viernes, 30 de septiembre de 2011

30. Tha Kahek



A las ocho de la mañana un tuk-tuk nos acerca a la estación de autobuses. Su frase de despedida es premonitoria. El autobús VIP que tiene prevista su salida a la ocho y media se suspende por falta de “quórum”. Tenemos que esperar al siguiente bus local que sale a las diez y  media.
El “bus local” no es otro sino el mismo “autobús VIP” de las 8:30, así que la calificación de VIP no viene dada por las comodidades del autobús sino por el público al que va dirigido, en este caso a los extranjeros. Porque bien es sabido que el laosiano no es hombre de mucho trabajo y menos de madrugar.
A las 10:30 el “autobús local con aire acondicionado” parte hacia Pakse. En teoría son seis horas de viaje. Todos sabemos que serán más.
El aire acondicionado es suficientemente potente como para climatizar el bus. El tiempo nublado ayuda a ello.
La ruta 13 es la mejor carretera por la que hemos circulado en Laos. Bien asfaltada el trazado es muy recto. Ideal para cogerse el bus nocturno en Vientián y no como nosotros que nos vamos a hacer en dos días 16h de autobús diurno.
El paisaje es ahora mucho más llano. Los cultivos se reparten entre campos de arroz y bosques de látex. De vez en cuando la carretera discurre paralela al río Mekong. Al otro lado está Tailandia.
La carretera es monótona y sólo gana vida cuando entra en los pueblos. Algunos no son más que sencillas aldeas de casas de madera con tejados de paja y calles embarradas por las que pululan con absoluta libertad los animales. Como si el arca de Noé hubiese decidido abrir sus puertas allí mismo.
Cuando el autobús para, una avalancha de vendedores ambulantes inundad el vehículo con toda clase de alimentos. Desde el típico pollo a la parrilla hasta los más exóticos ciervos volantes ensartados como pinchos morunos. Menos mal que tenemos unas manzanas chinas.
Pasan las horas. Una y otra vez nos ponen el mismo cd-karaoke pirata porque es el único que reconoce el lector. Como vea al cantante en Bangkok le rompo los dientes. Todas y cada una de las canciones va acompañada de un video clip que de pueriles que son llegan a la ridiculez. La primera vez nos hace gracia, la segunda nos entretiene, la tercera nos mosquea y después de cuatro veces empezamos a maquinar como quemar el cd sin que el conductor se dé cuenta.
Paramos en Savannakhet. “Una hora” nos dicen antes de bajar del autobús, y que se transforma en media hora cuando estamos abajo y en quince minutos mientras comemos. Tenemos que pedir que nos envasen la comida para llevar y tomarla en el bus: “Live stile of Laos”
La noche se va echando encima...y vamos por las siete horas. Ahora el conductor tiene más prisa y apenas si detiene el autobús para que se bajen los pasajeros. ¡Y por la mañana ha estado perdiendo el tiempo en cada parada!
Y tras ocho horas de viaje llegamos a Pakse con noche cerrada. Afortunadamente el autobús nos deja muy cerca del centro de la ciudad. Tomamos un tuk-tuk y comparamos varios alojamientos.
Damos un pequeño paseo por la ciudad que no tiene nada interesante y tras cenar nos vamos a la cama. Mañana será un día muy duro.

