Desayunamos tranquilamente en nuestro alojamiento que se encuentra enfrente del embarcadero. Poco después de las nueve y media estamos ya montados en la barca para descender hasta Nong Khiaw. Esta vez en menos de 45´ hemos llegado a nuestro destino. Probamos suerte para ir hasta Luang Prabang en barco, pero tan solo somos 6 pasajeros que tenemos que pagar el millón de kips que cuesta la barca. Desistimos y nos montamos en una camioneta que por 5.000 kips nos lleva hasta la estación de autobuses. La furgoneta que sale hasta Luang Prabang ya está llena. Tenemos dos opciones: esperar dos horas hasta la siguiente o ir en un bus local que sale a las once. El bus local no es más que una sawngthaew. Sabemos que cuatro horas sentados en esos bancos corridos por carreteras laosianas puede ser una tortura, aún así nos arriesgamos y compramos el billete (40.000 Kips).
Los
seis viajeros nos subimos a la camioneta junto con una sonriente lugareña. El
viaje puede no ser tan malo. Salimos de la estación de autobuses y de nuevo nos
dirigimos al centro del pueblo. Aquí se sube el resto del pasaje: diez
lugareños más con todas sus pertenencias y enseres. Dos de los lugareños deben
ir colgados en la parte trasera. Puestos de cuclillas sobre el portón trasero
soportan estoicamente las sacudidas de la camioneta. Son lo más parecido a dos
monos de feria, colgados de la barra y dando saltos de un lado para otro. Al
principio ninguno de los extranjeros nos atrevemos a reírnos abiertamente, pero
cuando comprobamos que sus compañeras no pueden dejar de reírse con cada bote
que pegan, el resto del pasaje nos apuntamos a sus carcajadas.
Sesenta
kilómetros más tarde la mayor parte de los lugareños se bajan, y con ellos
todas su pertenencias, gallinas y patos incluidos. El resto del viaje lo
hacemos muy cómodos, más incluso que en una van.
Una
vez en la estación norte de autobuses la mafia de los tuk-tuk pretende hacer
negocio. Al resto de guiris les cobra 15.000kips, pero nosotros les
decimos que 10.000. Al principio nos dicen que no, pero cuando ven que nos
encaminamos al exterior de la estación nos dicen que nos montemos en un
tuk-tuk. Subimos las mochilas y esperamos cinco minutos. El conductor nos pide
el dinero se lo damos y le decimos que salgamos ya, pero él se hace el loco.
Esperamos un minuto más y viendo que no salimos le pedimos que nos devuelva el
dinero que nos vamos. Solo entonces conseguimos salir hacia la ciudad.
Parece
que en Luang Prabang solo hay cuatro tipos de edificios: templos, hoteles,
restaurantes y agencias de viajes. La oferta de alojamiento es bestial. Solo
hay que buscar uno que se ajuste a tu presupuesto y reúna unos mínimos.
Cuando
salimos del hotel la noche ya ha caído sobre la ciudad. Paseamos por su mercado
nocturno ojeando los puestos. Tomamos un increíble batido de galletas oreo y
nos atrevemos a cenar en los puestos callejeros donde por 10.000kips puedes
comer un plato hasta rebosar de arroz, noodles,
fritos o ensalada. Lo mejor su precio, lo peor que la comida está fría.
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