A veces uno tiene prefijado un plan pero luego viene el
destino y lo desbarata. Eso mismo nos pasó en Angkor. Fuimos con la idea de
visitar durante una semana en bicicleta los maravillosos templos y nos pasamos
la mitad de los días enfermos en la cama. Fue una fortuna que eligiéramos un
hotel con piscina pues eso nos ayudó a sobrellevar mejor la convalecencia, y
más aún, que en nuestros planes le dedicáramos tanto tiempo a Angkor porque si
no nos hubiéramos ido de allí sin tan siquiera verlo.
Angkor es sin duda una de las maravillas arqueológicas más
importantes del mundo pero su masificación y explotación le resta encanto. La
arquitectura de los templos, y su ubicación en medio de una selva, lleva
implícito la necesidad de verlos en soledad y lentamente. Solo así es posible
apreciar la magnitud de la obra y sumergirse en la atmósfera que se creó al
conjurar la mano del hombre con la de la naturaleza. Desgraciadamente solo los
primeros visitantes de Angkor, allá por principios del siglo XX, pudieron
disfrutar de tales condiciones.
Hoy es totalmente imposible conseguir recrearse de esa
atmósfera en unos pasillos atestados de gente, o escuchar el sonido de la selva
ahogado por el ruido de los motores de los “tuk-tuk”. Es inevitable y no puede ser de otra manera pero
Angkor ha muerto de su propio éxito.
Parece convertido en un parque temático. Cada día centenares
de turistas recorren los templos de Angkor en una especie de éxtasis colectivo
que lleva a todos por los mismos sitios. La falta de infraestructura turística
de interés en Camboya ha convertido a Angkor en una excursión añadida al viaje
a Tailandia, su país vecino, turísticamente mucho más poderoso. Así que pocos
son los que emplean más de tres días en recorrer las ruinas. Con un tiempo tan
limitado y un enclave arqueológico tan vasto uno no puede evitar los circuitos
clásicos si no quiere perderse lo templos más impactantes de Angkor. La
decisión es muy difícil: realizar un recorrido por los templos menos
importantes e intentar empaparse del espíritu de Angkor, o claudicar y unirse a
la marabunta de turistas y “visitar”, más que disfrutar, de sus templos más
impactantes. Incluso nosotros que pudimos vivir ambas experiencias nos
mostramos reticentes a la hora de aconsejar. Pero una cosa tenemos clara: Angkor
se disfruta más, cuanto menos turistas haya y más tiempo le dediques. Y ni lo
uno ni lo otro es fácil de tener.
Junto con la masificación el transporte por el recinto es
otra de las cosas que más daño hace a Angkor. Basta con ponerse en la puerta
sur de Angkor Thorn para darse cuenta de la cantidad de vehículos que la
atraviesan cada día. Es espeluznante la presión automovilística que soporta
Angkor, y no parece que haya visos de solución. Una empresa coreana ha
introducido vehículos eléctricos pero dudamos mucho que se conviertan en norma,
al menos en los próximos años, pues la presión de todos los conductores de
“tuk-tuk” que sobreviven gracias a Angkor tiene que ser enorme. La bicicleta se
muestra como el medio de transporte más ecológico y sostenible de todos pero no
debemos olvidar que la extensión de Angkor es enorme y no todas las personas
que lo visitan tienen la capacidad física como para hacerlo. Se ha creado una
red de senderos que unen los distintos templos de Angkor pero aquí además de
fortaleza física se necesita tiempo algo de lo que carecen la mayoría de
turistas. Una vez más Angkor se encuentra en una encrucijada de difícil
solución a corto y medio plazo.
Antes de caer enfermos alquilamos unas bicicletas para
recorrer Angkor. La zona es arbolada y llana ideal para pedalear. Además las
señales son suficientes e incluso anuncian la distancia kilométrica. Si se
puede es la primera opción.
Después de varias semanas abriéndose paso entre la
impenetrable maleza de la selva camboyana, luchando contra plagas de mosquitos,
serpientes, tigres y otras adversidades inenarrables, el naturalista francés
Henri Mouhot, que andaba perdido en busca de nuevos insectos para clasificar,
levantó su vista ante lo que sería uno de los mayores descubrimientos de la arqueología,
se encontró con un espectáculo imponente y maravilloso, engullido literalmente
por la selva tropical permanecía oculto y olvidado de la memoria colectiva, el
mayor conjunto arquitectónico religioso del mundo, un lugar creado por el
hombre hacía más de 1000 años, Angkor, la “Ciudad Sagrada” de los khemeres, al
norte de la actual Camboya, era el año 1860.