VIDEO de THA KHAEK

jueves, 29 de septiembre de 2011

29. Kong Lor


A las seis y media de la mañana oímos partir al autobús que nos trajo. Decidimos madrugar para ir temprano a la cueva de Kong Lor y seguir camino hacia el sur. El paisaje es bello aunque menos que el de Vang Vieng. Además el valle es demasiado amplio como para recorrerlo en bicicleta. Sólo si tienes pensado hacer un treking merece la pena quedarse y esa no es nuestra intención. Queremos seguir hacia el sur tan pronto como sea posible.
Andamos los tres kilómetros que separan el pueblo de la entrada a la cueva. Los barqueros no empiezan su jornada hasta las ocho de la mañana y son las siete y media cuando llegamos a la puerta de acceso. Decidimos desayunar en el restaurante que hay junto a la puerta. Los precios son caros. Pedimos lo más barato.
Tres viajeros se nos han adelantado. Esperamos un rato a que se adentren en la cueva fluvial.
Pagamos 110.000rupias. Esperamos que merezca la pena.
Del interior de la montaña surge el río. Es increíble que siete kilómetros hacia el interior un túnel comunique ambos lados de la montaña. La única forma de ir al otro lado es a través de ésta cueva. Unos rápidos hacen imposible acceder a la cueva desde el propio río. No importa nos adentramos en la cueva andando por uno de los laterales. Una vez dentro los dos guías montan un pequeño motor en una barca de madera, estrecha y de poco calado. En pocos segundos estamos en el interior de la cueva. La sensación es muy extraña. La cueva es ancha, unos 25 metros, pero no muy alta. Los focos iluminan perfectamente los diez metros de cueva más cercanos a nosotros. Es como viajar por un túnel del tiempo. El ruido del motor inunda toda la cueva. A veces las reverberaciones son tales que parece que tras nosotros vaya un ejército de lanchas motoras. Poco a poco la cueva va ganando en dimensiones. Aseguran los lugareños que llega a alturas de 100m pero nuestras linternas son incapaces de atravesar tanta oscuridad.
Llegados a un punto nos mandan desembarcar, pensamos que para hacer un tramo del río andando porque hay bajíos. Por delante el guía va abriendo camino. Andamos una decena de metros cuando de repente se hace la luz en la cueva y nos quedamos maravillados. Bajo el auspicio de una fundación suiza las cuevas han sido iluminadas en su tramo más bello. El trabajo es magnífico. Pequeños leds azules van marcando el camino, mientras que focos de luz fría inciden en las decenas de estalactitas y estalagmitas que se prodigan por toda la cueva.
Ahora sí que tenemos la sensación de haber llegado al centro de la Tierra.
El guía tiene prisa, al fin y al cabo él ve esta maravilla geológica cada día, pero nosotros sólo tenemos esta oportunidad para disfrutarlo. Y hacerlo en soledad es algo que apreciamos. No debemos perder detalles pues ni la cámara de video ni fotográfica van a poder reflejar fielmente los colores, los relieves y las sombras que se crean. Paseamos entre las formaciones geológicas. Su dimensión es tal que en nada tiene que envidiar a algunas catedrales góticas. Un templo natural labrado a base de agua y roca. Cuando llegamos de nuevo al río las luces se apagan. La oscuridad engulle a esta maravilla, pero en nuestras retinas aún queda la imagen temblorosa, como la llama de una vela, de la catedral de piedra.
Continuamos río arriba. La sensación de insignificancia y opresión es cada vez mayor. Millones de toneladas de roca se sustentan en el arco natural de la cueva. Ahora el techo adopta formas imposibles. La linterna no llega a distinguirlas bien pero es como si estuviésemos en las entrañas de un animal gigante. Los dos barqueros deben aplicarse bien pues el curso del río comienza a hacerse sinuoso y algunas pequeñas rocas despuntan levemente sobre el nivel de las aguas. Chocar contra algunas de ellas supondría el hundimiento de la barca de forma inmediata. No quiero ni imaginarme lo que tienen que ser naufragar en el interior de la cueva. Un enorme tronco se encuentra atravesado en un lado de la cueva a varios metros sobre el nivel del agua. ¿Qué crecida ha podido trasladarlo hasta esa altura?
