martes, 9 de octubre de 2012

09. Mercado del pescado en Borisal (Bangladesh)



Al despertar miramos por la ventana y lo que vimos no nos gustó. Un cielo raso completamente azul. Eso significaba otro día de insoportable calor. A las ocho de la mañana ya estábamos en las calles de Barisal buscando un lugar donde desayunar. Las calles aún se encontraban semidesiertas y es que Bangladesh era remolona para levantarse. Finalmente elegimos un restaurante hindú. El típico desayuno hindú de roti, dhal, curry y un dulce de arroz.
Tras el desayuno nos encaminamos al mercado del pescado. Pura esencia bengalí. Varias calles antes el suelo comenzaba a estar sospechosamente mojado y un ligero olor a mar inundaba el ambiente. Conforme nos fuimos acercando la humedad del suelo se convirtió en charcos y estos a su vez en pequeños riachuelos. Toda esta agua provenía del pescado que era sacado de los barcos que arribaban al puerto y descargado directamente en el suelo junto a grandes básculas romanas. Apenas había sitio para moverse. Los compradores se arremolinaban entorno a las montañas de pescado y compraban a cestos de 20 kilos. La actividad era frenética y los gritos ensordecedores. Al fondo de la calle se veían a los barcos pesqueros llegar a puerto. Inmediatamente los porteadores con sus cestos vacíos saltaban al interior del barco para salir al cabo de pocos segundos con los mismos cestos pero esta vez llenos de pescado refrigerado sosteniéndolos sobre la cabeza. Avanzaban a lo largo de la calle y siguiendo una regla desconocida para nosotros vertían el contenido en el suelo unas veces en un sitio y otras en otro, pero siempre junto a enormes básculas romanas. Decenas de cestos eran descargados a la vez a un ritmo frenético. Ni que decir tiene que nuestra presencia levantó gran expectación. Hasta tal punto se arremolinaba la gente a nuestro alrededor que impedíamos el flujo de la gente lo que originaba empujones y algún que otro grito. 
Conseguimos escabullirnos para dar directamente a la zona donde desechaban todas las escamas de los pescados. Desde la lejanía pensamos estar sufriendo un efecto óptico porque a lo lejos parecía que las escamas obrasen vida y se moviesen de forma sinuosa. Pero cuando nos acercamos descubrimos la auténtica realidad. Lo que se movían no eran las escamas sino los millones de larvas de moscas que allí había. Bajo nuestras suelas notábamos al andar como las larvas explotaban por nuestro peso, era del todo desagradable. Yo apenas aguante unos segundos, lo justo para percatarme que por el calzado de Gortxu algunas larvas trepaban y que el mío no era cerrado.
Nos acercamos así al mercado propiamente dicho donde los tenderos exponían sobre los mostradores su mercancía: carnes, pescados y verduras. La variedad de pescados era importante y de indudable frescura pues la gran mayoría aún boqueaban. Las carnes no le iban a la zaga en frescura, de hecho en los puestos podíamos ver las gallinas recién degolladas puestas bocabajo en una especie de embudo con el fin de que se fueran desangrado. Afortunadamente la zona de verduras era mucho menos truculenta.
Continuamos caminado por la calle paralela al puerto buscando la sombra pues a pesar de lo temprano que era el sol comenzaba a calentar sobremanera.
Un joven lugareño se nos acerca y nos invita a ir con él. Al principio nos resistimos pero termina agarrándome de la mano y literalmente secuestrándome. Nos sentamos junto a él y unos amigos a tomar un té. El chaval no sabe nada de inglés y la poca conversación que tenemos es con uno de sus amigos. Después de tomar el té nos lleva hasta la tienda donde trabaja, muy cerca, y nos presenta a uno de sus compañeros. Todo lo que ocurrió a continuación sucedió sin que supiéramos muy bien que acontecería.
