miércoles, 21 de noviembre de 2012

21. Banda Neira (Islas Banda. Molucas)



Ayer nos despedimos de la gran mayoría del grupo que abandonaba la isla en la mañana de hoy. Sólo nos quedábamos nosotros y Johan. Así que decidimos aprovechar y estar solos después de tantos días en “comuna”. Nos habíamos propuesto recorrer la isla de Banda Neira de cabo a rabo. La temperatura había bajado unos grados y era perfecta para pasear. Salimos del pueblo admirando las distintas casas coloniales que aún quedaban en pie y atravesamos la pista de aterrizaje del aeropuerto. Sí, efectivamente, la isla es tan pequeña que la pista de aterrizaje la atraviesa de esta a oeste. Si se impidiera el paso de los peatones y vehículos  la isla quedaría dividida en dos, así que aprovechando que tan solo hay dos vuelos diarios los días alternos no hay ningún peligro en permitir este aeropuerto “abierto”, En cualquiera caso cuando el avión de la NBA aterriza o despega una sirena que se oye por todo el pueblo lo avisa. Continuamos por la costa este de la isla siguiendo un camino paralelo a la costa. En esta zona no hay playa pero el paseo entre palmerales es harto agradable. Sin prisa recorrimos los escasos tres kilómetros que separan Neira de Tanah Rata. Este pueblo apenas son una agrupación de cuatro casas. Continuamos camino atravesando pequeñas plantaciones de nuez moscada hasta llegar al siguiente pueblo Mangko Batu, igual de pequeño que el anterior pero en cuyas inmediaciones hay una escuela naval. 
Descansamos en la única playa de la isla Pantai Malole que no es precisamente paradisiaca. Su arena está formada a partes iguales por grandes conchas y piedra lo que no la hace muy agradable. Además su fondo es arenoso y en marea baja es prácticamente imposible bañarse, pero en aquel momento no había más, así que nos tumbamos a la sombra de un templete mientras disfrutábamos del silencio solo roto por algunos adolescentes que en su hora de comer se acercaban hasta allí. Continuamos por un sendero recién asfaltado que bordea todo el cabo norte de la isla hasta llegar a Lautaka. El paseo es de lo más relajante. Nos acercamos hasta el pequeño puerto del pueblo y nos sentamos en el malecón disfrutando del las vistas del volcán Api. Hay pocos lugareños y están más afanados en hablar entre ellos o en reparar sus aparejos de pesca. Compramos agua y galletas en la única tienda del pueblo. Desde aquí no es posible volver a Neira por la costa así que desandamos  parte del camino y tomamos la carretera principal que cruza de norte a sur el centro de la isla Sobre las cuatro de la tarde llegamos al puerto pesquero de  Neira. Allí hace años se construyeron tres pozas para concienciar a la población local de la importancia del coral y la vida animal marítima, pero la falta de mantenimiento hace tiempo que acabó con el coral que allí se exhibía y con gran parte de los peces. Sólo sobreviven tres tiburones de punta negra. Las pozas no reúnen las condiciones necesarias para ellos, el gua apenas cubre y las pozas son demasiado pequeñas para los escualos. Sin embargo, los tiburones sobreviven por los restos que los pescadores les echan cuando vuelven de faenar. De hecho ¡están gordos!. 
El centro de buceo quiere soltarlos pero la tarea no es fácil ya que si directamente los sueltan en el puerto están tan acostumbrados a que se le eche de comer que no abandonaría esas aguas en la vida, y a nadie le gusta tener unos tiburones, aunque sea de punta negra, rondando por las aguas del puerto de forma permanente. Para evitar que volvieran al puerto se les tendría que soltar a kilómetros de la costa pero eso requeriría una infraestructura, los tiburones tendrían que viajar en unas cubetas donde recirculara el agua por sus branquias para que no se asfixiasen, que los locales no tienen. Así que mientras buscan una solución los tiburones malvivirán en las pozas.
Hacemos un alto en el pueblo, entramos en una tienda y compramos unas latas de cerveza Bintang, la dueña rauda y veloz nos saca unas sillas e improvisa una terraza a las puertas de la tienda. Mientras refrescamos el gaznate con la cerveza fría curioseamos en la tienda y compramos canela.
Decidimos no cenar en el Mutiara y probar en alguno de los restaurantes del pueblo, solo hay dos, pero la experiencia no tiene ni comparación. 

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