Un tímido resplandor comienza a abrirse camino en la oscuridad. Poco a poco nos acercamos al otro extremo de la cueva. Cuando salimos un verde paraje nos da la bienvenida. Hemos salido directamente a la selva. El río discurre entre un estrecho valle dominados por las altas y afiladas cumbres de las montañas. Seguimos río arriba un centenar de metros hasta que es lo suficientemente ancho como para que la barca gire y emprenda el viaje de regreso. Un viaje increíble al interior de la Tierra.
La ruta de Kong Lor no es muy transitada. No es de extrañar, el transporte no abunda. Algo que no nos conviene pues nos espera un largo camino hacia el sur. Pero primero debemos abandonar esta ruta 8, en la que nos encontramos y que se dirige hacia Vietnam, y volver a la ruta 13 que es la que va hacia el sur.
Tras recoger las mochilas nos plantamos en medio de la carretera a la espera de algún transporte que nos lleve a la aldea de Na Him a 45 kilómetros y allí otro que nos conecte con la ruta 13. Las previsiones no son buenas, en el hotel nos han dicho que no cree que haya transporte hasta la una del medio día y son las diez de la mañana. Aún así probamos suerte quizás algún lugareño se digne a llevarnos. Se acerca una furgoneta....que pasa de largo a pesar de nuestras señales. Pero parece que Buda está de nuestra parte ya que al poco rato aparece una sawngthaew que va hacia Nan Him con más pasajeros.
Apenas llegamos al pueblo cuando nos cruzamos con un autobús parado en la carretera. Mandamos parar a la camioneta y asaltamos al conductor. El autobús-litera viene de Hanoi y se dirige a Vientián. A nosotros nos basta con que nos deje en el cruce con la ruta 13. Todas las literas están ocupadas así que nos tiramos al suelo y usamos nuestras mochilas como almohadas. El autobús apenas puede subir el puerto y el viaje se hace lento y caluroso. Son las doce y media cuando llegamos al cruce. Allí se levantan numerosos puestos de comida. Es frecuente que los autobuses que se dirigen hacia el sur hagan una parada. No tenemos más que esperar. El viaje hasta Pakse aún es largo. No queremos viajar de noche en autobús y llegar a altas horas de la madrugada a Pakse así que decidimos coger un autobús que nos deja en la anodina ciudad de Tha Kaek.
Esta pequeña ciudad frontera con Tailandia no tienen ningún punto turístico interesante y quizás ese sea su fuerte, pues alejado de las rutas turísticas sus calles son auténticas y no se encuentran modificadas por el turismo. Algo que probablemente cambie en un futuro si termina en buen puerto el proyecto de puente que unirá, sobre el Mekong, a ambos países.
Paseamos por sus calles. Los pocos edificios coloniales que quedan en pie están en un estado ruinoso. El gobierno no tiene ninguna intención de hacer nada por preservar el pasado colonial, posiblemente por una mala interpretación del pasado.
Todo aquí transcurre con más naturalidad. Al entrar en los templo los alumnos salen a recibirnos y rápidamente comienzan a preguntarnos cosas en inglés. Especialmente temas relacionados con la religión.
Nos animamos a comer en un mercado local. Ranas y pollo a la brasa, unas extrañas morcillas de grasa y algo de carne que nunca supimos que era. No nos gusta pero es una experiencia auténticamente laosiana. Al otro lado del Mekong Tailandia florece con sus dorados templos. Incluso el sol toma partido y decide ponerse solemnemente por el lado tailandés.