El chaval nos hablaba en bengalí y con gestos por lo que nosotros suponíamos que quería decir y luego conforme se iban desarrollando los acontecimientos optábamos por una u otra interpretación. Entendimos que nos quería llevar a que viésemos un barco de carga, así que le seguimos. Agarrados de la mano nos condujo por las callejuelas del bazar hasta una tienda que vendía esterillas de paja y largas varas de bambú. Compró una de unos 5m e hizo parar a un rickshaw. Nos montamos y nos condujo hasta unos pequeños astilleros. Allí estaban construyendo un par de barcos de pasajeros de lujo, que en un futuro próximo recorrerían los numerosos y caudalosos ríos de país. Como no podía ser menos la fabricación era “made in Bangladesh” es decir más mano de obra que maquinaria. Allí también estaba el barco de mercancías cuya foto habíamos visto en la tienda. Estaban repintándolo. Para subir al barco había una pasarela de unos 30cm de ancho por 10m de largo apoyada sobre la proa del barco casi de forma vertical. Entonces nos explicó para que quería la vara de bambú: para servirnos de apoyo mientras ascendíamos por la pasarela. El corazón comenzó a acelerarse. Pretendía que subiéramos por aquella endeble pasarela a una altura de un tercer piso. Debíamos hacerlo sin pensar, así que siguiendo sus consejos nos armamos de valor y agarrándonos con todas nuestras fuerzas, con mucho tiento y sin mirar nunca hacia abajo subimos al barco. Una vez arriba fuimos recibidos como auténticos héroes por el resto de compañeros de trabajo. Nos presentó al encargado y desde el puente de mando  tuvimos una inmejorable perspectiva de la zona de carga. Justo al lado estaba terminándose uno de los barcos de crucero de lujo. Nuestro amigo nos lo señaló y le seguimos. Pero si difícil había sido subir por la pasarela mucho más lo fue bajar por ella. De nuevo agarrados a los lados de la pasarela hasta que los nudillos se volvieron blancos fuimos descendiendo pasito a pasito hasta el suelo.
Para llegar al crucero debíamos atravesar una fábrica de hielos. La fabricación era de lo más curiosa. En una nave del tamaño de una piscina olímpica una gran cubeta de metal estaba dividida en celdas de unos 30x100x50cm. Era como una cubitera de hielo gigante pero en vez de plástico de metal. Cada cubículo estaba tapado con una tapa de madera, lo suficiente gruesa como para resistir el peso de una persona, siempre y cuando se pisara en el centro y no en el borde como hizo un Gortxu desprevenido, porque eso suponía que la tapa volcara y la pierna terminara sumergida en el agua helada como le ocurrió. Un motor usaba el mismo mecanismo que el de una nevera para enfriar las placas de hierro, de tal forma que con las horas el agua que había en cada cubeta se iba congelando de fuera hacia adentro, hasta que se convertía en un enorme y pesado bloque de hielo, que luego era arrastrado y transportado hasta un barco para llevarlo a puerto. Todo muy ingenioso.
Una vez en el crucero fuimos recibidos por el encargado que nos llevó por las distintas cubiertas enseñándonos todo el barco. Desde los lujosos camarotes de primera clase al estilo bengalí, claro, pasando por el comedor, la sala de juegos, el puente de mandos o la sala de máquinas. En tan solo unas semanas estaría recorriendo las aguas al módico precio de 45$ la noche. La visita la hicimos de forma rápida pues nuestro amigo consultaba el reloj constantemente. Suponíamos que tenía que ir a trabajar. Casi a la carrera, estábamos empapados en sudor y rojos por el calor insoportable  que hacía, volvimos hacia el centro de Barisal, pero antes pasamos por la casa de su hermana, o eso creímos, por la de su madre, o eso entendimos, y saludamos a numerosos amigos suyos con los que nos fotografiamos.
Finalmente llegamos de nuevo a la tienda y allí estaba esperándonos su jefe y su hermano. La empresa llevaba asentada en Barisal desde 1957 y ésta era la segunda generación. Los cuatro hermanos eran dueños de la tienda donde vendían sobretodo motobombas de fabricación china, las japonesas eran mejores pero mucho más caras, y del barco mercante que acabábamos de visitar. Nuestro amigo nos dejó, pues debía trabajar, y acordamos vernos de nuevo a las cuatro de la tarde, o eso creímos. Durante un buen rato estuvimos hablando con ellos, como pudimos, pues el nivel de inglés de ninguno de nosotros era bueno. Nos invitaron a un par de cocos. Sobre la una con la excusa que necesitábamos ir al hotel a refrescarnos nos fuimos antes de que la conversación decayese. Ya no sabíamos de que hablar.
Una vez en el hotel y tumbados bajo el ventilador poco a poco volvimos a ser personas. Poco antes de las cuatro nos acercamos de nuevo a la tienda pero nuestro amigo no estaba. Le esperamos un rato mientras tomábamos un té pero siguió sin aparecer. Quizás le hubiésemos entendido mal.
Nos fuimos a internet y al anochecer volvimos a la tienda. Seguía sin aparecer. Lo intentaríamos al día siguiente. Cenamos y después de tomar un té nos fuimos al hotel a descansar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario