La mayoría de la gente se acerca a las cataratas de Kuang Si, bien en tuk-tuk, bien en excursión organizada pero nosotros hemos decidido cubrir los 30km en bicicleta. Sabemos que el camino puede ser duro pero decidimos arriesgarnos y disfrutar del viaje por nuestra cuenta.
La
mayoría de las tiendas te cobran 50.000 kips por la bicicleta de montaña y el
pasaporte de fianza, sin embargo, en Lao Buda el precio de las bicis de montaña
es igual que las de paseo, 20.000kips, y no te piden el pasaporte. Las bicis
están en buen estado salvo los frenos que no son suaves.
Después
del desayuno iniciamos la ruta perfectamente indicada. Pero una vez más hago
gala de mi torpeza y no hemos andado ni diez minutos cuando sufro una caída.
Freno demasiado fuerte y la rueda delantera se clava y termino haciendo volquete.
Aparentemente no sufro ningún daño más allá de alguna contusión y rasponazo.
Las muñecas son lo que más me duele, especialmente la izquierda, pero
continuamos camino bajo un cielo amenazador.
Apenas
dejamos atrás el núcleo urbano comienza una leve pero incesante lluvia. La
ausencia de sol va hacer más llevadero el viaje pero más incómodo. Los primeros
cinco kilómetros son de una constante subida que se agudiza en el tramo final
del puerto. Acabamos de salir y las piernas nos responden a la perfección. La
lluvia continúa ahora más incesantemente. Durante otros cinco kilómetros
descendemos el puerto lentamente pues los arroyos invaden la carretera y los
desprendimientos de tierra ocupan, a veces, parte de la calzada. Por el camino
atravesamos varias aldeas sin mucho interés.
Noto
que con los baches la muñeca izquierda me duele pero sigo pedaleando. Ha cesado
de llover pero el sol no logra atravesar las nubes, de momento. Los últimos
diez kilómetros es un continuo rompe piernas que termina haciéndome claudicar a
dos kilómetros de la meta. No puedo más. Gortxu me espera cada cierto tiempo
pero mis piernas hace rato que dejaron de servirme para pedalear. Lo más que
pueden hacer es arrastrase por el asfalto de sombra en sombra, pues ahora sí,
al mediodía, el sol consigue sobreponerse a las nubes y calienta con fuerza.
A
menos de un kilómetro pido a Gortxu que paremos y tomemos algo porque estoy
agotado. A la sombra, en el pequeño poblado de Kuang Si, tomamos una bebida
isotónica helada mientras un par de hermanos de unos 3 años no dejan de
corretear entre nosotros. Ahora descansando, y sin mi mente totalmente dedicada
al sacrificado pedaleo, me doy cuenta de que tengo la muñeca muy hinchada. Me
duele bastante pero no parece que esté rota.
Las
cataratas se encuentran en el interior de un parque natural, en cuyo acceso se
asienta una pequeña zona comercial y un parking regulado. Pagamos 1000kips por
cada bici y tomamos un sándwich y un refresco antes de entrar.
A
la izquierda tras la entrada se encuentra un centro de recuperación del oso
malayo y asiático. Son los más pequeños entre los osos y no están de suerte. Su
hábitat cada vez es más pequeño, son cazados por los lugareños como alimento y
a veces porque creen que su hígado cura enfermedades. Hasta aquí llegan
aquellos que son liberados de los furtivos y se les recuperan de sus heridas,
pero muchos de ellos nunca son reintroducidos por temor a que vuelvan a ser
apresados o porque sus secuelas les impide volver a vivir en libertad.
Poseen
un extraño pelaje de color negro. A ambos lados de la cabeza el pelo es largo y
recto, a modo de largas patillas que enmarcan la cara y en su pecho una
medialuna blanca o amarilla, en función de si es asiático o malayo, que los
caracteriza. Alguno de los ejemplares han desarrollado conductas anómalas por
la cautividad, y se les puede ver realizando movimientos repetitivos de forma
compulsiva. Pero la gran mayoría están perfectamente adaptados y se pasan el
tiempo holgazaneando y descansando en sus rústicas y gigantescas hamacas.
