Al despertar
miramos por la ventana y lo que vimos no nos gustó. Un cielo raso completamente
azul. Eso significaba otro día de insoportable calor. A las ocho de la mañana
ya estábamos en las calles de Barisal buscando un lugar donde desayunar. Las
calles aún se encontraban semidesiertas y es que Bangladesh era remolona para
levantarse. Finalmente elegimos un restaurante hindú. El típico desayuno hindú
de roti, dhal, curry y un dulce de arroz.
Tras el
desayuno nos encaminamos al mercado del pescado. Pura esencia bengalí. Varias
calles antes el suelo comenzaba a estar sospechosamente mojado y un ligero olor
a mar inundaba el ambiente. Conforme nos fuimos acercando la humedad del suelo
se convirtió en charcos y estos a su vez en pequeños riachuelos. Toda esta agua
provenía del pescado que era sacado de los barcos que arribaban al puerto y
descargado directamente en el suelo junto a grandes básculas romanas. Apenas
había sitio para moverse. Los compradores se arremolinaban entorno a las
montañas de pescado y compraban a cestos de 20 kilos. La actividad era
frenética y los gritos ensordecedores. Al fondo de la calle se veían a los
barcos pesqueros llegar a puerto. Inmediatamente los porteadores con sus cestos
vacíos saltaban al interior del barco para salir al cabo de pocos segundos con
los mismos cestos pero esta vez llenos de pescado refrigerado sosteniéndolos
sobre la cabeza. Avanzaban a lo largo de la calle y siguiendo una regla
desconocida para nosotros vertían el contenido en el suelo unas veces en un
sitio y otras en otro, pero siempre junto a enormes básculas romanas. Decenas
de cestos eran descargados a la vez a un ritmo frenético. Ni que decir tiene
que nuestra presencia levantó gran expectación. Hasta tal punto se arremolinaba
la gente a nuestro alrededor que impedíamos el flujo de la gente lo que
originaba empujones y algún que otro grito.
Conseguimos escabullirnos para dar directamente a la zona donde desechaban todas las escamas de los pescados. Desde la lejanía pensamos estar sufriendo un efecto óptico porque a lo lejos parecía que las escamas obrasen vida y se moviesen de forma sinuosa. Pero cuando nos acercamos descubrimos la auténtica realidad. Lo que se movían no eran las escamas sino los millones de larvas de moscas que allí había. Bajo nuestras suelas notábamos al andar como las larvas explotaban por nuestro peso, era del todo desagradable. Yo apenas aguante unos segundos, lo justo para percatarme que por el calzado de Gortxu algunas larvas trepaban y que el mío no era cerrado.
Conseguimos escabullirnos para dar directamente a la zona donde desechaban todas las escamas de los pescados. Desde la lejanía pensamos estar sufriendo un efecto óptico porque a lo lejos parecía que las escamas obrasen vida y se moviesen de forma sinuosa. Pero cuando nos acercamos descubrimos la auténtica realidad. Lo que se movían no eran las escamas sino los millones de larvas de moscas que allí había. Bajo nuestras suelas notábamos al andar como las larvas explotaban por nuestro peso, era del todo desagradable. Yo apenas aguante unos segundos, lo justo para percatarme que por el calzado de Gortxu algunas larvas trepaban y que el mío no era cerrado.
Nos acercamos
así al mercado propiamente dicho donde los tenderos exponían sobre los
mostradores su mercancía: carnes, pescados y verduras. La variedad de pescados
era importante y de indudable frescura pues la gran mayoría aún boqueaban. Las
carnes no le iban a la zaga en frescura, de hecho en los puestos podíamos ver
las gallinas recién degolladas puestas bocabajo en una especie de embudo con el
fin de que se fueran desangrado. Afortunadamente la zona de verduras era mucho
menos truculenta.
Continuamos
caminado por la calle paralela al puerto buscando la sombra pues a pesar de lo
temprano que era el sol comenzaba a calentar sobremanera.
Un joven
lugareño se nos acerca y nos invita a ir con él. Al principio nos resistimos
pero termina agarrándome de la mano y literalmente secuestrándome. Nos sentamos
junto a él y unos amigos a tomar un té. El chaval no sabe nada de inglés y la
poca conversación que tenemos es con uno de sus amigos. Después de tomar el té
nos lleva hasta la tienda donde trabaja, muy cerca, y nos presenta a uno de sus
compañeros. Todo lo que ocurrió a continuación sucedió sin que supiéramos muy
bien que acontecería.
