El Palacio Real abre sus reales puertas a las 7:30 de la
mañana y los grupos organizados llegan a las 9. Tenemos planeado madrugar pero
al final las sábanas se nos pegan y no llegamos hasta las 8 y media. Pero da
igual porque se me ha olvidado que es la residencia real y se debe vestir
apropiadamente, y mi camiseta sin mangas puede ser muy apropiada en un
chiringuito playero pero no en Palacio. Finalmente decidimos cambiar de plan y visitar
los mercados de la ciudad.
Paseamos por las orillas del Mekong. Uno de los templos que
se levantan en su orilla bulle de actividad. Los rituales budistas siempre son
llamativos y muy plásticos. Nos sentamos a la sombra y observamos por un rato.
Atravesamos el mercado matutino. Es primera hora de la mañana y la actividad es
frenética. El suelo húmedo con restos de escamas nos anuncia la sección de pescadería. Los
peces colean en los barreños intentando infructuosamente salir de ellos. Los
cangrejos con sus pinzas atadas miran expectantes. Las ranas intentan que sus
patas rotas les respondan. Las verduras recién rociadas con agua lucen frescas
y sabrosas. Unas conocidas y otras no. El bateo de los ajos libera en el aire
su intenso olor. Las frutas ordenadas cuidadosamente dan color a los puestos.
Destaca la fruta del dragón con su fucsia intenso y forma sorprendente. Pero no
queda atrás el rambután o la pera corazón.
El mercado central o Psar Thmei es un enorme edificio “art
decó” fácilmente identificable. Su enorme sala central coronado por una cúpula
parece un zigurat babilónico. Su reciente remodelación ha vuelto a dar al
mercado el esplendor que nunca debió perder. A pesar del intenso calor que hace
fuera, la disposición de las salas y del techo del mercado hace que el interior
se mantenga fresco y aireado. Visto desde el cielo el mercado parece una gran
X, como marcando un tesoro en el centro de la ciudad. A partir del domo central
se prolongan cuatro brazos de altura mucho menor, cada uno de ellos dedicados
casi en exclusividad a un tipo de producto. Así tenemos el ala de la
electrónica, de la ropa, del hogar y del calzado y complementos. La cúpula
queda reservada para la joyería. El comercio se extiende más allá del interior.
Todos los alrededores del mercado están llenos de tiendas que venden los más
diversos y, a veces, extraños artículos. Los puestos de flores llenan de
esencias el aire. Pero rápidamente es sustituida por el olor de los puestos de
comida. Las ollas burbujean, pero solo el olor nos dicen si son caldos de
carne, de pescado o de verdura pues su contenido es irreconocible. Es pronto
para comer así que pasamos de largo.
Vamos a un centro comercial cercano en busca de un baño y
sobretodo un poco de frío, pues el calor comienza a agobiarnos. Hacemos una
rápida visita y nos tomamos un helado sentados en uno de los bancos que rodean
el centro comercial. Buscamos un tuk-tuk para que nos acerque al Mercado Ruso,
otro de los grandes mercados de la capital, para intentar comprar una mochila.
El conductor pretende cobramos 3$ pero no le pagamos más de 1.
El Mercado Ruso no tiene el "glamour" del Central.
Su estética es como la de cualquier otro del sudeste. Un continuo de puestos
bajo una tejavana de metal. Su interior oscuro y caluroso está repleto de
tiendas hasta tal punto que a veces se hace difícil andar entre ellas. Este
mercado parece más dirigido a los turistas pues abundan los puestos de tallas
de madera, pequeñas esculturas, sedas y bolsos. También hay mochilas y
chamarras de factura dudosa. Por supuesto no faltan los relojes, ni la ropa
falsificada. El mercado ofrece menos de lo que esperamos aunque al final
compramos una mochila “de marca” al módico precio de 12$. Pero como el tiempo
terminó demostrando: Nadie da duros a cuatro pesetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario