sábado, 1 de diciembre de 2012

01. Munduk. (Bali)


Tras desayunar en la habitación nos ponemos al pie de la carretera a la espera de un transporte. Gortxu se ha fabricado un cartel donde se lee “Munduk” para hacer autoestop. Pero no tenemos mucho éxito. La niebla aún no se ha decidido a abandonar las cumbres de las montañas que rodean a Pancasari pero el sol comienza a calentar con fuerza. Tras varios ofrecimientos de “ojek” ninguno por debajo de los 50.000 nos recomiendan que nos acerquemos al mercado y allí quizás tengamos más suerte con algún camión. Mientras esperamos se acercan otras dos motos. Nos ofertan el traslado por 40.000rp/p nosotros lo rebajamos a 30.000, aceptan y nos subimos a las motos. Los menos de 20km que nos separan de Munduk es una sucesión de subidas y bajadas por una estrecha carretera que separa ambas calderas de sendos antiguos y extintos volcanes. La de la izquierda donde se sienta Pancasari y la de la derecha que desciende hasta la costa norte de la isla. Desde aquí también se tiene una vista privilegiada de los lagos que ocupan las depresiones de las calderas, el lago Buyan y el lago Tamblingan.
El pueblo se asienta a ambos lados de una carretera de montaña a lo largo de un par de kilómetros. Hay evidencias arqueológicas de una comunidad desarrollada que habitó en la región de Munduk entre los siglos X y XIV, y explicaciones sobre los primeros emisarios Mjapahit, pueblo pre-indonesio de java oriental, que visitaron la zona. Cuando los holandeses tomaron el control del norte de Bali, en la década de 1890, experimentaron con cultivos comerciales y establecieron plantaciones de café, vainilla, clavo y cacao. Aunque son muy pocos los edificios coloniales que se conservan en Munduk, se puede ver alguno en el oeste del pueblo. Vivir aquí tiene que ser duro si no dispones de moto porque es una continúa y empinada cuesta. Tras alojarnos en el Puri Sunny, en una nueva y bonita cabaña con balcón al valle por 200.000rp sin desayuno, damos un paseo por el pueblo que no tiene mucho que ver y que resulta un poco incómodo porque ha de realizarse por la carretera principal que está llena de tráfico. En cualquier caso las vistas son bonitas. Entre las plantaciones de árboles se extienden terrazas onduladas de campos de arroz. A lo largo del día el calor condensa las nubes que poco a poco van ganando terreno en el cielo despejado. Las nubes van oscureciéndose al cargarse de humedad, así que decidimos retornar al hotel y dar por finalizado nuestro paseo. No pudimos tomar mejor decisión porque al rato de estar en el hotel comienza un aguacero que dura varias horas. Afortunadamente desde la protección de nuestra cabaña la lluvia se ve con ojos romanticones.

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