miércoles, 12 de octubre de 2011

12. Kampot. Estación de Bokor

El día anterior habíamos acordado con un “motoremolque” una excursión a la Estación de Bokor. Acordamos recorrido, precio, horarios....A las seis de la mañana se presenta con una moto en la puerta del hotel. Pensamos que el “tuk-tuk” lo tiene aparcado en una calle cercana y nos subimos los tres en la moto, pero cuando llevamos un rato una corazonada me hace parar la moto. Le pregunto dónde está el “tuk-tuk” y nos contesta que la moto no puede subir la montaña con nosotros y el remolque y que iremos los tres en la moto. ¡Está loco! Habíamos acordado ir en “tuk-tuk” no en moto, le decimos. Y en ese momento el “tuk-tuk” pasa a estar desafortunadamente e inexplicablemente roto. No estamos dispuestos a hacer un viaje de 80km y subir un puerto de montaña los tres en una moto. Nos bajamos de la moto y anulamos la excursión. Nos dice que ya ha comprado la comida y echado gasolina a la moto. Me dan ganas de estrujarle el cuello porque nos la ha jugado desde el principio. Gortxu más conciliador le da dos dólares por las molestias...¡y aún así le parece poco al tío!

Aún es pronto y podemos alquilar la excursión con una agencia de viaje. No era nuestro deseo pero no tenemos más alternativas. Salvo los días festivos el acceso al parque está regulado y no puedes ir por tu cuenta. Pagamos los 20 dólares por cada uno y esperamos en el hotel hasta que den las ocho de la mañana.
La estación de Bokor está asentada en el extremo meridional de los montes Elefante y es conocida por los edificios coloniales franceses abandonados, su clima fresco, su exuberante selva y su cambiante clima. Pero ahora el multimillonario Sok Kong, dueño de la petrolera Sokimex, ha comprado prácticamente todo el plato de la montaña para construir una urbanización de 2.000 chalets, dos enormes hoteles y un casino. ¡Todo en pleno parque nacional!
Antes de que el megalomaniaco proyecto del señor Sok Kong se iniciase la carretera que ascendía a Bokor era un auténtico camino al infierno. Recorrerla costaba horas en el mejor de los casos, pues lo más frecuente es que la camioneta terminara atascada en el barro o paralizada por un corrimiento de tierra. Pero el proyecto urbanístico necesitaba una buena carretera para abastecer a la obra así que llegaron los chinos e hicieron una buena carretera de dos carriles. Aún así el terreno es tan abrupto que los corrimientos de tierra son frecuentes y constantemente hay trabajos de mantenimiento.
La excursión comienza con un “trekking” de un par de horas. El guía te vende el parque nacional como si fuera la mejor reserva del país. Tiene el valor de decir que se han visto tigres y elefantes salvajes. Quizás hace decenios porque los animales salvajes no son muy amigos de la especulación urbanística y prefieren la tranquilidad y soledad de selvas aisladas. No nos imaginamos a un tigre viviendo alegremente a escasos metros de unas obras. En cualquier caso, aún en el improbable caso de que un tigre se encontrase en los alrededores hubiera huido espantado por los gritos que pega nuestro guía que parece una pescadera del mercado de la Ribera. Es más, ni aún pisando el rabo de un tigre lo hubiera visto. Mientras diserta sobre los beneficios de la medicina natural a su lado pasan higuanas, culebras, sapos y aves sin que él se percate. Durante la primera hora paramos cada diez minutos para que nos hable del látex, de la medicina natural o de las infusiones de té. Pero se le debe haber acabado el repertorio rápido o quizás entendió nuestras caras de aburrimiento, pero el caso es que durante la hora siguiente aprieta el paso hasta casi correr y no volvemos ni a parar ni a hablar. A este ritmo militar hacemos más ruido que un elefante en una cacharrería así que toda posibilidad de ver la escasa vida salvaje del parque desaparece por completo.
La estación se encuentra a 1080 metros de altura y frente al mar, por lo que es frecuente que la niebla se apodere de ella. Cuando llegamos a lo alto una espesa niebla lo cubre todo. El coche debe ir a 10 kilómetros por hora pues no se ve más allá de un metro. El guía señala a la nada indicándonos qué debemos imaginarnos en cada lugar. La lluvia golpea los cristales y el viento remueve la niebla de un lado para otro pero sin conseguir levantarla. El coche para y el guía nos dice que bajemos para ver el casino. Los más previsores se enfundan sus impermeables mientras el resto nos preparamos para recibir una bofetada fría y húmeda. A los diez segundo estamos empapados y tiritando de frío. La espesa niebla se encarga de sacarnos el calor de nuestros cuerpos y el viento de llevarlo bien lejos. Parados en un páramo el guía señala a la niebla y nos dice que allí está el casino pero el edificio está siendo reformado y una valla de obra impide que nos acerquemos. Empapados miramos a la nada. El guía parece vivir en un mundo paralelo porque actúa como si luciera un sol espléndido. Durante diez minutos aguantamos su discurso sin sentido pues nada de lo que nos describe podemos ver. Una fuerte ráfaga de viento consigue levantar la niebla y dejar al descubierto el paisaje. Y casi que preferimos que no lo hubiera hecho porque lo que vemos nos desilusiona aún más. Todo el casino está cubierto por un andamio. Las imágenes de sus paredes anaranjadas, sus ventanas desvencijadas y sus puertas descuadradas se nos cae y es sustituido por una mezcladora, una malla verde de protección y tablones y ladrillos por doquier. El icono más conocido de Bokor ha desaparecido pero a ellos se les ha olvidado comentárnoslo al contratar la excursión.
