jueves, 13 de octubre de 2011

13. Kampot.Phnom Chnork

Alquilamos unas bicicletas para acercarnos hasta el templo de Phnom Chnork a unos 8 kilómetros de distancia. Pero antes pasamos por el mercado a comprar algo de fruta y empaparnos del ambiente local.
Las indicaciones hasta la intersección con la carretera principal son claras pero luego se vuelven confusas. Mientras pedaleamos entre campos de arroz unos chavales nos salen a la carretera y se prestan a hacernos de guía. Les preguntamos por el templo, y nos dicen que está aquí mismo. Para ser un templo importante la entrada al recinto no es muy espectacular y el entorno aún menos. Más bien parece una cantera artesana. Estamos con la mosca detrás de la oreja. Sabemos que los chavales son capaces de hacer cualquier cosa por un par de dólares. Les decimos que no necesitamos guía. No nos fiamos de ellos así que yo me quedo con las bicis mientras Gortxu va a inspeccionar la zona seguido por la chavalería que aseveran que ésta es la cueva y que por un par de dólares nos guían. Cuando Gortxu entra en la cueva allí no hay ningún templo, solo uno de los muchos Budas que “habitan” en las numerosas cuevas de la zona. Gortxu pregunta por el templo y los chavales le dicen que un desprendimiento ha cerrado la entrada. Tal y como suponíamos sólo pretendían sacarnos unos dólares. Sin más nos montamos en las bicis y nos alejamos.
Continuamos por el camino de tierra unos cuantos kilómetros. El sol pega fuerte pero la visión del paisaje lleno de campos de arroz mitiga el sufrimiento. Guiados por las tenderas llegamos hasta una montaña en cuya base parece que está la cueva. Pero no vemos ninguna indicación. Ni tan siquiera un camino para salvar los campos de arroz que se interponen entre la carretera y la base de la montaña. 

De nuevo unos chavales se ofrecen como guías. Negamos con la cabeza aunque no desisten en su empeño. Seguimos el camino paralelo a la montaña pero no encontramos el modo de llegar a ella. La carretera, siempre paralela, se pierde entre los campos de arroz. Retrocedemos. Los chavales, que se han quedado atrás jugando en los canales de regadío, cuando nos ven aparecer, nos señalan un camino entre los arrozales. Para llegar a él es preciso cruzar un puente que salva el canal de agua. El puente es tan sólo una rama de bambú, cruzarlo con las bicicletas es imposible y dejarlas en el camino junto a los chavales nos parece arriesgado.
Retrocedemos hasta un restaurante y pedimos un par de refrescos. Entablamos conversación con el camarero. Efectivamente para llegar a la cueva-templo es necesario cruzar los campos de arroz. Le pedimos permiso para dejar las bicis a su recaudo y tras pagar vamos andando hasta la base de la montaña. Frente al restaurante un precario puente salva el canal. Lo cruzamos y seguimos el sendero que serpentea entre los campos de arroz. Llegamos hasta lo que parece la entrada del templo-cueva. Una familia de lugareños vive en la entrada. Nos señalan escaleras arriba. Ascendemos una decena de metros hasta la entrada principal de la cueva. Un pequeño buda nos espera pero no vemos el templo por ninguna parte. Nos adentramos más en la cueva pero allí no parece que haya ningún templo. Volvemos a bajar y le enseñamos la foto del templo. La hija de aspecto andrógino y edad indeterminada asiente y nos dice que ella nos lleva. Finalmente no nos hemos librado de pagar un guía….
Antes de salir nos lleva hasta una imagen de Buda:
- Hagamos una ofrenda a Buda para que nos guíe -nos dice la mujer.
¿Pero acaso no sabía ella el camino? Nos reclinamos los tres frente a Buda. Ella reza y nosotros miramos de reojo con la frente pegada al suelo. Enciende unas barras de incienso. Las reparte y se las ofrecemos a Buda mientras le pedimos que nos guíe en el camino. Ella se levanta y nosotros la imitamos.
Nos señala un sendero que seguimos hasta un campo de arroz. Hay que atravesarlo. Sumergimos los pies. El agua está caliente. Nos hundimos hasta los tobillos. Atravesamos el campo de arroz con cuidado de no tronchar los tallos. Solo el denso olor a arroz consigue hacerme olvidar el asco que me da andar en el barro.
Llegamos a la entrada principal de la cueva. Comprobamos que los chavales tenían razón y nos habían indicado correctamente el camino. Pero ¿Quién se iba a imaginar que la entrada al templo era aquella, y más cuando por entrar te cobran un dólar? Cosas de Camboya.
Descendemos hasta el interior de la cueva y comprobamos cuanto puede engañar una foto bien hecha. Aunque el lugar no luzca tan espléndido como en las guías, la soledad y paz que se respira mejoran la primera impresión. Somos mundialmente conocidos por nuestra lentitud para ver monumentos así que nuestra guía se cansa y nos pide permiso para abandonarnos. Por supuesto que se lo damos.... junto con un par de dólares. Estamos allí un rato más hasta que los mosquitos nos echan a picaduras.
Regresamos a Kampot pero en vez de hacerlo por la carretera principal tomamos las vías del tren. Es fácil andar paralelas a ellas pues los lugareños han ido recolectando a lo largo del tiempo las piedras de relleno dejando el camino despejado. Es un alivio poder volver a la ciudad entre campos de cultivo y no por la destartalada y transitada carretera general.
Nos cruzamos con los campesinos que retornan a casa tras una dura y larga jornada laboral. Y a pesar del cansancio aún nos sonríen sinceramente. Algunos lugareños construyen básicas plataformas de madera con rodamientos e impulsándose con una pértiga les sirve de improvisado medio de transporte. Los niños también aprovechan las vías pero ellos para jugar. Al cabo de unos kilómetros tenemos que bajarnos de las bicis y continuar andando pues las piedras de relleno hacen imposible seguir. Cruzamos un puente y, en la primera oportunidad que tenemos, salimos de las vías hacia una mezquita que se levanta junto a ellas. Atravesamos el pequeño pueblo de mayoría musulmana que nos miran extrañados de que dos “guiris” estén allí. Les saludamos con el manido “sua s´dei” y tras unos segundos de desconcierto nos responden sonrientes. Volvemos a la carretera principal a la altura del mercado.
La luz comienza a tornarse rojiza anunciando el ocaso del día que una vez más lo disfrutamos sentados frente al río. El sol se oculta tras la montaña de Bokor.

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