Hoy vamos a bucear. Hace un año que no hacemos ninguna inmersión pero es como andar en bici; nunca se olvida. Los instructores no son especialmente habladores y eso que el nuestro, de origen francés, es más enrollado.
La primera inmersión sobre un arrecife se ve empañada por un
error de novatos. Con el ajetreo y los nervios, a ambos se nos olvida limpiar
las gafas por lo que la visibilidad una vez en el fondo es reducida. Gortxu
además tiene las gafas muy prietas y no logra ajustárselas. A media inmersión
conseguimos limpiarlas y disfrutamos del fondo marino. La variedad de corales
duros y blandos es importante y aunque ninguna formación alcanza tamaños
considerables la mezcolanza de colores y texturas lo convierten en un bello
fondo. La vida marina no es muy abundante y la mayoría de los peces son de
tamaño pequeño. En compensación el lugar está lleno de gusanos, pepinos de mar
y de pólipos de árboles de navidad, que a la mayoría de buceadores no les llama
la atención, pero que a nosotros nos encanta observar. Abundan también los
erizos. Menos frecuentes son las estrellas de mar y las anémonas con sus
siempre fieles y defensores peces payaso. Pero son los colores del coral lo que
más nos llama la atención así como sus excéntricas y a veces imposibles formas.
La inmersión dura una hora y como no hemos alcanzado más de
14m de profundidad salimos con medio tanque lleno. No importa. Empezábamos a
tener frío y la inmersión había sido interesante.
Retornamos al puerto para comer mientras eliminamos el
exceso de nitrógeno de nuestros cuerpos. Nos sentamos junto a un matrimonio de
australianos, con los que habíamos intercambiado unas palabras el día anterior
en el hotel. A ella se le entiende bastante bien, a su marido ni con
subtítulos. Afortunadamente su mujer se presta en la mayoría de las ocasiones
para traducirle a un inglés “más académico”. Conversamos de lo que buenamente
podemos; el buceo, los viajes, la isla, el país...pero cuando interviene una
inglesa y la conversación se desvía hacia los respectivos empleos y la economía
mundial nos perdemos e intentamos asentir, sonreír y negar cuando corresponde.
Pero es como una lotería y la mayoría de las veces no acertamos así que
disimuladamente metemos nuestras cabezas en el plato de curry y engullimos como
si en el fondo del plato nos esperase “El Dorado”.
La segunda inmersión la hacemos cerca de la isla Pagoda.
Esta vez nos aseguramos que las gafas estén bien limpias. Descendemos sobre un
banco de arena y poco a poco van surgiendo diminutas islas de coral. Muy pocas
al principio. Pero al final se convierte en otro buen arrecife. Aquí el coral
no es tan prolífico ni variado pero en contrapartida la vida marina es mayor:
un enorme pez globo intentaba pasar desapercibido sobre el fondo marino. Baldío
intento viendo su tamaño. También vemos abundantes nudibranquios siempre tan
esquivos como bellos. Con colores llenos de vida como el naranja, el violeta,
el azul, el rojo son pequeñas joyas que brillan engarzadas en los corales.
No faltan a la cita una veloz sepia que en cuanto nos ve se
funde con el fondo mientras fuga con gran velocidad. Ni una pareja de
cangrejos, ni un pez escorpión, ni un pez caja, ni el pez ángel, ni los
begihaundis...y otros muchos de cuyos nombres no nos acordamos.
Pasamos por unas termoclimas que parecen amigas de la
inquisición, pues nos hacen sufrir con sus contrastes de frío y calor. Rodeamos
el arrecife del derecho y del revés. Llevamos 70´ y el instructor quiere subir.
Para nosotros también es suficiente aunque dispongamos de medio tanque de aire.
Tras despedirnos de los australianos que se van es misma
tarde nos dirigimos a la playa a descansar. Pero las moscas de la arena nos
acribillan y en poco menos de media hora estamos llenos de sus molestas
picaduras así que subimos a la cabaña a continuar leyendo en la terraza del
bungalow.
Yo comienzo a notar cierto cansancio y dolor muscular que
primeramente atribuyo al ejercicio del buceo. Pero pronto comienzan los
calambres en las articulaciones y poco a poco me voy sintiendo peor. Se lo que
significa. Voy a tener fiebre.
Cenamos en el Monkey Bungalows pero no nos gusta. La comida
no está buena y la música demasiado alta. Una vez en la cama comienzo con
escalofríos y en pocos minutos estoy ardiendo. La cabeza me duele parece me va
a estallar y me duele todo el cuerpo. Pero no sabemos cuál puede ser el foco.
No me duele la garganta, ni tengo tos, ni siquiera mal el estómago ni diarrea.
Me tomo una aspirina e intento dormir.
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