Es fácil llegar hasta allí pues las montañas se levantan
entre campos de arroz y destacan como un faro en una noche cerrada. Los niños
locales rápidamente se ofrecen a hacerte de guía. Si quieres visitar las
innumerables cuevas que salpican toda la zona es más que aconsejable hacerse
con sus servicios. Pero en nuestro caso que sólo pretendemos ver la cueva
principal no es necesario.
El templo Kiri Sela se levanta en lo que los lugareños creen
que son las entrañas de un dragón. Accedemos por la boca donde una formación
rocosa alargada hace las veces de lengua. Son apenas 10 metros y al fondo una
luz nos guía hasta su estómago que no es otra cosa que una cueva colapsada hace
mucho tiempo y por tanto abierta al cielo. Lo cierto es que una vez en el
interior de este enorme agujero parece que nos encontremos en el mundo perdido.
Con un diámetro de unos 20 metros y una altura de más de 30 metros este enorme
pozo natural es exuberante. A pesar de la verticalidad de sus paredes la
vegetación se las arregla para crecer hacia el cielo y cubrir todo con la
habitual frondosidad de la selva. No es un sitio turístico por lo que estamos
solos. Las pequeñas cuevas que hay en la pared son ocupadas por sendas estatuas
de Buda. No son especialmente bellas pero lo compensa el entorno. Los monos
hacen de las suyas en lo alto de los árboles. No se dignan a visitarnos.
De nuevo en la moto y tras un alto en el mercado local,
visitamos Phnom Sorsia.
Es un pequeño monasterio muy colorido y no muy antiguo.
Arquitectónicamente no dice mucho pero las vistas de los campos de arroz que lo
rodean merecen la visita. A la izquierda del monasterio unas escaleras conducen
al Rung Damrey Saa, o cueva del elefante blanco, llamada así por una formación
a la derecha de las dos imágenes residentes de Buda. Lo cierto es que hay que
tener bastante imaginación. La cueva es abrupta y resbaladiza. Tras descender y
continuar por la caverna unos 100m se llega a una pared que bloquea el camino
pero de la que pende una liana que permite ascender hasta un lucernario y desde
allí ver la selva y con suerte algún mono. A la derecha del monasterio hay una
cueva repleta de murciélagos, pero las oquedades los mantienen fuera de la
vista.
Con el sol cayendo volvemos a Kep para cenar de nuevo
marisco a la pimienta verde.
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