Cruzar la frontera no ha sido nada complicado. Quizás un poco caótico pero más bien por la falta de organización laosiana. Una vez desembarcados nos acercamos la pequeña oficina de inmigración que está atestada de gente. No hay carteles que nos guíen en el procedimiento, así que observamos cómo actúan los guiris que allí se encuentran.
El
trámite es sencillo. Rellenamos los formularios y junto con el pasaporte y una
foto los entregamos en la ventanilla que pone “check in”. Esperamos a que los
funcionarios hagan el visado y muestren nuestros pasaportes por la ventanilla.
Nos parece más apropiado que intentar leer unos nombres para ellos imposibles.
Pagamos los 35$ por cada uno y en menos de media hora ya somos legales en Laos
durante un mes.
La
mayoría de los turistas se dirigen directamente a Luang Prabang en un viaje en
barca que les llevará dos días. Nosotros optamos por seguir la ruta norte, más
larga, pero que cada día está teniendo más adeptos.
Sacamos
dinero en el cajero de banco BCEL y nos dirigimos a la primera oficina de viaje
que vemos. Sabemos que diariamente sale una monovolumen hacia Luang Nam Tha a
las nueve de la mañana, ahora son la nueve y media, pero queremos saber si hay
posibilidad de alguna otra antes de desplazarnos a la estación de autobuses, y
tomar el bus local que sale a las doce y media. Tenemos suerte, una se dirige
con un par de lugareños a la frontera china y hay suficientes turistas como
para llenarla y acceder a llevarnos. El negocio les va a salir redondo. Pagamos
92.000kips por cada uno y antes de las diez de la mañana ya estamos de camino
al norte.
La
carretera está asfaltada y es buena por lo que en poco más de tres horas
llegamos a Luang Nam Tha.
El
pueblo se encuentra en medio de un amplio valle rodeado de montañas repobladas
para la recolección de látex. No es especialmente interesante. Nos acercamos
hasta un pequeño templo situado a menos de media hora andando del centro pero
carece de interés. Continuamos hasta el río y vemos a los pescadores lanzar sus
redes. Las sacan vacías, quizás les traigamos mala suerte. Los niños juegan en
la orilla con el barro y se entretienen buscando moluscos por el simple placer
de torturarlos. En la estación seca un puente de bambú une ambas orillas pero
hace meses que una crecida se lo llevó. No merece la pena volver a construir
otro hasta que la temporada de lluvias pase. Ahora una barca atada a una cuerda
hace el mismo servicio.
Lo
primero que nos llama la atención es que los lugareños te ignoran con dolorosa
sencillez. Pareces invisible, ellos siguen su vida como si nos estuvieras
delante. Solo los niños muestran un poco más de interés pero es pasajero. Nos
gusta.
Lo
segundo es su ritmo de vida: cautivadoramente lento. El tráfico discurre por la
ciudad sin frenesí. Incluso las motos, a veces, van más lentos que los
peatones. Quizás sea cierto el dicho: “los vietnamitas plantan arroz, los
camboyanos lo cuidan y los laosianos lo oyen crecer”.
A
excepción de las rutas de senderismo no hay mucho más que hacer en Luang Nam
Tha. Pero ya hemos decidido no pagar las astronómicas cifras, del todo
ridículas, que piden por los “trekking”. Mañana continuaremos ruta.
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