lunes, 17 de octubre de 2011

17. Koh Rung


La noche ha sido horrible. La fiebre alta persiste y las aspirinas, que es lo único que tenemos, no logran bajármela. No tenemos termómetro pero creemos que la fiebre es superior a los 40ºC. Los calambres me atraviesan como agujas las articulaciones y la cabeza parece que me va a explotar. Tengo los ojos inyectados en sangre y con cada movimiento es como si los músculos se me desgarrasen. Decidimos retornar al continente antes de lo previsto por si la cosa se complica.
Unos lugareños nos dan amablemente la única pastilla de ibuprofeno que tienen. No quieren cobrarnos nada. Me tomo el ibuprofeno y la aspirina una hora antes de tomar el barco. Logramos así que la fiebre me baje pero los dolores generalizados persisten. La diarrea ha aparecido por fín, así que ya tenemos el foco. Eso nos tranquiliza. Lo más probables es que sea una colitis.
Las dos horas y media de barco se hacen muy duras y aunque lo realizo la mayor parte del tiempo tumbado no veo el momento de llegar a puerto. El anochecer es precioso. Sobre un cielo que parece arder se recortan la oscura silueta de las islas. Los barcos de pesca abandonan el puerto para faenar y en su trayecto se cruzan con nosotros. El anochecer envuelve todo. El mar parece ahora lava roja, igual de bello pero menos peligroso. La silueta de los barcos con sus redes colgadas sobre un cielo que por momentos se torna violeta es digno de disfrutar aunque yo no esté para esos menesteres.
Una vez en Sihanoukville, mientras Gortxu busca alojamiento, los medicamentos dejan de hacer efecto y comienzo de nuevo con una tiritona que me deja agotado y de nuevo con fiebre. Afortunadamente por esta vez elegimos rápidamente y a la primera un buen hotel. Yo me quedo tiritando en la cama mientras Gortxu va a una farmacia para comprar más medicamentos.
Me atiborro de antipiréticos y decidimos que si a la mañana aún continúo con fiebre iremos al hospital.

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