domingo, 9 de octubre de 2011

09. P.N. Kep

El Parque Nacional de Kep es fácilmente accesible desde el pueblo. Un circuito guiado de 8 kilómetros alrededor del parque da una visión muy general, y algo parcial, de lo que es la reserva pero sirve perfectamente para pasar una mañana paseando y disfrutar de las vistas que ofrece la montaña, no solo de la costa de Kep sino también de toda la planicie prelitoral que llega hasta Kampot. El acceso está regulado y se cobra 2$ para sufragar los gastos de limpieza y mantenimiento del parque....o al menos eso dicen. El sendero es sencillo y aunque la vida animal se limita a moscas, mosquitos y alguna que otra lombriz, las vistas suplen en parte tan inerte parque. Existen senderos más dificultosos que se adentran en el interior del bosque para coronar los dos picos que ocupan el centro del recorrido. Pero sus pendientes medias del 14% y la escasas o nulas vistas que se obtienen desde la cima desaconsejan la paliza. Dicen que por la zona hay monos. Los debimos pillar en huelga pues ni tan siquiera los oímos. El final del sendero termina en una vasta extensión de tierra que en su día ocuparon hermosas villas estilo art deccó de los años 70 y de las cuales ahora solo quedan las ruinas, en el mejor de los casos. Todas las parcelas, excepto las ocupadas ilegalmente, están de nuevo a la venta con la esperanza de que la zona vuelva a ponerse de moda entre la élite camboyana y reverdezca el glamour que es su día tuvo la zona.
Y lo cierto es que Kep tuvo su “Belle Époque” algo inexplicable para un pueblo que carece de playa.
Hoy la costa está ocupada por templetes de madera que se alquilan a las familias para que hagan allí su “picnic” mientras los niños se bañan en el mar. De hecho cuando nosotros llegamos toda la zona está tomada por decenas de familias comiendo marisco, haciendo barbacoas y, sobretodo, los hombres bebiendo cerveza china. Rápidamente somos la expectación del lugar y todos quieren que nos sentemos con ellos. Al principio conseguimos eludir las invitaciones pero al final no nos queda más remedio que sentarnos con un grupo de ellos bajo amenaza de deshonrarles si nos negamos. Nos invitan a marisco, pescado, arroz....pero sobretodo a cerveza. Todos quieren brindar y beber con nosotros. La costumbre camboyana dice que cuando se brinda con alguien previamente se ha de acordar cuanto se debe beber. Puede ser un dedo, dos o la lata entera, según sea la ocasión. Ni que decir tiene que todos querían que brindáramos con ellos bebiéndonos la lata de un tirón. Entre risas, ¡Ay! ¡Qué importante es la sonrisa!, y bromas conseguíamos rebajar el brindis hasta un dedo. Pero teniendo en cuenta de que en el templete había más de 15 personas y que todos querían brindar.... Ninguno de ellos sabe una palabra de inglés así que nuestra comunicación retrocede varios millones de años en la evolución humana y se basa en gruñidos, interjecciones y risas varias que cada cual interpreta libremente. Lo cierto es que para pasar un rato en camaradería no hace falta mucho más. A la segunda lata de la horrible cerveza china sacamos nuestra artillería pesada, y cámara de fotos y de vídeo en mano, nos disponemos a entretener con fotos y vídeo a nuestros anfitriones con la esperanza de que se olvidaran del alcohol. Y lo conseguimos. Finalmente entre abrazos, palmadas en la espalda y sobretodo sonrisas conseguimos evadirnos sin terminar borrachos. Es un momento muy agradable que no olvidaremos.
Vemos anochecer en la pequeña playa de Coconut antes de dirigirnos de nuevo al “crab market”, y esta vez sí, pedir la especialidad de la zona: cangrejo a la pimienta verde de Kampot. Y realmente nos encanta. Un auténtico manjar exquisito y delicioso que merece la pena probar si se pasa por la región.

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