Nuestra intención era ver la pesca con nutrias, para ello nos acercamos a primera hora a la estación de autobuses de Sonargaon (20tk) en un rickshaw, esta vez no tenemos que regatear. Una vez en la estación nos es muy fácil encontrar el autobús. Basta decir en alto el nombre de la ciudad de destino y esperar a que alguno te agarre y te lleve al autobús. ¡Y es que son tan amales estos bengalíes!
Aún nos quedan
unos minutos antes de salir así que aprovechamos y tomamos un té (5tk) y una
par de bizcochos (5tk) que están muy buenos. Nos montamos en el destartalado
vehículo y comienza así un viaje que en poco más de una hora nos llevara a
Noapara (40tk/p). La carretera está llena de baches y los amortiguadores del
autobús hace tiempo que murieron, así que somos sacudidos en el interior del
vehículo como si fuésemos unas maracas. Al principio nos resulta divertido pero
cuando en uno de esos botes chocamos la cabeza contra el techo y sufrimos un
latigazo cervical… deja de serlo. Aún así el ánimo no disminuye y seguimos
sonriendo y saludando a todo aquel que se nos acerca, que viene a ser más o
menos todo el autobús salvo las mujeres. Al cabo de una hora creemos estar en
el pueblo pero como los cobradores no nos dicen nada, pensamos que el pueblo
será grande y hará varias paradas, así que no nos bajamos. Pero seguimos con la
mosca detrás de la oreja y más cuando vemos que el pueblo termina y seguimos
sin que nadie nos diga nada. Volvemos a insistir y.....nos dicen que Noapara es
el último pueblo que hemos pasado. ¡Vaya!. Nos bajamos al momento y esperamos a
pie de carretera a un autobús que vaya en dirección contraria. Llega en poco más
de un minuto. Nos montamos y desandamos los 2km. Nos bajamos en el mercado
de Noapara y allí mismo preguntamos por
el bote para ir a Gobra, rápidamente nos guían. Debemos cruzar el río que está
a unos 100m, para, en la otra orilla coger otro autobús que nos lleve a Gobra.
El ir y venir de las balsas en el río es constante. Lo cruzamos por 2takas. Las
balsas van tan hasta los topes que la línea de flotación está tan baja que
parece que pueda hundirse la barca y zozobrar de un momento a otro.
Afortunadamente el río no parece profundo y la corriente no es muy fuerte. Como
sardinas en lata pasamos a la otra orilla en poco menos de dos minutos. Según
nos bajamos del bote andamos 50m hacia la derecha hasta llegar a la estación de
autobuses donde justo en ese momento está saliendo el autobús con destino a
Gobra, nuestro destino.
Un profesor
entabla conversación con nosotros. Su colegio está a unos 5km y nos pide que
nos bajemos con él. Le explicamos que no tenemos mucho tiempo pero que le
podemos dedicar 20 minutos. Bajamos y nos mete en el claustro de profesores. El
colegio tiene 600 alumnos y ellos son 17 profesores, hablamos con cada uno de
ellos en nuestro precario ingles mientras tomamos un té. Nos hubiera gustado
entrar en alguna clase pero nos quieren solo para ellos. Al más puro estilo
bengalí nos achicharran a preguntas. A la media hora el profesor nos avisa que
el autobús con dirección a Gobra está a punto de pasar. Nos despedimos de todos
haciendo una foto. A los 40´ llegamos a
Gobra. Somos la expectación del pueblo. En un segundo una treintena de personas
nos rodean, algunos quieren llevarnos en moto a donde digamos pero la mayoría
solo observan. Nos sentamos para tomar un té y que las cosas se clamen. Pero
seguimos rodeados por medio pueblo.
Preguntamos por el pueblo de los pescadores pero no lo debemos
pronunciar bien porque nadie sabe. Decidimos seguir la carretera seguidos por
una “troupe” de chavales montados en bici. Sabemos que la villa se encuentra a
5minutos andando pero pasan 15 y no la
encontramos. Finalmente una adolescente nos dice que el pueblo que buscamos es
Goalba, nosotros decíamos Goyalbani, y que está justo hacia el lado opuesto.
Desandamos el camino, hasta el cruce donde nos dejó el autobús, y seguimos por
la carretera principal hasta llegar a un pequeño puente. Ahí giramos a la
izquierda y andamos 5 minutos entre las casas de un poblado bordeando el río.
Llegamos así a Goalba. A lo lejos oímos
a las nutrias. Nos acercamos hasta una barca. Sin decir nada el lugareño
nos agarra del brazo y nos sientan en una chabola. Nadie habla inglés, así
intuimos que estamos esperando o bien al jefe del pueblo o bien al dueño de las
nutrias. Vemos como el chaval que nos ha llevado hasta allí va de un sitio para
otro. Finalmente tras 20 minutos de espera nos llevan de nuevo a una de las
balsas. Habíamos estado esperando a que reuniesen suficiente gente como para
salir a pescar con las nutrias. La barca es sencilla, de unos 6 metros de largo
por uno y medio de manga. En el centro un pequeño techo protege del sol. En la
popa una jaula de madera guarda a las nutrias que sabedoras de la inminente
salida comienzan a gruñir y chillar desesperadas. Antes de subir iniciamos la
negociación del precio, nos piden 5.000 pero lo dejamos en 1000 takas.
