en busca
de un famoso cocodrilo que acude a la llamada de un monje para comer. Pero ni
el monje estaba por allí ni nosotros sabíamos cómo era la llamada y mucho menos
teníamos ninguna gallina que ofrecerle, así que tuvimos que contentarnos con
ver la lámina de agua rodeada de vegetación.
En el lado
oeste del estanque se encuentra la Mezquita de la Nueve Cúpulas. Sobre las
parades de ladrillo se apoya una gran cúpula central rodeada de otras ocho
menores. Una verja bloqueaba la puerta de acceso, pero apenas tuvimos que
esperar un minutos antes de que apareciera el “keymaster” y nos la abriera con
la consiguiente visita guiada, previo abono de sus honorarios.
De nuevo en la
carretera principal en apenas 15 minutos llegamos al hotel donde recogemos
nuestras mochilas y tomamos un autobús que nos lleve a Mongla. Teóricamente el
viaje no iba a durar más de una hora pero finalmente tardamos 3h en llegar. Nos
alojamos en el hotel estatal Parjatan,
el mejor hotel en Mongla. El precio es sustancialmente mayor de cuanto venimos
pagando, 1700tk, pero cuando llegamos a la habitación y nos tumbamos en los colchones de espuma las lágrimas de
felicidad borran cualquier remordimiento.
El hotel se
encuentra al otro lado del río pero hay botes que constantemente conectan ambas
orillas por el módico precio de 3tk. El pueblo no tiene nada que ver. Los otros
dos hoteles de Mongla se encuentran a aquí, pero ni el Hotel Bangkok ni el
Hotel Singapur son recomendables a pesar de lo cosmopolita de sus nombres. Uno
de los numerosos guías turísticos no asalta en la calle para ofrecernos una
excursión por los Sundarbans. El precio está bastante estandarizado. Como le
entendemos bien su inglés y nos enseña el bote en el que iríamos le decimos que
sí y determinamos detalles para el día siguiente.
Paseando nos
acercamos a las afueras del pueblo. Un grupo de niños nos asaltan y comienza a
jugar con nosotros. Les sacamos unas fotos y hacemos unas risas pero llegado el
momento de marchar nos agarran para que sigamos jugando con ellos. Como ven que
no nos van a retener y no están dispuestos a renunciar a su diversión nos
siguen por todas las calles del pueblo. Si ya de por sí llamábamos la atención,
con veinte chavales gritando y corriendo a nuestro alrededor es de seguro que
no pasamos desapercibidos. Por todos es bien sabido que los chavales no tienen
mesura y que les sobra energía a raudales, así que después de una hora
terminamos aceptando que no nos los vamos a quitar de encima así que subimos de
nuevo al bote y huimos literalmente al otro lado del río. Ya frente a nuestro
hotel tomamos parotha y dhal para cenar antes de subir a la habitación.
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