martes, 4 de octubre de 2011

04. CAMBOYA 2011

Dice el saber popular que la primera impresión es la que cuenta. Razón no le falta. Nuestra entrada en Camboya, y lamentablemente la de todos los turistas que lo hacen por tierra, no es precisamente ni triunfal ni por la puerta grande. Más bien a golpe de talonario.
Tras pasar la barrera de acceso del lado laosiano andamos unos cincuenta metros por tierra de nadie.  Una estrecha franja virgen donde la selva crece a su antojo, libre de la presión humana.
A lo lejos, en el lado camboyano, en mitad de la carretera vemos un precario cenador con una, aún más cutre, mesa que parece que se va a venir a abajo en cualquier momento. “Chequeo de salud” reza el cartel que pende sobre los militares. No nos hace falta ni llegar a la mesa para entender que se trata de un saca cuartos. Con la excusa de la gripe A y la alarma de pandemia, que en el resto del mundo hace dos años se dio por desactivada, se inventan un control de salud. El control es absolutamente surrealista. Llegamos el grupo de viajeros a la mesa, nos dan un panfleto donde debemos rellenar nuestro nombre, si tenemos algún síntoma gripal y nuestro anterior destino. Nos toman la temperatura con una pistola de infrarrojos, que según el manual de instrucciones necesita ponerse a 5 cm de la frente y durante al menos 15 segundos, pero el oficial al cargo no quiere trabajar mucho y nos escanea la frente como si tuviéramos un código de barras en la cara. En un segundo y a dos metros de distancia nos toma la temperatura. Increíble prodigio de la técnica camboyana. Un completo chequeo de salud y…  ¡por tan sólo un dólar! Nos recuerdan que no nos olvidemos recoger el justificante amarillo, que es imprescindible presentarlo en el puesto de visados.  No opina lo mismo su compañero de visados que no hace ni caso al papel, y que si no lo tira es porque le supone un esfuerzo. Abonamos los 23$ y en menos de un minuto tenemos nuestros pasaportes listos para que nos los sellen en el control aduanero. Nos coge el pasaporte y nos pide dos dólares por cada uno. Ningún cartel anuncia dicho cobro. Podríamos preguntarle al agente el porqué de los dos dólares pero ambos sabemos la respuesta: “somos funcionarios del gobierno que cobramos muy poco y somos corruptos, si no quieres que tu pasaporte se quede en nuestra mesa “sine die” paga”
Aceptamos el chantaje sin rechistar. Sabemos quién tiene la sartén por el mango. Bienvenidos a Camboya: Reino de la corrupción.
Pero si creemos que nuestra mala experiencia termina aquí, estamos muy equivocados.
Subimos al autobús que nos debe llevar a Kompong Chang. Está repleto de viajeros. La mayoría dirección Siem Reap, otros a Phnom Penh y los menos a pueblos que quedan de camino. A la media hora de iniciado el viaje dos chicos del personal del autobús nos comentan que debido a las inundaciones tienen que ir por otra carretera y que no pasarán por Kratie. Nosotros vamos a Kompong Chang, le respondemos. A las dos horas, mientras hacemos un receso en la carretera, se acerca de nuevo:
- El Mekong está desbordado y el autobús no puede entrar en Kompong Chang. Os dejaremos en un cruce de carretera a 20 kilómetros para que toméis un taxi hasta la ciudad- comenta mientras fuma.
- ¿Quién paga ese taxi?- le preguntamos.
- Vosotros – nos contesta sin inmutarse.
- Perdona, pero nosotros tenemos un billete que pone Kompong Chang, no “a 20 km de Kompong Chang” - le contestamos un poco malhumorados, pero rezando por lo bajo.
- Oh! Lo siento. Ese billete está comprado en Laos, si tienen algún problema tienen que ponerse en contacto con ellos – intenta parecer afligido pero no lo está.
- ¿Este autobús llega a Phnom Penh? -preguntamos.
- Si
- Pues entonces no bajamos en Phnom Penh.
- Pero deben abonar la diferencia que son 3$ por persona
- No vamos a pagar nada más -gritamos- tenemos un billete donde pone Kompong Chang, si no nos ibais a llevar hasta allí... ¿porqué no nos lo dijisteis en la frontera?
- ¿Vosotros sois turistas, no? -nos pregunta maliciosamente.
A partir de aquí la conversación degeneró. Subimos al autobús todavía enfadados. Sabemos que es otra trampa para turistas que se hace frecuentemente en este trayecto de autobús y que son capaces de dejar las maletas en mitad del camino. Tenemos dos opciones o tragarnos nuestro orgullo y seguir disfrutando del viaje con 6$ dólares menos en el bolsillo o liarla. Pero la opción de liarla supone implicar a la policía que es tanto o más corrupta que el resto del país. No merece la pena. Cuando el individuo se acerca de nuevo, con muy bueno modos, a preguntarnos qué vamos a hacer le decimos que nos bajamos en Phnom Penh. “6$”-no dice. Aún tenemos un as en la manga, son más corruptos que avariciosos. Abro la cartera y saco cuatro dólares y un billete de 20. Tengo más billetes de 1$ pero no los saco. “Oh! Lo siento”- le digo mientras le doy un billete de 20- “no tengo más que 4$ sueltos”. Cambiar los 20$ le va a suponer demasiada molestia así que me coge los 4$ mientras me dice que con eso es suficiente. Es una pequeña victoria pero victoria al fin y al cabo.
