viernes, 9 de noviembre de 2012

9. Pasir Panjang (Molucas)



Existen varias formas de llegar a Pasir Panjang la mejor playa de la isla. El transporte público es barato pero lo cierto es que es bastante infrecuente. Los viajeros suelen decantarse por una moto, aunque cubrir los 12km en una moto con la mochila en la espalda no es precisamente cómodo. Nosotros nos decantamos por otra opción; el transporte de amigo de amigo. Efectivamente, en cuanto la recepcionista se enteró de que nuestra intención era ir a la playa nos intentó ayudar. Nos comentó que un amigo suyo trabajaba en esa zona y que todos los día iba hasta allí en una camioneta, si no nos importaba esperar podría llevarnos hasta allí por una módica cifra. No nos pareció mala idea así que aceptamos. Sobre las nueve y media una destartalada “pickup” para frente al hotel. El chaval no sabe ni una palabra de inglés pero la recepcionista le indica dónde nos tienen que llevar. Dejamos las mochilas en la parte de atrás e iniciamos el viaje. Lamentablemente el amigo de la recepcionista se confunde y en vez de dejarnos en Ohoililir para ir a Coaster Cottage nos deja en Ngur Bloat, un pueblo situado en el otro extremo de la playa. Nosotros en un primer momento no nos damos cuenta de que estamos en el sitio equivocado, así que preguntamos por las cabañas. Unos trabajadores que estaban levantado uns templetes sobre la playa se nos acercan y nos enseñan una cabaña sin ventanas por 75.000. Desde luego que es barata pero para nada es lo que estamos buscando. 
La cabaña huele a humedad y el camastro es a todas luces incómodo, así que con una sonrisa denegamos. El amigo de la recepcionista nos quiere ayudar pero la barrera idiomática es grande y tampoco queremos robarle más tiempo así que le decimos que nos apañamos solos y le damos una propinilla por los servicios. Caminamos por la playa y vemos un cartel que anuncia un alojamiento, Romeo Homestay, nos acercamos hasta allí. Nos recibe un lugareño cojo que nos enseña con orgullo sus tres búngalos pareados. Nos son idílicos ni están a pie de playa pero son lo suficientemente buenos como para pasar una noche y emplear el día en buscar algo mejor. Lo peor que tiene es la cama, estrecha y de aspecto descuidado. El baño es amplio aunque por supuesto carece de agua corriente y por ducha tienen un cubo de agua pero a estas alturas eso no nos importa. La habitación es oscura porque la única ventana que tiene es pequeña y porque el alojamiento se encuentra bajo unos frondosos árboles. Negociamos el precio 100.000 rupias con desayuno. Dejamos las mochilas y nos vamos a la playa.



Lo cierto es que la playa no nos defrauda, siempre y cuando se vea con marea baja. Con casi tres kilómetros de longitud, cuando la marea está baja, su arena es tan blanca que hace daño a la vista. El mar es tranquilo y aunque no cubre más allá de la cintura, en bajamar, es más que suficiente para bañarse. No hay nadie en la playa. No es fácil encontrar una playa de tales dimensiones sin una sola construcción que interrumpa la línea de playa y en absoluta soledad. La cosa promete. Comenzamos a nadar hacia la izquierda de la playa hasta llegar al pueblo. Allí nos damos cuenta de que nuestro chófer se había confundido. El pueblo de Ngur Bloat apenas tienen ningún servicio y nos es más que un grupúsculo de casa de pescadores. No hay ni restaurantes ni bares y la única tienda que vende lo más elemental está cerrada. Decidimos recorrer la playa en hacia el otro extremo. El calor aprieta con fuerza y a ratos tenemos que protegernos del sol resguardándonos bajo la sombra de las palmeras y árboles que limitan la playa. Nos encantan la bandera tricolor que forma el paisaje; la franja verde intenso de la selva, la franja blanca de la arena inmaculada y la franja azul turquesa del mar en calma. Recorremos así los tres kilómetros que nos separan del otro pueblo, Ohoililir, donde preguntamos a unos lugareños por las Coaster Cottage. Nos indican que están justo al final de la playa. Andamos por la arena y lo cierto es que desde allí no nos parece ver ninguna construcción, no es hasta que casi estamos encima de las cabañas cuando las divisamos entre la frondosa selva. Nos acercamos a la más cercana que apenas está a unos pasos de la playa, pero la selva es tan frondosa que casi la hace invisible desde ella. Allí está hospedada un londinense de unos 50 años que lleva más de 10 viviendo en Tailandia con el dinero que saca del alquiler de su apartamento de Londres y que usa las islas Kei como retiro ocasional. Nos indica la forma de llegar a la recepción.
Estas cabañas construidas sobre una colina rocosa y boscosa son en realidad de dueños diferentes, un holandés, un inglés y un indonesio, pero como sus dueños digamos que no van allí todos los fines de semana las han cedido a la comunidad para que ellos las gestionen. Aunque el dinero del alquiler va a sus dueños, el resto, las comidas, las excursiones el alquiler de las motos va a parar a la comunidad local. Existen diferentes cabañas con distintos precios.