Empapados y helados de frío nos conducen hasta un edificio aparentemente abandonado donde vamos a comer. Cuando entramos el grupo anterior aún no ha terminado. ¡Ahora entendemos el porqué de permanecer absurdamente en la intemperie! Si hubiéramos adelantado la hora de la comida a la espera de que levantara la niebla no hubiéramos entrado todos.
Mientras el guía se dispone a preparar la comida las nubes se levantan y el sol comienza a asomarse tímidamente. Todos salimos escopetados armados con nuestras cámaras. Es sorprendente la rapidez con que la niebla desaparece y es sustituida por un cielo azul radiante. A pesar del andamiaje el casino, que luce su vestido naranja debido a la colonización de la piedra por un hongo, es hermoso. A lo lejos se ve la iglesia que aún a ratos es atrapada por las nubes bajas hasta hacerla desaparecer de forma dramática. La niebla corre de forma fantasmagórica por el plato de la montaña hasta precipitarse por los barrancos y disolverse en una atmósfera cada vez más cálida. Las gotas de rocío, que han dejado las nubes bajas a su paso por el sotobosque, brillan como diamantes. Pero esta imagen idílica se ve empañada por la maquinaria pesada y los esqueletos de hormigón que cubren la estación de Bokor. Aquí y allá se yerguen los cimientos como un mortecino bosque pétreo. Las colinas verdes son sustituidas por otras de piedra y arenisca. Es increíble que esto sea un parque nacional.
Comemos apresuradamente, no sabemos cuánto durará el buen tiempo, y recorremos la zona. Es la hora del almuerzo y los obreros han abandonado el hotel. Si consigues obviar el andamiaje el casino es bello y llamativamente tétrico. Aprovechamos para saltar la valla y recorrer la planta baja. El suelo ha sido levantado y el mármol que recubría las paredes retirado. Todo el interior está ocupado por andamios. No hay mucho que hacer dentro. Una vez fuera nos acercamos hasta el borde del acantilado. Las vistas son sencillamente espectaculares. La montaña cae casi perpendicularmente hasta la llanura prelitoral. Desde aquí se divisa Kep, Kampot y toda la costa hasta casi Sihanouville. Dice la leyenda que los arruinados en el casino se suicidaban lanzándose al vacío desde aquí. Buen método pues es imposible sobrevivir a la caída.
Paseamos hasta la iglesia. Uno de los pórticos ha sido tomado por los trabajadores para convertirla en vivienda. Si no tienen miramientos con la naturaleza porqué lo van tener con la historia y menos con aquella proveniente de los invasores.
Somos lo últimos en llegar a la furgoneta. El guía, que bien podría ganarse la vida como charlatán, habla eufóricamente del proyecto urbanístico que se está desarrollando en el parque frente a la cara atónita de los “guiris”. Donde uno ve progreso y modernidad los otros ven un atentado ecológico y calamidad.
Nos montamos de nuevo en la monovolumen y nos conducen hasta un edificio en construcción.
            - Va a ser un restaurante -nos explica entusiasmado el guía- han desviado el río para que pase por aquí antes de precipitarse por la cascada a la que vamos.
La cascada es bonita, pero después del atracón de Laos estamos más que saturados. El río baja cargado de sedimentos vegetales y tras el salto, el agua agitada crea abundante espuma marrón. Nos es propiamente contaminación pero desmotiva para el baño. El guía insiste en que nos demos un chapuzón, quizás ávido de ver carne occidental, pero no logra convencer a nadie. Estamos un rato a la sombra antes de retornar a la monovolumen y descender hasta Kampot.
Aún es pronto para iniciar el crucero por el río que incluye la excursión así que nos dan libre hasta las cinco. Nos repartimos entre los distintos bares que salpican el paseo ribereño.
A la hora señalada embarcamos en un bote y comenzamos a ascender por el río. En nuestro recorrido nos cruzamos con los barcos pesqueros que retornan a puerto tras faenar en las marismas que curiosamente están más en el interior. Algunos aún recogiendo sus redes.
Desde que partimos el cielo ha amenazado lluvia y no es un farol. Tras avisarnos con cuatro gotas, el patrón da por finalizada la excursión y gira para retornar a puerto, pero no lo suficientemente rápido como para librarnos de un auténtico diluvio que nos atrapa. Parece que el dios Meteo nos tiene manía y de nuevo helados y empapados regresamos a puerto.

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