El acceso al
parque es muy sencillo. Está a pie de carretera y unos carteles impiden que lo
pases de largo. Tras abonar la entrada, diez veces más cara para los foráneos
que para los lugareños, nos adentramos por el sendero principal. Una vez
cruzadas las vías del tren que atraviesan el parque empiezan las tres rutas
marcadas. Perderse por este parque no es fácil, pero tampoco lo es seguir los
senderos marcados. En cualquier caso para disfrutar del parque no necesitamos
seguir las rutas marcadas y nos bastó continuar los caminos para poder toparnos
con monos, pájaros y sobretodo un montón de sorprendentes insectos,
especialmente arañas. Nos llamó poderosamente la atención una pequeña araña que
parecía tener unos cuernos cinco veces su cuerpo, y por supuesto, la siempre
enorme y llamativa araña bananera, que aunque dicen que no es peligrosa, no
tentamos a la suerte.
Aunque había
estado todo el día parcialmente nublado, a medio día la luz comenzó a cambiar
rápidamente y en unos minutos dio la sensación de que estaba anocheciendo.
Apenas nos dió tiempo para alcanzar un refugio antes de que una tremenda tromba
de agua descargara sobre el bosque. Durante una hora la tormenta nos atrapó así
que tomamos un té mientras esperamos a que escampara.
Decidimos dar
por terminada la excursión pues la tromba había dejado embarrados los caminos y
apenas nos quedaban tres horas de luz. Sin prisa y con una parada en un puesto
de té a pie de carretera retornamos a la ciudad.
Nos conectamos
a internet, aunque la velocidad es tan lenta que en una hora apenas nos da
tiempo a chequear el correo y ver que el país aún sobrevive, a pesar del
gobierno.
Cenamos en el
Restaurante Agra, el más lujoso de la ciudad, y donde los lugareños acuden a
celebrar fechas señaladas...y la verdad es que casi preferimos cualquier otro
de la ciudad porque el sobreprecio no compensaba.
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