VIDEO de KONG LOR

miércoles, 28 de septiembre de 2011

28. Vientian


Hemos pagado 40.000 kips cada uno de más. Nos consuela saber que podía haber sido peor y haber pagado 60.000.
Tal y como nos temíamos el autobús a Kong Lo no se trata de un bus VIP, ni de una van, ni siquiera de un transporte especial. Es un autobús local que cuesta 80.000kips.
Detrás nuestro llegan cuatro turistas más. Nos alegra ver por sus caras que ellos también esperaban otra cosa. Bueno no importa. Conseguiremos ir directamente a Ban Kong Lor, teóricamente en 5 horas, aunque sabemos de partida que serán mínimo seis.
Finalmente han sido siete horas. A pesar de todo el viaje no ha sido malo. La carretera 13 es la mejor carretera por la que hemos ido hasta ahora en Laos. Recta y sin apenas socavones ni desprendimientos que entorpezcan la marcha. No tenía aire acondicionado pero ¿quién lo necesita si se abren las ventanas?
El paisaje que rodea a la pequeña aldea de Kong Lor es bello. Las puntiagudas montañas que forman el Espacio Protegido de Phu Hin Bun parecen traídas directamente de Mordor. Sus afiladas y puntiagudas cumbres duelen con solo mirarlas. Todo el valle se encuentra talado y plantado, y el bosque original sólo está intacto en las áreas más inaccesibles. Esto emborrona un paisaje que por otra parte es fascinante.
La pequeña aldea apenas está formada por un centenar de casas. Casi nadie habla inglés. Y la vida transcurre con adorable tranquilidad. Los campos de arroz se encuentran a punto para su recolección. A pesar de estar anocheciendo aún hay algunos lugareños trabajando en el campo, segando y acumulando las espigas de arroz. Pero la gran mayoría se encuentra a orillas del río lavándose. Todo un ritual antes de la cena. Los niños aquí son mucho más amigables y constantemente nos persiguen por las embarradas calles del pueblo. La nueva carretera que lo une a Ban Na Him ha hecho que el transporte de material sea mucho más sencillo y con ello el pueblo ha prosperado. La mayoría de los tejados son de metal y los cimientos de las nuevas construcciones de hormigón. Y a pesar de que las calles estén sin asfaltar cada vez es más frecuente ver coches en los bajos de las casas. Incluso ha florecido el negocio de la hostelería y si bien hasta hace bien poco para alojarse en el pueblo era necesario acudir a las casas particulares ahora ya hay en el pueblo cuatro “Guest House”.
Damos una vuelta por el pueblo. Los charcos de las calles son aprovechados por los patos y las ocas para limpiar su plumaje y rebuscar comida entre el barro. Las gallinas y sus fieles pollitos escarban con las patas el barro menos húmedo con la esperanza de encontrar su cena. En el templo cercano los jóvenes aprendices cuelgan sus largas túnicas tras lavarlas. Las gotas que caen sobre el cemento forman pequeños charcos y unas mariposas se acercan. Pero no les gusta.
Las niñas juegan a la cuerda mientras los niños intentan pescar en el río, quizás haya suerte y contribuyan a la cena. O tal vez sólo lo usen para torturarlo.
Tras dos semanas en Laos por fin vemos un anochecer rojizo digno de disfrutar. Y el entrono no hace más que ensalzarlo.
Ya de noche cenamos frente a los arrozales. Puntos de luz los recorren. Al cabo de una hora oímos acercarse a unos lugareños. Sus botas de goma están llenas de agua, sobre sus cabezas unos frontales y a modo de zurrón una bolsa llena de aquello que buscaban entre los arrozales; ranas.
El anochecer no ha sido igual de bello para todos.

martes, 27 de septiembre de 2011

27. Vang Vieng


Hoy intentamos llegar hasta Kong Lor de una tirada, aunque sabemos que será una tarea difícil. Son muchos los kilómetros que nos separan y tendremos que hacer algunos transbordos.
A las nueve de la mañana ya estamos montados en un minibús que casi estrenamos. Es cómodo, está limpio y lo que es mejor su aire acondicionado funciona a la perfección.
Tras cuatro horas llegamos al centro de Vientián. Nos descargan las mochilas del techo y acompañamos a las israelitas hasta una estación de autobús cercana, para intentar ver si hay algún autobús que podamos coger hacia el sur, sin tener que ir a la Estación de Autobuses del Sur de Vientián, que se encuentra a seis kilómetros. Pero vemos que no es así y tomamos un tuk-tuk que nos lleva hasta la estación Sur. Por el camino Gortxu se da cuenta que le han robado el móvil de la mochila. Una vez en la Estación comprobamos que efectivamente el móvil no aparece por ninguna parte. Nuestras prioridades cambian. Ya no se trata de ir hacia el sur, sino de encontrar un ciber para anular la tarjeta de teléfono. Preguntamos en la estación pero allí ni hay teléfono público para llamadas internacionales ni internet.
Nos piden 40.000 kips por acercarnos a un ciber. Nos parece un atraco así que salimos de la terminal y nos dirigimos por la carretera sin rumbo concreto. No conseguimos que ningún tuk-tuk nos rebaje el precio y eso a presar de que saben que no hay más de dos kilómetros. Finalmente tras mucho andar y más preguntar llegamos a un ciber que han abierto el día anterior frente a una facultad universitaria. Allí gracias al chat de Facebook conseguimos que Álvaro llame a Euskaltel y anule la tarjeta. Pero ya es demasiado tarde para continuar camino así que paramos una sawngthaew que lleva a unas escolares y nos subimos para que nos lleve al centro. Pagamos 40.000 kips, algo abusivo y más cuando vemos que ellos pagan por el mismo trayecto 2000, pero estamos cansados y sólo queremos llegar al centro de la capital.
Vientián cada vez nos gusta menos. Al precio abusivo de sus tuk-tuk se une una oferta hotelera cara y de pésima calidad. No conseguimos nada por debajo de los 80.000kips. Finalmente nos quedamos en el menos malo a un precio de 60.000kips. Un atraco viendo la habitación pero no hay más.
En un par de hoteles hemos visto un cartel que anuncia un autobús a las cuevas de Kong Lor desde Vientián. En algunos sitios lo ofrecen por 150.000, poniendo que es VIP  y en otros por 120.000 poniendo que es bus local. Los dos salen a la misma hora así que nos tememos que los más caros mienten. Pero una vez estás en la estación ¿a quién reclamas? Cada vez nos gusta menos esta ciudad.
Ya es de noche así que paseamos por las inmediaciones del hotel, cenamos en un puesto callejero y nos vamos a dormir.
Nuestra intención era no quedarnos en esta ciudad así que no nos arrepentimos de no haberla visto. De todas formas lo que hemos visto en nuestros numerosos y costosos viajes en tuk-tuk tampoco nos ha despertado mucho interés. Enormes y feísimos edificios gubernamentales, estatuas y monumentos comunistas, que admitámoslo, pueden ser muy patrióticos pero feos un rato. Ni tan siquiera la Pha That Luang que vimos en la lejanía nos pareció llamativa.

