miércoles, 10 de octubre de 2012

10. Borisal y nuestro amigo (Bangladesh)



Era nuestro último día en Barisal y queríamos despedirnos de nuestro atento amigo del día anterior. Pero antes acudimos a las oficinas del Rocket a recoger nuestros billetes, esta vez de primera clase pues no había más libres. Ya habíamos conocido la segunda clase así que aunque más caros, era un lujo que nos lo podíamos permitir. De todas formas la mayor parte del viaje la pasaríamos durmiendo.
Tras recoger los billetes volvimos a pasar por la tienda con la esperanza de ver a nuestro amigo. Y esta vez sí hubo suerte pues estaba allí. Era complicado expresarle nuestro agradecimiento por el día tan fantástico que nos había hecho pasar el día anterior. Pero una vez más él tomo la iniciativa. Nos tomó de la mano y nos hizo que le acompañáramos a hacer unos recados. Íbamos por todos los callejones a una velocidad endiablada, como si alguien nos persiguiese. Pasamos por un puesto ambulante que freía una especie de buñuelos rellenos de vegetales. Paró en seco y pidió a la vendedora dos, que nos los sirvieron en unos diminutos platos pues estaban ardiendo. Insistimos en pagar pero él se puso muy burro y no nos dejo. Desde luego era un chaval con mucha personalidad y bastante cabezón. Compramos un par de botes de pintura y diferentes clavos. Después nos montamos en un rickshaw (que de nuevo volvió a pagar él) para ir al barco donde necesitaban este material. Esta vez no subimos. Desde arriba le lanzaron un cabo al que él ató las cosas y las izaron.
Retronamos hacia la ciudad andando, pero esta vez por un camino distinto al de ayer. Mientras nos comunicábamos por gestos. No señalaba a unas chicas, nos presentaba a la gente que se encontraba por el camino y que eran amigos, vecinos o familiares suyos….todo de lo más natural y extraño a la vez.
Llegamos así a la casa de sus jefes (tres hermanos que vivían en la misma casa) y entramos para que nos la enseñara. Era una casa grande de dos pisos y un terreno alrededor de esta con palmeras, un estanque y un montón de maquinaria agrícola, suponemos que traída en el barco y a la espera de ser vendida. En la casa sólo estaban las mujeres que nos saludaron desde la distancia. Nos sentó en la sala de vistas mientras iba a buscar a algún empleado que nos cortase un par de cocos verdes. Nosotros sentados en unos sillones de formas imposibles al más puro estilo asiático nos mirábamos sin saber muy bien cómo actuar. Al rato apareció con dos cocos verdes abiertos. Nosotros salimos fuera para beberlos pues no queríamos manchar el suelo de la casa que estaba impoluto. Una vez terminados los cocos nos despedimos de los empleados que por allí había, a las mujeres no volvimos a verlas, y de nuevo a la carrera salimos de la casa.
Pensamos:”Tiene prisa, tendrá que trabajar y volvemos a la ciudad.” Pero nada más lejos de la realidad. Nos llevó de nuevo al barrio donde él vivía y nos metió en la casa de una amigo suyo que hacía sandalias. Nos presentaron y nos mandaron sentar. Entonces pensamos: “Bueno, ya está,  esto es lo que buscaba. Ahora nos enseñará unas sandalias para comprar”. Pero nada más lejos de la realidad. Al poco de sentarnos y de ver al amigo trabajar en una sandalia nos mandó levantar y nos llevó a otra casa. Eran familiares suyos. Nos sentamos en la única habitación de la que se componía la casa. Esta vez toda la familia se presentó y se sentaron junto a nosotros. Nos ofrecieron té, galletas….Sin pedirnos nada a cambio. La situación era un poco embarazosa porque salvo decir los nombres poco más podíamos interactuar. Señalábamos a los niños, los cuadros y ellos nos contestaban en bengalí como si entendiésemos. Lo dicho todo muy extraño pero divertido.
De nuevo corriendo nos llevó a su casa. Nos sentamos en la cama,, no había más sitio, y nos enseño un diploma de estudios. La madre orgullosa nos mostró un cartel enorme en el que aparecía la foto de su hijo. Por lo que pudimos entender fue un homenaje que le hizo la escuela por lo buen estudiante que fue. La madre henchida de gozo no cabía en sí. Nos sirvió un té y mando a una de las vecinas a comprar unas galletas que comimos entre todos, vecinos cotillas incluidos. Al poco rato no hizo señas para marcharnos. Nos levantamos a toda prisa y nos despedimos de la madre. Está nos siguió y a mí que iba más retrasado me paró y me hizo gestos para que les ayudara con dinero. Yo estaba dispuesto a darles algo, al fin y al cabo habían compartido su té y sus galletas con nosotros. Pero en cuanto nuestro amigo lo vio corrió hacia ella y le hecho la bronca apartándola de nosotros. Lo dicho, era un tipo orgulloso y con carácter.
