Hemos pagado 40.000 kips cada uno de más. Nos consuela saber que podía haber sido peor y haber pagado 60.000.
Tal
y como nos temíamos el autobús a Kong Lo no se trata de un bus VIP, ni de una
van, ni siquiera de un transporte especial. Es un autobús local que cuesta
80.000kips.
Detrás
nuestro llegan cuatro turistas más. Nos alegra ver por sus caras que ellos
también esperaban otra cosa. Bueno no importa. Conseguiremos ir directamente a
Ban Kong Lor, teóricamente en 5 horas, aunque sabemos de partida que serán
mínimo seis.
Finalmente
han sido siete horas. A pesar de todo el viaje no ha sido malo. La carretera 13
es la mejor carretera por la que hemos ido hasta ahora en Laos. Recta y sin
apenas socavones ni desprendimientos que entorpezcan la marcha. No tenía aire
acondicionado pero ¿quién lo necesita si se abren las ventanas?
El
paisaje que rodea a la pequeña aldea de Kong Lor es bello. Las puntiagudas
montañas que forman el Espacio Protegido de Phu Hin Bun parecen traídas
directamente de Mordor. Sus afiladas y puntiagudas cumbres duelen con solo
mirarlas. Todo el valle se encuentra talado y plantado, y el bosque original
sólo está intacto en las áreas más inaccesibles. Esto emborrona un paisaje que
por otra parte es fascinante.
La
pequeña aldea apenas está formada por un centenar de casas. Casi nadie habla
inglés. Y la vida transcurre con adorable tranquilidad. Los campos de arroz se
encuentran a punto para su recolección. A pesar de estar anocheciendo aún hay
algunos lugareños trabajando en el campo, segando y acumulando las espigas de
arroz. Pero la gran mayoría se encuentra a orillas del río lavándose. Todo un
ritual antes de la cena. Los niños aquí son mucho más amigables y
constantemente nos persiguen por las embarradas calles del pueblo. La nueva
carretera que lo une a Ban Na Him ha hecho que el transporte de material sea
mucho más sencillo y con ello el pueblo ha prosperado. La mayoría de los
tejados son de metal y los cimientos de las nuevas construcciones de hormigón.
Y a pesar de que las calles estén sin asfaltar cada vez es más frecuente ver
coches en los bajos de las casas. Incluso ha florecido el negocio de la hostelería
y si bien hasta hace bien poco para alojarse en el pueblo era necesario acudir
a las casas particulares ahora ya hay en el pueblo cuatro “Guest House”.
Damos
una vuelta por el pueblo. Los charcos de las calles son aprovechados por los
patos y las ocas para limpiar su plumaje y rebuscar comida entre el barro. Las
gallinas y sus fieles pollitos escarban con las patas el barro menos húmedo con
la esperanza de encontrar su cena. En el templo cercano los jóvenes aprendices
cuelgan sus largas túnicas tras lavarlas. Las gotas que caen sobre el cemento
forman pequeños charcos y unas mariposas se acercan. Pero no les gusta.
Las
niñas juegan a la cuerda mientras los niños intentan pescar en el río, quizás
haya suerte y contribuyan a la cena. O tal vez sólo lo usen para torturarlo.
Tras
dos semanas en Laos por fin vemos un anochecer rojizo digno de disfrutar. Y el
entrono no hace más que ensalzarlo.
Ya
de noche cenamos frente a los arrozales. Puntos de luz los recorren. Al cabo de
una hora oímos acercarse a unos lugareños. Sus botas de goma están llenas de
agua, sobre sus cabezas unos frontales y a modo de zurrón una bolsa llena de
aquello que buscaban entre los arrozales; ranas.
El
anochecer no ha sido igual de bello para todos.
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