jueves, 15 de noviembre de 2012

15. Ambon. (Molucas)



Lo que inicialmente iba a ser un día de transición se convirtió en un día “horribilis”. La jornada se inició con fortuna pues conseguimos los billetes para el barco en una agencia de viajes cercana al muelle. Solo quedaba primera clase y económica. Elegimos ésta última puesto que la primera era más cara que el vuelo. Nos alegramos al comprobar que nuestros billetes estaban numerados. Ilusos. Nos acercamos al centro comercial de la ciudad y compramos algo de comida para la cena. Paseamos por el mercado del pescado y el mercado de Mardika. No era especialmente colorido pero  nos entretuvimos durante gran parte de la mañana. A pesar de una pequeña tormenta pasajera al mediodía el sol caía con fuerza en la ciudad así que nos refugiamos en un local climatizado mientras tomamos un té helado. El barco debía llegar a Ambon a las 5 de la tarde así que sobre las cuatro tomamos nuestras mochilas del hotel y nos fuimos al puerto. Nos sentamos en la sala de espera. Nos sorprendió que a pesar de quedar una hora no había mucha gente en la terminal. Y aún nos sorprendió más que ni Antonio, ni su hermano, ni su amigo estuviesen allí. Algo raro sucedía. Comenzamos a indagar y al final vimos un papel pegado en una de las puertas de acceso a la terminal que el barco llegaba con 6h de retraso. Eso suponía pasar la noche a bordo. La cosa empezaba a torcerse, pero seguíamos pensando en nuestros billetes numerados. La noche llegó y el calor y la gente se iba acumulando en la
sala de espera. En el exterior hacía más fresco pero los mosquitos se frotaban las alas con la sola idea de tener nuestras blancas pieles a tiro durante tan solo unos instantes. La lectura nos ayudó a sobrellevar la espera las primeras horas pero conforme se acumulaba el cansancio, aumentaba el calor y el sueño nuestro humor se fue avinagrando. La sala estaba a rebosar. La gente extendía grandes pliegos de papel a modo de alfombra para tumbarse. El ruido era cargante. Los más pequeños lloraban hartos de la espera y el calor, los más mayores gritaban mientras jugaban entre los pasajeros y las mercancías. Había más paquetes que personas y es que cada familia se hacía acompañar además de por su equipaje, por una ingente cantidad de mercancías, entre ellas alguna que otra lavadora. Yo no hacía más que rememorar las fotografías de la clase económica de la página web de la PELNI y no veía la forma de entrar tanto equipaje, tanta caja y tanta gente. Pero si el interior estaba lleno de gente, los aledaños de la sala no le iban a la zaga. Decenas de personas se apilaban por el hall de la sala, las aceras e incluso la carretera d servicio del puerto.
A las once y media de la noche el Cimerai arribó al puerto de Ambón. La gente inmediatamente se levantó como un resorte agolpándose frente a las puertas. Aquello desató nuestras alarmas: Si lo billetes están numerados, ¿a qué tanta prisa por embarcar?. “Bueno”, pensamos, “quizás sea para colocar todo el equipaje y la mercancía. Por si acaso también nos levantamos y nos unimos a la fiesta. No habían terminado de colocar una de las escaleras de acceso al barco cuando los porteadores se abalanzaron al interior del barco, como si se tratara de una estampida. Los más habilidosos no esperan a subir por las escaleras y trepaban como monos por la estructura para entrar antes al barco. Una pasarela se descolgó por el lateral del barco y el pasaje comenzó a descender. La agitación en el interior de la sala era cada vez mayor. Me recordaba a la ansiedad de los perros de caza que una vez olida la liebre siguen atados hasta que el cazador los suelta. Aquí nadie soltaba a nadie, bastó con que las puertas se abrieran para que la gente corriera hacia las escaleras de acceso. Como si de un tsunami se tratara fuimos arrastrados por la marabunta. Un peligroso cuello de botella se formó al inicio de las escaleras. Los empujones y pisotones eran constantes y en este maremágnum los carteristas hacían su agosto. Yo pillé a uno metiéndome la mano en el bolsillo pero lo noté  y logré evitar el robo pero a Gortxu le sustrajeron la tarjeta de crédito. Arrastrados entramos en el barco por la cubierta número 4. Los pasillos estaban atestados de grandes sacos de riza que bloqueaban parcialmente los pasillos. Incluso las escaleras interiores estaban abarrotadas de mercancías tan variadas como cocos, ropa, libros o sartenes.
Hacía ya tiempo que habíamos entendido que los números de catre no eran más que un ilusión. Deambulamos por las cubiertas en busca de alguna litera libre donde tumbarnos. Era un infierno. El calor era agobiante, debíamos andar con nuestras mochilas a la espalda por estrechos pasillos llenos de mercancías que debíamos sortear. Desesperados salimos a cubierta. Había gente tumbada por todas partes, por las escaleras, por los pasillos, sobre los catres, bajo los catres entre los catres….Era imposible encontrar un solo sitio libre en el interior así que salimos a cubierta. Allí los mejores sitios, los que estaban resguardados de la siempre traicionera lluvia hacía tiempo que estaban llenos. Finalmente encontramos un hueco en estribor en la penúltima cubierta con el cielo estrellado por todo techo. Compramos un par de esterillas de papel de estraza y nos tumbamos sin decir palabra. Las aguas de la convivencia bajaban revueltas. No nos apetecía cenar, ni hablar y desde luego que si en aquel momento nos hubiesen brindado la posibilidad de volver a Bilbao lo hubiéramos aceptado. Erróneamente pero lo hubiésemos aceptado.
Eran las doce de la noche, supuestamente el barco zarparía a la una de la madrugada y en poco más de siete horas llegaríamos a las Banda. Nos tomamos una pastilla para dormir nos abrigamos, aseguramos el equipaje bajo nuestros cuerpos y nos dispusimos a dormir. A las cuatro de la mañana me desperté. Me sorprendió lo poco que se movía el barco para estar en alta mar. En el barco el pasaje se debatía entre los que dormían y los que fumaban mientras hablaban animadamente. Me levanté y me acerque a la borda con la esperanza de ver la mar y de que la brisa me despejara, pero lo que ví me heló el corazón. ¡Seguíamos en el puerto de Ambon! Eran más de las cuatro de la mañana y seguíamos en Ambon descargando cosas. Desesperado y algo taquicárdico volví a mi esterilla.
Afortunadamente nadie se cruzó en mi camino porque sino seguramente le hubiese atizado. ¡Las cuatro de la madrugada y aún en Ambon! No me lo podía creer, llevábamos 12 horas en el puerto y aún no habíamos zarpado. Volví a tumbarme para dormitar. Media hora más tarde note como el barco comenzaba a navegar. Calculé…llegaríamos sobre las once de la mañana a Banda Neira pero ya no me atrevía a hacer previsiones. Me conformaba con llegar. 

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