La pesca con
nutrias es una técnica que lleva practicándose durante más de 1.000 años y que
estaba ampliamente difundida, incluso se practicó en Europa hasta el siglo XIX.
Hoy ésta práctica ha desaparecido de la mayor parte del globo. En estas villas
pesqueras, en vez de lanzar redes de arrastre que esquilmarían el río, se
ayudan de las nutrias para que asusten a los peces que se encuentran en el
fondo o en las orillas de mismo y en su huída caigan directamente en las redes
de los pescadores. Normalmente cada barca posee una o dos nutrías adultas
amaestradas y sus crías en un número de unas tres o cuatro. Las adultas amaestradas
son el bien más preciado del pescador ya que pueden costar más de 100 euros.
Sujetos sus cuerpos a una vara a través de una cuerda son liberadas para que
vayan en busca de los peces. Los pescadores por su parte dejan caer junto a la
barca una red en forma de saco que descienden y ascienden a través de otras
varas. Cuando las nutrias encuentran a los peces los asustan, y estos suben a
la superficie dirigiéndose a la zona de la red, en ese momento el pescador
aparta a las nutrias tirando de la vara para que no coman los peces y a la vez
alzan las redes llenas de pescado. Una vez finalizada la pesca reparten unos
cuantos peces entre las nutrias a modo de premio. Las adultas deben estar
amarradas no solo para apartarlas en el momento de izar las redes sino también
para evitar que se escapen. A las crías, sin embargo, no hace falta ya que
siguen siendo dependientes de sus madres y las seguirán allá donde vayan.
Aunque las nutrias puedan parecer adorables y graciosas son tremendamente
agresivas y para nada es recomendable tocarlas porque puedes llevarte un buen
susto. De hecho hay casos documentados de pescadores muertos por sus nutrias.
Quizás en un
pasado no muy lejano este tipo de pesca era productiva pero hoy en día no lo
es. El río está esquilmado, y lo único que consiguen las nutrias son unos
cangrejos y el pescado minúsculos que sus cuidadores les dan tras finalizar la
faena. A la media hora volvemos a la orilla, tiempo más que suficiente. A la
hora de pagar como siempre nos piden más de lo acordado pero nosotros nos
negamos y nos vamos.
La vuelta es dura porque el cielo se ha despejado y hace un calor de muerte. Esperamos en Gobra a que llegue el bus. Nos tomamos un té y unas parotas mientras el pueblo observa como comemos. Es un poco incómodo pero comenzamos a acostumbrarnos. Invitamos al que quiera a comer con nosotros pero todos desisten. Por fin llega el autobús que esta atestado, así que unos colegiales nos invitan a subir al techo. Ni cortos ni perezosos lo hacemos, pero en cuanto nos sentamos recordamos todos los baches de la carretera y la forma de conducción bengalí y empezamos a arrepentirnos. Al ponerse el autobús en marcha nosotros nos agarramos a la barandilla como si la vida nos fuera en ello, y de alguna forma es así, se nos debe notar en la cara porque los chavales nos dicen que nos relajemos y disfrutemos....pero no mucho porque hay que estar atentos a agachar la cabeza para que las ramas más bajas de los arboles no nos golpeen y nos tiren del techo. Durante quince minutos permanecemos en el techo del autobús, la mayoría de las veces con la cabeza agachada mientras las ramas de los árboles nos peinan la espalda. Los chavales quieren sacarse fotos con nosotros pero no damos a basto entre agarrarnos, agacharnos y posar… nos estresamos un poco. A los dueños del bus tampoco les hace ninguna gracia que unos “guiris” estén en el techo. En la primera parada nos mandan bajar.
Perfecto y gracias, la experiencia ha sido corta pero suficiente. Ya dentro seguimos camino hacia Khulna. El viaje es una tortura por el calor. Los únicos asientos libres del autobús son los que dan al sol y no hay cortinas. Cerramos los ojos e intentamos que la hora que nos queda de viaje sea lo más corta posible. A Gortxu hasta le da tiempo a que un lugareño intente ligar con él, ¡Joder con el país musulmán, que venga Ahmadineyad y lo vea!.
Una vez en
Khulna vamos a tomar algo fresco y a comer un poco en el mercado nuevo, que es
la zona más chic de la ciudad. Nos conectamos a internet pero no aguantamos
mucho en el local, ya que el calor es infernal. Incluso los lugareños tienen
calor. Se les ve en las caras.
Finalmente el
sol se pone y la temperatura baja un poco, pero tampoco mucho. Regresamos al
hotel en busca del aire acondicionado como sedientos que buscan agua en el
desierto.
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