jueves, 6 de octubre de 2011

06. Phnom Penh. Mercados



El Palacio Real abre sus reales puertas a las 7:30 de la mañana y los grupos organizados llegan a las 9. Tenemos planeado madrugar pero al final las sábanas se nos pegan y no llegamos hasta las 8 y media. Pero da igual porque se me ha olvidado que es la residencia real y se debe vestir apropiadamente, y mi camiseta sin mangas puede ser muy apropiada en un chiringuito playero pero no en Palacio. Finalmente decidimos cambiar de plan y visitar los mercados de la ciudad.
Paseamos por las orillas del Mekong. Uno de los templos que se levantan en su orilla bulle de actividad. Los rituales budistas siempre son llamativos y muy plásticos. Nos sentamos a la sombra y observamos por un rato. Atravesamos el mercado matutino. Es primera hora de la mañana y la actividad es frenética. El suelo húmedo con restos de escamas  nos anuncia la sección de pescadería. Los peces colean en los barreños intentando infructuosamente salir de ellos. Los cangrejos con sus pinzas atadas miran expectantes. Las ranas intentan que sus patas rotas les respondan. Las verduras recién rociadas con agua lucen frescas y sabrosas. Unas conocidas y otras no. El bateo de los ajos libera en el aire su intenso olor. Las frutas ordenadas cuidadosamente dan color a los puestos. Destaca la fruta del dragón con su fucsia intenso y forma sorprendente. Pero no queda atrás el rambután o la pera corazón.
El mercado central o Psar Thmei es un enorme edificio “art decó” fácilmente identificable. Su enorme sala central coronado por una cúpula parece un zigurat babilónico. Su reciente remodelación ha vuelto a dar al mercado el esplendor que nunca debió perder. A pesar del intenso calor que hace fuera, la disposición de las salas y del techo del mercado hace que el interior se mantenga fresco y aireado. Visto desde el cielo el mercado parece una gran X, como marcando un tesoro en el centro de la ciudad. A partir del domo central se prolongan cuatro brazos de altura mucho menor, cada uno de ellos dedicados casi en exclusividad a un tipo de producto. Así tenemos el ala de la electrónica, de la ropa, del hogar y del calzado y complementos. La cúpula queda reservada para la joyería. El comercio se extiende más allá del interior. Todos los alrededores del mercado están llenos de tiendas que venden los más diversos y, a veces, extraños artículos. Los puestos de flores llenan de esencias el aire. Pero rápidamente es sustituida por el olor de los puestos de comida. Las ollas burbujean, pero solo el olor nos dicen si son caldos de carne, de pescado o de verdura pues su contenido es irreconocible. Es pronto para comer así que pasamos de largo.
Vamos a un centro comercial cercano en busca de un baño y sobretodo un poco de frío, pues el calor comienza a agobiarnos. Hacemos una rápida visita y nos tomamos un helado sentados en uno de los bancos que rodean el centro comercial. Buscamos un tuk-tuk para que nos acerque al Mercado Ruso, otro de los grandes mercados de la capital, para intentar comprar una mochila. El conductor pretende cobramos 3$ pero no le pagamos más de 1.
El Mercado Ruso no tiene el "glamour" del Central. Su estética es como la de cualquier otro del sudeste. Un continuo de puestos bajo una tejavana de metal. Su interior oscuro y caluroso está repleto de tiendas hasta tal punto que a veces se hace difícil andar entre ellas. Este mercado parece más dirigido a los turistas pues abundan los puestos de tallas de madera, pequeñas esculturas, sedas y bolsos. También hay mochilas y chamarras de factura dudosa. Por supuesto no faltan los relojes, ni la ropa falsificada. El mercado ofrece menos de lo que esperamos aunque al final compramos una mochila “de marca” al módico precio de 12$. Pero como el tiempo terminó demostrando: Nadie da duros a cuatro pesetas.

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