viernes, 16 de septiembre de 2011

16. Nong Khiaw


Ha llovido con fuerza durante la noche. Las nubes están tan bajas que el sirimiri se adueña de todo el valle. Con la luz los gigantes comienzan a vestirse de verde pero las nubes se resisten a desaparecer. No nos cansamos de mirar el paisaje.
Desayunamos con tranquilidad mientras esperamos que el día levante. Poco a poco la niebla termina desapareciendo y bajo un cielo encapotado nos dirigimos a unas cuevas cercanas.
El camino serpentea entre las montañas calcáreas. Sus abruptas y oscuras paredes caen con vertiginosa verticalidad. Los árboles logran enraizar en los lugares más insospechados y solo las zonas más verticales se libran del manto verde. Andamos paralelos a un arroyo que baja con fuerza, e incluso anega alguno de los campos de cultivo. Los riachuelos que bajan de la montaña son aprovechados por los lugareños para lavar la ropa y las motos.
Media hora más tarde de iniciar nuestra marcha nos topamos con un cartel que nos indica el camino a las cuevas. Pero el puente de bambú que atravesaba el río hace un par de días que desapareció bajo la crecida. No nos va a ser posible visitarlas. No importa, el paseo ha discurrido por un bello entorno.
Tras descansar y tomar un refresco a media tarde nos acercamos de nuevo al pueblo. Paseamos entre sus aletargadas calles hasta el muelle de los ferrys para cotejar los horarios. Unos críos están jugando en las escaleras de cemento del muelle. Nos quedamos observándoles. Se comportan como si no estuviéramos.
Una y otra vez se lanzan desde las escaleras a las turbias aguas del río. A veces solos, a veces de tres en tres. A la derecha dos chavales más mayores intentan pescar con una red pero la fortuna no está de su parte, así que deciden marisquear entre el fango del río. Sus pequeños y preciados premios los acumulan en un bote de plástico. No sabemos qué harán con ellos. Pero en países como éste todo es fuente de proteína.
Una pequeña barca arriba a puerto cargada de sacos de arroz. En las escaleras ya están esperando los porteadores. Uno a uno sacan los pesados sacos de la barca, y los suben por las escaleras hasta una camioneta que les espera en el aparcamiento. Los niños con sus juegos les molestan en su fatigoso trabajo, pero no dicen nada. Uno de ellos hace un pequeño receso mientras se fuma un cigarrillo sin filtro. Nos pregunta por nuestro país de origen y nuestro siguiente destino. Le decimos que río arriba hasta Muang Ngoi Neua y nos informa de los horarios de los barcos. También que él trabaja como porteador y que por cada barco descargado gana 2.000Kips. Inmediatamente nos viene a la cabeza los 2.000kips que hemos dejado de propina en el bar. Definitivamente vivir del turismo en Laos es un negocio muy lucrativo.
Los niños ya se han cansado de jugar en el agua y ahora están lavándose. Las niñas se enjabonan sus larga melenas negras unas a otras. Los más pequeños juegan con el jabón a hacerse bañadores que les tapen sus partes pudendas.
La luz va cambiando de intensidad y los rojos comienzan a despertarse. Nos acercamos al puente para ver anochecer entre las montañas, y junto a nosotros el resto de viajeros que estamos en el pueblo. Provistos de nuestras cámaras intentamos inmortalizar un momento; quizás fuera mejor que lo disfrutáramos directamente, sin artificios de por medio.

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