jueves, 22 de septiembre de 2011

22. Luang Prabang


La mayoría de la gente se acerca a las cataratas de Kuang Si, bien en tuk-tuk, bien en excursión organizada pero nosotros hemos decidido cubrir los 30km en bicicleta. Sabemos que el camino puede ser duro pero decidimos arriesgarnos y disfrutar del viaje por nuestra cuenta.
La mayoría de las tiendas te cobran 50.000 kips por la bicicleta de montaña y el pasaporte de fianza, sin embargo, en Lao Buda el precio de las bicis de montaña es igual que las de paseo, 20.000kips, y no te piden el pasaporte. Las bicis están en buen estado salvo los frenos que no son suaves.
Después del desayuno iniciamos la ruta perfectamente indicada. Pero una vez más hago gala de mi torpeza y no hemos andado ni diez minutos cuando sufro una caída. Freno demasiado fuerte y la rueda delantera se clava y termino haciendo volquete. Aparentemente no sufro ningún daño más allá de alguna contusión y rasponazo. Las muñecas son lo que más me duele, especialmente la izquierda, pero continuamos camino bajo un cielo amenazador.
Apenas dejamos atrás el núcleo urbano comienza una leve pero incesante lluvia. La ausencia de sol va hacer más llevadero el viaje pero más incómodo. Los primeros cinco kilómetros son de una constante subida que se agudiza en el tramo final del puerto. Acabamos de salir y las piernas nos responden a la perfección. La lluvia continúa ahora más incesantemente. Durante otros cinco kilómetros descendemos el puerto lentamente pues los arroyos invaden la carretera y los desprendimientos de tierra ocupan, a veces, parte de la calzada. Por el camino atravesamos varias aldeas sin mucho interés.
Noto que con los baches la muñeca izquierda me duele pero sigo pedaleando. Ha cesado de llover pero el sol no logra atravesar las nubes, de momento. Los últimos diez kilómetros es un continuo rompe piernas que termina haciéndome claudicar a dos kilómetros de la meta. No puedo más. Gortxu me espera cada cierto tiempo pero mis piernas hace rato que dejaron de servirme para pedalear. Lo más que pueden hacer es arrastrase por el asfalto de sombra en sombra, pues ahora sí, al mediodía, el sol consigue sobreponerse a las nubes y calienta con fuerza.
A menos de un kilómetro pido a Gortxu que paremos y tomemos algo porque estoy agotado. A la sombra, en el pequeño poblado de Kuang Si, tomamos una bebida isotónica helada mientras un par de hermanos de unos 3 años no dejan de corretear entre nosotros. Ahora descansando, y sin mi mente totalmente dedicada al sacrificado pedaleo, me doy cuenta de que tengo la muñeca muy hinchada. Me duele bastante pero no parece que esté rota.
Las cataratas se encuentran en el interior de un parque natural, en cuyo acceso se asienta una pequeña zona comercial y un parking regulado. Pagamos 1000kips por cada bici y tomamos un sándwich y un refresco antes de entrar.
A la izquierda tras la entrada se encuentra un centro de recuperación del oso malayo y asiático. Son los más pequeños entre los osos y no están de suerte. Su hábitat cada vez es más pequeño, son cazados por los lugareños como alimento y a veces porque creen que su hígado cura enfermedades. Hasta aquí llegan aquellos que son liberados de los furtivos y se les recuperan de sus heridas, pero muchos de ellos nunca son reintroducidos por temor a que vuelvan a ser apresados o porque sus secuelas les impide volver a vivir en libertad.
Poseen un extraño pelaje de color negro. A ambos lados de la cabeza el pelo es largo y recto, a modo de largas patillas que enmarcan la cara y en su pecho una medialuna blanca o amarilla, en función de si es asiático o malayo, que los caracteriza. Alguno de los ejemplares han desarrollado conductas anómalas por la cautividad, y se les puede ver realizando movimientos repetitivos de forma compulsiva. Pero la gran mayoría están perfectamente adaptados y se pasan el tiempo holgazaneando y descansando en sus rústicas y gigantescas hamacas.
Continuando por un sendero de tierra que serpentea por el bosque  llegando al primer de los tres niveles de la cascada. El área está urbanizada y hay diversas mesas de picnic y pasarelas que cruzan los riachuelos, pero es tal la cantidad de agua que baja, que la mayoría de las zonas están anegadas.
El agua discurre con una furia inusitada. En muchas zonas el río se ha desbordado. Si queremos continuar el camino debemos descalzarnos. El ruido atronador del agua bajando nos obliga a gritar para hacernos entender. Cuando el río lleva su cauce normal hay diversas pozas donde es posible bañarse, pero hoy, ni el más osado intentaría meterse. Miles de litros caen con furia sobre la poza levantando nubes de vapor, y con la misma velocidad con la que llega el agua, marcha río abajo arrastrando todo a su paso. El espectáculo es tan pavoroso como hermoso.
Seguimos ascendiendo por los senderos que el agua ha tomado hasta tal punto, que a veces nos cubre por encima de la rodilla. Afortunadamente el terreno no es resbaladizo y la abundante vegetación nos ofrece puntos de apoyo en los cuales agarrarnos.
El ruido es cada vez más fuerte y de entre los árboles salen disparadas enormes nubes de vapor de más de diez metros de altura como si de un aspersor gigante se tratara.
Frente a nosotros, una cascada de 40 metros de altura por la que caen miles de litros de agua por segundo. Realmente precioso. El agua en su brutal caída desplaza tal cantidad de aire que toda la vegetación a su alrededor se agita como bajo una tempestad. Es imposible grabar pues todo el ambiente está cargado de microgotitas que nos empapan en breves segundos. El sol se levanta tras la cascada e incluso a los rayos les es difícil atravesar la cortina de agua. Nos quedamos unos minutos plantados frente a la ella, sintiendo toda su fuerza. El agua nos golpea y nos empapa mientras que el viento sacude nuestras ropas como si de una genovesa se tratase. Nos sentimos pequeños e impotentes.
En un lateral de la cascada se levanta un pequeño mirador. Su disposición es tal que permite contemplarla sin que te mojes. Nos sentamos y disfrutamos de la vista.
Son las tres y media tenemos el tiempo justo para volver a Luang Prabang. Solo de pensar en los 30 kilómetros que nos esperan se me nubla la vista. Además la muñeca esta cada vez más hinchada y ahora en frío apenas puedo moverla. Mucho menos manejar con soltura el manillar. Con precaución comenzamos el descenso. El dolor me impide usar la mano izquierda para frenar y con cada bache veos las estrellas.
Los primeros diez kilómetros son fáciles, un continuo y suave descenso. Los árboles sombrean la carretera por lo que no pasamos calor. Tenemos tiempo y de vez en cuando nos paramos en los poblados para que los niños se acerquen con curiosidad y algo de sana malicia. La ascensión al puerto se hace más difícil y los dos últimos kilómetros debo hacerlos andando. Gortxu pacientemente me espera al final de cada repecho. Ahora sin las nubes de la mañana y con el sol bajo, el paisaje se muestra en todo su esplendor. Es agradable sentarse a la sombra, agotado y sudoroso, y contemplar las montañas en soledad. Pero no puedo negar que cuando vemos pasar a los grupos de turistas cómodamente sentados en las sawngthaew sentimos una punzada de envidia en el estómago.
Una vez coronado el puerto sólo nos quedan los últimos diez kilómetros. El culo duele una barbaridad y la espalda aún más después de tantos kilómetros. Siento tantos nudos en mis músculos como kilómetros hemos hecho hoy.
Llegamos al anochecer al mercado nocturno. Lo primero que hacemos es tomarnos un batido helado de frutas. Es la gloria hecho hielo.
Después de ducharnos nos damos un masaje en la Cruz Roja. Mientras disfrutamos con cada amasamiento de músculos llegamos a la conclusión de que no merece la pena ir en bicicleta.

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