viernes, 7 de octubre de 2011

07. Phnom Penh. Palacio Real



Vestidos para la ocasión acudimos a primera hora al Palacio Real. No son aún las ocho de la mañana pero ya hay bastantes turistas recorriendo el recinto. Tomar fotografías despejadas de gente va a ser tarea difícil. Y aunque nos saltamos el recinto real para ir directamente a la pagoda de Plata, con la esperanza de que aún no haya llegado la gente; más gente ha tenido la misma idea y también hay abundantes turistas por sus instalaciones. Así que volvemos al Palacio Real.
No es tan esplendoroso ni rico como el Palacio Real de Bangkok pero guarda cierta similitud.
El complejo de edificios del Palacio Real de Phnom Penh, donde se encuentra la residencia de los reyes de Camboya, es una obra arquitectónica sublime, que ha sido parte importante de la vida política y social de Camboya desde su construcción en el año 1866.
El palacio comenzó a construirse cuando el rey Norodom trasladó la capital desde la ciudad de Oudong hacia Phnom Penh, y está situada sobre la vieja ciudadela de Banteay Kev.
La estructura es una muestra fundacional del estilo arquitectónico Khmer, y sus partes más representativas son las murallas defensivas (kampaeng), la sala del trono (preah tineang), las torres espirales (prang prasat) y el Templo del Buda de Esmeralda.
Además, a lo largo de diferentes áreas del palacio pueden verse pinturas murales clásicas, y allí se plasma la importancia no solo a nivel político sino también religioso que el Palacio Real tiene para los habitantes de Camboya.
La familia real de Camboya vive en el palacio Khemarin, cerrado al púbico y separado del resto de las construcciones del complejo por una muralla, aunque situado a la derecha del Salón del Trono y con caminos directos para que el rey vaya de sus aposentos a la sala más importante del Palacio Real con total comodidad. Unos guardias se aseguran de que ningún turista despistado ande por donde no debe.
La sala del trono, también conocida como el Asiento Sagrado del Juicio, es donde se llevaban a cabo las decisiones más importantes, lugar de trabajo de generales, ministros y oficiales del reino. Hoy, es utilizada para ceremonias religiosas y reuniones diplomáticas. Es el edificio más destacable del complejo y su torre de 59m inspirada en el templo de Bayón es buen ejemplo de ello. El edificio original era de madera pero fue pasto de las llamas. Así que se sustituyó por el actual de hormigón en 1869, algo menos vistoso pero mucho más imperecedero. El día es soleado y las tejas brillan como luceros del alba. El tejado en escalera parece unirse con renovada fuerza en su zona central y allí, como una flor de loto, la torre en espiral dorada crece hacia el cielo como queriendo ensartar las nubes.
Muy cerca se encuentra un más bien soso edificio que alberga los despachos reales. Lo único que destaca es un extraño edificio anexo. El pabellón está totalmente fuera de lugar no solo por el material que del que está construido, hierro, al que el clima tropical le hace estragos, sino también por su arquitectura claramente de origen europeo. Más tarde nos enteramos que fue un regalo de Napoleón al rey camboyano.
La Pagoda de Plata, en el extremo norte del complejo palaciego, es el depósito de algunos de los tesoros más importantes de la nación, joyas, diamantes y estatuas varias descansan de este “Templo del Buda de Esmeralda”.
La Pagoda de Plata está rodeado de un muro que en su día estuvo primorosamente pintado representado escenas del Ramayana. Hoy muchas partes están borradas o gravemente dañadas pero todavía hay trozos que permiten hacerse una idea de su estado original. Ascendemos las escaleras de mármol italiano y nos descalzamos antes de entrar en la Pagoda. Todo su interior está recubierto por 5.000 baldosas de plata de 1 kilo de peso y 1cm de grosor. Para preservarlas están tapadas con alfombras, salvo un pequeño trozo a la izquierda de la entrada donde el paso del tiempo ha oscurecido la plata pero permite apreciar sus delicados relieves tallados. A lo largo de las paredes de la pagoda hay dispuestas varias vitrinas, a cuyos cristales no le vendría mal una limpieza, donde se muestran numerosas piezas de artesanía jemer. Decenas de pequeños budas de oro y un par de máscaras que se utilizaban en la danza clásica. Es tal la cantidad de objetos que uno va perdiendo interés conforme recorre las vitrinas.
El centro del recinto, sobre una ostentosa tarima, lo ocupa un Buda Esmeralda hecho de cristal de Baccarat. En frente un Buda de oro a tamaño natural, que de pie, parece defenderle. Sus casi 10.000 diamantes engarzados consigue, cuando menos, desviar la atención del Buda Esmeralda. Es el Buda más llamativo, pero todo el recinto está lleno de maravillosas esculturas de Buda realizados con diferentes materiales.
Salimos al exterior y recorremos el cuidado jardín que lo rodea. El patio está salpicado por santuarios de los reyes del antiguo imperio Khremer.
El Phnom Mondap es una pequeña colina artificial que se encuentra oculta entre un vergel. Nos introducimos en él y ascendemos una pequeña escalera para descubrir uno de los lugares más bellos y sobretodo tranquilos del recinto. A la sombra unas imágenes en piedra de Buda descansan apaciblemente y nos invitan a hacer lo mismo. Las luces y las sombras juegan en sus rostros pétreos. Mientras permanecemos sentados pasan uno tras otros grupos de turistas que apenas tienen tiempo de sacar un par de fotos antes de que el guía les apremie a seguir la visita. Esa no es forma de viajar.
Salimos del Palacio y nos dirigimos al Museo Nacional. Como no podía ser menos tenemos problemas para que nos acepten un billete de 20$ y tenemos que pagar el importe justo con la excusa de que no tienen “small money”.
El museo aunque pequeño está bien conservado y organizado, posiblemente porque se encuentra bajo la tutela de organismos internacionales que no solo aportan fondos para el mantenimiento sino también organigramas de trabajo y planificación. Recorremos las salas algo apáticos por el calor. No tenemos prisa, pero no conseguimos conectar con el museo. Muchas veces nos llaman más la atención las fotografías que cuelgan de las paredes que las esculturas. En poco más de una hora estamos de nuevo en las calles de Phnom Penh.
Redescubrimos y disfrutamos de una capital tranquila, algo poco usual en el sudeste asiático. Llamativa y visual a la vez que silenciosa y relajada. El tráfico no es excesivo, la contaminación mínima, la calles trazadas con tiralíneas ayudan a dar mayor sensación de organización. Su paseo a orillas del Mekong y sus casas coloniales nos inspiran calma.
Nos sentamos a ver anochecer. No es bonito pues las nubes lo impiden, pero es relajante.

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