Ha llovido con fuerza durante la noche. Las nubes están tan bajas que el sirimiri se adueña de todo el valle. Con la luz los gigantes comienzan a vestirse de verde pero las nubes se resisten a desaparecer. No nos cansamos de mirar el paisaje.
Desayunamos
con tranquilidad mientras esperamos que el día levante. Poco a poco la niebla
termina desapareciendo y bajo un cielo encapotado nos dirigimos a unas cuevas
cercanas.
El
camino serpentea entre las montañas calcáreas. Sus abruptas y oscuras paredes
caen con vertiginosa verticalidad. Los árboles logran enraizar en los lugares
más insospechados y solo las zonas más verticales se libran del manto verde. Andamos
paralelos a un arroyo que baja con fuerza, e incluso anega alguno de los campos
de cultivo. Los riachuelos que bajan de la montaña son aprovechados por los
lugareños para lavar la ropa y las motos.
Media
hora más tarde de iniciar nuestra marcha nos topamos con un cartel que nos
indica el camino a las cuevas. Pero el puente de bambú que atravesaba el río
hace un par de días que desapareció bajo la crecida. No nos va a ser posible
visitarlas. No importa, el paseo ha discurrido por un bello entorno.
Tras
descansar y tomar un refresco a media tarde nos acercamos de nuevo al pueblo.
Paseamos entre sus aletargadas calles hasta el muelle de los ferrys para
cotejar los horarios. Unos críos están jugando en las escaleras de cemento del
muelle. Nos quedamos observándoles. Se comportan como si no estuviéramos.
Una
y otra vez se lanzan desde las escaleras a las turbias aguas del río. A veces
solos, a veces de tres en tres. A la derecha dos chavales más mayores intentan
pescar con una red pero la fortuna no está de su parte, así que deciden
marisquear entre el fango del río. Sus pequeños y preciados premios los
acumulan en un bote de plástico. No sabemos qué harán con ellos. Pero en países
como éste todo es fuente de proteína.
Una
pequeña barca arriba a puerto cargada de sacos de arroz. En las escaleras ya
están esperando los porteadores. Uno a uno sacan los pesados sacos de la barca,
y los suben por las escaleras hasta una camioneta que les espera en el aparcamiento.
Los niños con sus juegos les molestan en su fatigoso trabajo, pero no dicen
nada. Uno de ellos hace un pequeño receso mientras se fuma un cigarrillo sin
filtro. Nos pregunta por nuestro país de origen y nuestro siguiente destino. Le
decimos que río arriba hasta Muang Ngoi Neua y nos informa de los horarios de
los barcos. También que él trabaja como porteador y que por cada barco
descargado gana 2.000Kips. Inmediatamente nos viene a la cabeza los 2.000kips
que hemos dejado de propina en el bar. Definitivamente vivir del turismo en
Laos es un negocio muy lucrativo.
Los
niños ya se han cansado de jugar en el agua y ahora están lavándose. Las niñas
se enjabonan sus larga melenas negras unas a otras. Los más pequeños juegan con
el jabón a hacerse bañadores que les tapen sus partes pudendas.
La
luz va cambiando de intensidad y los rojos comienzan a despertarse. Nos
acercamos al puente para ver anochecer entre las montañas, y junto a nosotros
el resto de viajeros que estamos en el pueblo. Provistos de nuestras cámaras
intentamos inmortalizar un momento; quizás fuera mejor que lo disfrutáramos
directamente, sin artificios de por medio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario