La noche anterior habíamos dejado las cortinas descorridas para ver el espléndido paisaje que no acompañaba. No bien ha despuntado el alba y sobre un cielo aún oscuro las magníficas siluetas de las montañas de Vang Vieng comienzan a dibujarse de la nada. Solo es posible intuir el contorno y ya sobrecogen. Por un momento pienso que quizás me haya transportado a la tierra de Mordor...Pero a mi lado no está Frodo durmiendo, está Gortxu. Y está bien pero no es lo mismo...
La
niebla que genera el río se acumula en el valle y el tímido sol matutino no es
capaz de despejar. La montañas no se teñirán de rojo, ni el cielo de violeta.
El amanecer acontece como todo en Laos. Sin prisa, sin artificios, Simplemente
sucede. Durante un rato nos quedamos en la cama viendo el paisaje a través de
los ventanales, nosotros tampoco tenemos prisa.
Tras
el desayuno alquilamos unas bicicletas de paseo por 10.000kips, durante un
instante estamos tentados a regatear pero lo reconsideramos y le pagamos.
Nos
dirigimos hacia el sur del pueblo y a menos de medio kilómetro nos encontramos
frente a la puerta del Vang Vieng Resort. Aquí el término “servidumbre de paso”
no lo conocen así que pagamos 4.000 kips cada uno por cruzar el resort con nuestras
bicis y a travesar el río para ir a la cueva Chang.
De
la base de la montaña nace un pequeño riachuelo de sorprendentes aguas
turquesas. Es tal el color que parece teñido ex proceso. En una de las pozas que forma unas lugareñas juegan con
el agua. Y es que a pesar de ser temprano el calor empieza a ser intenso. Para
llegar a la cueva primero hemos de pagar 15.000kips cada uno y luego ascender
por unas empinadas escaleras hasta la boca de la cueva que es pequeña. Desde lo
alto se obtiene una fantástica vista de Vang Vieng. Antes de cubrir las últimas
escaleras unas niñas se nos acercan con sendas velas y nos las ofrecen. Negamos
con la cabeza. “Sabaidee. Thank you, it´s Ok, go to the cave”.
A
pesar de los intentos de los lugareños por magnificar y decorar la cueva, los
focos de colores no logran aumentar nuestra impresión. La cueva no es ni de
lejos espectacular pero no importa.
De
nuevo en la bicicleta, esta vez hacia el norte, recorremos durante 10
kilómetros la nacional 13. A pesar de ser media mañana el tráfico es casi
inexistente lo que hace que el paseo sea mucho más agradable. Pedaleamos
paralelos a las montañas cuyas cumbres se extienden más allá de lo que la
niebla permite ver. Poco después de dejar atrás el ininteligible mojón 162
giramos a la izquierda y seguimos por un camino secundario, que atravesando los
campos de arroz, nos conduce hasta el río. El contraste entre los arrozales y
las montañas es intenso. Mientras que los primeros parecen emitir luz y vida
con un verde intenso, las segundas parecen absorber la luz y oscurecer el
entorno.
Salvamos
el río gracias a un estrecho puente desde el que unos chavales se están tirando
al río. Se cuelgan de los cables que sujetan el tablero y haciendo cabriolas en
el aire se zambullen en las turbulentas aguas. Ni tan siquiera los kayaks que
están pasando en ese momento les intimidan. Eso es la juventud.
Continuamos
paralelos a un canal de riego. Una pequeña aldea se asienta junto a él. Los niños
lo toman como perfecto campo de juegos. Algunos intentan pescar en él con sus
rudimentarias cañas, otros usan trozos de bambú como improvisadas barcas y la
mayoría sencillamente juegan en su entorno.
Llegamos
hasta una valla de bambú que impide continuar. Apenas hemos parado cuando un
lugareño se nos acerca y nos señala un cartel: “Parking 3000 kips”. Bendito
impuesto. No hay ninguna necesidad de dejar allí las bicis pues si no llega a
ser por esa barricada vegetal se puede llegar hasta las cuevas pedaleando. Pero
Laos tiene una economía de supervivencia y todo vale con tal de sacar algunos
kips.
Dejamos
las bicis atrás y recorremos los últimos 500m hasta las cuevas Tham Loup y Tham
Hoi.
Un
pequeño templete-establo hace las veces de taquilla. Pagamos 10.000kips cada
uno y nos dan un par de frontales cuyas pilas están pidiendo un relevo a
gritos.
La
cueva Tham Hoy tiene en su entrada un gran Buda que mira al exterior. El juego
de luces que crea la cueva lo vuelve muy fotogénico. Oímos el croar extraño de
una rana. Guiándonos por el oído llegamos hasta una pequeña grieta donde vemos
panza arriba a la rana croar de forma tan aguda que nos extraña. Bajo la luz de
los tristes focos al principio no sabemos muy bien que pasa. La rana intenta
zafarse de algo que no vemos hasta que en un movimiento de la rana, saca a la
luz lo que la está atrapando. Una pequeña culebra está devorando a la pobre
rana. Ahora sí somos capaces de diferenciar los ojos y la boca de la culebra, y
cómo con cada bostezo de su flexible mandíbula un trozo de la rana desaparece
de nuestra vista. Unos mueren para que otros vivan así de simple y de cruel es
la naturaleza.
Dejamos
atrás a la moribunda rana y nos adentramos en la cueva. Dicen que tiene más de
tres kilómetros de profundidad. No pretendemos comprobarlo, nos fiamos. La
caverna es amplia; cuatro metros de ancho por diez de alto. Los cantos rodados
del suelo sugieren que el pasado un río la cruzaba. Ahora el agua tan solo
proviene de las filtraciones.
Sabemos
que en el exterior el sol está cayendo irremisiblemente así que no le dedicamos
mucho tiempo.
La
cueva Tham Loup está a escasos metros de la anterior. Su acceso es algo más
dificultoso, a través de unas resbaladizas escaleras de madera. El interior
está lleno de preciosas y abundantes estalactitas y estalagmitas. Las más
accesibles han sido maltratadas por los visitantes, pero aún así sigue habiendo
gran cantidad de ellas. Una de estas cascadas pétreas ha sido utilizada como
fondo para levantar un altar a un pequeño buda que allí se adora.
Aunque
la caverna continúa por un túnel, para acceder a él es necesario trepar entre
dos estalagmitas por lo que desistimos y regresamos de vuelta a Vang Vieng.
El
sol ahora mucho más bajo no sobrecarga la atmósfera luz y permite disfrutar en
todo su esplendor de los colores de las montañas y los campos. En el camino nos
topamos con numerosos hombres y mujeres, que al igual que nosotros, regresan a
sus casas, ellos cansados de trabajar nosotros...bueno nosotros simplemente
regresamos.
Constantemente
hacemos altos en el camino para tomar fotografías pues cada ángulo ofrece una
visión diferente de estas hipnóticas montañas. Y si las montañas no nos llaman
la atención siempre hay algún lugareño que lo suple.
Llegamos
a Vang Vieng. Por las calles aún se ven algún que otro guiri haciendo eses por
la carretera, cubo en mano, descalzo, con el torso desnudo y el bañador dejando
ver el color de sus calzoncillos....no sacamos fotos preferimos a los locales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario