jueves, 29 de septiembre de 2011

29. Kong Lor


A las seis y media de la mañana oímos partir al autobús que nos trajo. Decidimos madrugar para ir temprano a la cueva de Kong Lor y seguir camino hacia el sur. El paisaje es bello aunque menos que el de Vang Vieng. Además el valle es demasiado amplio como para recorrerlo en bicicleta. Sólo si tienes pensado hacer un treking merece la pena quedarse y esa no es nuestra intención. Queremos seguir hacia el sur tan pronto como sea posible.
Andamos los tres kilómetros que separan el pueblo de la entrada a la cueva. Los barqueros no empiezan su jornada hasta las ocho de la mañana y son las siete y media cuando llegamos a la puerta de acceso. Decidimos desayunar en el restaurante que hay junto a la puerta. Los precios son caros. Pedimos lo más barato.
Tres viajeros se nos han adelantado. Esperamos un rato a que se adentren en la cueva fluvial.
Pagamos 110.000rupias. Esperamos que merezca la pena.
Del interior de la montaña surge el río. Es increíble que siete kilómetros hacia el interior un túnel comunique ambos lados de la montaña. La única forma de ir al otro lado es a través de ésta cueva. Unos rápidos hacen imposible acceder a la cueva desde el propio río. No importa nos adentramos en la cueva andando por uno de los laterales. Una vez dentro los dos guías montan un pequeño motor en una barca de madera, estrecha y de poco calado. En pocos segundos estamos en el interior de la cueva. La sensación es muy extraña. La cueva es ancha, unos 25 metros, pero no muy alta. Los focos iluminan perfectamente los diez metros de cueva más cercanos a nosotros. Es como viajar por un túnel del tiempo. El ruido del motor inunda toda la cueva. A veces las reverberaciones son tales que parece que tras nosotros vaya un ejército de lanchas motoras. Poco a poco la cueva va ganando en dimensiones. Aseguran los lugareños que llega a alturas de 100m pero nuestras linternas son incapaces de atravesar tanta oscuridad.
Llegados a un punto nos mandan desembarcar, pensamos que para hacer un tramo del río andando porque hay bajíos. Por delante el guía va abriendo camino. Andamos una decena de metros cuando de repente se hace la luz en la cueva y nos quedamos maravillados. Bajo el auspicio de una fundación suiza las cuevas han sido iluminadas en su tramo más bello. El trabajo es magnífico. Pequeños leds azules van marcando el camino, mientras que focos de luz fría inciden en las decenas de estalactitas y estalagmitas que se prodigan por toda la cueva.
Ahora sí que tenemos la sensación de haber llegado al centro de la Tierra.
El guía tiene prisa, al fin y al cabo él ve esta maravilla geológica cada día, pero nosotros sólo tenemos esta oportunidad para disfrutarlo. Y hacerlo en soledad es algo que apreciamos. No debemos perder detalles pues ni la cámara de video ni fotográfica van a poder reflejar fielmente los colores, los relieves y las sombras que se crean. Paseamos entre las formaciones geológicas. Su dimensión es tal que en nada tiene que envidiar a algunas catedrales góticas. Un templo natural labrado a base de agua y roca. Cuando llegamos de nuevo al río las luces se apagan. La oscuridad engulle a esta maravilla, pero en nuestras retinas aún queda la imagen temblorosa, como la llama de una vela, de la catedral de piedra.
Continuamos río arriba. La sensación de insignificancia y opresión es cada vez mayor. Millones de toneladas de roca se sustentan en el arco natural de la cueva. Ahora el techo adopta formas imposibles. La linterna no llega a distinguirlas bien pero es como si estuviésemos en las entrañas de un animal gigante. Los dos barqueros deben aplicarse bien pues el curso del río comienza a hacerse sinuoso y algunas pequeñas rocas despuntan levemente sobre el nivel de las aguas. Chocar contra algunas de ellas supondría el hundimiento de la barca de forma inmediata. No quiero ni imaginarme lo que tienen que ser naufragar en el interior de la cueva. Un enorme tronco se encuentra atravesado en un lado de la cueva a varios metros sobre el nivel del agua. ¿Qué crecida ha podido trasladarlo hasta esa altura?
Un tímido resplandor comienza a abrirse camino en la oscuridad. Poco a poco nos acercamos al otro extremo de la cueva. Cuando salimos un verde paraje nos da la bienvenida. Hemos salido directamente a la selva. El río discurre entre un estrecho valle dominados por las altas y afiladas cumbres de las montañas. Seguimos río arriba un centenar de metros hasta que es lo suficientemente ancho como para que la barca gire y emprenda el viaje de regreso. Un viaje increíble al interior de la Tierra.
La ruta de Kong Lor no es muy transitada. No es de extrañar, el transporte no abunda. Algo que no nos conviene pues nos espera un largo camino hacia el sur. Pero primero debemos abandonar esta ruta 8, en la que nos encontramos y que se dirige hacia Vietnam, y volver a la ruta 13 que es la que va hacia el sur.
Tras recoger las mochilas nos plantamos en medio de la carretera a la espera de algún transporte que nos lleve a la aldea de Na Him a 45 kilómetros y allí otro que nos conecte con la ruta 13. Las previsiones no son buenas, en el hotel nos han dicho que no cree que haya transporte hasta la una del medio día y son las diez de la mañana. Aún así probamos suerte quizás algún lugareño se digne a llevarnos. Se acerca una furgoneta....que pasa de largo a pesar de nuestras señales. Pero parece que Buda está de nuestra parte ya que al poco rato aparece una sawngthaew que va hacia Nan Him con más pasajeros.
Apenas llegamos al pueblo cuando nos cruzamos con un autobús parado en la carretera. Mandamos parar a la camioneta y asaltamos al conductor. El autobús-litera viene de Hanoi y se dirige a Vientián. A nosotros nos basta con que nos deje en el cruce con la ruta 13. Todas las literas están ocupadas así que nos tiramos al suelo y usamos nuestras mochilas como almohadas. El autobús apenas puede subir el puerto y el viaje se hace lento y caluroso. Son las doce y media cuando llegamos al cruce. Allí se levantan numerosos puestos de comida. Es frecuente que los autobuses que se dirigen hacia el sur hagan una parada. No tenemos más que esperar. El viaje hasta Pakse aún es largo. No queremos viajar de noche en autobús y llegar a altas horas de la madrugada a Pakse así que decidimos coger un autobús que nos deja en la anodina ciudad de Tha Kaek.
Esta pequeña ciudad frontera con Tailandia no tienen ningún punto turístico interesante y quizás ese sea su fuerte, pues alejado de las rutas turísticas sus calles son auténticas y no se encuentran modificadas por el turismo. Algo que probablemente cambie en un futuro si termina en buen puerto el proyecto de puente que unirá, sobre el Mekong, a ambos países.
Paseamos por sus calles. Los pocos edificios coloniales que quedan en pie están en un estado ruinoso. El gobierno no tiene ninguna intención de hacer nada por preservar el pasado colonial, posiblemente por una mala interpretación del pasado.
Todo aquí transcurre con más naturalidad. Al entrar en los templo los alumnos salen a recibirnos y rápidamente comienzan a preguntarnos cosas en inglés. Especialmente temas relacionados con la religión.
Nos animamos a comer en un mercado local. Ranas y pollo a la brasa, unas extrañas morcillas de grasa y algo de carne que nunca supimos que era. No nos gusta pero es una experiencia auténticamente laosiana. Al otro lado del Mekong Tailandia florece con sus dorados templos. Incluso el sol toma partido y decide ponerse solemnemente por el lado tailandés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario