La
única razón de pararse en Pakse es realizar un recorrido en moto a través de la
meseta de Bolaven. Una región llena de cascadas y cafetales. No en vano aquí se
produce uno de los más valorados cafés del mundo. El 90% de la producción se
exporta.
Tras
desayunar elegimos los motos que nos van a acompañar en los próximos cuatro
días. Hemos intentado encontrar motos automáticas pero aquí son todas de marchas,
afortunadamente semiautomáticas.
Tras
preparar una mochila con lo básico para estos cuatro días dejamos la grande en
el hotel, y nos despedimos con la promesa de volver.
Nos
encaminamos hacia las afueras de la ciudad. En uno de los cruces me sitúo en el
carril erróneo y me paro para resituarme. No puedo decir que me paro en el
arcén pues la carretera carece de señalización horizontal, tampoco en mitad de
la carretera. Pero lo hago frente a un control policial, lleno como no de
policía corrupta. Nos mandan bajarnos de la moto y aparcar. Nos reprochan
habernos parado en el carril, dificultar el tráfico y bla bla bla.... Mientras
el resto de conductores sigue infringiendo todas y cada una de las normas de
circulación. No se trata de discutir si la sanción es correcta o no. Ni tan
siquiera de provocar lástima. Tanto ellos como nosotros sabemos que todo se
soluciona con un soborno. Por tanto, de los que se trata es de a cuánto
ascenderá un tratamiento de amnesia policial. Mientras explica el procedimiento
legal que tenemos que hacer para pagar la multa, y que nos asegura nos llevará
toda la mañana, hojea con desgana el contrato de alquiler de motos. Allí ve la
cifra del soborno: 50.000 kips y asunto zanjado.
Continuamos
por la carretera asfaltada durante casi 80km. Aunque al principio muy inseguros
con las motos, poco a poco nos vamos haciendo a ellas y para cuando llegamos a
Tad Lo lo hacemos sin ningún incidente.
El
pequeño pueblo de Tad Lo se asienta junto a las cataratas del mismo nombre. A
pesar de su diminuto tamaño tiene bastante alojamiento. Las cataratas se
encuentran en su máximo esplendor tras el fin de la temporada de lluvias, que
este año ha sido especialmente copiosa. Pero lo que más nos gusta es pasear por
el pueblo. La vida se desarrolla al estilo lao. Los niños juegan a la petanca
usando sus chanclas, mientras gallinas, cabras y cerdos se disputan la comida
en las calles embarradas. Las niñas juegan a un extraño divertimento que no
logramos comprender y a los más pequeños les basta un trozo de rama para
dibujar en la tierra. Las casas se alzan sobre pilares de cemento. En sus
oscuros bajos los adolescentes desarrollan su vida ocultos al control de los
adultos.
Nos
adentramos en el templo. Uno de los monjes se acerca a charlar. El practica
inglés con nosotros y nos enseña lao. Tiene 21 años pero parece mucho mayor.
Una anciana nos mira desde detrás de la barandilla de madera mientras masca
betel. Nos sonríe. Su sonrisa es sincera y carente de dientes. Sus ojos están
velados por la edad.
Las
madres acuden al río con sus hijos. Una vez desnudos los lavan con eficiencia y
eficacia, a pesar del manifiesto desacuerdo de muchos de ellos. Los más mayores
lo hacen solos, las niñas se lavan unas a otras sus largas melenas negras.
Anochece
en Tad Lao, y los carros de madera arrastrados por motores de tractor regresan
del campo cargados de verduras y personas a partes iguales.
Es
hora de cenar y descansar. Mañana nos espera otro duro día en la carretera.
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