sábado, 1 de octubre de 2011

01. Pakse



La única razón de pararse en Pakse es realizar un recorrido en moto a través de la meseta de Bolaven. Una región llena de cascadas y cafetales. No en vano aquí se produce uno de los más valorados cafés del mundo. El 90% de la producción se exporta.
Tras desayunar elegimos los motos que nos van a acompañar en los próximos cuatro días. Hemos intentado encontrar motos automáticas pero aquí son todas de marchas, afortunadamente semiautomáticas.
Tras preparar una mochila con lo básico para estos cuatro días dejamos la grande en el hotel, y nos despedimos con la promesa de volver.
Nos encaminamos hacia las afueras de la ciudad. En uno de los cruces me sitúo en el carril erróneo y me paro para resituarme. No puedo decir que me paro en el arcén pues la carretera carece de señalización horizontal, tampoco en mitad de la carretera. Pero lo hago frente a un control policial, lleno como no de policía corrupta. Nos mandan bajarnos de la moto y aparcar. Nos reprochan habernos parado en el carril, dificultar el tráfico y bla bla bla.... Mientras el resto de conductores sigue infringiendo todas y cada una de las normas de circulación. No se trata de discutir si la sanción es correcta o no. Ni tan siquiera de provocar lástima. Tanto ellos como nosotros sabemos que todo se soluciona con un soborno. Por tanto, de los que se trata es de a cuánto ascenderá un tratamiento de amnesia policial. Mientras explica el procedimiento legal que tenemos que hacer para pagar la multa, y que nos asegura nos llevará toda la mañana, hojea con desgana el contrato de alquiler de motos. Allí ve la cifra del soborno: 50.000 kips y asunto zanjado.
Continuamos por la carretera asfaltada durante casi 80km. Aunque al principio muy inseguros con las motos, poco a poco nos vamos haciendo a ellas y para cuando llegamos a Tad Lo lo hacemos sin ningún incidente.
El pequeño pueblo de Tad Lo se asienta junto a las cataratas del mismo nombre. A pesar de su diminuto tamaño tiene bastante alojamiento. Las cataratas se encuentran en su máximo esplendor tras el fin de la temporada de lluvias, que este año ha sido especialmente copiosa. Pero lo que más nos gusta es pasear por el pueblo. La vida se desarrolla al estilo lao. Los niños juegan a la petanca usando sus chanclas, mientras gallinas, cabras y cerdos se disputan la comida en las calles embarradas. Las niñas juegan a un extraño divertimento que no logramos comprender y a los más pequeños les basta un trozo de rama para dibujar en la tierra. Las casas se alzan sobre pilares de cemento. En sus oscuros bajos los adolescentes desarrollan su vida ocultos al control de los adultos.
Nos adentramos en el templo. Uno de los monjes se acerca a charlar. El practica inglés con nosotros y nos enseña lao. Tiene 21 años pero parece mucho mayor. Una anciana nos mira desde detrás de la barandilla de madera mientras masca betel. Nos sonríe. Su sonrisa es sincera y carente de dientes. Sus ojos están velados por la edad.
Las madres acuden al río con sus hijos. Una vez desnudos los lavan con eficiencia y eficacia, a pesar del manifiesto desacuerdo de muchos de ellos. Los más mayores lo hacen solos, las niñas se lavan unas a otras sus largas melenas negras.
Anochece en Tad Lao, y los carros de madera arrastrados por motores de tractor regresan del campo cargados de verduras y personas a partes iguales.
Es hora de cenar y descansar. Mañana nos espera otro duro día en la carretera.

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