Tras
desayunar en la habitación nos ponemos al pie de la carretera a la espera de un
transporte. Gortxu se ha fabricado un cartel donde se lee “Munduk” para hacer
autoestop. Pero no tenemos mucho éxito. La niebla aún no se ha decidido a
abandonar las cumbres de las montañas que rodean a Pancasari pero el sol
comienza a calentar con fuerza. Tras varios ofrecimientos de “ojek” ninguno por
debajo de los 50.000 nos recomiendan que nos acerquemos al mercado y allí
quizás tengamos más suerte con algún camión. Mientras esperamos se acercan
otras dos motos. Nos ofertan el traslado por 40.000rp/p nosotros lo rebajamos a
30.000, aceptan y nos subimos a las motos. Los menos de 20km que nos separan de
Munduk es una sucesión de subidas y bajadas por una estrecha carretera que
separa ambas calderas de sendos antiguos y extintos volcanes. La de la
izquierda donde se sienta Pancasari y la de la derecha que desciende hasta la
costa norte de la isla. Desde aquí también se tiene una vista privilegiada de
los lagos que ocupan las depresiones de las calderas, el lago Buyan y el lago
Tamblingan.
El pueblo
se asienta a ambos lados de una carretera de montaña a lo largo de un par de
kilómetros. Hay evidencias arqueológicas de una comunidad desarrollada que
habitó en la región de Munduk entre los siglos X y XIV, y explicaciones sobre
los primeros emisarios Mjapahit, pueblo pre-indonesio de java oriental, que
visitaron la zona. Cuando los holandeses tomaron el control del norte de Bali,
en la década de 1890, experimentaron con cultivos comerciales y establecieron
plantaciones de café, vainilla, clavo y cacao. Aunque son muy pocos los
edificios coloniales que se conservan en Munduk, se puede ver alguno en el
oeste del pueblo. Vivir aquí tiene que ser duro si no dispones de moto porque
es una continúa y empinada cuesta. Tras alojarnos en el Puri Sunny, en una
nueva y bonita cabaña con balcón al valle por 200.000rp sin desayuno, damos un
paseo por el pueblo que no tiene mucho que ver y que resulta un poco incómodo
porque ha de realizarse por la carretera principal que está llena de tráfico.
En cualquier caso las vistas son bonitas. Entre las plantaciones de árboles se
extienden terrazas onduladas de campos de arroz. A lo largo del día el calor
condensa las nubes que poco a poco van ganando terreno en el cielo despejado.
Las nubes van oscureciéndose al cargarse de humedad, así que decidimos retornar
al hotel y dar por finalizado nuestro paseo. No pudimos tomar mejor decisión
porque al rato de estar en el hotel comienza un aguacero que dura varias horas.
Afortunadamente desde la protección de nuestra cabaña la lluvia se ve con ojos
romanticones.
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