Según nos relata una leyenda, el reino de los khemeres tiene
un origen divino, pues fue la unión conyugal entre un sadhu y una apsara lo que
propicio el nacimiento de este linaje; el dios Shiva entregó al sabio asceta
Khambu la ninfa llamada Mera con la condición de crear una civilización a
partir de un linaje real que otorgara grandeza para aquellas tierras, lo que
dió fruto a varios descendientes, estos últimos fueron conocidos como los
“Khambuya”, literalmente “los hijos de Khambu”, el primer linaje sagrado de
Camboya conocido como “la dinastía del Sol”, que con el tiempo originó la
estirpe de reyes de Angkor, posteriormente llamados Khmer.
El primogénito de Khambu y Mera, Sreshthavarman, fundó la
mítica capital llamada Sresthapura cerca del sagrado rió Mekong, creando lo que
sería el primer estado Hindú del Extremo Oriente conocido como "Chenla”.
Como era tradición en el reino de Chenla, los soberanos de
este nuevo estado eran elegidos por su capacidad de protección y de poder, por
eso todos los reyes de esta cultura incluían un sufijo a su nombre –varman,
cuyo significado es “el protector”. Los primeros monarcas tuvieron la capital
de este nuevo reino en Sambor Prey Kuk, pero no sería hasta la llegada del
monarca Jayavarman I (657-681) que el núcleo de la civilización se concentraría
en Angkor, antigua palabra sánscrita que significa “ciudad”.
Jayavarman II fue el primer soberano Khemer que empezó a
darle forma al complejo sagrado de Angkor, realizó los primeros trazados y
construyó la primera pirámide escalonada del complejo como un reflejo del orden
del universo y de la nueva sociedad que estaba floreciendo, la sabiduría de su
civilización fue esculpida en Angkor siguiendo los preceptos del “Sthapatya
Veda”, la Ciencia Védica para la construcción de arquitectura sagrada de
acuerdo con las leyes del universo. Concebido desde el primer momento para
albergar la esencia de lo divino, Angkor se fue convirtiendo en la mayor
ciudad-templo del mundo, el complejo religioso más grande creado por el hombre.
Encontramos en el antiguo idioma khemer una frase
significativa sobre la organización y esencia del reino, “Kamraten jagat ta
rajya”, el termino “jagat” se traduce como “flujo del universo” y “rajva” como
“estabilidad u orden en la tierra”, el concepto de esta frase a nuestro idioma
sería la idea de la aplicación de las leyes universales en la tierra, un
reflejo de lo divino en lo terreste, donde el soberano (Devaraja) es el garante
del orden del universo aplicado en la tierra. La esencia de estas ideas y
representaciones arquetípicas, encuentran el equivalente de la figura de un
Rey-Dios en otras culturas como la babilónica, la egipcia o la maya, donde tenemos
grandes estructuras sociales y complejos sagrados con las mismas
características y finalidades, la voluntad del ser humano en pos de armonizarse
con el universo y la divinidad.
A lo largo de más de setecientos años los monarcas Khemeres
consiguieron mantener esa esencia y fueron ampliando la idea de Jayavarman II,
la expresión de su filosofía la plasmaron en imponentes templos de piedra,
enormes complejos sagrados dotados de bibliotecas de estudio donde se
almacenaban los textos de Sabiduría, tratados de astronomía, de matemáticas, de
ciencia y de religión, los artesanos esculpían magistralmente a los dioses,
asuras y devas; siglo tras siglo los ciudadanos del Angkor se convirtieron en
fuertes guerreros, en campesinos, en hábiles artesanos y comerciantes y a la
vez en sacerdotes, historiadores, escritores y escultores que en lugar de
escribir a pluma lo hacían a cincel en las paredes de los templos, trabajando
hasta el último centímetro de piedra con algún motivo, ya sea histórico,
mitológico o puramente religioso.
El complejo de Angkor tiene dos zonas destacadas, una se
conoce como Angkor Thom, palabra actual del idioma khemer que quiere decir
“gran”, así pues significa “La gran ciudad” y el otro lugar es Angkor Wat, “La
ciudad del Templo”. Actualmente en Angkor sobreviven cerca de 400 templos y
templetes en comparación de los más de 1000 que albergaba esculpidos en piedra
arenisca rosada.