lunes, 26 de septiembre de 2011

26. Vang Vieng


No hemos visto país en el que la niebla mejor siente a las montaña que en Laos. Quizás el precio de la habitación fuera un poco alto para unos mochileros, pero despertarse por la mañana y ver las montañas de Vang Vieng vestidas de gala bien lo merece.
Sus paredes son tan abruptas que no permiten que la selva crezca con la exuberancia habitual, pero sigue habiendo árboles suficientemente fulanbulistas como para atreverse a echar raíces en las rocas. La niebla corretea entre los árboles dejando a la vista a unos y ocultando a otros. Las cumbres apenas se intuyen y el contorno solo se visualiza claramente cuando el humo frío matinal decide dejar paso a la cálida mañana.
De nuevo tomamos las bicis y atravesando el puente de hierro que está junto a nuestro hotel, previo pago de 10.000 kips, para llegar a la otra orilla del río. Nuestra intención es pedalear hasta la cueva Tham Phu Kham a unos 10km del pueblo. Custodiados por los picos cársticos el camino es pedregoso y con abundante barro, sobre todo en el tramo inicial. Debemos coger carrerilla con la bici y atravesar los charcos con los pies en alto para evitar empaparnos y aún así no siempre lo logramos. Los lugareños no tienen tantos miramientos y hunden las bicis y las motos. Ya pararán en un arroyuelo cercano para limpiarlas.
El paisaje sigue siendo maravilloso. Quizás no tan impactante como el de ayer, pues el valle es más amplio y las montanas se ven más lejos pero aún así sigue siendo muy agradable.
Atravesamos algunas pequeñas aldeas, con no mucha actividad, y desoímos los falsos cantos de sendos carteles que anuncian las cuevas donde no están. Todo es válido para atraer a los “falang” y sus divisas.
En poco más de una hora legamos a la entrada de la cueva. En su base un riachuelo nace plácidamente formando una pequeña zona de baño. Pero eso lo dejamos para luego.
La cueva se encuentra encaramada en el acantilado, 200m por encima del suelo. Ascendemos por un empinado y fatigoso camino. Una vez arriba nos espera una gran caverna en cuyo interior, iluminado de forma muy efectista, se encuentra un buda reclinado de estilo tailandés. La entrada a la cueva se hace por una pequeña abertura lateral. Una vez dentro la gruta tiene más de 50m de alto y otros tantos de ancho. El atrio de la cueva es iluminada por los numerosos haces de luz, que a través de tragaluces naturales, llegan hasta el interior. La verdad es que la visión del Buda, en medio de la caverna e iluminado directamente, es cuando menos muy visual. Descendemos hasta el centro, donde se encuentra el Buda. A la derecha, sobre la roca, unas flechas de pintura roja indican la entrada a la caverna. El camino no es nada fácil. Unas enormes rocas parecen obstruir la entrada y debemos rodearlas, saltarlas o escalarlas para seguir las indicaciones. Cualquier paso en falso o un inapropiado resbalón puede dar con nuestros huesos decenas de metros más abajo. Desde luego que no es un camino para temerosos.
Nos hemos juntado un grupo de 8 personas. Eso siempre da tranquilidad. Una vez lejos de la luz natural la cueva va descubriéndonos sus secretos. Su tamaño es enorme y muy abrupta. Aquí y allá hay pequeños carteles que anuncian profundos agujeros o peligrosas y resbaladizas pendientes cuyo fin nuestras linternas no logran iluminar. La cueva sigue viva. Grandes estalactitas y estalagmitas siguen formándose con el paso de los siglos. Los haces de nuestras linternas las hacen brillar de tal forma que parecen engastadas en brillantes, pero sabemos que tan solo es cuarcita. Las cascadas pétreas descienden por las paredes. A veces tan solo un metro de anchas pero otras abarcan paredes enteras. La falta de medios, lo abrupto de la cueva y su gran tamaño hacen que nos sintamos como auténticos exploradores. No podemos por menos que sentirnos protagonistas de la novela de Julio Verne. De un momento a otro esperamos que en el siguiente recodo nuestras linternas descubran un fantástico mundo subterráneo. Pero no, lo que seguimos viendo son más y más metros de cueva.