El chaval nos
hablaba en bengalí y con gestos por lo que nosotros suponíamos que quería decir
y luego conforme se iban desarrollando los acontecimientos optábamos por una u
otra interpretación. Entendimos que nos quería llevar a que viésemos un barco
de carga, así que le seguimos. Agarrados de la mano nos condujo por las
callejuelas del bazar hasta una tienda que vendía esterillas de paja y largas
varas de bambú. Compró una de unos 5m e hizo parar a un rickshaw. Nos montamos
y nos condujo hasta unos pequeños astilleros. Allí estaban construyendo un par
de barcos de pasajeros de lujo, que en un futuro próximo recorrerían los
numerosos y caudalosos ríos de país. Como no podía ser menos la fabricación era
“made in Bangladesh” es decir más mano de obra que maquinaria. Allí también estaba
el barco de mercancías cuya foto habíamos visto en la tienda. Estaban
repintándolo. Para subir al barco había una pasarela de unos 30cm de ancho por
10m de largo apoyada sobre la proa del barco casi de forma vertical. Entonces
nos explicó para que quería la vara de bambú: para servirnos de apoyo mientras
ascendíamos por la pasarela. El corazón comenzó a acelerarse. Pretendía que
subiéramos por aquella endeble pasarela a una altura de un tercer piso.
Debíamos hacerlo sin pensar, así que siguiendo sus consejos nos armamos de
valor y agarrándonos con todas nuestras fuerzas, con mucho tiento y sin mirar
nunca hacia abajo subimos al barco. Una vez arriba fuimos recibidos como
auténticos héroes por el resto de compañeros de trabajo. Nos presentó al
encargado y desde el puente de mando
tuvimos una inmejorable perspectiva de la zona de carga. Justo al lado
estaba terminándose uno de los barcos de crucero de lujo. Nuestro amigo nos lo
señaló y le seguimos. Pero si difícil había sido subir por la pasarela mucho
más lo fue bajar por ella. De nuevo agarrados a los lados de la pasarela hasta
que los nudillos se volvieron blancos fuimos descendiendo pasito a pasito hasta
el suelo.
Para llegar al
crucero debíamos atravesar una fábrica de hielos. La fabricación era de lo más
curiosa. En una nave del tamaño de una piscina olímpica una gran cubeta de
metal estaba dividida en celdas de unos 30x100x50cm. Era como una cubitera de
hielo gigante pero en vez de plástico de metal. Cada cubículo estaba tapado con
una tapa de madera, lo suficiente gruesa como para resistir el peso de una
persona, siempre y cuando se pisara en el centro y no en el borde como hizo un
Gortxu desprevenido, porque eso suponía que la tapa volcara y la pierna
terminara sumergida en el agua helada como le ocurrió. Un motor usaba el mismo
mecanismo que el de una nevera para enfriar las placas de hierro, de tal forma
que con las horas el agua que había en cada cubeta se iba congelando de fuera
hacia adentro, hasta que se convertía en un enorme y pesado bloque de hielo,
que luego era arrastrado y transportado hasta un barco para llevarlo a puerto.
Todo muy ingenioso.
Una vez en el
crucero fuimos recibidos por el encargado que nos llevó por las distintas
cubiertas enseñándonos todo el barco. Desde los lujosos camarotes de primera
clase al estilo bengalí, claro, pasando por el comedor, la sala de juegos, el
puente de mandos o la sala de máquinas. En tan solo unas semanas estaría
recorriendo las aguas al módico precio de 45$ la noche. La visita la hicimos de
forma rápida pues nuestro amigo consultaba el reloj constantemente. Suponíamos
que tenía que ir a trabajar. Casi a la carrera, estábamos empapados en sudor y
rojos por el calor insoportable que
hacía, volvimos hacia el centro de Barisal, pero antes pasamos por la casa de
su hermana, o eso creímos, por la de su madre, o eso entendimos, y saludamos a
numerosos amigos suyos con los que nos fotografiamos.
Finalmente
llegamos de nuevo a la tienda y allí estaba esperándonos su jefe y su hermano.
La empresa llevaba asentada en Barisal desde 1957 y ésta era la segunda
generación. Los cuatro hermanos eran dueños de la tienda donde vendían
sobretodo motobombas de fabricación china, las japonesas eran mejores pero
mucho más caras, y del barco mercante que acabábamos de visitar. Nuestro amigo
nos dejó, pues debía trabajar, y acordamos vernos de nuevo a las cuatro de la
tarde, o eso creímos. Durante un buen rato estuvimos hablando con ellos, como
pudimos, pues el nivel de inglés de ninguno de nosotros era bueno. Nos
invitaron a un par de cocos. Sobre la una con la excusa que necesitábamos ir al
hotel a refrescarnos nos fuimos antes de que la conversación decayese. Ya no
sabíamos de que hablar.
Una vez en el
hotel y tumbados bajo el ventilador poco a poco volvimos a ser personas. Poco
antes de las cuatro nos acercamos de nuevo a la tienda pero nuestro amigo no
estaba. Le esperamos un rato mientras tomábamos un té pero siguió sin aparecer.
Quizás le hubiésemos entendido mal.
Nos fuimos a
internet y al anochecer volvimos a la tienda. Seguía sin aparecer. Lo
intentaríamos al día siguiente. Cenamos y después de tomar un té nos fuimos al
hotel a descansar.
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