La más antigua es la llamada “doctor´s House”, donde se encontraba la londinense. Es la que se encuentra más apartada y la que en peor estado está ya que su dueño se despreocupa bastante de ella. Sin embargo a nosotros es la que más nos gustó precisamente por su aislamiento. Consta de un enorme porche frente al mar, a escasos 20m, el interior es amplio y muy alto, se podrían hacer dos alturas. El baño alicatado posee un retrete y un enorme depósito de agua para ducharse al estilo tradicional indonesio, es decir, a baldazos. El espeso bosque la hace casi invisible desde la playa y desde el resto de cabaña. Era también la más barata: 100.000 rupias. A unos 50 metros y ya sobre la colina se hayan dos cabañas pareadas más modernas. También poseen un pequeño porche y unas vistas privilegiadas de la playa. A nosotros no nos gustaba precisamente por tener “vecinos” pero no era tampoco una mala opción. El precio subía las 150.000 rupias. A continuación se hallaba la joya de la corona, la llamada “la Villa”, no solo era la que mejor emplazamiento tenía, en lo más alto de la colina, sino también la que estaba en mejor estado de conservación y decorada de forma más lujosa. El chalet es posiblemente uno de los mejores alojamientos en todas las islas Molucas. Tenía capacidad para seis o siete personas y era una ganga aunque costara 350.000 rupias por noche. A continuación se había construido la zona más nueva, posiblemente con los beneficios de la explotación. Los dos edificios de hormigón eran nuevos y uno de ellos se destinaba para que viviera y cocinara la familia que regentaba el hospedaje y el otro para comedor común y cuatro habitaciones ya con todo tipo de lujo como aire acondicionado y baños nuevos al estilo occidental. El precio de cada habitación era de 200.000 rupias y aunque sin duda era de buena calidad su ubicación le restaba intimidad. Aquí se hallaba la única habitación que estaba libre y a la que al día siguiente nos trasladaríamos sin dudarlo. Las comidas se pagaban aparte, 100.000 rupias por persona y día, pudiera parecer un poco caro pero los huéspedes allí alojados decían que merecía la pena pues no solo era abundante sino que además estaba riquísima. De todas formas las opciones de comer por nuestra cuenta no eran muchas y además de cómodo e comer allí nos ofrecía la posibilidad de entablar conversación con el resto de viajeros.
Mientras tomábamos una sprite para recuperarnos de la caminata, iniciamos conversación con Antonio, un madrileño dueño de una agencia de viajes alternativos que estaba visitando las Molucas para buscar nuevas rutas. Rápidamente comenzamos a intercambiar opiniones sobre los distintos lugares que habíamos visitado, ¡ y es que a veces los viajeros somos un poco monotemáticos!, pero también es cierto que es la forma más fácil de romper el hielo. Antonio nos comentó que al día siguiente por la mañana iban  a organizar una excursión en barca por las islas cercanas con el restos de huéspedes del complejo, sin pensarlo dos veces nos unimos, era una buena forma de pasar la mañana y de compartir gastos.
De vuelta a nuestra cabaña pasamos el resto de la tarde en la playa leyendo relajadamente y chapoteando para librarnos del calor. Bonita playa ¡Sí señor!
A la noche nos preparan la cena que tenemos que comer a la luz de las velas porque la electricidad se ha marchado. La cena hubiera sido muy romántica si a nuestro lado no hubiera estado el dueño de los bungalós haciéndonos una compañía que nadie le había pedido. Bueno en realidad lo que buscaba el hombre era hacer algo de negocio intentándonos alquilar un lancha, o una moto, o una bicicleta…..una lata de coca cola? Estaba claro que el hombre era perseverante.


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