A veces nos quedamos atrás y vemos como el resto del grupo avanza, y avanza, hasta que tan solo son unos puntos de luz que iluminan las formaciones geológicas. Es difícil calcular las distancias pero las galerías tienen a veces el tamaño de medio campo de fútbol con alturas que sobrepasan los 50m. Realmente sobrecogedor.
No sabemos cuánto tiempo llevamos dentro pero finalmente llegamos a un gran barranco que nos hace desistir en nuestra ansia exploradora. El camino de vuelta, como siempre ocurre en estos casos, es mucho más rápido.
Una vez fuera volvemos al riachuelo y nos damos un refrescante chapuzón. En las ramas de los árboles que delimitan el cauce cuelgan cuerdas y columpios para nuestro disfrute.
Volvemos al camino, el paisaje no nos parece tan atrayente y además sabemos que las recientes lluvias han hecho impracticable grandes tramos del camino así que regresamos al pueblo.
El pueblo de Vang Vieng hace tiempo que ha sucumbido a su éxito. Cada día son más los hoteles de horrible estilo grecolaosiano que se levantan frente al río. Apelotonados y sin una pizca de urbanismo, unos a otros de van quitando las vistas. La ciudad ha ido perdiendo su esencia año tras año. El antiguo mercado al aire libre local hace tiempo que se trasladó a un edificio de cemento. Sólo parece que hay tres tipos de comercio en Vang Vieng: restaurantes, bares y mini-supermercados. Todo, como no podía ser menos, para el turista que venido directamente desde Tailandia se acerca a la población, para realizar un rito de bautismo que se ha hecho muy popular entre los viajeros “Banana Pancake”. Es decir, aquellos viajeros cuya principal motivación es la bebida y la comida barata, la juerga y el ligoteo. Y con pocas a ninguna inquietud cultural por el país que visitan.
Así que cruzan la frontera, y, lo más rápidamente posible, se dirigen hasta Vang Vieng para practicar el “tubing”: el descenso en neumáticos por las aguas del Nam Song. Pero está actividad que puede parecer muy pueril, se transforma en la gran juerga cuando los tres kilómetros y medio de descenso se hacen entre más de una decena de bares instalados en las orillas del río.
Muchos viajeros se saltan Vang Vieng horrorizados al ver al atardecer decenas de jóvenes alcoholizados vagar por las calles. Y es cierto, la imagen es para horrorizar. Pero como no nos gusta hablar sin conocer, con más curiosidad que necesidad nos apuntamos al “tubing”.
Todos los bares que se asientan en el trayecto del “tubing” se han asociado y organizan la excursión perfectamente desde el pueblo.
Nos acercamos al centro de operaciones poco antes de las tres de la tarde, casualmente la pareja de jóvenes israelitas con las que llevábamos coincidiendo desde Nong Khiaw, también habían decidido apuntarse. Pagamos 55.000kips cada uno más 60.000 de fianza por los neumáticos y todos juntos en una sawngthaew nos encaminamos 3´5km río arriba. Al acercarnos a la orilla lo que vemos nos parece increíble. A lo largo de todo el río se puede ver una sucesión de bares plagados de jóvenes saltando y bailando al ritmo de la música disco que resuena por todo el valle. Los bares son precarios palafitos que hunden sus cimientos en las aguas del Nam Song.
