viernes, 5 de octubre de 2012

05. Mongla (Bangladesh)



A las siete de la mañana estábamos desayunando en la estación de autobuses, frente al hotel. El guía también se encontraba allí. Para las siete y media estábamos en el muelle esperando a que el joven grumete acercarse el barco hasta nosotros. Para esa hora ya tenía que estar allí, así que se ganó la bronca del guía. Nos habíamos decidido por la excursión de medio día que tan solo acerca hasta la primera estación forestal: Karamjal. Era la opción más económica: 1500tk por el bote más 230tk por cada uno de la entrada en la primera estación, en toral 20€. La del día entero se nos disparaba de costo: 4.000tk el bote + 950tk por la entrada a cada uno + 1500tk por el permiso de el barco + 500tk por el guardia armado, un total de 80€ algo inasumible para nosotros y más cuando sabíamos que los manglares no son la sabana africana y llegar a ver animales es bastante difícil, aunque ellos aseguren que puedes ver hasta tigres, que haberlos haylos pero no se dejan ver. Los Sundarbans comienzan 5km río abajo desde Mongla. La estación forestal de Karamjal se encuentra justo al inicio. Durante la travesía, de poco más de media hora, intuimos por el rabillo del ojo un par de delfines oscuros y con un largo y afilado morro. 
Desembarcamos y tras ver la muda de una enorme serpiente y el esqueleto de un tigre muerto hace unos años, eso iba a ser todo lo cerca que íbamos a estar de un tigre de Bengala, iniciamos el recorrido entre el manglar por una apropiada pasarela de madera. No tuvimos la suerte de ver monos, aunque si a un pájaro carpintero y a un águila. Pero la espesura del manglar impedía ver más animales aunque los oyéramos. Llegamos hasta dos grandes pozas cerca del edificio de la estación forestal. En ellas viven unos cocodrilos adultos que son alimentados por los guardas forestales. Las pozas están rodeadas de un alto muro de ladrillo y en las puertas candadas un letrero avisa que los cocodrilos son peligrosos. El día está muy nublado así que aun siendo primera hora de la mañana iba a ser muy poco probable que viéramos un ejemplar adulto tomando el sol. Nos tuvimos que conformar con las pequeñas crías que tienen en el centro de recuperación. La mayoría de ellas de un par de meses y no más largas de un metro y medio. Pero en una de las piscinas hay un ejemplar de unos dos metros y medio que se encontraba escondido en el fondo de la piscina, fuera del alcance de la vista. Uno de los guardias nos hizo el favor de llamarle e increíblemente el cocodrilo fue raudo y veloz a su llamada. Primero solo oímos como se sumergió en la piscina, unos instantes de silencio solo rotos por la pequeñas olas que el cocodrilo había originado y que rompían en la orilla de la poza. Como si de una aparición se tratase de entre las oscuras aguas comenzó a dibujarse la silueta de la cabeza del cocodrilo. 
Primero solo el morro, luego sus ojos para finalmente emerger frente a nosotros. La poza estaba excavada en el suelo a una profundidad de un metro y medio y una reja nos  protegía de él. Acercamos nuestras cámaras a la reja, alargando los brazos para situarlas justo encima de él, pero el cuidador comenzó a decir: “puede saltar....Puede saltar” y eso hizo que retrajéramos nuestros brazos. Estábamos seguros que la verja aguantaría su embate pero no queríamos ponerle a prueba. Viendo que la comida no llegaba el cocodrilo decidió ser menos sutil y abrió sus fauces para dejar bien a las claras que ello que quería era comida  y no un “book” de fotos. La hilera de dientes era impresionante y a pesar de no ser un ejemplar adulto y de estar dos metros por encima de él y con una verja de por medio....impresionaba.
Seguimos la visita viendo a unos monos y a unos ciervos. El lugar no daba para más así que de nuevo en el bote nos dirigimos hacia Mongla. La verdad es que la excursión se quedo muy muy corta pues ni tan siquiera pudimos navegar unos metros entre los manglares...para eso había que pagar. En vez de hacer el camino de vuelta directamente en diagonal ascendimos por la orilla izquierda del río. Ahora si pudimos disfrutar de los delfines que saltaban a unos centenares de metros frente a nosotros.
El delfín del Ganges es un delfín de río (de agua dulce). Tienen un morro largo y puntiagudo, característica de todos los delfines de río y sus dientes son visibles incluso con la boca cerrada. Sus ojos carecen de cristalino, así que son ciegos, algo que no les importa pues viven en un medio, el agua turbia, donde la visión no es muy útil; aunque son capaces de distinguir la intensidad y la dirección de la luz. La navegación y la caza la llevan a cabo por ecolocalización. Su cuerpo es castaño y fuerte en su medio. Tiene una sola y pequeña aleta triangular en el lugar de una aleta dorsal. Las aletas y la cola son finas y grandes en relación con el tamaño corporal. Las hembras adultas son más grandes que los machos. Se alimentan de una gran variedad de camarones y de peces, incluyendo carpas y pez gato. A los pescadores locales no les interesa su carne, además de estar prohibido pescarlos y comerlos por ley, pero se enredan en las redes que lanzan de lado a lado en los ríos. Recientemente el gobierno ha creado varias áeras protegidas con el fín de que no desaparezcan de sus aguas como ya ocurrió en China en el 2006 en el río Yangtze.
El pequeño poblado que se asentaba en esta orilla debía cambiar frecuentemente sus casas pues con cada monzón la orilla del rio retrocedía unos centímetros. Así los palafitos que se encontraban a unos metros de la orilla al cabo de los años se encontraban en el mismo borde corriendo el peligro de que sus pilares, que se hunden en el fondo lodoso, doblasen la rodilla y la casa terminase cayendo al rio.
A la tarde volvimos al pueblo. Paseamos por sus calles y nos quedamos perplejos observando las infraviviendas. Un grupo de chavales nos paró en el camino y nos condujo a una especie de escuela, allí uno de ellos nos enseñó las cartas de un tal Klaus que en 2008 paso por allí y que había intentado mandar dinero para la educación de él. Le dió un dinero en mano pero luego siguió intentando hacerle llegar dinero a través de transferencias pero le era imposible, siempre se lo devolvían como no recogido. Ahora, contaba el chaval, llevaba un par de años sin saber nada de Klaus. Nosotros supusimos que desistió. Le dijimos que nosotros no podíamos darle dinero y que si bien para el éramos ricos en nuestro país no lo éramos. Aun así insistió en enseñarnos su casa. Le acompañamos por el pueblo. Vimos su básica pero limpia casa pero nos fuimos enseguida porque nos sentíamos invasores. Finalmente y una vez más tuvimos que tomar el barco de regreso a la otra orilla para huir. Mongla parecía un pueblo maldito. 

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