El día avanza y se hace noche cerrada mientras pasamos uno y otro pueblo dirección al sur. Llevamos seis horas en el autobús y el viaje comienza a hacerse pesado. Y más ahora que al otro lado de la ventanilla no hay más que oscuridad y…. ¡una escultura de una Naga de cuatro cabezas que la reconozco perfectamente! ¡Estamos en Kompong Chang! Me levanto como un “sputnik” y le pregunto al conductor:
- ¿Pero acaso no nos habíais dicho que el autobús no paraba en Kompong Chang?
- No, no para- me dice algo confuso por mis palabras.
- Esto es Kompong Chang- le grito.
- Sí, pero no es una parada- tiene el valor de contestarme el chófer.
- ¡Por Dios! Si el autobús para donde el cliente le dice. ¿Qué me estás contando?
- ¿Van a bajarse aquí?
- Sí, pero antes quiero mis 4$ que hemos pagado de más por ir a Phnom Penh
Y súbitamente tras estas palabras el conductor deja de entender inglés y comienza a hacerle el sueco, o lo que se haga un camboyano cuando quiere quitarse un muerto de encima. Unos lugareños intentan intermediar. Nosotros hace tiempo que hemos decidido que vamos a seguir hasta Phnom Penh pero queremos hacer un poco de ruido.
Nos preguntan quién nos ha cobrado ese “extra” pero los dos “cobradores” hace tiempo que se han bajado del autobús. Nos enteramos que no somos los únicos a los que les han dicho lo mismo. Unos han pagado el “extra” y otros no.
- No entiendo lo que ha sucedido -dice uno de los lugareños que ha intentado intermediar- a veces en Camboya ocurren cosas que no entiendo- continúa.
- Pues muy fácil de explicar- le interrumpo- Este es un país corrupto lleno de estafadores y sencillamente nos han mentido y robado 4$- me dirijo al conductor y le digo- nos bajamos en Phnom Penh.
En la intersección de las carreteras nacionales 6 y 7 el autobús para, y los que van con destino a Siem Reap se suben a otro bus. Aún les quedan seis horas de viaje. Ya llevamos siete horas en el bus y aún nos queda otras dos más. Entablamos conversación con una leonesa de 64 años con dos válvulas en el corazón y que tiene a su cardiólogo cardiaco desde que le dijo que se iba a Camboya por un mes. A pesar de la edad y de no hablar casi nada inglés, menos que nosotros que ya es decir, se había embarcado en esta aventura para recordar sus años mozos en los que viajaba sin ataduras por todo el mundo, cuando aquello de viajar a países lejanos era una excentricidad de muy pocos.
Una vez en Phnom Penh, ya de noche cerrada y lloviendo, estábamos a expensas de los tuk-tuk, que como carroñeros, daban vueltas en torno a nosotros esperando a que el cansancio y la desesperación nos vencieran y termináramos accediendo a sus desorbitadas tarifas. María Blancanieves, que así se llama la leonesa, está cansada y un poco desorientada. Los conductores de tuk-tuk sabiendo que es presa fácil la rodean con rapidez. Le dicen que su hotel está lejos, como a seis kilómetros, y que en los alrededores no hay nada más que calles peligrosas. Ella intenta orientarse en el mapa, pero los carroñeros la apremian y la insisten en que se deje llevar que ellos la guiarán...por tan sólo 6$. ¡Seis dólares! Lo mismo que ha pagado desde Pakse hasta allí.
Decidimos ayudarla. Localizamos el hotel en el mapa. Está a dos kilómetros de allí. Gortxu renegocia la tarifa: 3$ por llevar a los tres. Aunque hacen aspavientos y se ríen como si la propuesta fuese una locura, todo el teatro termina cuando nos damos media vuelta y marchamos hacia la calle principal en busca de otro tuk-tuk.
Ella había contratado el hotel por internet. Nosotros nos bajaríamos con ella y buscaríamos un hotel más económico. Lo que no contábamos es que el hotel estuviese en pleno barrio rojo de la capital camboyana. El primer hotel al que vamos muy amablemente nos dicen que no tienen habitaciones, los otros tres siguientes....preferimos dormir en la calle. Encontramos un hotel decente a un precio adecuado. Pero cuando le entrego el billete de 20 dólares me lo rechaza porque tiene un minúsculo roto en una esquina. Las 9 horas de viaje, el incidente del autobús, la lluvia, el dolor de espalda por el peso de la mochila, el hambre y el cansancio me despolarizan y muy digno le digo a Gortxu que si nuestro dinero no vale nos marchamos a otro hotel. Pero bastó ver otras tres habitaciones de puticlub, un kilómetro cargando con la mochila y la ropa empapada para volver al hotel, ya con menos humos y con un perfecto billete de 20 dólares en la mano.
Me rindo. Solo llevamos 10 horas en Camboya y ya nos ha ganado cuatro veces. ¡Vaya país de mierda!

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