Nos montan en una barca atada a un cabo y nos arrastran hasta el primer bar. La bienvenida se acompaña de un trago de whisky local gratis. Todos los bares ofrecen la misma carta de bebidas al mismo precio, algo más caro que en el pueblo, pero sigue siendo todo una gana para el joven occidental. Rápidamente se distinguen tres grupos de personas: los que han venido a liarla parda, los que venían sólo a mirar pero se contagian del jolgorio, y los que sólo miran sin pestañear.
Los primeros son fácilmente identificables con el torso desnudo lleno de grafitis hechos con pintura acrílica y completamente borrachos. Los segundos sólo muestran su verdadera cara unos bares más abajo y los últimos son los primeros que habiendo visto el percal se lanzan río abajo con sus flotadores dispuestos a hacer los tres kilómetros y medio sin parar.
Desde luego aquello no es Ibiza ni nadie quiere que lo sea. Los bares son rústicos y básicos. Pero todos guardan unas características en común. Se tratan de una plataforma de madera con unos cuantos bafles enormes repartidos estratégicamente, que hacen retumbar el suelo de bambú. Y cada bar tiene un juego acuático con el que divertir. Desde el más simple trampolín hasta un enorme tobogán pasando por la tirolina, la cucaña, el trapecio, la colchoneta gigante....Artilugios todos que aseguran diversión sobre todo cuando sus usuarios están un poco pasados de alcohol. Las tripadas y espaldarazos están asegurados.
Pero lo más divertido es cómo ir de un bar a otro. Los palafitos están dispuestos en zig zag de una orilla a otra del río. El método es tan sencillo como dejarse pescar. Uno se lanza con el neumático río abajo y cuando se pasa a la altura de un bar, uno de sus “pescadores” te lanzan una cuerda atada a una botella con peso. Tú “picas” y te dejas arrastrar hasta la orilla. En la estación seca esto es una tarea bastante sencilla, pero tras la época de lluvia, cuando el caudal del río es alto y fuerte, la pesca puede ser no tan sencilla y en más de una ocasión la fuerza de la corriente te obliga a soltar la cuerda si no quieres que te queme o te arranque la mano.
Nosotros que éramos un poco escépticos terminamos cogiéndole el gustillo y lo cierto es que si controlas y no te pasas con el alcohol te lo puedes pasar realmente bien.
Las tres horas que hemos estado se nos han hecho cortas y al final nos arrepentimos de no ir todo el día, pues intercalados con los bares también hay numerosos restaurantes que ofrecen comida.
A las cinco de la noche con mucha pena nos subimos por última vez a los neumáticos y dejamos de “picar” el anzuelo de los bares. Apenas nos queda una hora de luz para recorrer el resto del camino y no nos parece prudente seguir en el río una vez se haga de noche. Así que nos dejamos arrastrar por la corriente mientras disfrutamos del paisaje. Y pensamos que incluso aquellos que pertenecen al tercer grupo han disfrutado de la experiencia. El simple hecho de descender por el río a la sombra de las hercúleas montañas de Vang Vieng bien merece la excursión.
Una vez llegamos al pueblo numerosos niños se ofrecen a llevarnos los neumáticos a la tienda. Se trata de una trampa pues una vez que les das el neumático nunca más volverás a verlo. Ni a él, ni a los 60.000 kips que dejaste de fianza.
Para cuando llegamos al centro de operaciones ya es de noche. Pasan 15 minutos de las seis de la tarde pero afortunadamente no tenemos que abonar el recargo que se aplica a todos aquellos que llegan más tarde de las seis. Por unos minutos hacen la vista gorda.
Mientras cenamos en el restaurante de al lado vemos llegar a los más rezagados y también más borrachos. La gran mayoría en tuk-tuk pues la oscuridad ya no permite descender el río.
Hemos de admitir que a pesar de ser una turistada nos lo pasamos bien y que probablemente la sostenibilidad de la atracción se base en la moderación y respeto a los lugareños una vez se llega al pueblo, cosa que echamos bastante en falta.
Sí, yo confieso: lo disfrutamos.