Continuando
por un sendero de tierra que serpentea por el bosque llegando al primer de los tres niveles de la
cascada. El área está urbanizada y hay diversas mesas de picnic y pasarelas que
cruzan los riachuelos, pero es tal la cantidad de agua que baja, que la mayoría
de las zonas están anegadas.
El
agua discurre con una furia inusitada. En muchas zonas el río se ha desbordado.
Si queremos continuar el camino debemos descalzarnos. El ruido atronador del
agua bajando nos obliga a gritar para hacernos entender. Cuando el río lleva su
cauce normal hay diversas pozas donde es posible bañarse, pero hoy, ni el más
osado intentaría meterse. Miles de litros caen con furia sobre la poza
levantando nubes de vapor, y con la misma velocidad con la que llega el agua,
marcha río abajo arrastrando todo a su paso. El espectáculo es tan pavoroso
como hermoso.
Seguimos
ascendiendo por los senderos que el agua ha tomado hasta tal punto, que a veces
nos cubre por encima de la rodilla. Afortunadamente el terreno no es
resbaladizo y la abundante vegetación nos ofrece puntos de apoyo en los cuales
agarrarnos.
El
ruido es cada vez más fuerte y de entre los árboles salen disparadas enormes
nubes de vapor de más de diez metros de altura como si de un aspersor gigante
se tratara.
Frente
a nosotros, una cascada de 40 metros de altura por la que caen miles de litros
de agua por segundo. Realmente precioso. El agua en su brutal caída desplaza
tal cantidad de aire que toda la vegetación a su alrededor se agita como bajo
una tempestad. Es imposible grabar pues todo el ambiente está cargado de
microgotitas que nos empapan en breves segundos. El sol se levanta tras la
cascada e incluso a los rayos les es difícil atravesar la cortina de agua. Nos
quedamos unos minutos plantados frente a la ella, sintiendo toda su fuerza. El
agua nos golpea y nos empapa mientras que el viento sacude nuestras ropas como
si de una genovesa se tratase. Nos sentimos pequeños e impotentes.
En
un lateral de la cascada se levanta un pequeño mirador. Su disposición es tal
que permite contemplarla sin que te mojes. Nos sentamos y disfrutamos de la
vista.
Son
las tres y media tenemos el tiempo justo para volver a Luang Prabang. Solo de
pensar en los 30 kilómetros que nos esperan se me nubla la vista. Además la
muñeca esta cada vez más hinchada y ahora en frío apenas puedo moverla. Mucho
menos manejar con soltura el manillar. Con precaución comenzamos el descenso.
El dolor me impide usar la mano izquierda para frenar y con cada bache veos las
estrellas.
Los
primeros diez kilómetros son fáciles, un continuo y suave descenso. Los árboles
sombrean la carretera por lo que no pasamos calor. Tenemos tiempo y de vez en
cuando nos paramos en los poblados para que los niños se acerquen con
curiosidad y algo de sana malicia. La ascensión al puerto se hace más difícil y
los dos últimos kilómetros debo hacerlos andando. Gortxu pacientemente me
espera al final de cada repecho. Ahora sin las nubes de la mañana y con el sol
bajo, el paisaje se muestra en todo su esplendor. Es agradable sentarse a la
sombra, agotado y sudoroso, y contemplar las montañas en soledad. Pero no puedo
negar que cuando vemos pasar a los grupos de turistas cómodamente sentados en
las sawngthaew sentimos una punzada de envidia en el estómago.
Una
vez coronado el puerto sólo nos quedan los últimos diez kilómetros. El culo
duele una barbaridad y la espalda aún más después de tantos kilómetros. Siento
tantos nudos en mis músculos como kilómetros hemos hecho hoy.
Llegamos
al anochecer al mercado nocturno. Lo primero que hacemos es tomarnos un batido
helado de frutas. Es la gloria hecho hielo.
Después
de ducharnos nos damos un masaje en la Cruz Roja. Mientras disfrutamos con cada
amasamiento de músculos llegamos a la conclusión de que no merece la pena ir en
bicicleta.
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