Cuando centramos la atención en “La gran ciudad” (Angkor
Thom) esta nos abruma con sus dimensiones, cubre un área de tres kilómetros
cuadrados protegida por un muro de ocho metros de altura y un espectacular foso
que rodea todo la muralla, dentro se ubican algunos de los monumentos más
impresionantes de todo el recinto arqueológico. Para acceder a esta maravilla
de la antigüedad hay que atravesar una de las cinco puertas de acceso de 25
metros de altura, estas llevan esculpidos los colosales rostros del Bodhisattva
Lokesvara, que a la vez tienen los rasgos del monarca Jayavarman VII , en la
parte inferior de las puertas cabalga el dios Indra a lomos del elefante
tricéfalo
Airavana, vehículo celestial del dios, las trompas de los elefantes
arrancan flores de loto del lecho del río, sirviendo los tallos arrancados como
soporte al conjunto. Según palabras de Zhou Da-Guan, que fue funcionario de la
corte imperial china a finales del s. XIII y pudo conocer al imperio khemer en
todo su esplendor y que además, nos consta como el único testigo presencial de
aquella época de esplendor, escribió sobre los ciclópeos muros de Angkor Thom:
"Las
murallas de la ciudad miden unas cinco millas de circunferencia. Cuentan con
cinco puertas, cada una con pórticos dobles... Extramuros se extiende un gran
foso, sobre el cual acceden a la ciudad cinco enormes pasarelas. Jalonando
estos caminos, cincuenta y cuatro divinidades que semejan pétreos señores de la
guerra, enormes e imponentes…"
Zhou Da-Guan, nos
contaba que “…frente a las puertas surgen pasarelas adornadas por cincuenta y
cuatro dioses de dulces ojos almendrados y demonios con ojos esféricos y
malévolos que sostienen poderosas serpientes nagas de múltiples cabezas…”.
Angkor Thom como
morada simbólica de los dioses es conocido por sus “templo-montaña” pues son
una representación en piedra del monte Meru, lugar donde residen los dioses
hindúes. El primero en establecer esta tradición sería Suryavarman II
(1113-1150) aunque el mayor de los templos de estas características sería
Angkor Wat que no se terminaría hasta la llegada de Jayavarman VII (1181-1218)
que hizo posible la finalización de este inmenso templo logrando que el imperio
khemer alcanzara su época dorada. Dentro de Angkor Thom encontramos uno de los
templos más bellos de todo Angkor, El Bayon, el templo oficial de Jayavarman
VII, según se cree, el monarca quería consagrarlo a todas las religiones de su
reino: hinduismo, budismo e islamismo, religión que profesaba el recién
conquistado reino de Cham, este templo es particularmente conocido porque esta
coronado con cincuenta y cuatro torres y 216 rostros del Bodhisattva Lokesvara.
Angkor Wat resulta algo excepcional para cualquier
construcción de cualquier época, el complejo en sí mismo es un mándala de
proporciones perfectas y extremadamente hermoso, se ideó puramente como morada
de los dioses, un macro calendario cósmico habilitado para que residan los
millones de divinidades hindúes, ni los reyes ni los habitantes del reino
vivían en aquellos complejos sagrados, estos templos no eran un lugar de
reunión u oración para fieles, el acceso al interior del recinto estaba
prohibido a todo el mundo, únicamente los monjes encargados de los menesteres
del dios, que se cuidaban de vestirlo y ungirlo cada día podían atravesar los
sagrados umbrales.
Su construcción no fue una tarea fácil, el monte Meru esta
coronado por 5 picos y rodeado por un océano, la organización debió de ser muy
compleja para poder realizar semejante proeza arquitectónica, se construyó un
enorme foso-embalse de 150 metros de ancho y una muralla de más de 3,5 km de
longitud, el acceso al centro del recinto se realiza a través de una calzada de
piedra de 99 metros de longitud, que en si mismo ya es de extraordinaria
dificultad y que nos conduce al interior donde se alzan 5 torres en forma de
loto cerrado y más de 60 metros de altura, ocultando en el corazón del templo
un Santo Santorum de apenas 12 m2. Tras investigaciones realizadas a principios
de los años 70 se estableció que el templo, además de cumplir con su carácter
espiritual, sirvió como observatorio astronómico donde el sol se alineó en sus
solsticios con la entrada occidental del templo, todo el complejo está
relacionado matemáticamente con observaciones astronómicas, se dice que las
medidas exteriores e interiores están hechas a escala de estos parámetros y
detallan de forma precisa distancias entre la tierra y algunos astros como el
sol y la luna.
Nada conocemos de la desaparición del imperio Khemer y el
olvido su antigua sabiduría, los hombres que leían el universo y aquellos que
sabían interpretar los símbolos de las piedras se desvanecieron y la selva
reclamó su lugar engullendo literalmente a los templos que tras los años fueron
habitados por mojes budistas y que actualmente dan vida al lugar sagrado pero,
no sería hasta bien entrado el siglo XX que se realizarían las primeras tareas
de limpieza de modo sistemático, se habilitaron los enclaves más importantes
para visitas turísticas y se preservaron algunos templos tal cual fueron
encontrados para que ha día de hoy, podamos reflexionar sobre el gran poder de
la naturaleza y los misterios que esta ha podido engullir a lo largo de miles
de años.