miércoles, 28 de septiembre de 2011

28. Vientian


Hemos pagado 40.000 kips cada uno de más. Nos consuela saber que podía haber sido peor y haber pagado 60.000.
Tal y como nos temíamos el autobús a Kong Lo no se trata de un bus VIP, ni de una van, ni siquiera de un transporte especial. Es un autobús local que cuesta 80.000kips.
Detrás nuestro llegan cuatro turistas más. Nos alegra ver por sus caras que ellos también esperaban otra cosa. Bueno no importa. Conseguiremos ir directamente a Ban Kong Lor, teóricamente en 5 horas, aunque sabemos de partida que serán mínimo seis.
Finalmente han sido siete horas. A pesar de todo el viaje no ha sido malo. La carretera 13 es la mejor carretera por la que hemos ido hasta ahora en Laos. Recta y sin apenas socavones ni desprendimientos que entorpezcan la marcha. No tenía aire acondicionado pero ¿quién lo necesita si se abren las ventanas?
El paisaje que rodea a la pequeña aldea de Kong Lor es bello. Las puntiagudas montañas que forman el Espacio Protegido de Phu Hin Bun parecen traídas directamente de Mordor. Sus afiladas y puntiagudas cumbres duelen con solo mirarlas. Todo el valle se encuentra talado y plantado, y el bosque original sólo está intacto en las áreas más inaccesibles. Esto emborrona un paisaje que por otra parte es fascinante.
La pequeña aldea apenas está formada por un centenar de casas. Casi nadie habla inglés. Y la vida transcurre con adorable tranquilidad. Los campos de arroz se encuentran a punto para su recolección. A pesar de estar anocheciendo aún hay algunos lugareños trabajando en el campo, segando y acumulando las espigas de arroz. Pero la gran mayoría se encuentra a orillas del río lavándose. Todo un ritual antes de la cena. Los niños aquí son mucho más amigables y constantemente nos persiguen por las embarradas calles del pueblo. La nueva carretera que lo une a Ban Na Him ha hecho que el transporte de material sea mucho más sencillo y con ello el pueblo ha prosperado. La mayoría de los tejados son de metal y los cimientos de las nuevas construcciones de hormigón. Y a pesar de que las calles estén sin asfaltar cada vez es más frecuente ver coches en los bajos de las casas. Incluso ha florecido el negocio de la hostelería y si bien hasta hace bien poco para alojarse en el pueblo era necesario acudir a las casas particulares ahora ya hay en el pueblo cuatro “Guest House”.
Damos una vuelta por el pueblo. Los charcos de las calles son aprovechados por los patos y las ocas para limpiar su plumaje y rebuscar comida entre el barro. Las gallinas y sus fieles pollitos escarban con las patas el barro menos húmedo con la esperanza de encontrar su cena. En el templo cercano los jóvenes aprendices cuelgan sus largas túnicas tras lavarlas. Las gotas que caen sobre el cemento forman pequeños charcos y unas mariposas se acercan. Pero no les gusta.
Las niñas juegan a la cuerda mientras los niños intentan pescar en el río, quizás haya suerte y contribuyan a la cena. O tal vez sólo lo usen para torturarlo.
Tras dos semanas en Laos por fin vemos un anochecer rojizo digno de disfrutar. Y el entrono no hace más que ensalzarlo.
Ya de noche cenamos frente a los arrozales. Puntos de luz los recorren. Al cabo de una hora oímos acercarse a unos lugareños. Sus botas de goma están llenas de agua, sobre sus cabezas unos frontales y a modo de zurrón una bolsa llena de aquello que buscaban entre los arrozales; ranas.
El anochecer no ha sido igual de bello para todos.

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