La noche ha sido horrible. La fiebre alta persiste y las aspirinas, que es lo único que tenemos, no logran bajármela. No tenemos termómetro pero creemos que la fiebre es superior a los 40ºC. Los calambres me atraviesan como agujas las articulaciones y la cabeza parece que me va a explotar. Tengo los ojos inyectados en sangre y con cada movimiento es como si los músculos se me desgarrasen. Decidimos retornar al continente antes de lo previsto por si la cosa se complica.
Unos lugareños nos dan amablemente la única pastilla de
ibuprofeno que tienen. No quieren cobrarnos nada. Me tomo el ibuprofeno y la
aspirina una hora antes de tomar el barco. Logramos así que la fiebre me baje
pero los dolores generalizados persisten. La diarrea ha aparecido por fín, así
que ya tenemos el foco. Eso nos tranquiliza. Lo más probables es que sea una
colitis.
Las dos horas y media de barco se hacen muy duras y aunque
lo realizo la mayor parte del tiempo tumbado no veo el momento de llegar a
puerto. El anochecer es precioso. Sobre un cielo que parece arder se recortan
la oscura silueta de las islas. Los barcos de pesca abandonan el puerto para
faenar y en su trayecto se cruzan con nosotros. El anochecer envuelve todo. El
mar parece ahora lava roja, igual de bello pero menos peligroso. La silueta de
los barcos con sus redes colgadas sobre un cielo que por momentos se torna
violeta es digno de disfrutar aunque yo no esté para esos menesteres.
Una vez en Sihanoukville, mientras Gortxu busca alojamiento,
los medicamentos dejan de hacer efecto y comienzo de nuevo con una tiritona que
me deja agotado y de nuevo con fiebre. Afortunadamente por esta vez elegimos
rápidamente y a la primera un buen hotel. Yo me quedo tiritando en la cama
mientras Gortxu va a una farmacia para comprar más medicamentos.
Me atiborro de antipiréticos y decidimos que si a la mañana
aún continúo con fiebre iremos al hospital.
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