Una vez en la tienda le preguntamos a su jefe si podíamos ir con él a comer, que nos gustará invitarle. No hubo problema. Nos recomendaron un restaurante nuevo que acababan de abrir y era donde la gente bien de la ciudad, Barisal es una de las ciudades más pobres del país, iba a cerrar tratos de negocios. Nos sentamos los tres en la mesa. Fue difícil que eligiera algún plato, en parte porque se sentía violento sabiendo que nosotros íbamos a pagar y en parte porque la comida era demasiado occidental (hamburguesa, espaguetis…) para su gusto. Finamente eligió un curry y arroz blanco.
Después de comer dimos un paseo por lo que podría considerarse el paseo marítimo  de la ciudad. Para hacer el paseo más ameno iba señalando cosas para que él me dijera como se decían en bengalí. Casi anocheciendo volvimos al hotel a por las mochilas. Con intención de despedirnos y viendo que no iba a aceptar ninguna ayuda, me quité una pulsera de cuerda que tenía y se la ofrecí. Ni por esas, no quería que pensáramos que hacía aquello a cambio de algo. Finalmente tras mucho gesticular conseguimos que se la quedara tan solo para que cuando la mirase se acordase de nosotros.
Según íbamos hacia el puerto, ya anocheciendo, el cielo se cubrió de unas nubes negras. Comenzaron a caer unas gotas y la gente empezó a acelerar el paso, nuestro amigo también y nos agarró para que corriéramos hacia el edificio más cercano que resultó ser el ayuntamiento. Nada más pusimos el pie en el patio del edificio una auténtica tromba de agua cayó sobre la ciudad. Apenas nos separaban 10m de la puerta del ayuntamiento pero fue suficiente como empaparnos.
No pasaron ni 30´´ cuando un funcionario se nos acercó y nos pidió que pasáramos a otra sala y nos sentáramos. Les hicimos caso y nos sentamos los tres tras un gran escritorio. Poco a poco aquello se fue llenando de gente que nos preguntaban nuestros nombres, de donde éramos, a donde íbamos…..esta vez nuestro amigo tampoco se libro de las preguntas. El caso es que allí estábamos sentados con el jefe de policía, el alcalde, los concejales y gente del gobierno de la ciudad. No dejaban de sacarnos fotos y vídeos con sus teléfonos móviles y por supuesto nos invitaron a un té.
A los quince minutos, cuando dejó de llover, salimos de nuevo a la calle y nos encaminamos hacia el puerto. El barco venía con retraso, pero nuestro amigo no nos dejaba. Estábamos preocupados por si esto le iba a suponer algún problema con el jefe, pero él nos decía que no. O al menos eso le entendimos. El caso es que al final el barco vino casi dos horas tarde, nos acompañó hasta el mismo camarote y nos quitó de encima a un busca-vidas local. Mientras esperábamos a que el barco partiese nos sentamos en el camarote.  A nosotros nos daba un poco de reparo que él estuviera con nosotros sentados en el camarote de primera, porque era como restregarle nuestro dinero. Le hicimos que nos escribiera la dirección de la tienda en un papel para mandarle las fotos y de nuevo intentamos agradecerle toda su dedicación con algo de dinero. Le sentó a cuerno quemado y se enfadó. Accedimos a olvidar el tema y nos sacamos unas últimas fotos juntos.
Cuando sonó la sirena salimos del camarote y le acompañamos hasta la pasarela. Nos despedimos con un abrazo y le dimos nuevamente las gracias. Apenas atravesó la pasarela la retiraron y el barco comenzó su camino hacia Dhaka. Nuestro amigo se despedía desde el muelle y poco a poco la distancia lo engulló. Durante unos minutos seguimos mirando hacia el puerto aunque ya no éramos capaces de distinguir nada. Sentíamos tristeza y a la vez nos sentíamos afortunados de haber vivido una experiencia absolutamente generosa y desinteresada como esa. Una vivencia que te recargaba las pilas como viajero. Uno viajaba por cosas como esas. Adiós mi amigo. Adiós.

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